Adelanto de “La guerra menos pensada. Relatos y memorias de Malvinas”

Infobae Cultura publica ‘Las Malvinas son literatura argentina’, prólogo de Sergio Olguín con el que se abre el libro que reúne textos de Luis Gusmán, María Teresa Andruetto, Jorge Consiglio y Ariana Harwickz, entre otros

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“La guerra menos pensada. Relatos y memorias de Malvinas” (Alfaguara), varios autores
“La guerra menos pensada. Relatos y memorias de Malvinas” (Alfaguara), varios autores

La guerra de Malvinas es una herida abierta, una llaga que todavía supura en el cuerpo del país. Duele, incomoda, se mira de costado, reaparece en las noches de insomnio o estalla en medio de una pesadilla. Con toda esta carga real y simbólica de muertes y pérdidas, era imposible que la literatura no se hiciera cargo de reflejar en sus historias los aciagos días de 1982 y sus consecuencias en el tejido social argentino. Los escritores aman las heridas y pasar el dedo sobre ellas.

Cuando la guerra todavía estaba en la primera plana de los diarios, pero la ilusión de una victoria ya se había desvanecido, dos escritores se animaron a convertir el conflicto bélico en ficción: Fogwill, con su novela Los Pichiciegos, y Carlos Gardini, con su cuento “Primera línea” (publicado un año después en el libro de relatos homónimo). La novela se convirtió muy rápidamente en un clásico de la narrativa argentina, dando el espaldarazo que necesitaba Fogwill para consolidarse entre los nombres fulgurantes de la transición democrática. La obra de Gardini todavía espera una justa reivindicación.

La ficción argentina siempre ha tenido una versión urgente, escrita con una celeridad que la acerca al perio dismo, y un devenir más reposado. Desde aquellos textos fundacionales, la ficción no ha dejado de producir una literatura que gira alrededor de la guerra. Es cierto, nunca son muchos textos a la vez. No se puede hablar de un boom literario alrededor de Malvinas, pero su presencia ha sido constante en todos estos años. Como si cada tanto se necesitara conjurar los fantasmas de la sinrazón bélica, como si fuera necesario plantar mojones que armen un mapa del desconcierto y el dolor que todavía genera este tema, incluso en escritores que ni siquiera habían nacido cuando ocurrió la guerra. Tal es el caso de Sebastián Ávila (1985), autor de Ovejas, gana dora del Premio Futurock de Novela 2021, el último hito literario hasta el momento.

Entre Fogwill y Ávila, entre Gardini y esta compilación, Malvinas no dejó de aparecer en el imaginario de los escritores locales: novelas, cuentos, poesías, obras teatrales, crónicas. Ficciones que transcurren en las islas, en el continente, durante la guerra, en los años siguientes, en la actualidad. Tragedias, policiales, humor negro, ciencia ficción, novelas intimistas, textos experimentales, experiencias propias o recogidas. Vidas propias y ajenas. La sombra terrible de la guerra sobre una literatura acostumbrada a trajinar la historia, la política y el testimonio.

Si el origen de la ficción nacional está marcado por la violencia, especialmente la violencia política, y si nuestra narrativa nunca despreció hacerse cargo de los hechos históricos, Malvinas se acomoda perfectamente dentro de esos parámetros. Porque Malvinas es mucho más que una guerra perdida, es la dictadura militar enviando a la muerte o a la mutilación (física, mental) a miles de soldados conscriptos, es un pueblo triunfalista, una muchedumbre que primero aplaudió y luego insultó, es una generación cuya banda de sonido se cantaba en castellano, es la negación en los años siguientes y es el tibio florecer de una consciencia social, de una causa común, de un dolor compartido en las últimas décadas.

Los diecisiete cuentos que integran esta compilación, escritos especialmente para este libro, marcan una continuidad con el corpus de historias sobre la guerra de Malvinas. Son relatos que hablan de un tiempo pasado, pero que también interpelan el momento presente de su escritura. La mirada que estos autores tienen sobre el conflicto bélico, sobre su consecuencia en los protagonistas o en su entorno, dice también mucho de estos días. Es lo que ocurre en “Lejos de casa”, el cuento de Luis Gusmán que abre este libro como una manera de ver y sentir la guerra observando una tumba en la Puna de un combatiente caído.

Escribir es —puede ser— recordar. Varios de los cuentos de este libro utilizan la primera persona para construir una historia de recuerdos de aquellos días. No importa hasta qué punto son autobiográficos, cuánto hay de experiencia real —si es que la experiencia real puede ser tal en una ficción—, pero no puede dejar de leerse bajo esa luz, en mayor o menor medida.

