En 2009, el autor Hernán Bergara entrevistó a Alberto Laiseca, autor de Los Sorias y Matando enanos a garrotazos, quien falleció en 2016 a los 75 años. Infobae Cultura publica un fragmeno del texto completo, que saldrá en el N°7 de Golosina Caníbal.
— Hernán Bergara: Vio, Alberto, que la literatura argentina tiene una fama de ser particularmente autorreferencial, de estar muy preocupada por trabajar en la construcción de una especie de mapa donde incluir la obra propia. Usted, cuando escribe, ¿tiene un ojo en esas preocupaciones o no le interesan en lo más mínimo?
— Alberto Laiseca: No, no, sale como tiene que salir. Mirá: no es la primera vez que lo cito: hay una frase de Tolstoi que dice “si quieres ser universal, pinta tu aldea”. Yo no estoy en desacuerdo con lo que dijo Tolstoi. Sin embargo, me parece incompleto, le agregaría otra frase: “Si quieres pintar tu aldea, sé universal”. Eso le agregaría yo, sin negar la otra frase. Me parecen dos frases complementarias: la de Tolstoi y esta otra, las dos son ciertas. Yo más bien siempre pinto mi aldea, pero para eso soy universal. Soy universal para pintar mi aldea. Es mi estilo, es lo que me sale de adentro, ¿viste? Por toda mi formación, por todas las cosas que viví.
— H.B.: Usted, en todo reportaje que se le hace, habla mucho de la exageración. “Lo que no es exagerado no vive”. ¿Esta es de Oscar Wilde?
— A.L.: No... Lo que pasa es que Oscar Wilde estaría de acuerdo, que es otra cosa. No, que yo sepa, no es de Wilde, ¿eh? No, que yo sepa no. ¿De dónde decís vos, de qué obra de Wilde?
— H.B.: No, no, porque a lo mejor me confundí con alguna otra cita que usted menciona, como estribillo, de Wilde.
— A.L.: Siempre lo menciono o cito a Wilde, pero esta me parece que es mía.
— H.B.: Qué feo cuando uno cree que... pero este no es el caso, me parece.
— A.L.: ¿Que algo es de él y es de otro? En general no me pasa eso, no, tengo bastante buena memoria, por suerte.
— H.B.: Hay memorias plagiarias, ¿no?
— A.L.: Sí, plagios involuntarios. Muchos plagios involuntarios. A veces tienen que ver con lo que yo llamaría “la magia”. Por ejemplo: yo estaba viviendo en Escobar y estaba escribiendo un guión de un largometraje, una versión del Fantasma de la Ópera. Te acordás que el fantasma trabaja en su obra maestra, que es el Don Juan triunfante, que es una cosa estremecedora y qué sé yo. Yo, francamente, pienso que Leroux tomó, para hacer la descripción —porque es tal cual, nota por nota— del Don Juan triunfante, el funeral masónico de Mozart. Entonces yo siempre pensé: “bueno, si hacemos una adaptación del Fantasma de la Ópera, uno debería ponerle una adaptación para órgano del funeral masónico de Mozart decir de dónde se la sacó, por supuesto, ‘la adaptación para órgano la hizo tal o cual’, y listo. Pero qué bueno sería yo en una tarde, ¿viste?, hacerlo. Estaba ahí en Escobar. Qué bueno si yo, a mí se me ocurriera una música; si creara, además de estar fabricando este guion, fabricara la propia música para el Don Juan triunfante”. No bien dije eso, se me ocurrió una música maravillosa (yo tengo alguna flotación musical pero muy precaria. De ninguna manera estoy en condiciones de pasar a papel, a pentagrama, la maravillosa música que se me había ocurrido): “pero si esto es el Don Juan triunfante”, dije yo. Aparte del funeral masónico. “Bueno, qué lástima, porque no puedo anotarlo”. Puse la radio, para oír un poco de música (creo que era Radio Nacional, no sé qué era): “Seguidamente, interpretado por esta sinfónica de la URSS, dirigida por Evgeny Svetlanov, se escuchará la fantasía “La tempestad”, de Piotr Ilich Tchaikovsky”. Empezó y quedé helado: era esa música. Pasa que yo no la había inventado, no la había escuchado antes. Quiere decir que eso pasa. Eso pasa.
— H.B.: Y es un poco aterrador.
