Arte y ecología, un diálogo que se vuelve urgente frente al deterioro planetario

Cada vez más artistas intervienen a través de su obra, o difunden desde su práctica, los temas centrales de la agenda ecológica que gana protagonismo en las opinión pública global

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Adriana Bustos: Plantío Rafael Barrett.
Adriana Bustos: Plantío Rafael Barrett. Asunción del Paraguay. Bienal de Asunción 2015. (Télam)

A fuerza de incendios, extinciones y deforestaciones, la crisis ambiental se hace lugar en la agenda mediática y política, una preocupación sobre la que desde hace tiempo indagan artistas como Pablo Lapadula, Jimena Croceri, Adriana Bustos y Eduardo Molinari. ¿Cómo entender el arte en medio del desastre? ¿Tiene una potencia transformadora o anticipatoria para intervenir sobre la realidad? ¿Son los artistas que trabajan estos temas “artivistas”, en el sentido de que transportan sus convicciones a su práctica artística?

Télam dialogó con esos cuatro artistas para reflexionar sobre la crónica anunciada de un deterioro planetario que en el arte tiene un lenguaje crítico desde hace ya tiempo a través de producciones simbólicas que activan nuevos sentidos y preguntas sobre las relaciones entre humanos y no humanos, entre el medio ambiente y el sistema, que es decir, ni más ni menos, la cultura. Aunque la relación entre arte y ecología es tan antigua como la capacidad reflexiva de imaginación, esos encuentros entre arte y naturaleza parecen haber conquistado mayores espacios de intervención, difusión e incluso, institucionalización.

Pablo Lapadula: El estado de
Pablo Lapadula: El estado de la cosa. (Télam)

Lapadula, doctor en Ciencias Biológicas y artista visual, dedica su práctica a la reflexión sobre arte, ciencia y naturaleza desde distintos espacios, como el Centro de Arte y Naturaleza de Muntref, y quizá su obra más emblemática sea la serie Zoología fantástica, donde construye una museografía taxonómica de especies biológicas; Adriana Bustos impulsa un proyecto comunitario de plantación de maíz y mandioca en tierras fiscales en Paraguay y en su obra trabaja cruces con la memoria política o problemáticas territoriales y raciales; Croceri, por su parte, experimenta con elementos cotidianos y cuerpos y ha representado al agua como canal de comunicación colectivo; mientras que Molinari con su proyecto “Archivo Caminante”, ha investigado la producción de monocultivo, especialmente soja, en articulación con la historia, la política y el sistema neoliberal en trabajos como Los niños de la soja.

Adriana Bustos: Plantio Rafael Barrett.
Adriana Bustos: Plantio Rafael Barrett. Muestra "Simbología" en el CCK 2021. (Télam)

¿Hay un giro ecológico en el arte? Lapadula cree que sí: “La crisis de la pandemia, que no fue traccionada por problemas financieros sino por problemas de uso y relación con el mundo natural, desencadenó una crisis biológica. Eso se transformó en agenda artística porque fue un conflicto que nos atravesó a todos y paró el mundo. El arte contemporáneo, como una antena del espíritu de época, se direccionó hacia la pregunta y la controversia ¿qué es la tierra? ¿qué es el ambiente? Es desde este lugar donde el campo del arte contemporáneo empieza a generar obras de sentido que indagan sobre la relación y la forma que tenemos hoy en el siglo XXI de entender qué es el mundo natural y, por lo tanto, a partir de ese entendimiento, desarrollar un tipo de diálogo”.

El artista y científico sostiene que la naturaleza es una sola “a lo largo de toda la historia” pero lo que cambia es la forma de abordarla, según la época, porque no puede no pensarse como constructo cultural de un tiempo: “La naturaleza siempre es la misma; la interpretación, las imágenes, los usos y desusos van cambiando con la época y con la cultura. Por lo tanto la visión de la naturaleza es cultural: la naturaleza no sabe de sí misma, es la cultura quien define qué es la naturaleza”.

