En otras épocas, se consideraba que quienes nacían bajo ciertas condiciones, para bien o para mal, continuarían el legado familiar. Con el tiempo, psicoanálisis y teorías sociales mediante, ese postulado, esa hipótesis, fue puesta en cuestión –y con razón–, pero también es real que las excepciones a estas nuevas ideas también existen. Y Juano –Juan Cristobal– Villafañe es un exponente de eso. Nació en Quito durante la gira de sus padres, los titiriteros Elba Fábregas y Javier Villafañe, y allí volvió obligado durante la dictadura.
En 2022 se cumplen cincuenta años de su inicio en la creación artística, la difusión y el fomento de la cultura. Por eso en esta entrevista con Infobae Cultura, Villafañe desanduvo este camino y relató cómo llegó a donde está hoy: es director artístico del Centro Cultural de la Cooperación [CCC] y vicepresidente segundo de la Sociedad Argentina de Escritores [SADE]. Desde esa “educación renacentista”, como él mismo la llama, se construyeron las relaciones fundantes que lo condujeron desde ese punto de partida en 1972.
Estudió música diez años, trabajó con las artes plásticas y las letras de manera intensa. Hizo pintura, dibujó, y como su madre era amiga de Emilio Pettorutti, cuando el artista venía de visita a Buenos Aires, asesoraba al adolescente de 14 o 15 años. “Hay un valor simbólico, más allá de los resultados. Yo me dediqué a la poesía y al ensayo, fundamentalmente a la poesía, a la gestión cultural y a las cuestiones de política cultural”, cuenta. “Eso como matriz de todo”, dice.
—Se cumplen cincuenta años de actividad dentro de la cultura. ¿Cuál considera que es el hito que da inicio a esa dedicación?
—Es interesante reconocer que un hito es, a la vez, una referencia histórica y por otro lado, hace a una memoria afectiva, que te permite sentir y recordar una fecha, un año, un acontecimiento. En mi caso lo ocurrido durante el año 1972 fue muy significativo. Inauguré un teatro para cuatro espectadores que había en mi casa familiar: el Teatro Siembra, donde mi madre, Elba Fábregas, hacía funciones todos los fines de semana y yo realizaba recitales, lecturas, presentaciones. Por ese teatro pasaron durante los años muchas personalidades de la cultura, como Lautaro Murúa, Manuel Mujica Lainez, Kive Staiff, Alejandra Boero, Delia del Carril, Leda Valladares, Ernesto Schoó, Roberto Santoro, Ariel Bufano, junto con los vecinos del barrio. Mi madre luego de la función hacía una cena con todos los invitados. Yo realizaba recitales, presentaciones, lecturas. Fue una experiencia única para mí, a lo que se agrega, y que no fue menos importante, la formación del centro de estudiantes de la ENET N.° 9 Ing. Luis A. Huergo, del cual fui su secretario general y también fundé la Coordinadora Nacional de Escuelas Industriales en defensa del título técnico y el trabajo industrial en el país. Aquel hito unía los afectos familiares, artísticos y los hechos político-culturales. En el año 1972 también me recibí de Técnico Electricista.
Por otra parte debo decir que nací y viví dentro de un teatro, en un mundo renacentista donde estudié música, artes plásticas, literatura, en una casa que tenía grandes bibliotecas, escenografías, títeres, cuadros, espacios teatrales. A ello hay que agregar el permanente juego de la predestinación, de lo mágico, [por ejemplo] cuando mis padres le festejaron a Pablo Neruda su cumpleaños con una función de títeres en Santiago de Chile en el año 1954, oportunidad en que Neruda me bautizó con vino para que fuera un poeta. Viví en Isla Negra y el poeta chileno me llevaba a pasear por el mar. Podría contar muchos otros hechos que hablan de un destino que ya estaba escrito y que sería como ineludible: el encuentro con la poesía y el trabajo en los recintos teatrales.
Villafañe no es ajeno, ni lo fue, a los aconteceres sociopolíticos imperantes en las Argentina y Latinoamérica toda. Tras el exilio, desde 1976 hasta 1982, en Ecuador y Venezuela, regresó a un país en el que, señala “se había producido un fenómeno, porque la apertura democrática causó un gran impacto cultural y literario”. “La Argentina era una luz que se abría en el continente”, cuenta.
