Edgardo Scott: “Lo mejor que le puede pasar a la literatura argentina es volver al under”

Con un ensayo íntimo, nacido a la luz de la pandemia, el escritor argentino radicado en Francia presenta “Contacto: Un collage de los gestos perdidos”

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Edgardo Scott presenta "Contacto: Un collage de los gestos perdidos" un libro que toma como punto de partida el aislamiento por el COVID-19
Edgardo Scott presenta "Contacto: Un collage de los gestos perdidos" un libro que toma como punto de partida el aislamiento por el COVID-19

El libro Contacto: Un collage de los gestos perdidos, de Edgardo Scott, nace del impulso del escritor en pleno confinamiento, de la angustia por el encierro, el virus o lo que podría pasar, y de sus ganas de escribir una obra en relación con todos los gestos del contacto “amenazados” por la pandemia, entre los cuales el último y más importante “es el gesto de la palabra”, explica el autor.

Contacto: Un collage de los gestos perdidos (Ediciones Godot) es un texto delicado, agradable a los sentidos: un encadenamiento armonioso de referencias provenientes de la literatura, el cine o la música que Scott encuentra en su archivo personal, la biblioteca y Google. Antes de emprender su escritura, había terminado la traducción de Dublineses, un “trabajo muy duro”. El autor nacido en Lanús en 1978 y radicado en Francia señala que el ensayo es “el género más abierto, porque siempre es vulnerable a ese radar, esas ‘notas’ que los que escribimos tomamos todo el tiempo. En el ensayo, esas notas son toda una música cuando uno está escribiendo”, señala.

Scott es autor de No basta que mires, no basta que creas (2008), el libro de cuentos Los refugios (2010), y las novelas El exceso (2012) y Luto (2017).

—¿Contacto está planeado como un libro de ensayos impresionistas para crear un acercamiento con los lectores?

—Sí, hay algo impresionista, claro, porque los ensayos siempre apelan a una forma que está definida por una emoción particular, no hay otro fundamento, por eso las asociaciones son tan diversas en todo sentido: en géneros, en épocas, en proximidad o reconocimiento. Yo había escrito así tanto en Caminantes como en el libro sobre Stevie Wonder, con variaciones y particularidades, por supuesto, pero lo que tienen en común con Contacto es quizá esto de la aproximación con el lector. Algo que yo admiro –y robo– en tipos como Luis Gusmán o Ricardo Piglia o incluso en María Moreno o Juan Forn, esa mezcolanza imprevisible donde no hay jerarquías. Lo que hoy llamamos cultura, esa estafa, ese engaño, es un poco eso.

—¿Hay una nueva forma de contacto en las redes sociales y las búsquedas en Internet?

—Sí y no, me parece. Eso está en juego desde el inicio de Internet, ¿no? Por un lado, quién lo duda, nos ha permitido intensificar y extender el contacto, pero por otro también ha servido como una forma de aislamiento y enajenación aún más grande que la televisión (que fue su gran preparación o entrenamiento).

"Contacto: Un collage de los gestos perdidos" (Godot), de Edgardo Scott
"Contacto: Un collage de los gestos perdidos" (Godot), de Edgardo Scott

—¿La palabra, la imagen, suplantan a ese contacto físico que tiene el resto de los animales?

—Bueno, eso lo podría explicar mejor un etólogo seguramente, pero yo me acuerdo siempre de aquel ensayo de John Berger, “Por qué miramos a los animales”. En los animales no hay contacto porque justamente no hay palabra. Por eso hablamos de apareamiento y no de sexualidad, y mucho menos de erotismo. El contacto no tiene que ver con el cuerpo ni con lo físico, o mejor dicho, el cuerpo y lo físico, lo sensible –me soplan Saer o Blanchot– son definidos por la palabra. Por eso en la lista o inventario de “gestos perdidos” del libro, el último y más importante, es el gesto de la palabra.

Hablábamos antes de Internet y de las redes sociales y habría que pensar qué lugar tiene la palabra ahí, ¿no? Hay dispositivos –pienso en Twitter, por ejemplo– que están más cerca del código, de la palabra coagulada, del slogan o la publicidad, de la holofrase. Y tal vez por eso la imagen se vuelva suprema, porque hay una simultaneidad en la imagen, una sugestión que la palabra, siempre inconclusa, no posee. Por eso yo creo que una de las cosas que están pasando es que está cambiando –una vez más, por supuesto– pero de manera notoria la manera de leer. Había una lectura ligada al significante, al sentido y al objeto (y al nonsense, por supuesto), para decirlo rápidamente, en la que muchos de mi generación nos formamos (tal vez seamos los últimos con ese sistema operativo, jaja) que yo veo que está en vías de extinción por una lectura o bien más impersonal, muy democrática y progresista o absolutamente tomada por el gusto, por la sensación y, por lo tanto, pábulo de toda esta tremenda reideologización de mercado en la que estamos ahora.

