Cómo se vivió la guerra en la Patagonia: tan cerca de Malvinas, tan lejos de Buenos Aires

Desde el continente, las ciudades con bases militares del sur argentino sintieron con “otra piel” el devenir de los acontecimientos bélicos. Reportes periodísticos e historias de los pobladores, así lo demuestran

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Soldados argentinos en Puerto Madryn, Chubut, al regreso de la guerra
Soldados argentinos en Puerto Madryn, Chubut, al regreso de la guerra

El historiador y escritor Federico Lorenz, uno de los mayores expertos en la historia de Malvinas, deslizó algunas ideas sobre las vivencias de la guerra en la Patagonia, tanto en Las guerras por Malvinas (2006), como en posteriores investigaciones académicas. Sin embargo, todavía la Patagonia sigue mereciendo una historia sistemática de lo que pasó en esos territorios en 1982 (como en el conflicto por el Canal de Beagle de 1978).

A nivel regional, la Patagonia y especialmente las ciudades con bases militares como Comodoro Rivadavia, Trelew, Río Gallegos, Río Grande y Ushuaia, entre otras, vivieron intensamente la guerra ya que estuvieron enmarcadas en la zona del Teatro de Operaciones Atlántico Sur (TOAS). En 1982 los corresponsales de la Revista Somos de Buenos Aires que cubrían la guerra entre vientos veloces, husmeaban que en esos rincones insulares se vivía “otra guerra”, quizás hasta la guerra o incluso, instalaban la imagen de la existencia de “otro país”. Es que la guerra se vivió de una manera bien distinta de Bahía Blanca hacia abajo.

Decían: “recoleto y alerta, el Sur vive la guerra con otra piel. No olfatea la pólvora ni los bombardeos lo sobresaltan por la noche, pero sabe del desafío (a veces fatal) de los pilotos, recuerda la cara y la voz de muchos soldados que respiran en las trincheras malvinenses. ‘En el sur la guerra tiene nombre y apellido´. Muchos hablan de dos países: uno, austero y de dientes apretados, que vive de Bahía Blanca para abajo. Otro, informado aunque un tanto frívolo (…) de Bahía Blanca para arriba” (Somos N° 299, 11/06/1982).

De este modo, fueron decantando ciertos elementos comunes propios de la dinámica de situación belicista en la Patagonia: prácticas de oscurecimientos permanentes, amplio desplazamiento de tropas por las calles, sobrecargas de las carreteras por transporte de unidades de guerra, tapiamiento de puertas y ventanas de las casas para “no dar posiciones al enemigo”, intenso movimiento de buques y saturación demográfica repentina por los numerosos efectivos y civiles que se instalaron en dichas ciudades, entre otras.

De hecho, versiones no carentes de fantasía señalaban que se había acentuado el éxodo de mujeres, niños y familias patagónicas hacia Buenos Aires. Más allá de que fuentes oficiales trataron de matizarlo sustentando que “era Semana Santa y por ello iban a visitar a sus familiares”, es lícito pensar que la situación bélica aceleró las presumidas visitas o bien el éxodo genuino. Son muy comunes en los testimonios de patagónicos, las historias de mujeres y niños que migraban al “Norte” –por Buenos Aires– o al interior de sus provincias, mientras que sus esposos se quedaban a proteger sus hogares para no perder lo único que tenían.

A la Patagonia llegaron prontamente, a diferencia de Buenos Aires, los primeros muertos de los enfrentamientos del conflicto del Atlántico Sur. Es, por ejemplo, el caso del conscripto Mario Almonacid de Comodoro Rivadavia. Perteneciente a la clase 60 y descendiente de familia chilena -su padre había sido deportado de aquella ciudad ante el conflicto por el Beagle por supuestas sospechas de espionaje- las noticias sobre el traslado de su cuerpo dan cuenta de un “desborde emocional” de la población comodorense ante la espera de “su caído”, aunque generó malestar que fuera primero llevado a Puerto Belgrano (Bahía Blanca, donde tenía asiento la Marina) y recién destinado a su ciudad.

Mujeres estudiantes de enfermeria en la Escuela Naval. Allí recibieron a soldados heridos durante la guerra (NA)
Mujeres estudiantes de enfermeria en la Escuela Naval. Allí recibieron a soldados heridos durante la guerra (NA)

La espera de los ejercicios de oscurecimiento y el continuo trajinar de efectivos militares intranquilizó a la población, que comenzó a tomar conciencia del clima guerrero reinante e, incluso, el vocabulario bélico había cobrado copioso vigor en la ciudadanía de a pie. A todo esto debe sumarse que la Patagonia fue lugar de tránsito de los soldados prisioneros británicos, hasta que fueran destinados a Montevideo. El Liceo Militar de Comodoro los albergó hasta ser trasladados.

Así, por momentos las esferas civiles no llegaban a diferenciarse de las militares. Pero la situación de guerra en estos espacios no era inédita, la inminente guerra con Chile en 1978, brindó cierto acervo experiencial cuando ocurrió el conflicto de 1982. En muchas ciudades, fueron actualizados los sistemas ya aprestados desde 1978, como lo fue Defensa Civil, que designó Jefes de Áreas, de Sector y de Manzanas, encargados de organizar a los vecinos en simulacros y alertas. En una entrevista efectuada por Somos durante las jornadas de la guerra, la psicóloga Ana Picciolli de esa ciudad, sostuvo que “los chicos que antes dibujaban al Chapulín Colorado ahora dibujan soldados ingleses perseguido por argentinos” (N° 299, 11/6/1982).

