Cuando en medio de la entrevista Mariana Travacio menciona sus lecturas, la lista da cuenta de un eclecticismo productivo, pero a la vez revela cómo es su manera de entender la literatura. Habla, entre otros, de Saer, Rulfo y García Márquez: los tres, con sus estilos particulares, fueron grandes hacedores de territorios narrativos que terminaron por convertirse en la característica esencial de sus obras. Así, con la potencia de la invención, la ciudad de Saer es mucho más real que la ciudad de Santa Fe; así nos pasamos horas imaginando dónde ubicaríamos a Comala y Macondo en el mapa.
Travacio es autora de dos novelas: Como si existiese el perdón (2018) y la reciente Quebrada —a las que se les suma un libro de cuentos—. Sus historias se desarrollan en un espacio indefinido pero reconocible: una zona, para tomar una palabra clave de Saer, que pendula entre las montañas y la llanura, y que define la vida, las particularidades y los conflictos de sus personajes.
“Me han preguntado si Quebrada es una suerte de precuela de Como si existiese”, dice Travacio en diálogo con Infobae Cultura, “pero yo creo que no. Si bien los hechos aquí ocurren diez años antes, no se narra ninguna historia que sume a la trama de la otra. Yo creo que funcionan como dos artefactos narrativos autónomos uno del otro”.
Los héroes de Travacio son figuras en tránsito, seres en busca de un destino que no lo comprenden del todo, pero que igual lo persiguen como si en eso se les fuera la vida. O mejor: como si se les fuera la vida por no alcanzarlo. Y, si el ambiente de Como si existiese el perdón era el de un western, el de Quebrada es el de una historia mítica.
La novela se parte —está quebrada— en dos. Por un lado, seguimos el viaje de Lina, quien, agobiada por la aridez y el desierto, decide ir a consultar con una bruja para saber cómo llegar al mar; y, por el otro, nos enfrentamos al dilema de su marido, Relicario, que quiere seguirla pero aprendió que a la tierra y a los muertos no se los abandona. Dicho así, el argumento puede resultar simple, pero la fuerza está en la mirada y, sobre todo, la voz tan peculiar y tan convocante de Travacio. Quebrada es una novela cautivante de principio a fin.
“No tengo una mirada sobre mí en tanto escritora porque apenas me considero una persona que escribe”, dice. “Para mí, escribir es una forma de pensar. Como si el pensamiento fuera muy rápido y no me diera ninguna respuesta, y la escritura me obligase a cierta lentitud. La escritura es una manera de ordenar los temas que me convocan. Es muy difícil escribir desde lo que no se conoce y es muy difícil escribir desde lo que no te interpela. Yo tuve una infancia errante, me críe entre ciudades, y la pregunta de los traslados y de las idiosincrasias me interpela. Después hay que buscar la forma literaria. Cada uno tiene una búsqueda estética. A mí, como lectora, me importa la sintaxis, la música, la cadencia. Me detengo tanto en eso que, a veces, hasta me olvido de la trama. Por eso, no me preocupa tanto cómo se resuelven las peripecias, sino cómo explorar aquello que me hizo preguntas”.
Es muy difícil escribir desde lo que no se conoce y es muy difícil escribir desde lo que no te interpela
—¿Cuál es la pregunta de Quebrada? ¿Qué representa el mar al que va en busca Lina?
—Borges decía que cuando escuchás la voz de un personaje tenés su destino. Yo, cuando escucho hablar a estos personajes, es como si se pusieran de pie y tomaran dimensión. Cuando escribo siento que voy atrás de ellos. El mar me encanta, pero no llegamos nunca al mar: es el lugar al que no se llega. En un punto, nadie tiene a dónde ir. A dónde vamos: a la muerte. La vida es el mientras tanto. Uno cree que se está desplazando de un lado al otro, cree que está haciendo algo para llegar alguna parte. Y, en realidad, lo único que hace es crear un argumento para salir de la cama a la mañana. En algún momento se aprende que el lugar es “el mientras tanto”. Si algo queda de esta novela es que no hay a dónde llegar. El mar siempre está un poquito más allá. Como el deseo.
—El momento en que Lina descubre la inmensidad de la llanura me hace acordar a cuando la China Iron —de Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara— sale del rancho y descubre los colores del campo. ¿La sorpresa del paisaje es algo que permanece en el que viaja?
—Pero en la ciudad nos pasa lo mismo. Hay una perplejidad en la mirada de Lina porque está viendo al mundo por primera vez. Si toda la vida viste al cielo desde una quebrada y de golpe podés verlo bajar hasta la tierra, eso te provoca... Es la mirada genuina. Es como ver la nieve por primera vez. Me acuerdo del comienzo de Cien años de soledad, que dice que Macondo era una aldea de veinte casas de cañabrava y barro al borde de un río en cuyo lecho había piedras grandes, blancas, enormes, como huevos prehistóricos, y las cosas estaban recién creadas y carecían de nombre y para nombrarlas había que señalarlas con el dedo. Esa perplejidad es la que tiene Lina en los ojos.
Un viejo y querido profesor de literatura alguna vez me dijo: “La literatura existe porque la realidad es inhabitable”
—¿Hay en Quebrada un interrogante sobre la bondad? Te lo pregunto porque Relicario, sobre todo, me parece la figura que, de alguna manera, se cuestiona qué es el bien. Lo mismo me pasaba con Manoel en Como si existiese el perdón.
—Yo tenía un viejo y querido profesor de literatura que alguna vez me dijo: “La literatura existe porque la realidad es inhabitable”. La poesía embellece el mundo. Lo que me pasa con esta pregunta es que, para mí, esos personajes son como pudieron ser. Relicario no podía ser de otra manera. Nunca me lo planteé en términos de buenos y malos, tampoco. Hay cuestiones de cada uno que vienen desde los mandatos que se reciben con la sangre y con la leche. Si estos personajes querían cambiar algo de eso, tenían que batallar con lo aprendieron que era lo correcto. Relicario tiene que batallar muchísimo con lo que él consideraba el deber ser. Y Lina, cuando decide irse, también.
SEGUIR LEYENDO