Jimena Croceri, El color del
Jimena Croceri, El color del río. (Télam)

Para Molinari, cuya obra integra la exposición Simbiología en exhibición en el CCK, también hay un giro aunque marca una advertencia: “El giro existe, pero la relación de fuerzas está en disputa y en cada vez mayor tensión”. En su opinión, “es importante diferenciar el sistema de arte contemporáneo que es el resultado de la cristalización de un imaginario impuesto a lo largo de nuestra historia reciente que responde a los intereses de un sector minoritario vinculado a experiencias traumáticas y autoritarias desde el comienzo de nuestra historia colonial”.

El artista encuentra como continuidad de esa minoría la idea de “exterminar al otro, al diferente, enemigo, disidente. Este núcleo que puede ser conceptualizado como ´pensamiento genocida´ es un intenso punto de contacto con el pensamiento ecocida actual: para desarrollar el modelo de agronegocios que el neoextractivismo propone, es preciso exterminar a todas las especies vegetales y animales que impidan el crecimiento de las semillas transgénicas”, dice y marca una sospecha para cerrar su idea: “La ´escena institucional artística´ aún vigente, aunque cada vez más desafiada, fue pensada y concretada en el período 1989-2001, cuando se impuso el modelo neoextractivista de agronegocios, fumigaciones, megaminería, deforestación, venta de tierras a extranjeros, barrios cerrados, especulación inmobiliaria, urbanización del campo. Es muy duro verificar que los beneficiarios de ese saqueo se encuentran presentes en institucionalidad de lo que simpáticamente nos gusta llamar ´el arte´”.

Pablo Lapadula. (Télam)
Pablo Lapadula. (Télam)

A propósito de las indagaciones sobre medio ambiente, Adriana Bustos considera que “la agenda ecológica es inseparable de la política y todo gesto artístico es un acto político y en este sentido activa y propone nuevos sentidos”. En sus palabras, “estamos presenciando en tiempo real el temido deterioro planetario efecto de negar de modo persistente que nuestro planeta es un organismo vivo, inteligente, sensible y finito”.

Junto con Mónica Millán, Bustos viene desarrollando desde 2015 el proyecto “Plantío Rafal Barret” junto a organizaciones comunitarias del Paraguay y Argentina, donde generan plantaciones por fuera de la industrialización de alimentos. “Son gestos casi invisibles que operan transformaciones en nuestra percepción y relación con la tierra como la verdadera regente-generadora de vida que incluye también la nuestra”, cuenta.

Es que esta artista nacida en Bahía Blanca -actualmente forma parte de una muestra colectiva en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires- entiende el arte como un “sistema de conocimiento singular y sofisticado en tanto involucra la memoria emotiva, la memoria histórica y la percepción a nivel corporal involucrándonos en el presente. El arte puede proponer nuevas cosmologías, formas creativas de configurar el mundo, modelos alternativos y por tanto otros sistemas de valores”.

Eduardo Molinari: Los niños de
Eduardo Molinari: Los niños de la soja. Instalación exhibida en el Museo Reina Sofía de Madrid, España. (Télam)

Jimena Croceri concibe su creación artística como una neblina a la que ingresa impulsada por el deseo de experimentar sin grandes teorías porque para ella el arte es posibilidad, “es una apertura de preguntas” que en su caso se vincula a la experiencia. “El arte tiene desde hace cientos de años una comprensión del tacto, las sensaciones, lo que entendemos a través de la experiencia, y eso es un gran mediador para comprender procesos complejos. Quizás también por eso puede darse esa membrana hipersensible para percibir cosas del entorno anticipadamente”, piensa esta artista que registra que Argentina en “los últimos años no hubo mucho interés en la relación del arte con la naturaleza”, por lo que celebra que “hayan emergido estos temas”.

