El mes de agosto de 1945, particularmente los días 6 y 9, cuando los Estados Unidos de Norteamérica lanzaron dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, puede considerarse el punto de inflexión en la historia del siglo XX. Este hecho pone fin a la resistencia del Japón y a la Segunda Guerra Mundial, conflicto que involucró a países de las Américas, Europa, Asia, África y Oceanía.
Estos años se caracterizaron por los nuevos descubrimientos científicos, el desarrollo tecnológico y la capacidad productiva de las distintas ramas de la industria, cuyos fines centrales estaban esencialmente dirigidos a la creación de nuevas armas. Diseñadas éstas para multiplicar la muerte en proporciones hasta entonces nunca imaginadas; sin olvidar la existencia de los campos de la muerte y de sus herederos: los gulag.
Las celebraciones que siguieron a la derrota del nazi-fascismo pasarían rápidamente a un segundo plano. La imaginada nueva aurora de los tiempos, deseos de paz y entendimiento entre los hombres, derivó en su contrario. El mundo en la inmediata posguerra se compartimentaría en dos poderosos bloques, liderados por los Estados Unidos de Norteamérica y la Unión Soviética, que emergieron como las dos superpotencias que llevarían las tensiones geopolíticas y culturales a todos los rincones de la tierra. Comienza entonces la denominada “Guerra Fría” —ciertamente un eufemismo— pues incluyó episodios de altísima temperatura: Corea, Vietnam, Hungría, las invasiones de las dos potencias en distintas regiones del planeta; y los procesos de descolonización que también aportaron cientos de miles de víctimas. Estos fenómenos se intensificarían a partir de la década de los años cincuenta del siglo pasado, el que se prolongaría hasta la caída de la Unión Soviética. Este período fue definido por Amiri Baraka (Leroi Jones) como los “tiempos oscuros”, caracterizados por el temor a una conflagración nuclear, fantasma que se prolongará hasta nuestros días.
En el panorama poético estadounidense, la publicación de Nueva Crítica (1941), ensayo de John Crowe Ramson, destaca la configuración de una corriente de pensamiento, compartida por varios críticos, entre ellos Allen Tate, Robert Penn Warrren, Yvor Winters y Cleanth Brooks, que invade con energía conquistadora las universidades y los medios académicos, consolidando una actitud conservadora, que bajo distintas máscaras y atuendos echa raíces en la academia norteamericana. Estos, desde un cierto formalismo, centraban su análisis, su evaluación estética, a partir de una exclusiva lectura del texto poético y del funcionamiento de las relaciones internas de las expresiones figurativas. Ellos preferían a W.B. Yeats sobre William Carlos Williams, lo mítico a lo personal, lo racional a lo irracional, lo histórico a lo contemporáneo, la erudición a la espontaneidad y lo elitista a lo popular.
Su predilección por la tradición se fundaba en un exagerado respeto por las letras inglesas, su tono frente al propio, coloquial, del hablante norteamericano; “nuestra lengua vernácula”, como la definió Allen Ginsberg. Confiados en sus conceptos y juicios excluyentes, defendidos desde la cátedra universitaria, no supieron leer las transformaciones que se estaban gestando en los usos de la lengua. Nacidas estas en el trabajo de una nueva generación de poetas que releyeron su incipiente tradición poética —Whitman, Pound, Williams— que con desesperación buscaban su propia voz y la de su tierra.
Podemos situar el inicio de la agonía del American Dream en los primeros años de los cincuenta. En la ciudad de San Francisco, considerada el portal a Oriente en los Estados Unidos de América y llamada por Karl Shapiro “el último refugio de los bohemios”, se desarrollaba una intensa y diversa actividad cultural. La ciudad en la que se desarrolló lo que posteriormente se denominaría como el Renacimiento Poético de San Francisco, cuyos protagonistas abrirían nuevas perspectivas a la creación poética, que incorporaría definitivamente el ritmo y la dicción del habla coloquial que ya nunca se ausentarían del discurso poético: “…la propia voz de la vida como la escuchó/ Walt Whitman…”
En octubre de 1955 Allen Ginsberg organiza una lectura de poesía en la Galería de Arte Six, sin prever las consecuencias que esta habría de tener en el futuro cercano. Según Gary Snyder, en esa ocasión se produciría “un punto de inflexión en la poesía norteamericana”.