“Retaguardia”, de Jorge Consiglio, es una de esas narra ciones marcadas por el afán autobiográfico (el narrador se apellida igual que el autor): la rutina de un soldado que no fue al campo de batalla, sino que se quedó en la retaguardia y vive la guerra como un tiempo muerto (aunque las muertes ocurren a miles de kilómetros). La mirada del conflicto bélico desde la infancia es el enfoque elegido por Roque Larraquy en “Por qué jugué de inglés”, un cuento que proyecta la guerra en los vínculos infantiles, siempre cargados de crueldad e injusticia, como una especie de “Señor de las Moscas” criollo en pleno 1982.

Durante la guerra hubo un “nosotros” y un “ellos”, un “yo” y un “vos” que remiten a lo que cada uno vivió en esos días. El corte sincrónico que hace Clara Obligado en la historia coral de “Pretérito imperfecto” le permite observar la guerra desde múltiples perspectivas y sensaciones. La guerra es una tragedia, pero también puede ser una excusa política o el trasfondo de una historia íntima, alejada de los acontecimientos bélicos.

La experiencia femenina de la guerra aparece vinculada a la adolescencia de las protagonistas. Mónica Yemayel, en “Las chicas del 63″ recuerda los años jóvenes en los 70 que culminan abruptamente en 1982, con el hundimiento del Crucero General Belgrano. La historia se reconstruye con la memoria, pero también con las crónicas periodísticas de aquellos días. “Teníamos una misión. Escribirles cartas a los soldados que lucha ban por nuestras islas”, escribe Gloria Peirano en el comienzo de “La carta de un soldado”. La correspondencia entre chicas y combatientes, que generaba una corriente erótica entre el acto heroico de los varones y la espera admirativa de las mujeres, pierde su tono romántico cuando la realidad del combate se asoma en el pensamiento de la protagonista. Por su parte, María Sonia Cristoff, en “Ejercicios de oscurecimiento”, cruza una historia de amistad entre chicas con el espionaje y la traición de consecuencias impredecibles: “Como si la guerra nos hubiese arrebatado algo que todavía no alcanzábamos a registrar”, escribe la autora.

Carla Maliandi, en “Ismael”, opta por una historia que escapa del realismo habitual para incursionar en el género fantástico. La narradora es una preadolescente que comparte su habitación con la presencia de un soldado, una presencia que se mantendrá durante mucho tiempo en su vida.

A medida que los protagonistas (y los autores) no participan directamente de la experiencia de la guerra recurren a lo vivido por otros, como hace el protagonista de “El hombre en el cajero” de Mariano Quirós, que se vincula con un excombatiente, un “indio” del norte argentino, muchos años después de los enfrentamientos. De manera mucho más autobiográfica, Mauro Libertella en “Nuestras guerras portátiles”, resume y clasifica sus vínculos y conocimientos de la Guerra de Malvinas. Las consecuencias sociales y literarias de un conflicto visto por alguien que nació al año siguiente de los acontecimientos.

Las referencias literarias también aparecen en “El beso de la mujer cucaracha”, de Raquel Robles. Manuel Puig es una excusa para meterse en la vida de dos personajes marginales, uno de ellos marcado por la guerra y el deseo. El cuerpo como un lugar de batalla y de reivindicación.

En “Fragmentos de un relato imposible”, María Teresa Andruetto recurre al collage testimonial de artículos y declaraciones de aquellos días para contar una historia marcada por la tragedia. El frío y la espera irrumpen en “Permafrost”, de Perla Suez. El frente bélico, los temores de dos soldados que hacen guardia, la derrota que se hace cada vez más palpable en un clima tan inhóspito como la realidad.

Lo más descarnado de la guerra aparece en “Todo el tiempo del mundo”, de Marcelo Figueras. La vida de un combatiente se vuelve presente en medio del enfrentamiento. Recordar como una forma de supervivencia, sobrevivir como una forma de ser testigo y protagonista de la locura a la que arrastró a toda una generación el gobierno militar.

Edgardo Scott, en “Historia del avión”, parte de un hecho real, la instalación de un avión de guerra en una plazoleta de Lanús Oeste, para imaginar una Argentina futurista y distópica. En un clima cercano al thriller, “Ejército enemigo”, de Hernán Ronsino, plantea las miserias de un ejército preparado para el acomodo y el chantaje más que para la batalla con el enemigo exterior.

Ariana Harwicz recurre a una forma híbrida de relato y utiliza la forma de una obra teatral para retratar el dolor, el desencanto y la amargura de los soldados. “Nada había acabado del todo: ni la jerga trastornada de ese tiempo ni el susurro aún inteligible de la historia. (...) No, se dijo Cufré, nada acabó del todo”, escribió Andrés Rivera en En esta dulce tierra. Lo mismo puede decirse de la Guerra de Malvinas. Nada termina del todo y es en la literatura donde mejor se refleja esa falta de final, la incomodidad de una historia que se resiste a ser solo pasado.

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