Anticipo exclusivo de “Abundancia: la experiencia de vivir en un mundo pleno de información”, de Pablo J. Boczkowski

Infobae Cultura publica un fragmento del libro que forma parte de la colección Futuro Anfibio de Unsam Edita. Se presenta hoy a las 18 horas en Dain Usina Cultural (Nicaragua 4899, CABA) con el autor, Silvina Heguy, Iván Schuliaquer y Leila Mesyngier

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“Abundancia: la experiencia de vivir en un mundo pleno de información”, de Pablo J. Boczkowski
“Abundancia: la experiencia de vivir en un mundo pleno de información”, de Pablo J. Boczkowski

Capítulo 5: Entretenimiento

Apego

Los comentarios de muchos entrevistados sobre sus prácticas evidencian un nivel significativo de apego al contenido audiovisual que miran en sus casas. No hubo un patrón comparable con respecto a ir al cine, al teatro o al museo. Esto, a la vez, marca otra diferencia significativa entre el consumo de entretenimiento dentro y fuera del hogar. Además, el análisis revela una conexión fuerte entre este nivel de apego, por un lado, y la constante abundancia y disponibilidad de contenidos percibidos como atractivos, por el otro lado. Esto es particularmente prevalente en el caso de la ficción serializada a través de plataformas de streaming; está ligeramente presente en las telenovelas y no se aplica en absoluto a mirar películas en casa. El apego le da forma no solamente al contenido que miran las personas, sino también indirectamente a la programación que eligen no consumir. Finalmente, aunque tiende a estar vinculado a una percepción de bajos niveles de eficacia, algunos entrevistados comentan sobre cómo limitan sus prácticas de visionado para contrarrestar lo que consideran que son efectos negativos de estar conectados al entretenimiento audiovisual en el hogar.

El siguiente diálogo tuvo lugar durante una entrevista con Marcelino, un maestro de 41 años.

Entrevistador: ¿Cuándo fue la última vez que viste televisión, pero no para mirar noticias?

Marcelino: Hace un par de horas.

Entrevistador: ¿Cómo?, ¿en la computadora o en el televisor?

Marcelino: No, en el televisor. Miré ocho capítulos seguidos de una serie que me vuelve loco.

Entrevistador: ¿Me dirías cuál?

Marcelino: Limitless.

Entrevistador: ¿Es nueva?

Marcelino: Sí, sí, es increíble.

Entrevistador: Bueno, voy a…

Marcelino [interrumpe]: No, no, te la recomiendo. ¡No sabés lo que es!

Entrevistador [se ríe]: ¿Te gustan mucho las series?

Marcelino: Soy un fan de las series, pero además de eso, Netflix te permite mirar una temporada entera de una.

[…]

Entrevistador: ¿Y cuánto tiempo dedicás a mirar televisión?

Marcelino: Uh… [piensa]. Bueno, en general llego a casa entre las 21 y 22. Vivo solo. Cocino, termino de cenar o a veces me hago un sándwich, me voy a la cama y enciendo el televisor, hasta las dos o tres de la mañana… ¡Miro capítulos!

Más allá de la ironía de estar conectado a una serie llamada Limitless (“Sin límites”), este diálogo ilustra la existencia de un vínculo intenso entre las personas y el contenido –tanto en términos del tiempo dedicado como en la conexión emocional– y la asociación de esta experiencia con la abundancia de programación disponible. Joaquín, un analista de sistemas de 28 años, dice: “Consumo Netflix hasta morir y pueden ser varias horas. Los fines de semana que no quiero hacer nada, consumo Netflix desde que me levanto hasta la noche”. Para Ramiro, un estudiante, Game of Thrones: “Me voló la cabeza. Empecé tarde […] Y miré dos temporadas durante una semana de vacaciones”. Laura, la estudiante, comenta que el día previo a la entrevista había mirado Netflix. Y agrega: “Todo el día. ¡Qué desastre! Me vuelvo adicta si me engancho con una serie”. Tatiana, la bibliotecaria, confiesa: “No soy una de esas personas que pueden ver un capitulito por día. Digo, si miro algo, tengo que terminarlo”. Comenta sobre el momento en que descubre una serie que le gusta: “Es un obstáculo en mi vida. […] Porque de repente tengo que terminarla, es decir, tenés la serie completa en Netflix”. Lucila, la oficinista, comparte la sensación ambivalente de Tatiana, aunque eso no hace que se detenga: “El sábado pasado a la noche miré seis capítulos de Girls. […] Pero deja de ser una fuente de disfrute para convertirse en una obligación”.