—En todo este tiempo, ¿cómo ve que haya circulado la cultura, cómo ha ido mutando? ¿Y qué impacto tuvo en usted?
—Yo pertenezco a una generación que comienza sus actividades culturales a principios de los años 70. La dictadura cívico-militar de 1976 produjo un profundo quiebre cultural y recién con la apertura democrática comenzó en los años 80 un nuevo proceso. En 1984 creamos la Revista Mascaró, en homenaje a Haroldo Conti, con algunos escritores del Taller Literario Mario Jorge de Lellis, como Leonor García Hernando, Sergio Kisielewsky, Luis Eduardo Alonso, Pedro Donángelo, Nora Perusín, y se sumaron Ricardo Mariño, Susana Silvestre, Oche Califa. También participaron del proyecto los hijos de Haroldo Conti: Alejandra y Marcelo Conti. Se forman Los Poetas de Mascaró y la Colección de Poesía Mascaró cuya alma mater fue Leonor García Hernando, colección de poesía que se mantiene hasta el año 2001.
Cuando fundé Liber-Arte/Bodega Cultural en 1987, un centro que tenía un video-club muy importante, una librería, un bar y salas de teatro y exposiciones, me encontré dentro de un nuevo espacio histórico. En Liber-Arte logramos unificar la generación de los años 60 y las promociones de los años 70, 80 y 90, y llegamos a fin de siglo permitiendo una vida orgánica muy particular. Pensemos que la cooperativa que formamos en Liber-Arte tenía como presidente a David Viñas y a José Luis Mangeri y Ernesto Goldar como vicepresidentes. Eran miembros de la Cooperativa Liber-Arte Osvaldo Bayer, Horacio González, Vicente Muleiro, Hamlet Lima Quintana, Víctor Heredia, Rubén Borré, Ana Padovani, León Rozitchner, Javier Villafañe, Eliseo Subiela, Ricardo Piglia, Jorge Dorio. A ello hay que agregar la movida del under porteño, que comenzó en los 80. Por Liber-Arte pasaron artistas como Lorenzo Quinteros, Batato Barea, Fernando Noy, Alejandro Urdapilleta, Los Melli, Pierrock, Eduardo Calvo, Cutuli, entre muchos otros. Las nuevas generaciones representadas por Diego Capussoto, José María Muscari, Valeria Bertuccelli, Campi, Manuel Santos Iñurrieta, que realizaron en Liber-Arte sus primeras puestas en escena y actuaciones.
Y en 2002 se abrió el Centro Cultural de la Cooperación, un centro de las artes, las letras y las ciencias sociales creado por Floreal Gorini, donde asumí como director artístico. Esas experiencias me fueron permitiendo reconocer lo que fueron las expansiones utópicas dominantes en los años 60 que se proyectaron también sobre los primeros años 70, lo que implicó la posmodernidad como cultura de la fachada y la gestualidad, el fin de la historia y la apertura a un nuevo siglo de la era digital y las comunicaciones. Dentro de esas relativas mutaciones, reconocer también todo lo que implica vivir dentro de un continente que ha demostrado una gran vitalidad para sobreponerse a las lógicas coloniales.
Lo que yo pude descubrir fue que la crisis de la modernidad no conducía necesariamente a un agotamiento de la historia, ni a presentes absolutos sin suerte de resolución política. Puedo decir hoy que la cultura sigue su historia y se asocia a las grandes transformaciones democráticas de la sociedad. Pasamos de las poéticas dominantes de los años 60 y 70 a las micropoéticas o poéticas de autor y a una suerte de canon infinito en las artes y las letras contemporáneas, esta diversidad tan enorme en la cultura confronta contra el pensamiento único y abre nuevas perspectivas para la creación cultural.
—Ha trabajado ligado a todas las esferas del arte, ¿considera que un artista que se precie debería condensar y “practicar” esta interdisciplinariedad?
