6 escritoras que rompieron los esquemas del patriarcado en la literatura de todos los tiempos

En el Día Internacional de la Mujer, aquí se repasa una serie de historias sobre la lucha por la igualdad de género que emprendieron autoras alrededor del mundo, a lo largo de varios siglos

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Arriba: Christine de Pizan, Virginia
Arriba: Christine de Pizan, Virginia Woolf y Mary Shelley / Abajo: Clarice Lispector, Safo y Jane Austen

La historia es una sucesión de episodios, todos encadenados —ninguno se entiende sin la relación con el pasado—, sobre todo en lo que respecta a la lucha de las mujeres por la igualdad de género. Es una batalla que no tiene un origen detectable, un momento específico, un punto de partida; tampoco un final. En la literatura, por ejemplo, en el arte de la palabra escrita, ¿cuáles fueron las escritoras que lograron inclinar la balanza, que rompieron los esquemas?

Que hoy exista en las vidrieras de las librerías una presencia enorme de escritoras tiene que ver con una historia larga de reivindicaciones, de mujeres que lucharon por hacerse valer (no sólo) en el terreno de la literatura, que buscaron traspasar las páginas para alumbrar zonas que la historia oficial venía ocultando desde siempre. Por eso esta pequeña lista, en el Día Internacional de la Mujer: 5 escritoras inolvidables.

Christine de Pizan

“Fue en el siglo XIV cuando por primera vez una mujer pudo ganarse la vida escribiendo. Esa mujer, Christine de Pizan, se convirtió en la primera escritora profesional de la historia gracias a su tenacidad y fuerza de voluntad. No sólo eso, Christine pasó a la historia como una gran defensora de los derechos de las mujeres en la sociedad”, escribe Sandra Ferrer Valero. Nació en Venecia en 1364 y murió en el Monasterio de Poissy alrededor de 1430.

Hija de un físico, astrólogo de la corte y canciller de la república de Venecia, tuvo acceso privilegiado, no sólo a Carlos V de Francia, sino a su gigantesca biblioteca. Tenía quince años cuando se casó con Étienne du Castel, pero al poco tiempo las muertes cayeron todas juntas como un dominó: primero el rey Carlos V, luego su esposo, finalmente su padre. Quedó con una herencia mínima, tres hijos, su madre y una sobrina. Ahí empieza la literatura.

Tres ilustraciones donde aparece Christine
Tres ilustraciones donde aparece Christine de Pizan (Biblioteca Británica / Wikipedia)

Hacía años que venía escribiendo pero fue a partir de ese momento que sus poemas, canciones y baladas comenzaron a ser bien recibidas. La popularidad la acercó al apoyo de muchos nobles medievales. Escribió para la delfina francesa Margarita de Borgoña el Libro de las tres virtudes. Sus poemas narrativos son los más conocidos como “Solita estoy y solita quiero estar”. Su trabajo estaba repleto de elementos autobiográficos. Muchos transmitían la tristeza de su prematura viudez.

Después de 1399, los derechos de las mujeres fue un tema recurrente en su escritura. Por ese entonces fundó La Querelle de la Rose, una agrupación femenina que abría el debate sobre el acceso de las mujeres al conocimiento. También le discutió mucho a un gran poeta de su época: varias de las obras en prosa de Christine de Pizan defendían a las mujeres que calumniaba Jean de Meung.

En 1404 Felipe el Atrevido le encargó la biografía de su hermano, el rey Carlos V. Para entonces ya había publicado Las epístolas de Otea a Héctor —una colección de 90 cuentos alegóricos— y el poema largo Libro de la mutación de la fortuna. Los historiadores dicen que entre 1393 y 1412 compuso unas 300 baladas y muchos poemas de breve extensión. También hizo enormes aportes al feminismo, semillas esparcidas silenciosamente sobre la tierra seca de la Edad Media.

Quizás dos libros simbolicen su obra. Uno es de 1405, su autobiografía, La visión de Christine. En ese entonces ya había apilado varias críticas; fue una respuesta a sus detractores. Otro es La ciudad de las damas, del mismo año: una colección de historias de heroínas del pasado, una suerte de revisión histórica en clave feminista. En 1418 se fue a vivir a un convento, donde escribió la Canción en honor de Juana de Arco, a quien celebra y reivindica. Murió a los 65 años.

