Kanye West: rapero y productor genial, ególatra, provocador y todo lo demás también

El documental de Netflix sobre un ícono de la cultura pop global, es torrencial como su protagonista: hay imágenes de su intimidad por más de 30 años y revela aspectos desconocidos de un hombre que parece vivir 24/7 dentro de un reality show

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Kanye West en el escenario,
Kanye West en el escenario, en una de las imágenes del documental de Netflix

“No me pongan adelante una cámara si no quieren que diga lo que siento”, dice Kanye West en alguna de sus ya incontables apariciones públicas masivas, eventos que, además de su hiperaudiencia en el presente –entregas de premios, programas de variedades, el reality show más famoso del mundo–, generan material reproducible ad infinitum. Pero en Jeen-Yuhs: una trilogía de Kanye West, el retrato de casi cinco horas disponible en Netflix desde febrero, sus momentos extramusicales más emblemáticos –”A Bush no le importan los negros”, “Taylor, te voy a dejar terminar”, “Voy a ser candidato a presidente”– son mero relleno: el documental está hecho de horas y horas de filmación que la mayoría del mundo que dice conocer a Kanye West no sabía que existían.

El estreno se hace coincidir con otros acontecimientos de por sí noticiables de su vida artístico-personal: su nuevo disco, Donda 2, y la separación familiar, que desde hace un año viene generando contenido digno de protagonistas como él y Kim Kardashian. En medio de postales como el romance para los fotógrafos con la actriz Julia Fox, la protesta por el uso de TikTok de la hija de ocho años, los celos por el nuevo novio de Kim, esta película que muestra como nunca antes sus inicios, su lucha, su vínculo con la madre, no es un detrás de escena típico. En este caso, la figura pública ha llegado a tal nivel de exorbitancia –con la candidatura presidencial, la reconversión al cristianismo, el diagnóstico de bipolaridad– y el documental vuelve tan a foja cero, que se produce una sincronía extraña por la cual Kanye West es hoy el ícono más comentado de la cultura pop global, y de vuelta aquel simple productor con visión de performer que, antes de cumplir su meta, consiguió la atención de alguien con una cámara.

Hay cierta solemnidad en Jeen-Yuhs (pronunciación de “genio”), en no ser entretenimiento en sí mismo como otros documentales de estrellas, primero por su extensión –tres capítulos de hora y media–, pero en especial por la profundidad del material, que empezó a generarse hacia fines de los 90 y, con baches, llega hasta 2020. Clarence “Coodie” Simmons, comediante apasionado por la filmación, había creado el programa de tevé Channel Zero para retratar la escena hip-hop de Chicago, y en la búsqueda de entrevistas se deslumbró con este creador de ritmos que, por un lado, estaba transformando el sonido del género con su manejo del soul y el r&b –lo ficha Jay-Z, de todos los raperos posibles–, pero otro tanto parecía tener para decir a nivel verbal y visual. Su determinación para competir con los grandes MCs –y ser “el rapero mejor vestido del mundo”–, su voluntad de trabajo y efectivas muestras de talento, hicieron confiar a Simmons en que tenía adelante un genio por descubrir y en que valía la pena dejar el stand-up para empezar a seguirlo con la cámara: “Para ver hasta dónde llegaban sus sueños”.

jeen-yuhs es un documental de Netflix sobre la trayectoria de Kanye West con mucho material inédito

El documental que resultó no dice cosas que en general no se sepan, y no se mete en aguas oscuras, como en tratar de explicar la evolución del personaje hacia esa especie de predicador dispuesto a inmolarse con tal de probar un punto –ponerse la gorra roja de Trump “por la libertad de expresión”, para demostrar que los afroamericanos no tienen obligación moral con el partido demócrata, por ejemplo. La película no lo escudriña, tampoco lo excusa tontamente: tiene un punto de vista de amigo.

Hasta donde pudo, Simmons lo filmó desde el respeto y la admiración, pero también desde una fuerte cercanía; y su calma narración en off actual es la de alguien que, si en su momento se vio expulsado de la acción –cuando llega la fama, Kanye quiere actuar, no mostrar “su yo real”, y le pide que lo deje de filmar–, supo comprender, dedicarse a otra cosa, esperar. “Me senté a ver el show como todo el mundo”, dice. Ahora su percepción define toda la película; se trata de una obra completamente de autor sobre Kanye West, donde el autor no es Kanye West (no aparece en los créditos y dicen que, aunque lo pidió, no entró en la sala de edición). La gran novedad que trae es saber que desde el principio de su escalada en la industria hubo una cámara encendida adelante.