—Toda la actividad artística que se precie de tal es, de hecho, interdisciplinaria. Pero por cierto existen también las especializaciones y las disciplinas específicas. Pero toda disciplina artística o literaria tiene permanente estados asociados, comparte territorios, experiencias y métodos creativos. Tomando un solo caso, cuando uno habla de la poesía como tal, muchas veces recurre a la imagen visual, al teatro o al relato dramático, al ritmo y a la musicalidad. Hay poesía que es muy pictórica, teatral o musical. Luego están las propias actividades interdisciplinarias que son las que de alguna forma integran los distintos métodos de creación artística. Pero la interdisciplina siempre aparece, por aproximación o por integración acordada.
Yo he trabajado siempre de distintas formas con las distintas disciplinas artísticas. El Centro Cultural de la Cooperación es un ejemplo interesante de práctica interdisciplinaria donde de una u otra forma se asocia la literatura con el teatro, la danza, las ideas visuales, la música, tanto en la experimentación como en la realización artística y en la investigación asociada a la ciencias del arte.
El debate epistemológico impone recurrir a las diversas ciencias de la cultura y a su vez a las propias prácticas artísticas que incluyen a la interdisciplina como forma de generar conocimiento.
—Es vicepresidente de la SADE, ¿las letras son la actividad cultural y artística en las que más cómodo se siente?
—La poesía siempre ha estado en el centro de mi vida. La experiencia poética es siempre el punto de partida, luego esa experiencia se podrá resolver en un poema, en una pintura, o en una pieza musical. Ese trabajo poético dará lugar a un bien cultural. Para mí es muy importante no solo culminar con un libro editado sino también pensar como las imágenes, las metáforas, impactarán en la sociedad. Y también es muy importante reconocer cómo se distribuyen los bienes culturales desde las políticas públicas.
Cuando uno crea un bien cultural con excelencia también piensa en la comunicación y en un destino, en un sujeto, en un lector que es aquel que de alguna forma completa la obra artística. Para mí la creación literaria o artística esté asociada directamente con las políticas culturales.
La SADE es un espacio gremial que tienen los escritores. La industria del libro nació con el trabajo literario. Nosotros en la SADE luchamos por obtener una Ley Nacional del Libro y la Lectura, por los derechos colectivos de los escritores, por una Ley de Patrimonio para la preservación de todos los materiales literarios. Hay que seguir desarrollando la cultura de la participación, la solidaridad y la defensa de los derechos de los escritores. La tarea intelectual, el hacer literario es un trabajo que se reconoce con los derechos de autor. Hay mucho que hacer, tanto en la SADE como en la necesaria unidad nacional y federal de todos los escritores argentinos.
Por eso es que me he dedicado a la gestión, no digo que me he dedicado a administrar las metáforas, porque es muy difícil, pero sí a resolver la forma en que los bienes culturales circulan o deberían circular. Por eso creamos con Jorge Dubatti el Aula de Poesía.
—En el marco de los festejos para celebrar estos cincuenta años, hay varias actividades a lo largo del año, ¿siguen alguna estructura más o menos formal (temática, etc.)?
—Tanto ya sea por la casualidad o por la causalidad he llegado a estos cincuenta años de vida cultural con el compromiso de realizar este año una serie de emprendimientos culturales. Estreno en el mes de mayo la obra de teatro La conversación, con poemas de mi libro El corte argentino, de 2020, cuya adaptación y dirección están a cargo de Gustavo Pardi, y la obra de teatro Confesiones de un escritor, en homenaje a Haroldo Conti, dirigida por Manuel Santos Iñurrieta, para el mes de junio, en la sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación.
Estoy trabajando en la edición de un libro sobre la historia del Taller Literario Mario Jorge De Lellis, la Revista Mascaró, Los Poetas de Mascaró y Liber-Arte Bodega Cultural, el libro narra las historias artísticas, literarias y políticas culturales en las que participe entre los años 1970 y 2002. También en el relanzamiento del Aula de Poesía, que coordinamos junto con Jorge Dubatti, destinada a los lectores de poesía, a los autores y a los ensayistas en el Espacio Experimental Leónidas Barletta. Y presentaremos un disco con canciones creadas y musicalizadas por Débora Infante con poemas del libro El corte argentino y del espectáculo Poemas y canciones en la multitud. También están el relanzamiento del Ateneo Javier Villafañe en Florencio Varela con el auspicio de la SADE y la Intendencia de Florencio Varela y la publicación de las obras completas de Leonor García Hernando por Ediciones En danza.
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