Cuqui Jakob recuerda anécdotas de su abuelo Christofredo Jakob, un importante neurobiólogo alemán contratado por el gobierno argentino como jefe de laboratorio del Hospital Nacional de Alienadas para modernizar sus institutos mentales a fines del siglo XIX. En este regreso al hospital se descubren unas perdidas colecciones fotográficas que remiten a los antiguos gabinetes de curiosidades: animales disecados, cortes cerebrales, montañas, exploradores y cientos de retratos de mujeres internadas. De manera disruptiva, Cuqui y su hija reaparecen, se contradicen con sus historias que conducen el film hasta las cumbres de las montañas. Madre e hija se convierten en rivales, y así se trenza el discurso del positivismo científico, la locura y el mito de un cóndor que sobrevuela un archivo en ruinas.
En el año 1998 uno de nosotros participó del rodaje de un unitario televisivo de terror que se filmaba durante las noches en un pabellón semiabandonado ubicado al fondo del enorme terreno del Hospital Neuropsiquiátrico de Mujeres Dr. Braulio A. Moyano en la ciudad de Buenos Aires. Ese pabellón fue construido a principios del siglo XX, especialmente para recibir al Dr. Christofredo Jakob, un neurobiólogo alemán contratado por el gobierno argentino con el objetivo de modernizar las instituciones de salud mental. El lugar contaba con un antiguo laboratorio, una morgue aún en funcionamiento, un auditorio (réplica exacta del que existía en la Universidad de Erlangen en Alemania y fuera destruido por un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial) y un gigantesco subsuelo.
La mayoría de los suelos de este último nivel consistían en una espesa capa compuesta de basura y desechos de toda clase que se había ido acumulando a lo largo de varias décadas. Una de las habitaciones estaba llena de historias clínicas. Otra estaba repleta de botellas de vidrio que parecían las olas congeladas de un mar embravecido. Una tercera contenía miles de negativos fotográficos en placas de vidrio. Algunos permanecían dentro de cajas selladas, con sellos que indicaban que las imágenes habían sido tomadas entre 1915 y 1917. Pero la mayor parte de ese acervo, parecía estar hecha añicos y desparramada por todo el piso. Mientras uno caminaba por la habitación sonaban resquebrajándose miles de esos negativos. Los días siguientes a semejante descubrimiento, en silencio nos dedicamos a limpiar y preservar algunos de esos negativos.
Durante años estuvimos obsesionados con todo ese material y decidimos hacer una película para rescatar esas imágenes y revelar la misteriosa relación que guardaban entre sí y el propósito para el que fueron hechas.
Nuestro método de trabajo se parecía al de un arqueólogo. Nos encontramos con un archivo en ruinas que incluía fotografías de internas del hospital, cortes cerebrales, animales disecados, imágenes macroscópicas. Además descubrimos un álbum con retratos de las pacientes, al momento de ingresar y egresar de la institución. Una gotera caía sobre el libro abierto que parecía reposar hace décadas, entre frascos, cajas de negativos de vidrio (placas de gelatino-bromuro de plata de 13x18cm producidas por “A. LUMIÈRE & ses fils”), carpetas, dibujos y miles de fichas médicas con los diagnósticos de las internas.
Todo parecía abandonado, a merced del tiempo que hacía su trabajo sobre los materiales, y así nos propusimos registrar la lenta desaparición de este archivo fotográfico, como si el mismo acto de registrar suspendiera esa destrucción. Las imágenes desvanecidas, los papeles amarillentos, los vidrios rotos se apilaban en el basurero de la historia. ¿A qué se debía ese abandono? Eran restos y fragmentos del pasado que el presente había decidido descartar. Visitamos durante años el lugar y casi como en un montaje surrealista, comenzaron a aparecer imágenes del Zoológico de Buenos Aires junto con misteriosas fotos de cumbres de montañas. Nos preguntamos cuáles eran las historias que se “soldaban” en el desorden de este archivo.
