Serapis acaba de publicar Ensayos de filosofía romántica de la naturaleza, una antología inédita y fascinante desde distintos puntos de vista, mencionaré aquí algunos de ellos. Sin dudas la primera razón de ser de este libro la encontramos en las primeras páginas, en su dedicatoria “a Guillermo Colussi, genuino mentor y curador de esta antología…”, esta reseña se torna así –como el propio libro– en evento, en un agradecido homenaje al trabajo intelectual tan delicado. El libro también se abre con un hermoso poema de Novalis del que queda resonando la expresión “Una voz secreta” (Einem Geheimen Wort) que parece aludir a un fino hilo que entreteje la selección de estos textos, la voz de la naturaleza, Wort, palabra-voz, –esa traducción ya es todo un tema–, y que en el primer ensayo, “El simbolismo de la naturaleza”, Schubert nos habla de la “palabra de la naturaleza o, más bien, del dios convertido en naturaleza”. Unos renglones más adelante agrega: “Para nosotros, sin embargo, desde aquella gran confusión de las lenguas, la propia de nuestra naturaleza es, en un sentido más profundo, incomprensible”. No podemos dejar de pensar que en esa “gran confusión de lenguas” se cifra la mítica torre de babel, y en el dios que profesa “primero fue la palabra-verbo”, el problema al que se enfrentan los traductores ante el concepto de logos. Empezando por el Fausto en su gabinete. Un difícil texto de Benjamin habla del doble sentido de la palabra logos: como “entidad espiritual” y como “la lingüística en la que se comunica”. Ahora bien, tras la caída del hombre en el pecado original, la propia naturaleza cae en un profundo estado de tristeza, la mudez es su signo. Benjamin dice:
“Allí donde susurren las plantas sonará un lamento […] la tristeza de la naturaleza la hace enmudecer. En todo duelo o tristeza, la máxima inclinación es a enmudecer, y esto es mucho más que una mera incapacidad o falta de motivación para comunicar”. “Lenguaje –termina diciendo Benjamin– no solo significa comunicación de lo comunicable, sino que constituye a la vez el símbolo de lo incomunicable”.
Todo este rodeo para decir que esa voz/palabra secreta, como dice el título de un reciente libro sobre Novalis, es como una “nostalgia de lo invisible”: invisible hacia el exterior, la naturaleza y sus misterios, el mar para el viajero Herder y el propio Fausto cuando dice: “¡Huye! Sal fuera, hacia la dilatada región…”, y hacia el interior, en los sueños, esos otros misterios personales. También es importante destacar el concepto de “símbolo”, para Goethe es la propia función del poeta, captar lo universal en lo particular. Al artículo de Schubert “El simbolismo de la naturaleza”, le sigue “El simbolismo del agua”, de Friedreich. Pero qué relación encontramos entre este mirar poético y el mirar científico, sin duda una afinidad los une, parten de una misma unidad. El propio Goethe la expresa en su obra, Solger es quien señala la afinidad en tiempo y forma de la novela de Goethe sobra la afinidad electiva y sus textos naturalistas sobre la teoría del color (1810). Es en aquella época que comienza a practicar esta “actitud poética”, como la llama, dice: “Me he puesto a observar minuciosamente los objetos que producen ese efecto, y he terminado por advertir, para mi sorpresa, que son en rigor objetos simbólicos”. Y presta particular atención a los lugares extraños, esta tendencia de buscar lo profundo en los lugares extraños fue una práctica romántica, que parte quizá del ya citado Herder y su salida al mar, pero continua en los viajeros como Humboldt, nombrado en uno de estos artículos, o Rugendas. El paisaje sublime de la naturaleza fue de este modo otro fundamental dador de lo profundo, de esa voz secreta. Carus, el último de los autores de esta antología, fue, además de médico, naturalista y filósofo, pintor y gran paisajista.
Como se ve, y lo corroboramos en las breves biografías que cada artículo presenta de sus autores, esta característica se repite –casi todos médicos, muchos de ellos filósofos, científicos de la naturaleza, un médico forense, un ingeniero de minas, teólogos, pedagogos, poetas, pintores– y si bien esta variedad parece caótica y heterogénea, no hay que pensarla así, como decíamos al comienzo, un hilo común vincula estos textos, la búsqueda de esa “secreta voz de la naturaleza”, dice Frederick Beiser, un especialista en el tema:
“A fines del siglo XVIII y principios del XIX, la Naturphilosophie no era una perversión metafísica de, o derivada desde, la ciencia normal en sí. Desde nuestra perspectiva contemporánea es difícil imaginar a un científico que sea, al mismo tiempo, poeta y filósofo. Pero, esto es, justamente, lo que hace tan fascinante y desafiante la Naturphilosophie, que debe entenderse en el contexto de su propio tiempo como la ciencia de su época”.
Es decir, esa variedad no es la marca de una dispersión sino por el contrario de una unidad. Esta forma de abordar la naturaleza como un organismo vivo se denominó holística y era una reacción al mecanicismo propio del modelo científico de los siglos precedentes (S. XV-XVIII, téngase en cuenta Bacon, Descartes, Galileo, Newton, etc.), pero dónde se da este quiebre de paradigma es un tema que Beiser, y yo coincido en gran medida, cree, se puede fechar en 1790, con la Crítica del Juicio de Immanuel Kant. En una primera introducción, que luego quitaría, Kant distingue al mero accionar mecánico de la naturaleza otro accionar de tipo técnico, el primero es cuantitativo y acumulativo mientras que el último es un accionar artístico (lat. ars, gr. tekné) de la naturaleza y lo supone en la formación de cristales, la forma de las flores, la construcción interna de plantas y animales. Allí ve Kant que la naturaleza no es un mero mecanismo, sino una creación viva, orgánica y finalista. En la Crítica del Juicio nos plateará entonces la hipótesis de una naturaleza cuya unidad debe ser considerada “como si (als ob) un entendimiento (aunque no sea el nuestro) la hubiese igualmente dado”. Ahora bien, los románticos dieron un paso más atrevido en este planteamiento y asumieron que la naturaleza es realmente un organismo vivo.
Del mismo año, 1790, es La metamorfosis de las plantas, principal aporte a la biología botánica de Goethe, y un primer modelo de ciencia holística que en este caso se distingue del de Linneo, padre fundador de la taxonomía botánica de tipo mecanicista y analítica. De 1735 es la obra fundamental de este último: “Sistema natural, en tres reinos de la naturaleza, según clases, órdenes, géneros y especies, con características, diferencias, sinónimos, lugares”. Para la botánica de Goethe lo importante no es segmentar las partes de las plantas aisladas de la totalidad de la planta misma y de su entorno sino más bien entender la parte en su vinculación con el todo. Una parte no tiene una relación mecánica causal con la otra sino que una metamorfosis de la misma forma revela su constitutiva unidad esencial, la parte llega a ser de este modo un símbolo de la totalidad, lo particular de lo universal. “Mientras que Linneo se ocupa de hacer manejable las plantas, con el fin de organizar jardines, Goethe se centró en hacer visible la planta.” Pero qué significa “hacer visible la planta” en este contexto, pues, se trata de captar la planta particular en su profundo significado universal, es decir, como símbolo.
Max Weber habla del triunfo del modelo científico newtoniano y lo asocia a un “desencanto del mundo”, ese desencanto significó el triunfo de una mirada capitalista que toma a la naturaleza como su objeto. Si bien el romanticismo es una reacción a esa mirada, quienes se vinculan a esos viajes románticos, eran los representantes del capitalismo en ciernes. Carlos IV le pide a Humboldt que envíe informes de las riquezas de América. Franz von Baaden, otro autor de la antología, además de teólogo católico, filósofo y médico era un ingeniero de minas. Schubert señala esta avidez de dinero desde el misterioso poder de los metales.
El modelo que orientaba las investigaciones de la precursora María Sibylla Merian, las del clásico Linneo, las de Mutis en América, tenían como eje la visión de lo observable y contrastable por vía empírica; Daniela Bleichmar habla de una “epistemología visual” como nexo entre botánica económica y botánica taxonómica. El modelo que guía a Humboldt es sin dudas opuesto, Humboldt contempla “las fuerzas ocultas que hacen funcionar la naturaleza”, “las armonías y las fuerzas ocultas lo enrolan en una estética espiritualista”. César Aira también lo presenta con claridad:
“Humboldt había reducido estas formas primarias a diecinueve; diecinueve tipos fisionómicos, cosa que no tenía nada que ver con la clasificación linneana, que opera con la abstracción y el aislamiento de las variaciones mínimas; el naturalista humboldtiano no era un botánico sino un paisajista de los procesos de crecimiento general de la vida”.
En el caso de Rugendas también se habla de lo pictórico en función de “evocar ideas que van más allá de la mera experiencia visual” y agrega “los arquetipos son concebidos como una tipología del paisaje”.
Recordábamos al comienzo la definición de símbolo romántica de Goethe, que se distingue de la alegoría por varias razones: lo primero que Todorov indica es que el símbolo es opaco, si bien su significado es directo, sin mediaciones de las costumbres y lo cultural, como la alegoría, el símbolo es de base natural, no tiene su fundamento en la arbitrariedad cultural de la alegoría, el símbolo es natural y tiene una fuerte base en la imagen (Bild) no en la forma como la alegoría. Todos estos autores románticos no ven formas desde donde conceptualizar los elementos de la naturaleza, ven la imagen desde donde captan inmediatamente la unidad orgánica viva que es la naturaleza.
El propio Novalis, del cual partimos por el poema que abre el libro, realizó un año antes de su muerte, en 1800, un largo informe sobre yacimiento de lignito, además de una serie de viajes de estudios geológicos y cartográficos. Fue en 1797 cuando Novalis se inscribe en la Academia de Minas. “El motivo de fondo era ahondar en la íntima vinculación entre naturaleza y espíritu, entre física y metafísica –una vinculación que empezaba a entrever, y que la lectura de Schelling y la conversación con el filósofo le confirmaban”. Allí estudió química, física, matemáticas, geología, mineralogía y cuestiones del derecho vinculadas con esos temas. Allí tomó clases con eminentes científicos, pero en verdad quedó fascinado con un tal Werner, a quien le dedicaría en la novela Heinrich von Ofterdingen una evocación en el personaje del capítulo V que trata sobre estos temas. La evocación al viejo maestro en el personaje del anciano, der Greis, es realmente conmovedora, dice Novalis luego de agradecer a la providencia y a dios: “Después de Él, soy deudor de todo a mi viejo maestro, que hace tiempo partió a reunirse con los suyos, y que yo, ahora, no puedo evocar sin lágrimas.”
En una conferencia sobre la traducción que Borges da en Harvard, luego de recorrer las virtudes y los problemas de la traducción literal y sus variantes, arriba a una interesante idea: llegará “el momento en que una traducción sea considerada como algo en sí misma”, que la traducción sea igual de importante que el original, pues una belleza propia la justifica. Ese punto culminante es para Borges “digno de ser deseado con devoción”, este libro es una de sus materializaciones más profundas.
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