La noche del 7, leyeron sus textos Michael McClure, Gary Snyder, Philip Whalen, Philip Lamantia y Allen Ginsberg, mientras que Kenneth Rexroth se ocupó de coordinar la mesa y actuar como maestro de ceremonias. Entre el público estaban Ferlinghetti y Kerouac. En esa ocasión Ginsberg leyó Aullido, cantó sus versos, los gimió, y en el final de la lectura parecía estar al borde del llanto; su performance causó una emotiva reacción de los presentes. En particular la de Ferlinghetti, que le pidió el original para su publicación. Con Aullido no sólo comienza un momento en la literatura norteamericana, sino también un nuevo estilo de composición. Ginsberg declara que él sigue el modelo Kerouac —el Kerouac poeta—y que su objetivo es calcar en la página los pensamientos de la mente y sus sonidos. Esta actitud según él debe ser entendida como la “escritura de la mente”.
En agosto de 1956, Lawrence Ferlinghetti, propietario de City Lights, una pequeña librería y editorial, publica en su colección libros de bolsillo Aullido. El libro recibió algunas críticas favorables, pero la mayoría de los grandes medios y las publicaciones académicas reaccionaron negativamente con sarcasmo y mezquindad. Sin embargo, un hecho fortuito e inimaginable pondría al libro en boca de muchos. Dos policías de civil compraron ejemplares y en mayo de 1957 el capitán William Hanrahan de la agencia juvenil (San Francisco Juvenile Bureau) ordenó el arresto del editor Ferlinghetti y del encargado de la librería Shigeyoshi Murao. El cargo: obscenidad. Ambos, luego de un debatido proceso judicial, en el que primó por parte de los testigos la defensa de la libertad de expresión, fueron declarados “no culpables”. En septiembre de ese año se publica En el camino que se convertiría muy pronto en uno de los libros más vendidos del momento, inaugurando para Kerouac un período que fue para él, tanto un sueño como una pesadilla. Su presencia alimentaría una tendencia, la del rebelde sin causa, que ya tenía un mártir: James Dean. Asimismo su novela reinventa el gran viaje a través del país de este a oeste; inaugurado por los exploradores del siglo XVIII y los pioneros del siglo XIX en la denominada Conquista del Oeste. Estos hechos y la posterior antología de Donald Allen The New American Poetry: 1945-1960 (1960) les dieron notoriedad y visibilidad a las poéticas de los beats, Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso, Gary Snyder y Lawrence Ferlinghetti. Sin embargo las corporaciones periodísticas y cierta crítica (John Ciardi, Benjamin Demott, James Dickey, Herbert Gold, John Hollander, Norman Podhoretz y John Updike), destacaron que el nuevo estilo de vida que preconizaban los beats amenazaba la cultura establecida en la era Eisenhower y atentaban contra los valores familiares.
Kenneth Rexroth, que se guiaba por la consigna “Frente a la ruina del mundo, tenemos una sola defensa: el acto creativo”, en un ensayo publicado en 1957, antes de la edición de Aullido y En el Camino, caracteriza la actitud de los beats como lo opuesto a una rebelión; consideró que ellos encarnaban una decisiva renuncia o retirada de la sociedad y de lo establecido, y de la línea académica que regía entonces la creación y la crítica literaria, cuyas ideas se alimentaban en ciertos prejuicios y en el aserto de que el tiempo de la experimentación había finalizado.
En 1958 Herb Caen, columnista del diario San Francisco Chronicle los denominó beatniks — contracción de beat y Sputnik, el satélite soviético —, cuyo arquetipo sería el hombre de barba candado que usaba boina, se vestía con vaqueros y poleras negras, anteojos oscuros, pelo largo, tocaba los bongos y fumaba marihuana; mientras que las muchachas usaban ropas ajustadas, leotardos, y se enamoraban de músicos de jazz negros. La moda beatnik hizo furor pero poco tenía que ver con el comportamiento social, la vestimenta, el trabajo, los deseos y aspiraciones de los beats; al contrario, la creación de este estereotipo fue utilizada para denostarlos, presentarlos como jóvenes furiosos y delincuentes juveniles. En la Convención del Partido Republicano (1960), el director del FBI J. Edgar Hoover declaró que los males que amenazan a su país y a la cultura occidental eran: “Los comunistas, los beatniks y los intelectuales”. La respuesta a los conceptos negativos y la caricaturización que de ellos se hacía a través de la imposición del término beatnik podemos hallarla en Pull My Daisy (1959).
Luego de la publicación de En el Camino (1957), Kerouac fue entrevistado por John Wingate en su programa de televisión Nightbeat, que tenía una audiencia de 40 millones de personas. Exponiendo ciertos aspectos de la nueva sensibilidad y de la visión que compartía con otros integrantes de su generación, la popularidad que obtiene a través de esta presentación fue uno de los hechos que aviva y agudiza las críticas de los grandes medios periodísticos y de otros escritores y periodistas de posiciones más conservadoras que atacaron a los beats sin piedad.
A partir de 1959 se producirían varias películas y una serie televisiva que tienen que ver con la beat generation. La telenovela radial dirigida a amas de casa The Romance of Helen Trent (1933-1960), incluiría en su elenco, ese año, un personaje que representaría las actitudes y el pensamiento de los beats; interpretado éste como la antítesis del sueño americano y promotor de ideas que amenazaban a la sociedad y a la denominada ciudadanía biempensante. La televisión haría lo propio con una serie The Many Loves of Dobie Gillies (1959-1963) en la que el amigo del personaje principal, Maynard G. Krebs, es un beatnik que lo único que le interesa es vivir sin trabajar, un vago sin remedio que se dedica a tocar los bongós.
En la pantalla grande se estrenarían The Beat Generation (1959), dirigida por Charles Haas. Trata de un beatnik que es un violador serial y es perseguido por la policía y que cuando no está persiguiendo a mujeres casadas, se reúne en un bar, a tomar café expreso con un grupo de amigos. Le sigue El falso escultor (A Bucket Full of Blood, 1959), dirigida por Roger Corman, una comedia negra, con un grado tal de absurdidad que resulta cómica. El falso escultor trabaja como mozo en el café The Yellow Door, donde concurren poetas beat. Luego de escuchar a uno de ellos leer sus poemas, cuando regresa a su domicilio después del trabajo, se inspira en las palabras del poeta e intenta hacer una escultura de un rostro femenino. Mientras está trabajando la arcilla es interrumpido por los maullidos del gato de la encargada del edificio. El pobre animal, no se sabe bien por qué, ha quedado aprisionado dentro de una pared. El escultor intenta liberarlo picando la pared con un cuchillo y accidentalmente lo mata. No sabiendo qué hacer, decide cubrirlo de arcilla, dejando incluso el cuchillo clavado en su cuerpo, transformando al gato muerto en una escultura, algo así, como un ready made. Esta escultura será expuesta en el café logrando el respeto de los poetas beat. Posteriormente una muchacha en el café le entrega una dosis de heroína y un policía encubierto que estaba allí, dedicado a espiar a los que concurrían al establecimiento, lo persigue hasta su casa e intenta arrestarlo. El falso escultor se resiste y en la lucha lo golpea en la cabeza con una sartén y lo mata. No sabiendo como disponer del cadáver lo cubre con arcilla. Titulará esta obra Hombre Asesinado, que lo convertirá en un artista respetado y celebrado por los poetas beat del café. Corolario: para continuar produciendo esculturas continuará asesinando y, cuando finalmente es descubierto, se suicida. Es difícil imaginar qué se propuso Corman, quizás otra película de horror bordeando los límites de lo bizarro. Sin embargo, podemos inferir que consciente o no, el director, nos revela sus apreciaciones acerca de algo que considera inexistente, el rigor crítico de los poetas beat y un estado de confusión ante la realidad.
Gene Fowler Jr. fue editor de destacados directores, entre ellos, Fritz Lang, Samuel Fuller y John Cassavetes y como director estuvo al frente de casi cien producciones para cine y televisión. La mayoría de sus trabajos se encuadran en la categoría B, cine comercial de bajo presupuesto—en 1959 estrenó The Rebel Set. En el afiche de presentación se señalaba que esta película se internaba en la jungla del mundo de los beatniks. Una historia simple en la que el propietario de un café contrata a tres beatniks para robar un camión de caudales. Luego del asalto, que sale bien, comienzan a traicionarse entre ellos, llegando al asesinato para apoderarse del botín. Su estridente mensaje: los intelectuales son profundamente corruptos y no son dignos de confianza.
La novela de Jack Kerouac Los subterráneos (1958) fue llevada al cine con el mismo título en 1960 por el director Ranal MacDougall. Se trata de un producto superficial, cursi, centrado en las poco convencionales relaciones amorosas de los protagonistas.
La década de los 60 sería una de gran conflictividad y violencia en los Estados Unidos, marcada por los magnicidios de Jack Kennedy en 1963, Martin Luther King y Bobby Kennedy en 1968. En esos años se inician distintos movimientos sociales y culturales. Entran en escena las Panteras Negras, el hippismo, el flower power, el movimiento de oposición a la guerra de Vietnam. Asimismo, se afianza el movimiento por los derechos civiles que origina la gran marcha a Washington (1963), que motiva, en más de un sentido la aprobación de la Ley de los Derechos Civiles (1964). El Festival de Woodstock (1969) puede considerarse el epilogo de esos años, aunque no el fin de la violencia, ni de los enfrentamientos culturales que se viven en el país.
Una película que funciona como una intensa metáfora de esa época y que de alguna manera podríamos asociar a la contracultura personificada por los beats es Busco mi camino (1969), dirigida por Dennis Hopper y cuyos protagonistas fueron Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson. Como recordarán, no tiene final feliz, ya que en distintas circunstancias, los protagonistas mueren. Además de las tensiones y enfrentamientos de distintos sectores sociales, puede ser considerada también, en sentido figurado, como el nacimiento y muerte del movimiento hippie. Todo en una sola película.
En las décadas siguientes se realizaron algunos documentales, principalmente de entrevistas y algunos cortos, sobre la obra de los beats. Recién en 1980 la industria del cine se interesaría nuevamente por el fenómeno beat, cuando John Byrum estrenó con escaso éxito de taquilla Generación Perdida (Heart Beat). Este drama romántico se basa en la autobiografía de la esposa de Neal Cassady, Carolyn, y es un racconto insípido del triángulo amoroso que supuestamente protagonizaron.
En 1991 David Cronenberg estrena Almuerzo desnudo, adaptación libre de la novela de mismo título de William Burroughs, un libro realmente inadaptable para llevar a la pantalla. No obstante, el director, intercalando distintos aspectos biográficos y experiencias de vida del autor con partes de la novela, logra una película que con los años se ha convertido en un clásico, aunque es difícil establecer cuáles son sus relaciones estéticas con el mundo beat.
En 1997 Stephen Kay dirige La última vez que me suicidé (The Last Time I Committed Suicide), cuyo guion se basa en un fragmento de la carta enviada por Neal Cassady a Kerouac, en la que narra sus relaciones con su novia Joan Anderson, quien intentó quitarse la vida. La carta original, conocida como La carta de Joan Anderson, contenía 13000 palabras; la mayor parte de ella se había perdido, solo se recuperaron algunas páginas que fueron publicadas en 1971 en The First Third, (1971, El Primer Tercio), aunque se ha vuelto a editar completa en 2020 en una tirada limitada con el título de The Joan Anderson Letter. Pero volvamos al film: no tuvo una buena acogida, el director fue acusado de tratar de un modo degradante a las mujeres y Lawrence Ferlinghetti opinó públicamente que Neal Cassady fue presentado como un personaje, respetable, prolijo, convencional, no creíble.
En el año 2000 se conoció Beat, dirigida por Gary Walkow e interpretada en los papeles principales por Courtney Love como Joan Vollmer y Kiefer Sutherland como William Burroughs. El guion, que muestra varias debilidades e inexactitudes, se centra en la relación de la pareja y en la muerte accidental de ella cuando Burroughs le propone un juego, que se coloque un vaso sobre la cabeza que él, a lo Guillermo Tell, se lo quitaría con un tiro de su pistola. Ella accede. Sin embargo, la puntería le falla y su esposa termina muerta de un tiro en cabeza.
Starving Histerical Naked (2003) (Muertos de hambre histéricos desnudos), dirigida por Michael Bockman, es la próxima en este análisis. El título proviene de un verso del poema Aullido. Billy Zane personifica a Kerouac, y en el café The Hungry Eye lee ante la audiencia un texto, lo hace con un tono de voz y ritmo totalmente ajeno al estilo de Jack. Lo único destacable es la música de un grupo de jazz que lo acompaña. La historia, que pretende recordar las relaciones interpersonales de los beats, es irrelevante y los actores jóvenes que la interpretan poco profesionales.
Beat Angel (Randy Alldred, 2004). Vincent Balestri encarna a Kerouac, cuyo espíritu angélico regresa luego de treinta años a la tierra para cambiarle la vida a un escritor. David Amram escribió que esta película es realmente espontánea. Los actores son tan naturales como los personajes de Kerouac y la escena más interesante es cuando Balestri, en un largo monólogo, explica y define mediante ejemplos el proceso de la prosa y la poética de Kerouac.
En los últimos años se estrenarían un puñado de películas con los beats como protagonistas. Neal Cassady (2007), dirigida por Noah Buschel, trata sobre Cassady y su alter ego Dean Moriarty en la ficción de Kerouac, particularmente en la novela En el Camino, y sus experiencias junto a Ken Kesey y The Merry Pranksters. Por su parte, Aullido (2010), cuya reseña aporta Daniel Link a nuestro libro, posee una animación aburrida, mientras que En el camino (2012), dirigida por Walter Salles, fue presentada con bombos y platillos pero no satisface las expectativas que teníamos los lectores de la novela.
En 2013 se estrenó Amores asesinos (Kill your Darlings), que se basa en la muerte de un homosexual que acosa a un joven. Es la historia de Lucien Carr, que asesina a David Kammerer. Tiene poco que ver con el universo estético de los beats. Un producto para las páginas policiales.
Finalmente, en 2013, Michael Polish realiza Big Sur. Basado en la crónica novelada del libro homónimo de Kerouac escrito a partir de su estadía, en el verano de 1960, en la cabaña de Lawrence Ferlinghetti en Big Sur, California. Allí corrigió y preparó para City Lights su Libro de los sueños (Book of Dreams, 1961). Textos realmente importantes escritos entre 1952-1960 pues en él se hallan las semillas que germinarán en novelas y poemas. Es en esos días que Kerouac escribe, quizás, el más importante de sus poemas Sea, casi un diálogo con los sonidos y movimiento de las aguas. La fotografía es excepcional.
Tenemos entonces dos épocas bien diferenciadas en lo que concierne a películas que de un modo u otro dan cuenta o hacen referencia a la vida, circunstancias y obra de estos escritores. La primera (1959-1969) y la posterior que se desarrolla a partir de los años ochenta y llega hasta 2013. Aquellas primeras películas destacaban el estereotipo creado por los medios y las condiciones negativas que lo caracterizaban. En realidad consideraban que este sujeto social, el beatnik, encarnaba para la sociedad norteamericana un grave peligro, la erosión de sus valores.
La etapa ulterior, que llega hasta nuestros días, se ha distinguido por directores que han puesto, tal vez, su foco en los aspectos menos relevantes de los actores fundamentales del fenómeno. No han logrado expresar en imágenes el amplísimo mundo de la Generación Beat, o no se han preocupado por hacerlo; quizás no llegan a percibir la significación de sus poéticas y el alcance que estas tienen, aún hoy, en el mundo contemporáneo. Tampoco sus producciones sintetizan sus logros en la transformación de la cultura y las relaciones interpersonales a partir de la segunda mitad del siglo XX. A mediados de la década de los sesenta, a pesar de que sus textos no eran considerados por los profesores en las aulas, ellos ya habían invadido los campus universitarios relacionándose directamente con los estudiantes, transmitiéndoles sus impresiones y su visión acerca de la realidad, influenciando y proporcionando contenido a los movimientos juveniles.
