En 2019, en la exposición Art Basel de Miami, dos series de una obra que consistía en una banana adherida a la pared con cinta adhesiva gruesa y plateada se vendieron en 120.000 dólares. Por esto, al italiano Maurizio Cattelan, su autor, pronto le llovieron dardos provenientes de todas las esferas. La pregunta que flotó en ese momento y lo sigue haciendo ahora es inevitable: ¿puede ser considerada esa instalación una obra de arte o es simplemente un fraude? ¿Qué sucede cuando el arte contemporáneo parece irse al extremo de lo absurdo, la burla y lo ominoso?
El término arte contemporáneo, aplicado al arte producido a partir de fines de la década del sesenta, es una denominación tan abarcativa como convencional. Es una etiqueta que carece de provocación, además de una perspectiva social y geográfica. Ready-made o arte encontrado es más asertivo porque en su definición está el cambio de paradigma: se refiere al arte hecho con objetos cuya funcionalidad es diferente a la del objeto artístico. Marcel Duchamp y su orinal famoso dado vuelta en una exposición de arte en 1917 son, para muchos, el puntapié inicial de lo que se consideró, desde los claustros academicistas y poco afectos a las posturas vanguardistas, una aberración. Su obra inauguró una base conceptual sobre la que se asentó gran parte del arte por venir.
De estética y cambio de roles
Sin embargo, existen una serie de claves que ayudan a abordar este tipo de objetos artísticos y que son necesarias para así evitar juicios apresurados. Es importante entender que el arte ya no debe encajar en los vetustos y canónicos parámetros de belleza. Esa premisa es sustancial y comenzó a gestarse a fines del período clasicista cuando los alumnos que acudían a las academias europeas comenzaron a rebelarse contra los preceptos estéticos establecidos. Fueron estos futuros artistas quienes iniciaron una ruptura con los modelos y la tradición. Quizás el término Bellas Artes sea ya una forma demasiado enraizada en el pasado.
El cambio de soporte en el que se asienta la obra también es otro de los puntos fundamentales para empezar a entender el arte de nuestros días. Ya no son necesarios el bastidor o el mármol (por nombrar solo algunos) para que el artista exprese su visión del mundo. Lo que importa es el concepto, la idea que expresa la obra y que debe ser contextualizada en su tiempo. Y en este ítem hace su entrada otra de las claves esenciales: el rol que tiene el espectador, que se vuelve un actor principal.
Desde inicios del siglo XX el espectador ya no es un sujeto pasivo que acude a los museos a contemplar arte con admiración. Influido por las vanguardias europeas, se trata, en cambio, de uno activo que reflexiona, extrae conclusiones impensadas y reacciona. Esta inversión de roles convierte al espectador en un eslabón importante del mensaje (concepto) que la obra transmite. Incluso, si no se entiende el espíritu de la pieza, eso también forma parte de ésta.
El peso del vacío
Muchos medios replicaron la noticia: en 2021, el Museo de Arte Contemporáneo Kunsten de Aalborg, Dinamarca, le entregó 72.000 euros al artista Jens Haaning para que representara, por medio de una obra, los salarios de un trabajador de ese país y otro de Austria. Al tiempo, Haaning entregó dos lienzos en blanco que tituló Toma el dinero y corre. Como era esperable, la reacción fue negativa: se trataba, lisa y llanamente, de un fraude.
La lectura inmediata que arrojó el hecho fue que el artista, en su carácter de firmante de un contrato de consentimiento con el museo, estaba incumpliendo con su parte. Sin embargo, esta indignación pública también se apoya en el error instalado en la sociedad de que los artistas (cualquiera sea la naturaleza de sus obras) son personas bohemias que deben renunciar a lucrar con su arte.
Para el caso, las autoridades se lo tomaron con humor, expresando que “obras como Toma el dinero y corre ofrecen una visión divertida e invitan a reflexionar sobre el valor que se le da a la actividad del trabajo”. Pero esa declaración no quedó ahí; también le exigieron al artista que al término de la exposición devolviera el dinero. Éste redobló la apuesta diciendo que el hecho por el que se lo acusaba “no era un robo si no un incumplimiento del contrato y que eso también era parte del trabajo.” Al negarse a devolver esa suma importante, el museo, claro, tiene la intención de demandar a Haaning.
En el ámbito de la música sucedió algo parecido con la obra controversial 4′33″, de John Cage, que puede ser interpretada por cualquier instrumento simplemente porque en la partitura se le indica al intérprete que debe mantener silencio (tacet, en notación musical) durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. También la banda inglesa Talk Talk trabajó con la idea de incluir lapsos de silencio, tal como puede apreciarse en su último disco Laughing Stock, de 1991. Aquí, nuevamente, se hace importante el papel de un oyente activo. ¿Qué sucede durante estos silencios? En medio de un contexto musical, la paradoja será escuchar los sonidos del ambiente al desarrollarse estas piezas. Las diferentes reacciones que las obras despiertan (indignación, descalificación, ansiedad, adulación, elogios) le darán mayor valor.
La obra es también los sentimientos que genera.
