La apasionante historia de Nellie Bly, pionera del nuevo periodismo en el siglo XIX

Se acaba de publicar “Diez días en un psiquiátrico”, una crónica “desde adentro” realizada en 1887 por esta mujer decidida y talentosa. Este es el prólogo a la edición 2022, firmado por su traductora

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Nellie Bly (Foto: Wikipedia)
Nellie Bly (Foto: Wikipedia)

Hace un tiempo, en Twitter me encontré con una imagen que enumeraba distintas razones por las que las mujeres eran, supuestamente, ingresadas en asilos en el pasado. Por supuesto, a la lista en cuestión le faltaba contexto: si bien las causas de admisión fueron sacadas de documentos reales de la época, hubiera sido más honesto aclarar que aquella lista contenía las “causas” de los síntomas que llevaron a miles de mujeres a ser encerradas en condiciones inhumanas. A nadie la ingresaron por “leer muchas novelas”; pero sí por una serie de síntomas que eran atribuidos a la lectura de ficción.

Esa lista nos puede parecer divertida porque, entre otras cosas, incluye la lectura de novelas, la masturbación, el matrimonio de un hijo, la “debilidad de la mente” y los “vicios varios”, entre los estrambóticos motivos que llevarían a ser ingresada en un asilo. Pero centrarnos en ese tipo de datos morbosos nos hace ignorar las razones por las que una persona podría terminar tras las rejas de un psiquiátrico. Si bien las novelas y el cine suelen mostrar los horrores de los asilos de la mano de una señorita de buena fortuna, encerrada por sus malévolos parientes, lo cierto es que esa fantasía gótica ignora que la gran mayoría de mujeres en estos lugares eran trabajadoras e inmigrantes.

La locura también ha sido un potente símbolo en la literatura, especialmente durante el siglo xix. Los románticos se la apropiaron como ícono de resistencia ante la lógica y la razón de la ilustración. Aparecía como una ventana al más allá, al mundo que escapaba a los sentidos y que permitía apreciar lo sublime. Pero esta perspectiva de la locura, por supuesto, no era la visión imperante. El concepto de “salud mental” como lo entendemos hoy recién apareció a finales del siglo xix, y no se consolidó hasta después de la Segunda Guerra Mundial, con la aparición del dsm (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, publicado por la American Psychiatric Association). Antes de Freud y Jung, la forma de curar la enfermedad mental no era muy diferente a la forma en la que se trataban las enfermedades de otros órganos. El Hospital de Bethlem en Londres, cuyos primeros registros de pacientes “locos” datan de la Edad Media, se transformó en un símbolo de estas instituciones, a las que muchos pacientes ingresaban sin esperanzas de volver a salir. La palabra inglesa “bedlam”, que hoy significa un estado de completo caos y confusión, deriva de uno de los sobrenombres del hospital. Pero es durante la segunda mitad del siglo xix que la locura parece ocupar un espacio predominante en el imaginario cultural, especialmente en el mundo angloparlante. La presencia de mujeres “locas” en la ficción, según las autoras Gilbert y Gubar, aparece freudianamente como el retorno de lo reprimido, en una época en que las mujeres estaban constreñidas al rol del “ángel del hogar”. El diagnóstico de histeria, utilizado desde la antigüedad, se convirtió en un término paraguas que cubría una serie de trastornos psicológicos, que iban desde lo que hoy conocemos como depresión posparto hasta epilepsia. Distintas teorías intentaban explicar la prevalencia de estas enfermedades en la población femenina, siempre apuntando a la naturaleza inherentemente débil de las mujeres. El útero aparece, así, como la fuente de todos los males que podían afectar a una mujer, y por ende, a su mente.