En Trelew convivieron soldados acantonados en sus alrededores, provenientes de distintos rincones del país (chaqueños, correntinos, tucumanos, et al), para quienes aquellas poblaciones fueron muy solidarias y comprometidas, llevándoles abrigo, comida y siendo los mensajeros muchas veces de sus familias que no tenían información sobre sus paraderos. También en Trelew, Milton Rhys, excombatiente de la numerosa colectividad galesa, se ofreció como voluntario para pelar en las islas y terminó siendo traductor (por su condición bilingüe) del gobernador de facto Mario Benjamín Menéndez en la Casa de Gobierno de Malvinas.

En Río Gallegos, ciudad de un 60% de población de descendencia chilena, la guerra desató ciertas actitudes sociales chilenofóbicas, ante todo de las autoridades policiales. La Dirección Nacional de Migraciones con delegación en esa provincia, expulsó por lo menos a una decena de pobladores chilenos bajo el amparo de “carecer de papeles en regla para la residencia”. “La frontera es una soga”, dice el poeta Jorge Maldonado y así muchos trabajadores pobres la habían saltado y cruzado, en busca de trabajo para suministrarles alimento a sus familias. Esto derivó en que muchos tuvieran que salir a expresarse a favor de la posición argentina -para no ser represaliados- en las manifestaciones públicas vitoreando: “Argentina-Chile unidos en Paz–Latinoamérica Unida” y “América Unida, jamás será vencida”. Los ecos del conflicto del Beagle, todavía seguían latentes. Para ese entonces seguía utilizándose la expresión estigmatizante de “chilotes de mierda”.

En el extremo austral, las ciudades de Río Grande y Ushuaia, la situación bélica fue quizás mucho más palpable: “un relevamiento (…) denuncia que la temperatura aumenta a medida que se avanza hacia Ushuaia. Mientras los párvulos capitalinos saben de la guerra por tevé (…) el Sur vive la guerra en otra frecuencia ¿cómo podría ser de otra manera cuando el rugido de los aviones forma parte de los ruidos cotidianos, cuando tienen un amigo, un pariente o un novio en el frente?” (Somos N° 299, 11/06/1982), decía un corresponsal de guerra en ese entonces.

La población había aumentado de 12.300 a 19.530 habitantes y llegó a haber más uniformados que civiles. Los hospitales de Ushuaia y Río Grande, fueron pintados en los techos de blanco y con una cruz roja para no ser bombardeados. El historiador riograndense Esteban Rodríguez sostiene que los galpones de las estancias también estuvieron marcados con números porque la aviación argentina no conocía el terreno. En Ushuaia, detuvieron a tres periodistas británicos acusados de espionaje, fueron detenidos en una base aérea portando binoculares y notas detalladas sobre los aviones argentinos. El reciente documental Falklinas (2021), señala que la población ushuaiense, cuando se enteró de los supuestos espías, quisieron lincharlos pero fueron impedidos.

Regreso de los soldados a Puerto Madryn, junio de 1982
Regreso de los soldados a Puerto Madryn, junio de 1982

Para Abel Sverna, un poblador de Río Grande, la guerra los dejó sin trabajo tanto a él como a su mujer. “Luego se nos empezó a nublar un poco la cosa, porque mi mujer y yo que éramos guías de turismo, nos quedamos sin trabajo automáticamente. Se cerró todo y era complicado traer las cosas”.

Tras la derrota y el retorno, mientras navegaban mar adentro hacia las costas atlánticas de la Patagonia, muchos soldados se enteraron por boca de sus oficiales “que el pueblo argentinos estaba enfurecido y los esperaba para apedrearlos”. En realidad fue una farsa -una de las tantas- para que los soldados no contaran las brutalidades que habían vivido en Malvinas.

El 19 de junio de 1982, el buque británico Canberra atracó en muelle Luis Almirante Storni de Puerto Madryn con algo más de 4.172 soldados que volvían de la guerra. Sin embargo, el repudio social hacia ellos fue un invento. En aquella ciudad de las ballenas, el día de sus arribos se conoció como “el día en que Madryn se quedó sin pan”. Numerosos patagónicos, habían vaciado las panaderías para, rompiendo el cerco perimetral militar y casi en una escena bíblica, acercarles un pedazo de pan a la soldadesca. Muchas narraciones, confiesan que hubo soldados que se bañaron en las casas de madrynenses, comieron y hasta llamaron a sus familias.

Estos fueron solo algunos episodios sobre cómo fue asimilada la situación bélica de Malvinas en estas regiones patagónicas, muy distinta al triunfalismo reinante en un centro hegemónico como Buenos Aires que vivió la guerra en otra sintonía y que moldeó su visión como “la visión” oficial nacional. La Patagonia fue, por muchos motivos, el otro escenario de la batalla por Malvinas. Resta aún escuchar más testimonios y dar luz a los registros que dan cuenta de aquella experiencia de huellas bien peculiares.

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