El peso del vacío 2
Salvatore Garau, artista plástico cuyas esculturas están presentes en muchos de los museos de Italia, vendió, en 2021 y por 14.820 euros, una escultura invisible titulada Delante de ti. Ésta no es su primera obra inmaterial: en Nueva York ya había instalado una llamada Aphrodite Piange, y en Milán hizo lo propio con Buddha in contemplazione. Ante el aluvión de críticas y posicionamientos contrarios a lo invisible de las obras de Garau, fue el mismo autor quien dijo que este tipo de expresiones “tienen un valor histórico inédito porque representan la perfecta metáfora que es vivir este presente”. Pero más allá de los sentimientos inmediatos de asombro o bronca que esto despierte, ¿qué se puede inferir de ésta obra y otras similares?
No todo lo que existe debe ocupar un espacio. El vacío y la inmaterialidad, contrario a lo que arroja una primera lectura equivocada, evocan la incertidumbre con respecto al futuro y los miedos de una sociedad cuyos valores parecen amenazados ante el avance de las nuevas perspectivas y tecnologías. La ausencia del objeto enunciado en su nombre enfatiza el drama que representa.
Otro factor que importa es el de la fugacidad, estrechamente relacionado al sentido del vacío. ¿Es éste un tipo de arte hecho para el olvido? Definitivamente es una de las intenciones de los artistas que enmarcan sus obras en lo que Zygmut Bauman llamó arte líquido. El filósofo y sociólogo polaco concibe los verbos crear y destruir como dos aspectos del mismo proceso artístico.
En Comedian, la obra de la banana adherida a la pared, se puede apreciar esto mismo: ¿qué sucede si se seca el adhesivo de la cinta? ¿Y si la banana se pudre? Incluso si es tirada abajo la pared en la que ambos elementos se sostienen, la respuesta a todas estas preguntas es que la destrucción es parte de una obra que, aunque deje de existir, persiste en su idea conceptual. Mientras duró el pegamento y la banana no inició su proceso natural de descomposición, la obra tuvo su aquí-y-ahora. Como se mencionó anteriormente, las reacciones llevaron a la parodia y la imitación (muchos usuarios de redes sociales replicaron la banana encintada en sus casas). Estas reacciones deben ser entendidas como parte del concepto creativo y perdurable de una obra.
Premios y dinero: ¿una forma de validación?
Maurizio Cattelan solo compró una fruta muy común y barata, y con una tira de cinta de no más de veinticinco centímetros, el mercado la transformó en algo valioso. Lo mismo sucedió con el ganador del prestigioso premio Turner en 2001, el escocés Martin Creed, que realizó una pirámide con rollos de papel higiénico. Entonces, ¿las ventas y los premios recibidos le dan mayor prestigio a ese tipo de piezas cuya ironía extrema las puede convertir en un meme?
Tracey Emin, la artista de mayor renombre surgida de los Young British Artists, acusada de egotista por comercializar sus traumas juveniles (como si eso no fuera válido para los artistas) y también galardonada con el premio Turner, levantó una ola de críticas hacia 1999 cuando transformó su propia cama (My bed, subastada en Christie’s en 2.550.000 pounds) en una obra de arte. La instalación, expuesta en la Tate Gallery de Londres, constaba de su cama con las sábanas revueltas y sucias, manchas amarillas, colillas de cigarrillos, condones usados, bragas, tampones y botellas de vodka. Su vida de aquellos años, o ciertos momentos de ella, pasaron a ser el centro de su obra.
Teniendo en cuenta entonces las grandes sumas de dinero en las que se comercializaron estas obras y los espaldarazos recibidos por instituciones de renombre, ¿a qué se le da valor en el extraño mercado del arte? A grandes rasgos, se critica la sociedad de consumo pero también se comercializan las armas de los artistas (sus obras) utilizadas para ese fin.
El arte no se trata de likes
Desde la teoría, Ernst Gombrich fue uno de los principales precursores de la desmitificación del arte. El historiador británico de origen austríaco, traducido a más de veinte idiomas, afirmó que no existe el arte si no los artistas y que son éstos los encargados de dar por tierra los cimientos sobre los que la idea de arte se asentó cómoda a lo largo de los años. También acusa a los museos como los responsables de imprimir ese halo sacro a las obras: sogas o marcas en el piso que rodean pinturas y esculturas para su protección, el silencio reinante en las salas, las vallas, los guardias de mirada inquisidora, los vidrios como escudos, la severidad de las cámaras de vigilancia…
El arte no debe ser evaluado por un tamiz tan liviano como una simple cuestión de gustos. No se trata de alzar el pulgar o declinarlo, como así tampoco los artistas deben pretender solo recibir halagos.
La lucha del artista actual es justamente esa cruzada: demostrar que la actividad artística cambia porque es síntoma del mundo revuelto que vivimos hoy en día. Ir en contra de lo bello y de los prejuicios heredados que demarcaron los gustos a lo largo de los años es el camino para que el arte siga siendo un elemento de denuncia y de cambio y no simplemente algo mimético y fidedigno.
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