Diego Ramón Jiménez Salazar no dice nada para el público musical de Hispanoamérica. Otro cantar es Diego “El Cigala”, de él se trata. Tal vez el cantor de flamenco más relevante de este siglo, dueño de un registro vocal inconfundible y un carisma a toda prueba. Para todos estos elogios, claro, hubo de mediar un disco fundamental: un hito en la confluencia de músicas de América y España. Lágrimas negras, grabado junto al octogenario pianista cubano Bebo Valdes y publicado en 2003, cuya estela de sentimiento y calidad se prolonga en el tiempo hasta nuestros días. Un disco clásico en el sentido exacto del término musical. Fue posible debido a una extraordinaria conjunción de ritmos latinos con una portentosa interpretación vocal de raíz flamenca.
Con Lágrimas negras hubo un antes y un después, para el artista y para su audiencia -cada vez mayor- en toda América latina. Y en especial sucedió Argentina, el lugar al que vuelve el cantaor gitano esta semana con presentaciones previstas en el miércoles, en Rosario el viernes 25, en Buenos Aires (Teatro Gran Rex) el sábado 26 y en Mendoza, el lunes 28.
“¿Sabes lo que me gusta de Argentina? Que es un pueblo guerrero, que siempre está de pie por más que venga lo que venga. Y siempre se recupera, ¿sabes por qué? Porque está Dios ahí. Los quiero mucho por el corazón que tienen”, le dice el Cigala con su inconfundible tono de voz a Infobae Cultura en la previa de estos recitales.
No fue el único momento en que habló con evidente cariño de Argentina, sus ciudades, su gente y sus amigos de la vida. Por ejemplo, Andrés Calamaro. “¡Por favor! Mi querido Andrés, desde aquí le mando el mayor de los abrazos. Que lo amo. Díselo de mi parte y que puede contar conmigo siempre y que siempre estaré eternamente agradecido de ese Cigala Tango que fue posible gracias a él, a Néstor Marconi y Juanjo Domínguez”. O también, Jorge Fernández Díaz. “Este escritor y periodista, ¿cómo se llama? Jorge Fernández creo… Otro hermano mío. Jorge: perdóname que no me acordaba pero la edad…. (sonora carcajada).
También habla de Mercedes Sosa. “La mamá de América, mi querida negra. Se me quedó en el tintero conocerla. Y cuando supe de la noticia de la muerte de su hijo Fabián, mandé el pésame a toda la familia. Fue tan amable cuando me mandó la pista de “Hay un niño en la calle”. Y te cuento hermano, cuando la estaba grabando, fue como si el espíritu de ella entrara por la ventana y se hubiera sentado enfrente. Soñé que me decía ‘Diego, te voy a cantar un ratito’. Y luego de una pompa de humo, se fue”. Enseguida recuerda otro que se fue. “¿Sabéis quién más iba a estar en el disco? Mi compadre, a quien de repente se lo llevó Dios... Rubén Juárez, el gitano argentino. Nadie tenía su habilidad para tocar el bandoneón y cantar al mismo tiempo. Señor Rubén Juarez, Dios lo tenga en el cielo”. Amén.
La sucesión de nombres y recuerdos sucede durante toda la entrevista, bastante informal por cierto. Porque el hombre de barba y pelo largo, con multitud de aros, anillos y colgantes, más bien elige sus propios caminos para responder. Mejor dicho: elige cómo hablar de su música, de su amor por Dios, de su cultura gitana o, como bien se remarcó, de todo lo que le gusta de Buenos Aires. “Argentina me quiere mucho y yo la quiero mucho… Lo único que quiero es llegar a Argentina y cantar. Cantar y disfrutar, disfrutar de ellos, de mi público y de un buen Malbec, darme una vuelta por San Telmo y si puedo me voy al Boca también, a comer un choripan antes del partido”, suelta y enseguida una nueva carcajada remata la frase.
—Ahora vives en República Dominicana desde hace unos cuantos años… En Punta Cana, un lugar feo ¿no? ¿Cómo resulta esa experiencia?
— Que quieres que te diga, un lugar muy deprimente… (risas) No hay filósofos allí, para qué si son las personas más felices del mundo. Allí reina Dios, papá Dios total. Mi esposa (que en paz descanse) doña Amparo Fernández Carrascosa, fue la que me llevó a Dominicana por la mano de Dios. Así llegué a esa bendita tierra que tanto amo y respeto. Voy por la calle y solo siento cariño, sin molestarte, con mucha educación. Son muy amenos, ayudan a quien sea…
—Cuéntame ¿Por qué te fuiste de España?
—Me fui de España porque estaba un poquito harto cuando estaba pasando aquello de la crisis, de toda la mierda que estaba pasando. Era un caos total. No había nada, no había futuro para la juventud, pagando estudios toda la vida para los hijos… Pero ese no fue el detonante. Porque yo vivía bien, gracias a Dios, con mi canto y con mi música. Pero estaba saturado, el señor presidente don Leonel Fernández me ofreció la nacionalidad dominicana. Es muy gratificante vivir en un país del Caribe, con unas chanclas y una camiseta ¡Y punto! (risas)
—¿Cómo viviste estos años de pandemia?
—Con mucho dolor, mucha incertidumbre. Yo estaba en Punta Cana y caminaba por la playa porque era lo único que podía hacer: estar donde no hubiera nadie. Lo pasé en mi casa: recuerdo los paseos y comerme mucho la cabeza… Tenía una gira de 70, 80 conciertos y se vino todo abajo. En ese momento estaba por grabar un disco y a los 15 días de llegar a Madrid, se cerró el mundo entero ¡A la mierda! ¡Nuevo orden mundial! ¿Sabes lo que hice? Meterme a grabar. Mientras había toque de queda por la noche, me arriesgaba a una multa o una detención, y como estaba a 10 cuadras del estudio, tomaba mi cochecito y me iba al estudio a grabar. Así salió Cigala canta México y otras cositas. Pero caí en depresión, una depresión gorda por la incertidumbre de cuándo iba a volver a subir a un escenario. Pero ha salvado mi Nazareno, mis hijos y mi música. Ya está.
— Inevitable hablar con un cantaor flamenco y preguntarle por Camarón… Dime algo de Camarón…
—Era el mejor de todos los tiempos. José Monje Cruz es el mejor de todos los tiempos de aquella época y de la que vendrá. Sin duda. Y de ahí he bebido yo y seguiré bebiendo hasta el día que me muera.
—Grabaste boleros cubanos, música ranchera mexicana, tangos argentinos ¿Qué fue lo que te atrajo tanto de la música de América latina?
—Las similitudes que tiene rítmicamente sus letras, los mensajes que tienen. Y la rítmica (N. de la R: hace palmas para marcar el ritmo), que es muy parecida al flamenco. Son dos maneras parecidas que cruzan el charco y aunque no se hubieran juntado nunca, está ahí como si tuvieran una cohesión de toda la vida. Eso me atrajo, pero siempre sin perder el punto del flamenco… Lo que soy. Pero sí me gusta dar ese flamenco con una nueva interpretación. Así pasé unos nervios… Como pasó en su día con Cigala Tango, que los tenía acá (N. de la R: se señala la garganta e imita acento argentino): ‘hermano querido, acá nos van a linchar. Tenía miedo que en el Gran Rex me gritaran ¡pelotudo!’ (risas).
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