Safo

Sobre la vida de Safo de Mitilene —o de Lesbos— solo hay conjeturas. Se cree que nació entre el 650 a. C. y el 610 a. C. y murió en Léucade en el año 580 a. C. Su obra es el centro de su biografía; lo demás son especulaciones hechas a partir de sus versos. Los comentaristas griegos la incluyeron en la lista de Los Nueve Poetas Líricos y, desde entonces, su nombre trascendió las fronteras de su mundo. Para Platón, fue “la décima Musa”.

Safo de Lesbos
Safo de Lesbos

Siguiendo las conjeturas, Safo nació en Ereso, en la isla de Lesbos. Su padre fue Escamandrónimo; su madre, Cleis. Se casó con un rico comerciante de Andros y al poco tiempo quedó viuda. Tuvo una hija que llamó igual que su madre Cleis. En la isla que fundó La casa de las musas, un espacio exclusivo para mujeres donde se dedicó a la docencia de las artes que también funcionó como punto de encuentro, en el sentido más amplio de la palabra.

Poesía, música, pintura, bordado, danza y también la construcción de una conversación, de un sentido vedado en la época —y en tantas otras— sobre la sensibilidad. Ella leía sus poemas y la interpretación rodaba por el lugar. Se cree que mantenía relaciones con algunas de sus discípulas. El término lesbianismo —en español, para referirse a la homosexualidad femenina— proviene del nombre de la isla de Lesbos, la patria de Safo.

“La poesía de Safo —escribió Bárbara Pistoia en un artículo titulada “Safo, la poeta íntima” para la serie Fe&Minismo— es de una mujer con deseos vivos, con noción de su carne y de su sangre, sabiendo las trampas que trae consigo la banalización del goce, el anhelo de control, pero, sobre todo, de una mujer que reconoce la fuerza de su vulnerabilidad, la sabiduría que habita en la sensación, con toda la violencia que implica la sensación, tan errante como infalible”.

“Eros —¡aquí va otra vez!— afloja mis miembros / me lanza a un remolino, / dulce-amargo, imposible de resistir, criatura sigilosa”, se lee en uno de sus poemas. La canadiense Anne Carson —según la crítica literaria, la poeta viva más importante de las letras anglosajonas—, que editó y compiló un libro con parte de la obra de Safo, dijo que ella “fue la primera en llamar a Eros ‘dulce-amargo’. Nadie que haya estado enamorado se lo discute”.

Safo, por Soma Orlai Petrich
Safo, por Soma Orlai Petrich (alrededor de 1860 / Wikipedia)

Virginia Woolf

Si de influencias hablamos, la sombra de Virginia Woolf —nacida bajo el nombre de Adeline Virginia Stephen en Londres el 25 de enero de 1882— sigue más presente que nunca. Es una de las escritoras más importantes y potentes de la historia. Murió de forma trágica: el 28 de marzo de 1941 se puso su abrigo, llenó sus bolsillos con piedras y se lanzó al río Ouse cerca de su hogar, donde se ahogó. Su cuerpo fue encontrado casi un mes después.

Vanguardista y osada, Woolf renovó la novela moderna y fomentó y anticipó conceptos del feminismo. Su obra es amplia y enorme: ensayos, cuentos, correspondencias, novelas. En 1925, cuando Woolf tenía 43 años, publica La señora Dalloway, una novela donde detalla un día en la vida de Clarissa Dalloway en la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial. Quizás su libro más conocido pero hay más, muchos más.

Por ejemplo Orlando: una biografía, de 1928, una obra en parte biográfica, basada en la vida de una de sus amantes: Vita Sackville-West. Es el libro que, en vida de la autora, cosechó mayor éxito. Fue traducida al español por Jorge Luis Borges. Hay temas tabúes para su tiempo como la homosexualidad, la sexualidad femenina, el papel de la mujer en la literatura en particular y en la sociedad en general. Es también un preciso y notable registro de época.