“Diez días en un psiquiátrico” (Alquimia Ediciones) de Nellie Bly
“Diez días en un psiquiátrico” (Alquimia Ediciones) de Nellie Bly

El unificar una enorme variedad de síntomas y trastornos bajo un solo diagnóstico, significó que los tratamientos de todas estas enfermedades también eran uniformes. Durante años, pacientes con enfermedades tan diferentes como la depresión y la epilepsia recibían el mismo trato por parte de los médicos y enfermeras. En estos hospitales los profesionales de la salud brutalizaban a las pacientes, golpeándolas y obligándolas a vivir en condiciones inhumanas, que indudablemente sólo contribuyeron, en muchos casos, a empeorar lo que ya de por sí eran condiciones psíquicas complicadas. Si bien el psicoanálisis llevó a notables mejoras en el tratamiento de las enfermedades mentales, muchos hospitales psiquiátricos siguieron funcionando durante gran parte del siglo xx, siendo inmortalizados en la literatura y el cine tanto como sus contrapartes decimonónicas. En 1887, cuando Nellie Bly ingresó a la isla de Blackwellm, los asilos en Estados Unidos eran básicamente cárceles. Muchas de las mujeres que llegaban ahí lo hacían después de ser detenidas por crímenes tan absurdos como “vagancia” o “mendigar”. Gran parte de estas mujeres tenían algún tipo de condición psicológica, pero la pobreza o su condición de inmigrantes eliminaban la posibilidad de ser cuidadas por miembros de su familia, si es que la tenían. La ficción mostraba a heroínas indefensas siendo encerradas por maridos (u otros parientes masculinos) malvados, cuando la mayoría de las mujeres que terminaba en lugares así se debía, sencillamente, a que no tenían otro lugar donde ir.

A finales del siglo xix, en Estados Unidos, las mujeres estaban al borde de un salto. A medida que la sociedad se volcaba a las ciudades, se abrieron puestos de trabajo que antes les estaban vedados: secretarias, vendedoras e incluso periodistas, permitiendo que las mujeres se incorporaran a la creciente clase media. En este mundo es que Nellie Bly entra al periodismo. Ante una columna publicada en el Pittsburgh Dispatch titulada “Para qué sirven las chicas”, que declaraba que las mujeres sólo servían para el trabajo doméstico y la procreación, Elizabeth Cochran escribió una carta al director bajo el pseudónimo “Una Huérfana Solitaria”, en la que rebatía los argumentos de la columna. El editor, George Madden, impresionado por esta carta, llamó a que la escritora se revelara. Cuando la joven se presentó en las oficinas del diario, Madden le pidió que escribiera un artículo para ellos, antes de contratarla a tiempo completo, bajo el nombre de “Nellie Bly”, inspirada en una canción popular de Stephen Foster.

Desde el principio rompió esquemas, escribiendo sobre las vidas de las mujeres trabajadoras y relatando las condiciones del trabajo en las fábricas de Pittsburgh. Por supuesto, su rol también provocó reclamos por parte de dueños de fábricas, descontentos con la cobertura que Bly hacía de sus prácticas laborales. Relegada entonces a los temas de “mujeres” —moda y sociedad— Bly siguió determinada a hacer cosas que ninguna otra mujer hubiera hecho antes. El siguiente paso fue viajar durante seis meses por territorio mexicano bajo la dictadura de Porfirio Díaz, que criticó ávidamente en sus reportes. Tras ser amenazada con arresto por las autoridades mexicanas, regresó a Estados Unidos.

Foto incluida en el libro “Diez días en un psiquiátrico”
Foto incluida en el libro “Diez días en un psiquiátrico”

Aburrida de no poder reportear cómo ella quería en Pittsburgh, buscó su horizonte en Nueva York. En esa época, la ciudad ya estaba establecida como un centro cosmopolita y seguramente se vio atraída por las posibilidades que veía en la Gran Manzana, donde se publicaban los primeros periódicos masivos, con tiradas de cientos de miles, que aumentaban exponencialmente cada año. Los editores ahí no estaban demasiado abiertos a la posibilidad de contratar a una reportera mujer, pero en 1887, el New York World le ofreció la posibilidad de hacer un reportaje encubierta.

