Dignora Pastorello vivió sus décadas finales en el sur de la Ciudad, sobre Caseros, esa avenida frontera entre Barracas y San Telmo que hoy se destaca como paseo gastronómico, a pocos metros del Museo Histórico.
Desde el precioso Conventillo de los Ingleses pintó su aldea: a los edificios que asomaban por la ventana y otras edificaciones del barrio, como el interior y exterior de La misteriosa casa de Cochabamba y Balcarce (1974), que había habitado con anterioridad. El Conventillo, realizado por el suizo Christian Schindler para Alberto Anchorena a principios del siglo XX, es un hito arquitectónico en una zona que se destaca por sus edificios y allí también vivieron los pintores Roberto Aizenberg, Josefina Robirosa, y el director teatral Cecilio Madanes.
A solo unas cuadras de allí, sobre Defensa al 1100, la galería Calvaresi Contemporáneo recupera la obra de Pastorello, con Querida Dignora, una muestra de 18 pinturas (+2 ), sobre la artista que tras su muerte en 2001, desapareció drásticamente del circuito.
Pastorello (1913) nació en Banfield, la tercera de seis hermanos de un matrimonio entre un comerciante y una ama de casa, pero ya desde sus primeros años vivió en una casa de Nuñez, hogar que la contendría hasta pasados su 50 años, incluso tras haberse casado con Eduardo Larco. De ahí la L que aparece en su firma.
Si se recorre la muestra de izquierda a derecha la primera pieza es, justamente, el óleo La casa de mi infancia, una de las pocas obras donde las flores se hacen presente al bordear el caminito de ingreso, que lleva la mirada hacia esa puerta cerrada en la que las estampas de aves invitan a volar, tal como lo habrá hecho ella con sus deseos y obras en aquellos años adolescentes -Dignora dejó el colegio a los 15 para asistir a la Bellas Artes contra los deseos de su madre-, cuando se instaló en el comedor para aprovechar la luz solar. Volar con la pintura. Volar.
En vida su trabajo circuló por salones y muestras individuales en las galerías Witcomb, Rubbers, entre otras, o los museos Histórico y de Artes de Morón y Bellas Artes de Luján, como también en colectivas, e incluso llegó a exhibir en el exterior: participó de la muestra colectiva Primitivos actuales de América, en Madrid; expuso en diferentes ciudades de Italia en unión con doce pintores argentinos, y en Washington con el grupo de pintura ingenua, y también formó parte de exhibiciones en Ecuador y México. Pero, con el comienzo del este siglo, desapareció. Quizá por no tener hijos, una galería o un mecenas que se encargase de mantener su obra en rotación, y sus trabajos “terminaron en depósitos”.
“Lo llamativo y muy triste es que ella, por lo menos en vida, no era under. Participó en un montón muestras, tuvo muchos premios, lo que hizo que su trabajo sea parte del acervo de importantes museos, como el Moderno o el Rosa Galisteo (Santa Fe), y esto también tiene que ver con el espacio relegado que le dan a las artistas en el país”, explica Paola Vega, artista, historiadora y curadora de la muestra, a Infobae Cultura.
Reunir estos datos no fue tarea sencilla, explica Vega, quien fue construyendo por retazos una historia (y una obra) que habitaba el limbo del olvido, que ocupaba habitaciones vacías.
“La conocí por los fascículos de Mujica Laínez sobre La pintura ingenua de los ‘70, donde hay un breve currículum con una o dos imágenes de sus pinturas”, dice. Así, para su libro Las promesas (Iván Rosado, 2021) -una investigación en imágenes y/o datos de mujeres que se dedicaron al arte y tienen muy poco lugar en la historia- Vega encontró la primera foto en el Archivo General de la Nación, “medio de casualidad, en una carpeta que se llamaba ‘pintoras’”. Luego, comenta, para la construcción de la biografía encontró algo de información en el Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas, de Lily Sosa de Newton, una suerte de enciclopedia que Plus Ultra sacó en los ‘80 y que reunía a Mirtha Legrand con Yente; la Biblioteca Nacional, el archivo del Museo del Moderno y el del Centro de Estudios Espigas como también del Museo Sivorí hasta que al final de diciembre de 2021 “por suerte” dio con una integrante de la familia, su sobirna María Isabel Pastorello, muy cercana a la artista, y que reveló historias, intereses y características de su personalidad.
Del recuerdo familiar de su sobrina recuperó que pintaba todos los días, desde las 9 a las 17, hábito que mantuvo durante toda su vida, y que entre 1953 y 1957, se perfeccionó en los talleres de Jorge Larco, Ramón Gómez Cornet y Luis Centurión.
Pero su CV no solo se compuso de muestras, ya que entre 1959 y 1985, obtuvo una veintena de premios, siendo una de las pocas mujeres que lo logró en certámenes en los que los hombres predominaban ampliamente, y junto a Ángel Fadul, Juan Ibarra, Andrés Fernández Taboas y Mario Vuono integró el Grupo Cinco.
“No era un grupo que tuviese una ideología, no tenían un manifiesto. Era más un grupo de amigos pintores que se juntaban para conseguir lugares para mostrar su obra. Y si bien tenían cierta afinidad pictórica, creo también que su ingreso fue estratégico porque en ese momento las pintoras no tenían tanta circulación. Si bien ella misma se fue propiciando muchos lugares para exponer, de esta manera también podía acceder a otros como parte del conjunto”, explica Vega.