Otra gran potenciadora era Donda West, y en Jeen-Yuhs se ven escenas enternecedoras juntos. Ya se sabía de su influencia, de la necesidad de Kanye de hacer honor al intelecto de su madre en las letras (era profesora universitaria), que iban juntos a las ceremonias de premios, que Donda murió en 2007 al complicarse dos intervenciones estéticas, pero nadie estaba esperando verlos interactuar en la intimidad como se los ve en estas nuevas imágenes definitivas de Kanye. Muy documentado es también el accidente en auto que le dejó la mandíbula partida en tres, y que a raíz de eso grabó la canción “Through The Wire” que lanza su carrera. Ahora se muestra el postoperatorio, las visitas al cirujano, hasta los moldes de alginato y los alambres que le quitan y se lleva, con sangre, de recuerdo para la madre. Y por supuesto se sabía de su esfuerzo para que lo consideren como rapero, para conseguir un contrato, y con quiénes terminó codeándose en pasillos y en estudios; pero gracias al trabajo de Simmons ahora se tienen escenas reales del proceso que formó a uno de los artistas clave del pop siglo XXI. Los cameos son muchos y una verdadera joya, desde Mos Def a Talib Kweli, pasando por Jay-Z, P-Diddy o Pharrell Williams, quien más se presta a la cámara, para expresarle admiración, para aconsejarle nunca perder el hambre.

Julio de 2020. Kanye West
Julio de 2020. Kanye West en su primer acto de campaña por la presidencia en North Charleston, Carolina del Sur. REUTERS/Randall Hill

Coodie Simmons y el trabajador de MTV Chike Ozah –codirector del documental– hicieron amistad durante la época y fueron los realizadores de “Through The Wire” y de la versión final de “Jesus Walks”, los videos que plantaron el nombre Kanye West en televisión para siempre. Parece un abrir y cerrar de ojos entre el lanzamiento del álbum debut, The College Dropout (2004) y la consagración con el tercero, Graduation (2007). Al morir Donda, Kanye primero quiere a Simmons “cerca”, pero después le pide apagar la cámara. Se vuelven a encontrar recién en 2014 en un evento del rapero ícono de Chicago Common, y en 2016 en Nueva York, en la escucha del disco The Life of Pablo y desfile de Yeezy, donde Simmons parece verlo en otra dimensión, rodeado de estrellas como las hermanas de Kim, Future y Travis Scott. Kanye lo invita a filmarlo en República Dominicana, China, Tokyo –donde se reúne con Takashi Murakami–, pero toda esta segunda etapa de material, que llega al inicio de la actividad del coro Sunday Service y la grabación del disco Jesus is King (2019), tiene poco de la calidez, la información, la música y la carga emotiva de la primera. Funciona para actualizar la historia y cerrar el proyecto, que se publica al tiempo que Kanye, de 44 años, ahora oficialmente llamado Ye por referencias bíblicas, lanza la continuación de Donda, su disco góspel-rap de 2021.

Las diferencias son marcadas y armonizan con el revival de sus inicios que hace el documental. Donda 2 es su primer álbum independiente (cumplió el contrato de distribución por diez discos que tenía con Def Jam desde 2004) y no se subió a las plataformas conocidas: se vende junto al Donda Stem Player, un dispositivo de silicona con parlante y sin pantalla creado por su empresa tecnológica Kano. Parecido a una pastilla del tamaño de la palma de la mano, permite ajustar las canciones a gusto propio –controlar la voz, los instrumentos, la velocidad, los bucles, samplear, sumar efectos– y cuesta 200 dólares. El capricho-estrategia, lejos de volverlo un disco elitista, lo convirtió en el más pirateado del mundo estos días (también disparó sus números en Spotify). Donda 2 se encuentra en unos pocos clics y sorprende con canciones bien raperas y minimalistas; nada de pompa góspel y terminaciones rebuscadas, de hecho hay temas que parecen inconclusos e igual ya se puede decir que es su disco con más onda en años.

Por otro lado, acaba de salir el divorcio, y mientras Kim pasea nuevamente su apellido de soltera, Kanye compró la casa de enfrente para quedarse cerca de los cuatro hijos, se mueve sin seguridad –”La gente me quiere y si me pasa algo me van a querer más”– y se muestra con otra nueva compañía, una modelo y coach especializada en salud mental que físicamente es un calco de Kim. En medio de toda esta cartelera de contenido –donde faltan más y polémicos personajes–, el tardío documental de su viejo amigo vuelve a contar la historia desde el principio con imágenes únicas, y recuerda que este gigante incomprensible tiene pasado, tiene razones, tiene genio, y acaso todavía le quede camaradería para relacionarse con gente normal.

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