Nellie Bly, que en su propia leyenda nunca se echó atrás ante un reto, tendría que hacerse pasar por loca para entrar al asilo de la Isla Blackwell, donde sería testigo del trato que recibían las pacientes por parte de los doctores y de todo el sistema. En su carrera periodística había demostrado su talento a la hora de escribir, con una prosa vívida y expresiva, que le permitía darle profundidad a sus artículos. Su reportaje sobre las condiciones en la institución expuso las injusticias del sistema, especialmente en la negligencia en las admisiones, que se realizaban con el más mínimo de los exámenes médicos. Las páginas de Bly no sólo revelan el trato siniestro que se les daba a las pacientes en lugares como Blackwell, sino también las historias de varias de sus compañeras, poniéndole rostro al sufrimiento de miles de pacientes.

El reportaje la catapultó a la fama. En una época en la que los periodistas raramente firmaban sus notas, ella lo hacía de manera constante. Se convirtió en una celebridad, dando inicio a las llamadas “stunt girls”: jóvenes periodistas que buscaban sorprender y escandalizar con historias no apropiadas para señoritas.

Nellie Bly (Foto: Grosby)
Nellie Bly (Foto: Grosby)

Cuando ella empezó su meteórica carrera en el World, el paisaje medial estaba dominado por dos hombres: Joseph Pulitzer (dueño del medio) y William Randolph Hearst, (dueño del New York Journal). La competencia entre ambos por vender la mayor cantidad de periódicos los llevó a adoptar un estilo sensacionalista, con historias pensadas para vender miles de números. Nellie Bly y las demás “stunt girls” encajaban perfectamente en este ambiente, con historias espeluznantes que prometían escenarios escandalosos para el público.

Después de su historia en los asilos, Bly fue contratada por el New York World como periodista, infiltrándose en fábricas y cárceles para reportar “desde adentro”. Este estilo de periodismo, del que Bly fue pionera, hoy sigue existiendo en otros formatos, como el documental, siempre con el objetivo de denunciar injusticia y demandar cambios.

Desde sus inicios en Pittsburgh, Bly se hizo famosa reportando los abusos de los empresarios industriales y defendiendo los derechos de las mujeres. Sus artículos trataban de temas tan diversos como la huelga de los trabajadores de las ferrovías o su entrevista con la activista anarquista Emma Goldman. Nellie Bly no tenía problemas en usar su subjetividad para destacar las perspectivas de los menos privilegiados, usando su plataforma para confrontar los abusos de los poderosos y darle una voz a los oprimidos.

Foto incluida en el libro “Diez días en un psiquiátrico”
Foto incluida en el libro “Diez días en un psiquiátrico”

En los años antes del voto femenino en Estados Unidos, muchas de las sufragistas, impedidas de participar en la política tradicional, volcaron sus actividades en distintos asuntos sociales, en las que podían influir en los cambios que tanto anhelaban. El celo reformista de Bly en parte se debe a que, como mujer, su participación en la vida pública estaba limitada. Su trabajo le permitió promocionar los asuntos que buscaba en reformar, con una audiencia de miles de lectores. No todo eran historias escandalosas, también era conocida como una excelente entrevistadora de figuras como Goldman y Susan B. Anthony, la sufragista más importante en Estados Unidos.

Su hazaña más conocida, junto con su ingreso al asilo, fue su vuelta al mundo. Se la presentó a su editor como una historia en la que ella misma intentaría circunnavegar el globo en menos tiempo del que le tomaba a Phileas Fogg hacerlo en La vuelta al mundo en ochenta días. Originalmente el editor no estaba muy dispuesto a apoyarla: la idea de una joven viajando por el mundo sin una chaperona y con el equipaje mínimo era, quizás, demasiado para la sociedad de la época. Pero Nellie insistió y se embarcó en el viaje que la haría una leyenda. El New York World, junto con publicar sus reportes, organizó una serie de concursos en los que el público tenía que adivinar cuándo llegaría Bly a Nueva York, con un viaje a Europa para el participante que estuviera más cerca del momento exacto de su llegada, además de crear un juego de mesa después de la odisea.