Como demuestran los testimonios de Joaquín, Ramiro, Laura, Tatiana y Lucila, el apego al contenido audiovisual es particularmente fuerte en el caso de la ficción serializada. Los entrevistados dicen que esto es por la confluencia entre dos factores. Por un lado, hay una falta de cierre al final de cualquier capítulo dado y una continuidad a lo largo de los capítulos –lo cual también se aplica a otros géneros televisivos como las telenovelas–. Por el otro lado, la disponibilidad de temporadas enteras en los servicios de streaming, televisión satelital y sitios en línea marca una diferencia con mirar series y telenovelas en la televisión abierta y de cable. Como resultado, el apego le da forma no solamente al contenido que las personas miran, sino también a lo que eligen no mirar –series contra telenovelas y películas–. Además, está vinculado a la percepción de niveles relativamente bajos de autoeficacia. Mariana, una arquitecta de 39 años, dice que prefiere las series a las películas en la televisión:

Toma más tiempo [mirar] una película que una serie, un capítulo de una serie. Y es como que siempre hay algo pendiente en la serie, siempre. Así que quiero saber lo que pasa, cómo sigue. […] Es como que con las series, hasta que no las termino. […] Hay un hilo [entre episodios], y quiero seguir mirándolo hasta el final.

Por contraste, Estanislao, el oficinista, prefiere mirar telenovelas en la televisión abierta más que series en streaming: “La telenovela se termina, mientras que las series no. […] Tenés la posibilidad de seguir mirando. […] Con las telenovelas, estás obligado a esperar hasta la próxima emisión para mirarla [otra vez]”. Agrega que con las series por streaming: “Quizá sea difícil parar y decirte, ‘no, paro acá y miro un solo capítulo’. […] Es difícil tener autocontrol”. Humberto, un empresario y abogado de 49 años, prefiere las películas a las series: “No porque me gusten más sino porque las series me enganchan mucho, y me fuerzan a querer ver todos los capítulos de una. Y no tengo paciencia o el tiempo disponible para hacerlo”. De manera similar, Carla, una abogada de 45 años, declara:

No miro series, porque me absorben mucho y me generan avidez. Y como tengo que trabajar al día siguiente y necesito dormir, trato de no mirar series. A no ser que dediquemos el fin de semana entero a mirar una serie, prefiero mirar una película que empieza y termina.

Los comentarios de Estanislao, Humberto y Carla ilustran no solo la percepción de bajos niveles de autoeficacia, sino también que las personas desarrollan medidas para limitar su exposición a contenidos a los que sienten que podrían desarrollar apego. Algunas de estas medidas son estacionales, como limitar la exposición a ciertos momentos del año con menos obligaciones, como las vacaciones. Juana, la estudiante, dice: “La única época en la que consumo [Netflix] es en el verano, cuando no tengo clases ni cosas así”. Agrega que durante ese tiempo: “Miro una serie después de otra, paso el día entero enganchada a Netflix. […] Pum, pum, pum, terminás una serie en menos de una semana, tres días”. O están basadas en el tiempo. Marina, la analista financiera, comenta que cuando escribió su tesis de grado, tenía una regla: “Cuatro horas de tesis todos los días [y] cuarenta minutos de Netflix”. Pero otros son más extremos y se abstienen completamente de mirar ficción serializada por streaming, como fue el caso de Isabel, la estudiante descripta en el Prefacio.

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