Empezamos a filmar, pero no fue un rodaje breve. Nos llevó muchos años entender qué tipo de película queríamos hacer y con qué materiales la íbamos a narrar. Las posibilidades eran miles. Mientras trabajábamos con esos archivos fotográficos y en la investigación acerca de su presunto autor, el Dr. Jakob, comenzamos a filmar todo lo que ocurría en el hospital. Nos resistimos a que esta película fuera un documental formal e histórico sobre una colección fotográfica. Decidimos hacer una película más ambigua y compleja, con la idea de que también fuera inclasificable. Una película que tuviera como excusa un relato biográfico y que a su vez recogiera las pistas escondidas en esos subsuelos, que nos llevaron del Dr. Jakob al zoológico, del hospital a expediciones en los Andes patagónicos. Así fue como descubrimos entonces que en 1911, el Dr. Christofredo Jakob, director del hospital, publicó un ambicioso libro en colaboración con Clemente Onelli, quien fuera director del zoológico por ese entonces, y al que titularon Atlas del cerebro de los mamíferos de la República Argentina. Cada vez que moría un animal, Onelli lo enviaba al laboratorio de Jakob para que estudiara su cerebro.
En el ensayo ¿Por qué miramos a los animales?, John Berger nos recuerda que esta institución, en su idea original, debía funcionar primero como lugar de estudio de los animales y secundariamente como exhibición, pero que este orden fue invertido. Cuando fuimos a filmar al zoológico los animales ejecutaban al pie de la letra su idea central: “En los zoos los animales constituyen un monumento vivo a su propia desaparición”. Las jirafas, en forma de grupo escultórico, miraban a cámara. Un león rugía casi sin fuerzas mientras que el elefante color niebla, barría el piso sacudiendo la trompa. En otras jaulas, nerviosos, unos monos se hamacaban, al mismo tiempo que el oso se movía en círculos, sin saber a dónde ir, conocía perfectamente el destino de su especie.
Esta película surgió porque nos propusimos el rescate de ciertos desperdicios de la historia. Restos, documentos del pasado que aún parecen no interesar a nadie o que se quieren ocultar como si fueran la prueba de un crimen cometido en pos de la búsqueda del saber científico. Porque para entender la locura, no solo fue necesario conocer su rostro –mediante el retrato de las pacientes– sino también algo mucho más profundo. Para conocer la vida –de los hombres y los animales– la ciencia necesitó viviseccionarla, para estudiar un cuerpo tuvo que penetrarlo. En las imágenes de los animales desollados y de los cortes de cerebros, resuena el postulado escópico de Bernard: “para aprender cómo viven el hombre y los animales es indispensable ver morir a un gran número de ellos”.
En la película hay un diálogo entre el pasado y el presente, pero no de manera unidireccional. El esplendor de estos dos lugares, del hospital y del zoológico, que tienen sus orígenes en el siglo XIX, comparten una epistemología muy cuestionada. En este período, se forja el positivismo, que no solo se limita al pensamiento sino que “habla desde la Institución” y se desarrolla una red de instituciones disciplinarias: policía, prisiones, manicomios, hospitales. Su aparición estuvo vinculada con la formación de nuevas ciencias sociales como la criminología, la psiquiatría o la anatomía comparada. Fue en ese entonces que surgió una combinación entre evidencia y fotografía ligada a la aparición de prácticas de observación y archivo. Las investigaciones científicas que Christofredo Jakob desarrolló en la Argentina –como la zoología, la anatomía comparada, la botánica, la paleontología, la neuroanatomía del hombre y los animales, la neurología y psiquiatría– comienzan en 1899 y continúan hasta la década del 40, con un abordaje en el contexto de esa epistemología.
La película, retrato fallido, promesa de una biografía incompleta, se transforma en un “documental mudo” y esquiva cualquier voz que intente reconstruir un sentido único de la historia. En este fracaso, presente y pasado se superponen, el montaje entrelaza fotografías, personajes y espacios que resisten, haciendo emerger lo poético en lo disperso y fragmentario.
Casi al final caminamos atravesando bosques, cruzando ríos, hasta lo alto de una montaña desde donde miramos lo que Jakob miró. La piedra del doctor mantiene intacto su misterio hasta que una masa de nubes blancas se traga el paisaje.
Funciones : Todos los viernes de marzo a las 20:00 hs. en el cine del MALBA (Av. Pres. Figueroa Alcorta 3415, CABA)
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