Su aventura alrededor del mundo se tornó aún más cinematográfica cuando Elizabeth Bisland, una periodista en la recién nacida Cosmopolitan, decidió que haría el recorrido en sentido contrario para llegar antes. Las casas de apuestas, al enterarse de esto, lanzaron sus propias especulaciones acerca de cuál de las dos intrépidas mujeres sería la primera. Bly dio la vuelta al mundo en 72 días, seis horas y once minutos, ganando por cuatro días.

Nellie Bly (Foto: Grosby)
Nellie Bly (Foto: Grosby)

En los años que siguieron, se aventuró en distintas carreras, pero siempre regresó al periodismo, donde tenía la libertad de poder reportar y escribir las historias que le apasionaban. Entre 1895 y 1912, se tomó el descanso más prolongado de su carrera, al casarse con el industrialista Robert Livingston Seaman, quien falleció en 1904, dejando a Bly a cargo de sus empresas, que ella pronto descubrió que eran insolventes. En 1912, volvió al periodismo, al mismo tiempo que intentaba rescatar los negocios de su marido.

Durante un viaje de negocios, Bly se encontró en Viena cuatro días después del asesinato del Archiduque Francisco Fernando. La Primera Guerra Mundial acababa de empezar y ella estaba en el corazón de la acción. Rápidamente empezó a trabajar como corresponsal, siendo una de las primeras mujeres en hacerlo. Como siempre, sus reportajes eran altamente subjetivos, pero concentrados en mostrar las condiciones de los soldados: el estado de los hospitales de campaña, la comida insuficiente en el frente. Si bien su viaje originalmente estaba pensado para durar tres semanas, se tardó tres años en volver a Estados Unidos. Hasta ese momento, el bloqueo de noticias le había impedido acceder a la propaganda de los Aliados, con lo que Bly se encontró favoreciendo a Austria en un ambiente en que predominaba la mirada contraria. De hecho, la inteligencia militar tuvo que revisar sus papeles para ingresar a su país, aunque desestimaron su riesgo para la seguridad nacional. A su regreso se encontró con que había perdido el control de sus negocios frente a su hermano, Albert. Empezó a trabajar como columnista, respondiendo a las preguntas e inquietudes de mujeres y niñas.

Nellie Bly (Foto: Grosby)
Nellie Bly (Foto: Grosby)

En sus últimos años de vida, no dejó de lado sus inquietudes políticas. En sus columnas abogaba por la liberación de las mujeres y el acceso a anticonceptivos y otras formas de control de la natalidad, además de continuar escribiendo para las noticias, desde donde se opuso a la pena de muerte, entre otras causas sociales.

Cuando murió, en 1922, su amigo, el editor Arthur Brisbane la llamó “la mejor reportera en Estados Unidos” y destacó la importancia de su trabajo para las reformas sociales. Durante muchos años, sin embargo, cayó en el olvido. Sus libros estaban fuera de circulación y no fue hasta el siglo xxi en que su legado al mundo del periodismo empezó a valorarse. La influencia de Bly no se limitó sólo a la aparición de las “stunt girls”, también creó una forma de periodismo que obligaba a los reporteros a involucrarse en sus historias. Junto a otras periodistas, como Ida B. Wells, la reportera afroamericana que llevó los linchamientos de personas negras en el sur a las primeras planas de los medios más importantes, Bly utilizó el periodismo como una plataforma para el activismo reformista, obligando a la sociedad a ser testigos de los horrores que se imponían a los grupos más vulnerables.

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