La obra de Dignora Pastorello puede ser catalogada como pintura naíf, inocente, hay características varias de este estilo, aunque sus colores no suelen ser brillantes, aunque sí puros y pasteles y pueden presentarse en una sola pincelada. En esa paleta su trabajo es cercano al de Norah Borges, una representación en muchos casos sin estridencias, una armonía que puede romperse ocasionalmente con fuertes contrastes con el amarillo, violeta berenjena o derivados, en pisos, paredes o cielos.
Después está la cuestión de la interpretación de la perspectiva, con la que la artista juega, con obras más planas y otras sí con profundidad academicista. Al igual que Borges -e incluso sus colegas Fadul y Vuono- captura parte de la escencia de la pintura metafísica de De Chirico en esa imaginería de arcadas, columnas y estatuas, que a veces son el centro, y otras irrumpen proponiendo una geometría onírica, como portales hacia un espacio por explorar.
“Hay una cercanía a una Norah Borges, y por más que haya aparecido en el fascículo de pintura ingenua y que haya participado de muestras en la galería El Taller, por ejemplo, que se especializaba en este tipo de arte, ella era alguien que había estudiado muchísimo, muchos años, primero en la academia y después en talleres particulares, y sabía muy bien lo que estaba haciendo, sabía mucho del oficio”, sostiene Vega.
Dignora tuvo gatos, varios, todos negros, todos llamados Satán. Aparecen en 7 de las obras expuestas, sobre techos, escapando en escaleras, observando una escena, están allí, acechando lo desconocido. Desde la Edad Media, al gato negro se lo asoció a lo diabólico, a la maldad, a la brujería, y en este estigma se concentra eso de que traen mala suerte.
Hay, en ese sentido, dos piezas que podrían girar en torno a estas creencias: Usurpación (1966), en el que una mujer con un sombrero en punta, desciende o sube montando la baranda de una escalera caracol, mientras el animal mira desde un ángulo cenital con el cuerpo arqueado, y Noche de duendes (1979), donde unas figuras fantasmagóricas sobrevuelan entre cuervos a dos mujeres y a una figura, de espaldas, antropomorfa, que podría ser la de un perro; todos sentados frente a un fogón.
Las razones del ingreso en la temática sobrenatural son un misterio para Vega, quien no pudo encontrar referencias ni intereses especiales de la artista sobre lo místico o lo oscuro: “Sé que hay una serie de obras con brujitas, que son las que Mujica Láinez cita en un texto, pero de eso no hay nada escrito y ella no tenía cuadernos donde escribiera notas o sus propios textos; le pregunté a la sobrina, pero me dijo que no tenía idea. Me dijo también que no era una persona mística, espiritual, por llamarlo de algún modo. No sé si le interesó porque tenía lecturas profundas sobre el tema o quizás directamente porque le interesó la imagen dentro de la composición que estaba haciendo. Sí era una gran lectora de autores variados, muy asociados a lo que fue el Boom Latinoamericano”.
Hay, además, en la planta baja dos obras de corte religioso, una con un arcángel que podría ser Jofiel, por su túnica celeste, relacionado a la sabiduría, la comprensión y el juicio; y la entrada de un cementerio del interior, donde se ven cruces sobre tumbas, habiendo una que sobresale sobre las otras por tamaño y por la ornamentación angelical.
“No creo que le haya interesado por la temática religiosa; me parece que tiene que ver más con que le debe haber llamado la atención por la estructura de la imagen, los colores. Esas dos obras fueron hechas en diferentes lugares, creo que en Italia la del ángel y la otra, Córdoba. Ella viajaba mucho y en cada lugar siempre hacía algún boceto y después lo pintaba”, dijo Vega.
Digonora Pastorello tendrá un segundo capítulo, cuando a finales de abril se renueve la puesta con cuadros relacionados a más viajes, naturalezas muertas y personas. Para Vega, allá afuera, quizá en otroa hogares, quizá en otros depósitos, hay muchísima más obra por conocer.
“Ella pintó hasta último momento, entonces tiene que haber un acervo importante de su obra que no conocemos. Estoy intrigada porque leí en una entrevista que le hicieron sobre una nueva serie de pinturas surrealistas, cuando tenía casi 80 años. Y nadie sabe dónde está”. En ese sentido, lo que sabe y conoce de Dignora será publicado por la editorial Iván Rosado para el lanzamiento de la segunda parte de la muestra.
En esta, la primera pasada, muchas obras están centradas en lo arquitectónico, fachadas, interiores, techos, y más allá de los gatos algunos animales aparecen, pero las personas son pura ausencia, rincones inhabitados de un mundo apartado y en silencio, casi como una representación de lo que pasó con su legado durante mucho tiempo, que cayó en un vacío, y ahora, en Calvaresi, vuelve a llenarse de vida y abre portales hacia un espacio por explorar.
*Querida Dignora, en Calvaresi Contemporáneo, Defensa 1136, San Telmo, Buenos Aires. Martes a viernes de 12AM a 5PM. Entrada gratuita.
SEGUIR LEYENDO