— A.L.: Es aterrador. Menos mal que no tengo flotación musical, porque si la tuviera, me pongo a componer ahí mismo, no escucho, me creo que es mío y después me iban a acusar de plagio. Negro, yo no la había oído jamás a esa música, ni siquiera sabía que Tchaikovsky hubiese incurrido en ese género de la “fantasía”; conciertos, sinfonías, lo que vos quieras sí; que me gusta Tchaikovsky y muchísimo sí, sí, sí. Pero no sabía que hubiese incursionado en el género “fantasía”. Jamás la había oído. En el plano astral, ah, puede ser. Esas cosas pasan. Así que digamos que contás con tu buena suerte para que no te acusen de plagios mágicos. Porque puede pasar. “Mágicos”, los llamo así porque no sé de qué manera llamarlo: uno escucha y no sabe qué está escuchando. Me pasó lo mismo con El libro de arena, de Borges. La idea era exactamente la misma. Empecé a escribirlo incluso (con algunas diferencias, por supuesto). Y yo dije “no, pero esto es demasiado borgiano. Me van a acusar de estar imitándolo...”. No plagiar, imitarlo a Borges. Entonces no lo seguí. Lo dejé ahí, tiradito. Una semana después (o cuatro, o cinco días), ahí cerca de donde yo vivía, una librería: El libro de arena, de Jorge Luis Borges. “Ah, un libro nuevo de Borges, lo voy a comprar”. Leo “El libro de arena”, era eso.
O sea, no era borgiano: era de Borges. Y yo lo escuché. Suponete que lo escribo y lo publico, “Alberto Laiseca”. Ni a mis amigos los convenzo de que no lo plagié a Borges. Pero ni a mis amigos, ¿quién me va a creer?
— H.B.: Va a entrar en un conflicto con usted mismo también.
— A.L.: No, conmigo mismo no, ningún conflicto porque yo no lo había leído, si lo acababa de comprar al libro, lo compré tres, siete días después. No, no, no, yo lo escuché subir de la matriz mundial (donde están todas las cosas), lo escuché subir. Menos mal que dije “no, pero esto es demasiado borgiano”. Ma’ qué borgiano, era de Borges, ya estaba escrito por el viejo. Así que mirá, uno se salva por gracia divina. No convencés a nadie de que sos inocente. No te lo va a creer nadie, viejo. Y lo sos. A mí no se me puede echar la culpa de que cometí una cosa así; pero te la van a echar: “No, usted plagió deliberada y conscientemente tal y cual cosa”. “Bueno”.
— H.B.: ¿Qué escritores tiene en su “pedestal de exagerados”?
— A.L.: Oscar Wilde, en primer lugar, Edgar Allan Poe... Una escritora norteamericana que murió en 1981, ella nació en 1905, era de origen ruso, nació en San Petersburgo. Adoptó el nombre de Ayn Rand. Se fue a vivir a los Estados Unidos, una emigrada. Y sí, sus libros son exageradísimos pero te hacen crecer. También te cagan. Era una mujer muy dictatorial, muy puritana, cosa curiosa porque ella siempre defendió la democracia y luchó contra las dictaduras: más dictadora que ella no hubo nunca.
— H.B.: Alberto, le quería preguntar sobre Macedonio Fernández. No sé por qué, cuando lo leo a usted y lo recuerdo a Macedonio. Hay algunas cosas que salen en el orden de la exageración que me remitían un poco a diálogos con su obra. Le quería preguntar algo tan sencillo como si le gusta Macedonio.
— A.L.: Sí, a mí me gusta Macedonio. El problema es que no he leído toda su obra sino fragmentos, muy pocas cosas. Lo que he leído me ha gustado. Naturalmente no nos conocimos —no éramos contemporáneos— pero siempre tuve la impresión de que hubiéramos podido o ser amigos o llevarnos muy bien con Macedonio Fernández. Sí, efectivamente.
— H.B.: ¿Y Puig?
— A.L.: Lo respeto mucho a Puig, un tipo muy humilde. Y muy genial. Tiene una obra, no me acuerdo cuál de ellas, yo leí como cinco o seis libros de Puig. Tiene una obra increíble. Una en particular que desgraciadamente no recuerdo su nombre, no sé si es The Buenos Aires affair o cuál, donde dice una cosa increíble de sí mismo. Habla de un pintor, que es él, es el propio Puig, no me acuerdo bien porque hace muchos años que la leí, pero dice más o menos esto: “Me han reprochado muchas veces que yo trabaje con materiales tan desechables en mis pinturas. Ah, no, pero ¿sabe por qué? Tiene su explicación: yo no soy digno de tocar un óleo o materiales más elevados. Las personas como yo, que valemos poco, no tenemos el derecho de tocar materiales superiores. Por eso solamente tocamos cosas inferiores”. Ah, mierda. Yo no estoy de acuerdo con él, te podrás imaginar, yo lo valoro muchísimo a Puig, pero te imaginás el grado de humildad y de no valoración que él tenía de sí mismo, increíble. No es lo que yo pienso de él: es lo que él pensaba de sí mismo. Me quedé helado cuando leí eso.
SEGUIR LEYENDO: