Para armar la novela familiar, tan apreciada por Sigmund Freud, debemos acercarnos, y simultáneamente alejarnos, de un pasado que se vuelve presente a través de versiones y subversiones, diferidas e incontrastables: hablan los padres, hablan las madres, hablan los abuelos, y nosotros, efectos secundarios de su narración, intentamos mantener la distancia justa, la imposible equidistancia, para que nuestra historia no termine devorada por una historia ajena (de la cual, por supuesto, somos deudores). Sartre dice algo así, a propósito de Jean Genet: importa, en definitiva, lo que hacemos con eso que los otros han hecho de nosotros.
Sobre estas cuestiones indaga quirúrgicamente Roberto Appratto en un volumen que reúne dos libros publicados por primera vez en conjunto, Íntima, dedicado al padre, y El origen de todo, dedicado a su madre. La palabra dedicado no es en absoluto casual, como nunca es casual ninguna palabra, ya que el volumen puede leerse como una consagración o una ofrenda del hijo hacia los padres y como el trabajo obsesivo e insobornable del escritor frente al desafío de la forma (la ética de la forma).
Appratto, desde el comienzo, reconoce la dificultades para abordar su objeto de estudio de manera directa, sabe que el intento de transmitir, sin mediaciones ni demoras, la personalidad de sus padres es una misión destinada al fracaso: el objeto en cuestión (el objeto cuestionado) desborda los márgenes, se sustrae, o nace lánguido: “Nunca es fácil ser fiel a la verdad, porque de inmediato nos caen sobre la cabeza cientos de lugares comunes o huellas culturales que corroen nuestra manera de evocar y convierten todo relato biográfico en falso”. En vista de este peligro latente (degradar la verdad en nombre de la verdad), el escritor uruguayo esquiva el bulto, lo rodea, da vueltas, retrocede, avanza, y en lugar de presentar la realidad asépticamente, propone “la construcción de un padre desde lo que puedo saber de mí”, un padre filtrado por su mirada, sus recuerdos, sus ansiedades, pero también apuesta a la construcción de una madre, cuya figura, le resulta misteriosa en grado sumo.
Por línea materna, el gran pilar biográfico de Appratto son los cientos de películas y libros que la madre asimiló con una pasión inagotable, silenciosa, casi sumisa, durante su larga existencia; por línea paterna, la música, especialmente los tangos silbados a la mañana, al salir del baño, “con una afinación perfecta”. Así despuntan los progenitores del escritor, complotados afectivamente para donarle al niño el único legado impagable: la sensibilidad artística, es decir, un modo de ser en el mundo, aunque cada cual según su impronta; el padre, con pompas y entusiasmo; la madre, introspectiva y solitaria.
Pero antes de prometer al lector la comprensión cabal de su linaje, eso que sus padres fueron o pretendieron ser (los recovecos vitales, los intersticios sentimentales, las manías sigilosas), Appratto disemina interrogantes arduos, como los alumnos de Pitágoras: ¿qué es un padre?, ¿qué es una madre?, y, por adherencia ontológica, surge la pregunta sobre Roberto Appratto mismo, hombre adulto, culto, profesional, contenida en ¿qué significa ser hijo?, pregunta que implica zambullirse en las profundidades de la relación filial para advertir, “el parecido brutal con mi padre” o reconocerse en la madre, y entonces dosificar los grados de misterio e irrealidad impuestos por figuras que uno tiende, inevitablemente, a idealizar o rechazar.
Sucede que, dando un pequeño giro a la formulación, aquellas preguntas por los padres se convierten en un interrogante específico sobre los materiales adecuados al momento de contar una vida, propia o ajena, que es la pregunta elemental (fundamental) del volumen, donde Appratto, en su errancia literaria, se instala para examinar el procedimiento más conveniente a los fines de eludir la condición de hijo derrotado por las circunstancias. Una cosa es segura: “Toda explicación es una pérdida”, todo intento de dar cuenta del otro puede fallar. Y no es que el libro de Appratto no falle, falla en otra instancia, la falla sobreviene como parte intrínseca de su plan.
Appratto escribe: “No hay justificación para escribir acerca de la madre”, tampoco la hay para escribir acerca del padre. “Sí tiene que haberla para que eso que uno escriba sea, como en cualquier caso, algo más que escribir acerca de la madre. Algo más: lo real se resiste de cualquier manera”. Algo más, un resto, un desborde, un desmoronamiento, lo real siempre se resiste, el lenguaje siempre se resiste y con ellos y contra ellos se escribe, y en ese sentido, el plus recién citado preanuncia en el texto la supremacía de la forma, el trabajo con la cadencia, la búsqueda de un tono, la pregunta por la sintaxis. Este es el triunfo postrero, si se quiere, de Roberto Appratto, la creación minuciosa de un tono, y en el tono, o del tono, renacen, paradójicamente, su mamá y su papá.
En las últimas páginas del libro la madre del escritor se confirma como una figura más compleja para definir que el padre, sin embargo, “una vez aceptado eso podía tratar su historia con la misma sensación de inacabamiento, de apertura constante a otros ángulos, que promueve una obra de arte”. Resuena en el fragmento la célebre definición borgeana: “esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”. Digámoslo de otro modo, las únicas obras (de arte, literarias, cinematográficas) realmente interesantes (al menos para mí) son aquellas cuyo sentido permanece a resguardo de la comprensión unánime, obra que evitan o levitan entre el equívoco, la confusión y la ambigüedad. Estas cualidades distinguen la propuesta de Appratto y envuelven al lector en una atmósfera en la que llega a “entender pero sin entender del todo”. Y justamente aquí radica la vitalidad del texto (de la reunión de ambos textos): su oscilación, su carácter vacilante, imágenes que se afirman y se niegan en un solo movimiento.
En la obra de Appratto, finalmente, no hay apologías ni reparaciones, tampoco ajuste de cuentas, existe sí un intento de caminar por los bordes, enfrentar el abismo familiar y volver a casa sabiendo que nunca se alcanzará el momento freudiano de concluir, porque en referencia a los padres, ninguna conclusión es posible.
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