Allen Ginsberg, quien destaca que él no se había propuesto realizar una revolución, opinión a la que se puede adscribir todo el grupo, en su “Retrospectiva sobre la Generación Beat”, incluida en su prólogo a Poems all Sizes de Jack Kerouac, a quien consideraba una de sus grandes influencias, señala:
Que la cualidad de mayor pureza en Kerouac era su comprensión de que la vida es realmente un sueño (“un sueño que ya ha finalizado”, escribió) pero también real, ambas cosas real y un sueño, a un mismo tiempo —una visión profunda que cortaba a través de los obstáculos del intelecto artificial, el extremismo, el pensamiento autoritario, la “renovada racionalidad para ejercer el rencor”, cortaba a través de la vanidad básica, el resentimiento, y la equivocada terquedad que contaminó a la mayoría de los movimientos políticos y literarios durante el siglo XX.” [..] Esta comprensión del sueño y del universo tal cual es permeó en distintos niveles la inteligencia espiritual de todos los escritores Beat. [..] La comprensión básica metafísica de la naturaleza eterna del sueño, más o menos percibida con claridad por los autores Beat, cada cual siguiendo su propio temperamento individual, este fue el terreno común que salvó su trabajo esencial del paso del tiempo.
Los beats conforman ese grupo de escritores que en la producción literaria de su época interpretan la voz, el ritmo de los nuevos tiempos, transformando su sensibilidad. Sus poéticas influenciaron al movimiento hippie y el flower power, acompañaron al Movimiento de los derechos civiles, apoyaron a las organizaciones defensoras del medio ambiente y la libertad de expresión. Las minorías étnicas, sexuales y religiosas hallaron en ellos una voz solidaria, dispuesta a hacer del compromiso una razón de vida. Contemplaron al mundo con una mirada distinta. A partir de sus lecturas de textos pertenecientes a la tradición budista, su confianza en la interacción de distintas concepciones religiosas, el reconocimiento de la cultura indígena y afroamericana, del jazz y el blues desarrollaron una nueva conciencia espiritual. Cultivaron en sus discursos distintos grados de diversidad estética, construyeron estilos propios, reconocibles. No obstante, entendieron que las tendencias estéticas, como las lenguas o las poéticas, no se imponen unas a otras; se traducen, se integran, realizan préstamos, y en este contexto recrean la significación de la palabra.
Muchas de estas características están ausentes de las películas que se ocuparon de los beats. Si bien se entiende la dificultad existente para llevar un discurso literario al campo de las imágenes, no siempre esta tarea es sencilla; se les podría haber exigido a los responsables de estos films y a los que en el futuro intenten aventurarse en llevar al cine el fenómeno beat una atenta lectura, sin preconceptos, de sus obras y no basarse en anécdotas triviales.
En El culto de lo banal, François Jost sostiene que “si se tratara tan solo de identificar la banalidad cinematográfica, correríamos el riesgo de encontrarla en todas partes”; sin embargo agrega: “el cine es en verdad otra cosa que una simple mostración de la realidad. Durante décadas, montones de películas supieron luchar contra esta banalidad casi ontológica con relatos más o menos complejos”.
No obstante, debemos comprender la existencia de ciertas tendencias culturales que intentan dirigir la creación artística, como la que establece las nuevas leyes de conducta del puritanismo norteamericano de lo políticamente correcto, que ha causado estragos en la imaginación colectiva y que ha llegado con inusual energía a nuestras costas. Movimiento cultural cuyos intereses han mudado de la clase trabajadora, en tanto sujeto histórico, hacia las minorías; de la contradicción principal, a las contradicciones secundarias y estas se han convertido en el único centro de sus desvelos. Pecado o falta al sentido común que no cometieron los beats, quienes tuvieron presentes a las minorías entre sus preocupaciones, pero para ellos el hombre sería siempre la medida de todas las cosas.
Todavía no se ha filmado la adaptación definitiva, que honre a los poetas que tantos aportes realizaron al mundo contemporáneo.
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