—¿La nueva normalidad tiende al “sin contacto” como piensa el cierre de tu libro?

—Sin dudas, y la vieja normalidad también. Ese era uno de los motores del libro, poder insistir en que lo que la pandemia desató o catalizó a pleno en relación con el contacto ya venía dándose. Todavía no sabemos cómo va a ser esta “nueva normalidad”, esta época postpandemia, porque todavía no salimos del todo, es más, recién parecería que estamos saliendo, pero también tuvimos esta ilusión un par de veces antes. En cualquier caso, habrá un momento, antes o después, en que saldremos de esto, y evidentemente podremos ver los efectos. Y justamente ahí también veremos “para qué sirvió” todo esto. Dónde nos deja. Pero el teletrabajo, por ejemplo, o la prioridad sanitaria y biologicista en relación con el control social está claro que son variables irreversibles a mediano plazo.

—¿En las descripciones de las fotos sobrevuela el espíritu barthesiano?

—Me lo dijeron, y es muy loco, porque en otros libros –me acuerdo de los ensayitos que están como incrustados en mi novela El exceso–, yo tenía muy presente a Barthes, pero no en este libro. De hecho, ahora, para la ampliación de Caminantes en la edición española, estuve trabajando con la escena donde murió Barthes, que a fin de cuentas murió “caminando”, al cruzar la calle; bah, a partir de ese accidente todo se complicó.

Pero te decía, en Contacto no lo tenía tan presente a Barthes, aunque evidentemente ya lo tengo incorporado; además para mi generación fue una lectura canónica, obligada y celebratoria, porque los que nos formaron ya venían a full con Barthes, de Sarlo a Alberto Giordano, o en mi caso, que lo conocí en la facultad, trabajando en la cátedra de Hugo Vezzetti.

Edgardo Scott  (Thomas Khazki)
Edgardo Scott (Thomas Khazki)

—¿Tienen que volver los lentos, esa forma de bailar en contacto de la que habla tu libro?

—Tendrían, obvio. Pero no creo que vuelvan. A menos que haya algún ritmo o alguna tribu clandestina que los segmente y los ponga de moda. Que los reinvente. Pero bueno si eso pasa va a ser en las catacumbas, en fiestas clandestinas, creo que Contacto también muestra un poco eso, que hay un lugar siempre posible, sobre todo en momentos aciagos, en esos momentos de la Historia tan oscuros, persecutorios, y es el lugar de la resistencia. Hoy que el poder se camufla detrás o instrumentalizando ciertas minorías, habría que reivindicar el lugar, siempre minoritario y hasta marginal, de la resistencia.

—¿Hay un contacto después de la muerte?

—Por supuesto, creo que eso también está en el libro, a partir de esa gran infamia que ha sido que no se pueda acompañar a los moribundos y despedir a los muertos. Otra vez, eso ya estaba en La Odisea, ahí también hay un “cambio de paradigma” que también ya venía imperando; una relación con la enfermedad y la muerte anestesiada, negadora, infantil. Me gusta cómo la pensaba Sebald, en cambio, los muertos y los vivos habitando la misma casa y yendo de una habitación a otra, visitándose. Pero los muertos son mucho más reales y definitivos que nosotros. Los muertos que vos matáis… etc.

Edgardo Scott
Edgardo Scott

—La literatura argentina, el rock nacional y, en especial, Julio Cortázar ocupan un lugar central en el libro…

—Bueno, esa es la parte donde puedo citar de memoria, la parte más de archivo personal del libro, porque tanto la literatura argentina como el rock argentino son mis marcas más fuertes. Sí, no estaba premeditado, pero me gustó esa causalidad secreta de empezar y terminar con Cortázar. Supongo que ahí se mete la experiencia de vivir en París, donde el fantasma de Cortázar para cualquier escritor argentino y latinoamericano es muy fuerte, inevitable, te obliga a releerlo de algún modo.

Respecto del rock argentino, ahora que está pasado de moda, ahora que ya empezamos a tener el síndrome de los tangueros, de la música vieja, creo que es donde más se puede captar su lírica, su poética, justamente como ruptura y continuidad a la vez de géneros populares como el tango y el folklore.

No digo nada nuevo. Pero creo que ahora es todo un desafío para los que tenemos más de cuarenta ver que ese género, que era el símbolo de la juventud, de lo nuevo, pierde vigencia o, de nuevo, vuelve al under. Creo que lo mejor que puede pasarle al rock argentino, a la literatura argentina y a mi generación es eso: volver al under. Recuperar, justamente, ese contacto.

Fuente: Télam S. E.

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