Lo que empezó como un juego en una escena doméstica, dos hombres zapando en una cocina, fascinados por la química musical que se proyectaba en el aire, hoy se erige de forma clara y precisa. Pensé que era viernes está formado por dos escritores: Pedro Mairal, uno de los autores latinoamericanos más leídos con novelas como Una noche con Sabrina Love y La Uruguaya, y Rafa Otegui, sociólogo, periodista y autor de los poemarios Días hábiles y Demoras en la General Paz.
En 2018 se presentaron en vivo, luego comenzaron a grabar canciones, todo crecía, a paso firme crecía, y llegó la pandemia. Sin embargo siguieron tocando, componiendo. Hoy, a casi cinco años del nacimiento del grupo, están grabando a ambos lados del río, en las dos orillas: Montevideo y Buenos Aires. Canciones que poco a poco conformarán su primer disco. Infobae Cultura conversó con los músicos y autores.
—Cuéntennos un poco sobre el proceso de grabación que están viviendo.
—Rafa Otegui: Estamos grabando las canciones de Pensé que era viernes, el dúo que formamos a fines del 2017. Las canciones las fuimos componiendo y presentando en vivo durante 2018, pero recién en 2019 nos metimos en un estudio de grabación bajo la dirección de Yago Escrivá, el cantante de Ainda, nuestro primer productor. Con él cerramos nuestro primer tema, “La tormentosa”, un aire de chacarera que está subido a Spotify. Después vino la pandemia y el proceso de grabación se detuvo. En el medio, Pedro se fue a vivir a Montevideo y eso, que al principio parecía una dificultad, terminó abriendo la oportunidad de grabar allá también. Hoy estamos grabando en las dos orillas, con Nacho Gulias acá en Buenos Aires y con Nacho Algorta en Uruguay. Son dos músicos y productores tremendos, muy profesionales. Con ellos volvimos al ruedo con las grabaciones y ya tenemos al menos cinco temas nuevos bastante encaminados. Por estos días estuvimos grabando en Elefante Blanco, el estudio de No te va a gustar en Montevideo, y fue una experiencia alucinante. Nos dimos el lujo de contar con músicos invitados, tres miembros de la Filarmónica de Montevideo, que sumaron unos arreglos de cuerdas. Además nos prestaron una de las guitarras de NTVG para la grabación. Nos sentimos muy acompañados en todo el proceso. Las mezclas allá las estamos haciendo con Gastón Ackermann en su estudio Mastodonte, y acá con Nacho Gulias. El objetivo es ir subiendo los temas nuevos en los próximos meses, a medida que estén cerrados, y así ir dándole forma al primer disco de PQEV.
—Imagino que para todo músico el proceso de grabación es una experiencia muy singular, ¿cómo la definirían?
—Pedro Mairal: Grabar es desarmar para volver armar, es tratar de reproducir algo que sucede naturalmente cuando cantamos al unísono y tocamos la guitarra. En el proceso de grabación hay que descomponerlo todo, y eso siempre es un poco artificial: se graban las voces y los instrumentos por separado, con un click de fondo, y después hay que ensamblarlo todo. Ahí nos ayuda mucho la mirada de un productor, y también los técnicos de sonido que son figuras muy clave a la hora de grabar, para que todo se ensamble naturalmente.
—Rafa Otegui: Hasta antes del dúo, casi no había pisado un estudio de grabación. Mi relación con la música siempre fue muy doméstica, de guitarrear en la cocina. Entrar a grabar a un estudio de verdad con toda esa maquinaria encendida, con los micrófonos amplificándote hasta la respiración, fue una experiencia importante. Intimida un poco al principio, te sentís observado, pero todo se vuelve fácil con la ayuda de técnicos y productores. Se trabaja por capas, se graban cosas por separado que después se van acoplando, y vas viendo como las partes arman el todo, como va naciendo la canción. Es un proceso interesantísimo.
—Ambos son escritores y están más ligados al mundo de las letras que al de la música. ¿Cómo ven la relación entre esos mundos? ¿Es un pasaje que hacen o ambos conviven?
—Pedro Mairal: Yo creo que el mundo de la música y el mundo de las letras están mucho más ligados de lo que en general los poetas y los músicos reconocen. Creo que habría que juntar, en los talleres de poesía y en las escuelas de música, a poetas y músicos para que unan fuerzas, porque muchas veces van por caminos separados. Me parece que se pueden dar una mano muy grande entre sí porque están muy cerca: hay una pata de la poesía que está muy dentro de la música con la sonoridad del lenguaje, y a la vez hay una pata de la música que está muy adentro de la poesía, porque muchas letras de canciones están muy cerca del poema. Vivimos con bastante naturalidad ese pasaje de un mundo a otro. Casi podríamos decir que, en la canción, esos mundos se hacen uno, se fusionan.
—Rafa Otegui: Creo que el poema y la canción, la palabra escrita y la palabra cantada, trabajan con materiales parecidos y toman del mismo vaso. Son mundos íntimamente ligados, atravesados por una misma corriente subterránea, la de la emoción. Después hay diferencias formales, cuestiones de formato, distintas maneras de abordar la tensión entre sentido y musicalidad. Pero el tránsito de un mundo a otro es muy orgánico: a veces la música arma el verso y a veces sucede al revés, el verso sugiere una música posible.
—PQEV tiene pocos años de vida, pero supongo que ha crecido bastante con esta grabación. ¿Cómo definirían hoy al proyecto y cómo lo imaginan en el futuro?
—Rafa Otegui: Hoy la energía está puesta en grabar las canciones y cerrar el primer disco. Esa es la meta en el corto y mediano plazo. Una vez que el disco esté terminado, lo que sigue es salir a mostrarlo, darle vida en algún escenario. A tono con nuestra situación actual, nos vemos presentándolo en las dos orillas, con músicos invitados de ambos lados del río, y continuando con el formato de nuestros recitales anteriores: intercalando lecturas de poemas con canciones, pasando de la palabra recitada y a la palabra cantada, jugando con esos dos mundos.
—La última, ¿por qué el nombre: Pensé que era viernes? ¿De dónde viene?
—Pedro Mairal: Surgió un jueves tocando en la cocina. Nos juntamos un día a zapar, a jugar con las guitarras. Veníamos de recorridos parecidos: los dos con niveles musicales parejos, escuchando cosas parecidas. Y ese día en la cocina las voces se encontraron y apareció algo nuevo: la armonía. La tercera presencia. De pronto había algo más que la suma de las partes: había otra persona en el aire. Entonces nos colgamos jugando con eso, buscando armonías, convencidos de que era viernes. De ese estado de alienación feliz que produce la música viene el nombre.
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