Virginia Woolf
Virginia Woolf

La novela más experimental de Woolf lleva el título de Las olas y se publicó en 1931. Está formada por seis soliloquios, uno por cada personaje: Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny y Louis. Hay, además, un séptimo persona, Percival, que nunca habla por sí misma. Aquí la autora explora el papel de la “ética de la educación masculina”. En una encuesta de 2015 realizada por la BBC, Las olas se consagró como como la decimosexta “novela británica más grande jamás escrita”.

Uno de sus últimos libros, Tres guineas, se publicó en 1938. No es de ficción, sino que aquí se observa la parte más ensayística, más intelectual de Virginia Woolf. Su objetivo inicial fue hacer una “novela ensayo”: quería atar los cabos sueltos de su célebre Una habitación propia (o “Un cuarto propio”) y crear un libro que narre historias y luego exponga sus puntos de vista sobre la guerra y las mujeres en ambos tipos de escritura. Pero el plan no resultó.

Decidió separarla en dos partes. La de ficción fue la exitosa Los años y la de no ficción fue Tres guineas. En respuesta a una carta en la que se le pedía su opinión sobre cómo evitar la guerra, la autora realizó un profundo análisis de la discriminación a la mujer. El ensayo responde tres preguntas: ¿cómo se debe prevenir la guerra de forma pacifista?; ¿por qué el gobierno no apoya la educación de las mujeres?; y ¿por qué no se permite a las mujeres participar en un trabajo profesional?

Mary Shelley

Suele considerarse a la ciencia ficción como un género de predominancia masculina, pero para muchos críticos, académicos y estudiosos Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley es la primera novela de ciencia ficción moderna y el libro que logra inaugurar el género. Publicada originalmente el 1 de enero de 1818 y enmarcada en la tradición de la novela gótica, es una de las historias más influyentes de los últimos siglos.

Frankenstein habla de temas como la moral científica, la creación y destrucción de vida y el atrevimiento de la humanidad en su relación con Dios. Es sin duda un texto muy atrevido para su época, vanguardista en muchos aspectos, con una capacidad imaginaria pocas vistas hasta entonces. “La figura del monstruo —escribe Flavia Pittella— toma la dimensión de aquel otro al que no miramos, el oprimido, el oscuro. El gótico en su máxima expresión”.

Mary Shelley, por Richard Rothwell,
Mary Shelley, por Richard Rothwell, exhibido en la Royal Academy en 1840 (Wikipedia)

Mary Wollstonecraft Godwin nació en Londres el 30 de agosto de 1797 y murió en la misma ciudad el 1 de febrero de 1851. Escribió novelas, relatos, obras de teatro, ensayos, libros infantiles, crónicas de viaje y biografías. También editó y promocionó las obras de su esposo, el poeta y filósofo romántico Percy Bysshe Shelley. El filósofo político William Godwin fue su padre; la filósofa Mary Wollstonecraft —autora del famoso libro La Vindicación de los Derechos de la Mujer—, su madre.

Pese a haber escrito libros como El último hombre o Mathilda, hasta la década de 1970 su nombre de no se extendía más allá de ser la autora de Frankenstein y esposa de Percy Bysshe Shelley. Las relecturas críticas del feminismo le dieron el lugar que merecía. Y si bien muchos autores le achacan posturas conservadoras y burguesas, lo cierto es que Mary Shelley es una figura clave para repensar la historia de las autoras que que rompieron los esquemas.

Jane Austen

Jane Austen vivió aislada del mundo literario: no conoció a ninguno de los autores contemporáneos ni por carta ni por trato personal. Pocos de sus lectores conocían su nombre, y ciertamente ninguno conocía más de ella que eso. Dudo que fuera posible mencionar a cualquier otro autor notable que viviera en una oscuridad tan completa. No puedo pensar de ninguno que viviera como ella, sino en muchos con los que contrastarla en ese respecto”.

