Durante varios siglos, allá por el V y VI, en los alejados monasterios de Irlanda se desarrollaron grandes avances en el lenguaje escrito, a espaldas del mundo casi, en eternas rondas silenciosas de transcripción de la biblia que San Jerónimo tradujo del griego y hebreo al latín, conocida como Vulgata.
En Cómo la puntuación cambió la historia (Godot), el noruego Bård Borch Michalsen presenta la historia de estos monjes de los que casi nada se sabe, salvo su anonimato y su obra, y que fueron solo un paso más en el intrincado desarrollo de los signos como hoy los conocemos y utilizamos, además de desarrollar los avances y retrocesos, sus diferentes usos en diferente idiomas y en las nuevas tecnologías.
Todo comenzó antes del cristianismo, con Aristófanes de Bizancio en la Biblioteca de Alejandría, quien colocó los primeros puntos y acentos al alfabeto griego, lo que forjó la musicalidad que posee. Antes de eso, la escritura se resumía a algo así: LASPALABRASIBANUNAALLADODELAOTRA
Sí, las palabras iban una al lado de la otra. Sin respiro. Sin cierres. Una gran serpiente de letras que cuando sacaba su lengua se avanzaba hasta llegar a la cola. El bueno de Aristófanes, no confundir con el comediógrafo griego, comprendió que los textos antiguos y los futuros podían ser difíciles de comprender y que una pausa ayudaba a descomprimir el problema. Así creó unos puntos circulares que se colocaban en diferentes momentos para marcar importancia: la comma (coma), el colon (dos puntos) y el periode (punto).
El desarrollo de los signos no fue lineal ni su aceptación unánime. Aparecieron otros héroes a los que nadie recuerda, salvo algunos contados casos que son honrados en sus pueblos de origen con estatuas o los espacios donde realizaron su tarea. La historiografía de los próceres de la puntuación es algo ingrata en ese sentido, como si esas pequeñas muescas que ordenan las ideas en un texto fueran una cosa menor, como si no hubieran ayudado al desarrollo del pensamiento humano.
Así, se aparecen relatos que introducen a Isidoro de Sevilla, primer defensor de la lectura silenciosa; Alcuino de York, creador de las minúsculas y mano derecha de Carlo Magno que tuvo una enorme influencia desde el imperio Carolingio; Boncompagno da Signa, y, nos ponemos de pie, el gran Aldo Manuzio, padre del libro moderno, que tomó el invento de Gutenberg y lo hizo más accesible a la población, entre otras personas esenciales del proceso.
El autor, periodista y académico que trabajó como profesor asociado y vicerrector en la Universidad de Tromsø, y que lleva varios libros sobre lenguaje y cultura (aunque éste es el primero que se traduce al español), respondió vía mail y de manera sucinta algunas preguntas de Infobae Cultura.
—¿Cómo sería la comunicación sin puntuación?
— ¡La comunicación sería peor! ¡La puntuación facilita la comunicación efectiva y precisa! Antes de la puntuación y los espacios entre las palabras, lo normal era scriptum continuum; ¡No fue fácil de leer!
— En tu libro citás a Lynne Truss (autoa bestseller experta en ortografía y sintaxis de la lengua inglesa) y su opinión sobre la gente que afirma que “las reglas de puntuación son una forma de oprimir a los incultos”. ¿De qué se trata ese movimiento? ¿cuál es tu opinión sobre esta afirmación?
— En algunas sociedades, las reglas formales y las convenciones de escritura pueden ser un problema para quienes no tienen educación. Creo que la solución es que seamos más tolerantes con los que no han tenido la oportunidad de educarse, ¡y también que demos más y mejor educación en escritura en las escuelas!
— ¿Son los emojis las nuevas reglas de puntuación?, ¿por qué?
— ¡Una buena pregunta! Nadie lo sabe. Lo cierto es que la lengua, también la escrita, es un organismo vivo, siempre cambiante. En cuanto a los emojis, vemos que estos signos son muy populares dentro de las redes sociales y canales de chat (como WhatsApp). Se ha desarrollado una especie de estilo de escribir y hablar (textismo). Pero creo que los emojis no jugarán un papel vital en el futuro dentro de la escritura profesional (periódicos, academia, escuelas, negocios).
— Usamos herramientas digitales para escribir todos los días. La puntuación, como explicás, cambia según la escena y el receptor. Está claro que no es lo mismo un mensaje de WhatsApp que un documento de trabajo. Al mismo tiempo, si uno mira las redes sociales como Twitter, donde los textos están abiertos a toda la comunidad -son leídos por amigos y jefes- y donde muchas veces se intenta dar opiniones “serias”, se muestra que el mal uso de las reglas de puntuación (o el desconocimiento de las mismas) es muy frecuente. ¿Cuál es su análisis del fenómeno? ¿Cuáles serían los problemas si este comportamiento social sigue desarrollándose?
— ¡Una pregunta realmente difícil! Yo creo: Para la gente que no conoces, “tú eres qué y cómo estás escribiendo”, por ejemplo en Twitter. ¡Si no escribes correctamente, no te verán en serio, como un profesional!
— Algunas teorías explican que existen puentes entre el vocabulario y la posibilidad de razonar: cuanto más, mejor. En tu libro hablas de la posibilidad de volver a las formas de escritura prealfabéticas, que no solo incluye los signos sino también la forma en que se construye el lenguaje. ¿Cuáles son los pros y los contras de este revés?
— En realidad no creo en tal contratiempo. El lenguaje se desarrollará, pero no volveremos a los viejos tiempos de hace 2000 años... ¡al menos eso espero!
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