El capitalismo hace sus trampas, sugiere Molinari cuando dice que “el neoliberalismo ha transformado a la sensibilidad en un campo de batalla más” y por tanto un terreno de disputa. Cuando el artista empezó sus investigaciones sobre el modelo de agronegocios, en 2008, viajó a zonas de cultivo y lo que en primera instancia le parecía un campo precioso, con plantas altas mientras caía el sol, se convirtió en un peligro silencioso porque cuando quiso acercarse, tocarlas, le dijeron que no lo haga por las fumigaciones. “Eso es invisible y nos invita a pensar qué tipo de cultura visual necesita el agronegocio”, grafica.

Aunque las formas de concebir el arte son tan polisémicas como las subjetividades que la llevan a la práctica, los artistas coinciden en ubicar al campo artístico como terreno de preguntas, por lo que Croceri piensa que en ese sentido puede tener “capacidad de intervención social” y así lo argumenta: “No sé si hoy en día dentro de una obra puede darse una verdadera transformación, pero es un gran punto de partida. Estrategias desorganizadas que tienen vocación de ser impías con el esquema de las cosas. ¿Qué pasa si el arte es una forma de inventar hábitos no habituales en nuestra vida cotidiana?”.

Lapadula se distancia de la idea de activismo porque entiende que ese campo le pertenece a activistas: “La obra honesta debe expresar las propias contradicciones de la época más que generar discursos de resolución a esos problemas. Los discursos de resolución de esos problemas están en manos de las políticas de medio ambiente, y de ciencias y culturales. Los artistas y científicos producimos conocimiento con las contradicciones de la propia época y no podemos salir de este encorsetamiento en el cual hemos crecido: podemos elaborar una visión crítica mostrando en nuestras propias obras, las contradicciones del sistema”.

Eduardo Molinari: Un drone o
Eduardo Molinari: Un drone o B.O.G.S.A.T. - La responsabilidad. Instalación (2021) Versión especial para la muestra "Simbiología. Prácticas artísticas en un Planeta en emergencia", Centro Cultural Kirchner. (Télam)

Por eso, agrega, “no creo en la capacidad anticipatoria del arte, sí creo que el artista está muy atento a la climatología biológica de la sociedad y que reacciona ante las erupciones que suceden en el tejido cultural y responden de forma más eficaz, mas torpe, pero siempre responden. Y esas respuestas en el campo del arte están indexando un conflicto que sucede de forma contemporánea”.

Sobre la relación entre arte y política, Molinari hace memoria: “Para quienes habitamos durante los 90 procesos de borroneo de las fronteras entre práctica artística y práctica política, las jornadas del 19 y 20 y todo lo que vino después hasta los asesinatos de Darío Santillán y Maximilano Kosteki, una pregunta era ¿pueden nuestras imágenes representar a las víctimas del neoliberalismo? Muchos creían que sí. Otros, entre los que me incluyo, creemos que no”.

“La potencia política de las imágenes artísticas en las que creo -argumenta- no son aquéllas que representan algo sino las que funcionan como presencias. Son trabajos de memoria o ejercicios de imaginación política donde lo que se hace visible tajea el régimen de visibilidad impuesto por los opresores y desoculta, desentierra, hace presentes visiones que accionan junto a los actores sociales. Me gusta pensar, siguiendo el título de un libro de un amigo filósofo, que estamos habitando una ofensiva sensible”.

Las preguntas ecológicas que activa el arte a través de la creación de piezas artísticas pueden generar reflexiones, acciones, expresiones estéticas de un clima de época o formas de vincularse con el mundo. Lo cierto es que más allá de los modos que cada artista tiene de vincularse con su práctica, sus obras funcionan como poéticas que revalorizan otras formas de encuentro con los recursos naturales, incomodan por su potencia crítica y devienen punto de partida para empezar a comprender las urgencias y preocupaciones de la relación con el medio ambiente.

Fuente: Télam SE

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