Estas palabras, escritas en el libro de 1869 Memorias de Jane Austen por Edward Austen-Leigh, su sobrino, dan cuenta de la potencia de su literatura. Nació en Steventon, 16 de diciembre de 1775, en una familia de la burguesía agraria. En ese contexto sitúa todas sus obras. Las relecturas feministas de los últimos años consideran que Austen hizo una novelización del pensamiento de Mary Wollstonecraft sobre la educación de la mujer.

Escribió Tamara Tenenbaum en el artículo ″20 escritoras que tenemos que seguir leyendo”: “Aunque sus novelas fueron leídas durante su vida, difícilmente Jane Austen podría haber imaginado el éxito que tendrían doscientos años después de muerte. Multitudes de fanáticas corren al cine cada vez que se estrena una nueva adaptación de Orgullo y prejuicio, Emma, o cualquiera de sus demás novelas; tanto, que las propias fans de Jane Austen han sido homenajeadas en el séptimo arte”.

Retrato de Jane Auste por
Retrato de Jane Auste por su hermana Cassandra Austen

“Las convenciones sobre el amor han cambiado, pero su ironía, su sensibilidad y su maestría narrativa siguen vigentes”, concluye su breve comentario. Efectivamente, hay algo transversal, universal, que hace un arco en el tiempo y llega a este presente con una frescura demasiado singular. Sobre esto, Pittella escribió que “200 años no es nada. Jane sigue entre nosotros y su secreto mejor guardado está escondido en las páginas de sus novelas”.

Clarice Lispector

La última autora de esta lista murió en 1977, el 9 de diciembre en Río de Janeiro, a los 56 años, cáncer de ovario: Clarice Lispector. Nació en un pueblo de Ucrania, en la entonces Unión Soviética, creció en Brasil y si bien recorrió el mundo su destino siempre fue sudamericano. Fenómeno literario y extraliterario como pocos. Cautivó con escritura, con su figura de autora, con sus personajes, sus escenas, con su postura huidiza de los encasillamientos. Influenció a varias generaciones de escritores.

Tenía catorce cuando se mudó a Río con su padre y una de sus dos hermanas. La literatura fue su forma de conocer la nueva tierra, pero también de mirar al mudno desde ahí. Leyó cientos de autores nacionales y extranjeros mientras estudiaba en la Facultad de Derecho de la Universidad Federal de Río de Janeiro (entonces denominada Universidad de Brasil). A los veintiún años publicó Cerca del corazón salvaje, premio Graça Aranha a la mejor novela publicada en 1943.

Se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente y viajó por el mundo. Volvió a Brasil en 1959 con su hijo Paulo, separándose de su esposo. Se dedicó al periodismo y siguió escribiendo ficción. En 1963 publicó su obra maestra: La pasión según G. H., la historia de una mujer independiente, escultora amateur con buenos contactos que un día, sola, en el ático encuentra una cucaracha y a partir de entonces se replantea toda su vida.

Clarice Lispector
Clarice Lispector

Una madrugada de 1966 se despertó en el medio del fuego. Se había quedado dormida con un cigarrillo encendido en la cama. Pudo rescatar algunas cosas escritas. Su mano derecha sufrió quemaduras enormes. Casi la pierde. “Pasé tres días en el infierno, donde, según dicen, va la gente mala después de la muerte. No me considero una mala persona. Lo experimenté en vida”, dice en Clarice: una vida que se cuenta, la biografía escrita por Nádia Battella Gotlib.

Desde entonces su vida cambió. Las cicatrices y marcas en su cuerpo le causaron fuertes depresiones. Como dominaba varios idiomas —portugués, inglés, francés, español, hebreo, yiddish, ruso— realizó numerosas traducciones. Joven, con una gran carrera por delante, con una larga lista de libros que podría haber escrito, Clarice Lispector murió a pocos meses de publicar La hora de la estrella y un día antes de cumplir 57 años.

Los que la leyeron, pero sobre todo los que la conocieron dicen que es inolvidable. “Era una especie de feminista, pero había escrito una columna de consejos de belleza y tenía el clóset lleno de vestidos de diseñador, entonces no era una feminista querida por las feministas”, escribió Lorrie Moore. Ese desencaje, esa forma de huir del modelo ideal, esas fintas inesperadas colocaron a esta popular escritora en el pedestal de la literatura.

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