Walt Disney fue un fabricante de ilusiones, un artista. Buscó nuevas técnicas, nuevos caminos en la estética y, a su vez, creó nuevas opciones que algunos despreciaron por la popularidad y el éxito económico que generaron.
Disney creó un icono, generó una marca, dio vuelo a una fantasía que hizo realidad. Como camillero de la Cruz Roja conoció Europa, algo impensado para un joven de Kansas que debía despertarse a las 4 de la mañana para repartir el periódico que su padre imprimía. A fin de alistarse falsificó su documento para ser aceptado y compartió su trabajo con otro joven que también haría famosa “the american way of life”, Ray Kroc, quien hizo llegar sus hamburguesas y combos a los confines del mundo.
En Europa, Disney conoció de primera mano la cuna de la cultura occidental. La influencia de esos años se tradujo en gran parte de las ideas que lo persiguieron toda la vida, como el castillo de la Bella Durmiente en Disneyland, la reproducción de Neuschwanstein, obra del Rey Ludwig de Baviera, el príncipe loco.
De una forma u otra, su obra fue la atenuación edulcorada de los textos de Jean de La Fontaine y los hermanos Grimm. Los cuentos infantiles dejaron de ser relatos de terror para doblegar a los jóvenes sino la luz que alumbraría el camino de la fantasía. No en vano los primeros trabajos de Disney rondaban la historia de Alicia en el país de las Maravillas, el primer cuento en la literatura infantil que se ríe del terror que pretendían inspirar sus predecesores para mostrar un mundo de aparente sinsentido (aunque, en realidad, todo parece corresponder a una trama secreta propia de un matemático como lo era su autor, el reverendo Dodgson, más conocido como Lewis Carroll).
Como creador, Disney tomó contacto con artistas de avant garde como Shostakóvich para su Fantasía, o con Salvador Dalí para una obra que no pudo estrenarse, justamente por representar valores estéticos que entonces no todo el mundo estaba en condiciones de apreciar.
Disney le quiso dar un vuelo intelectual al dibujo animado aunque los mayores no lo entendieron y los “cartoons” quedaron relegados al público infantil, desde donde conquistaron un espacio para adultos.
En la exhibición del Museo de Arte Moderno de 1936, Fantastic Art, Dada y Surrealism, Disney fue invitado a presentar The three Little Wolves (Los tres pequeños lobos), la continuación de Los tres chanchitos.
En 1939 el Metropolitan Museum of Art de New York presentó partes de Blancanieves y los siete enanitos. Su curador, Harry Wehle, dijo que la obra de Disney era arte y su creador “probablemente el mayor artista popular de su generación”.
Piet Mondrian le envió a su hermano una postal de los siete enanitos firmada como Sleepy y llamó a su hermano Sneezy. En su obra Composición con amarillo, azul y rojo (1937-42) realiza el primer retrato abstracto de Mickey. La obra fue adquirida por Yves Saint Laurent.
Cuando Charles Chaplin lanzó Luces de mi ciudad, exigió que como película previa se proyectase una animación de Mickey. Esta relación fue eternizada en un dibujo de George Corley que muestra a Charlotte ofreciendo una flor al célebre ratón.
Diego Rivera, el muralista mexicano de larga actuación en los Estados Unidos, decía que Mickey Mouse era “uno de los genuinos héroes del arte americano” y George Grosz, el expresionista alemán célebre por sus obras descarnadas de la Primera Guerra, sostenía que el ratón era “arte en todos los sentidos”.
Roy Lichtenstein presentó a Look Mickey en 1961 y Takashi Murakami reconoce su influencia en la creación de Mr. Dob. Sin embargo, fue Andy Warhol quien lo inmortalizó en una obra vendida en USD 5.4 millones en el año 2011, en una de las tantas serigrafías que realizó sobre el personaje.
Aun en el arte argentino, Sergio Camporeale introduce la imagen de Mickey y otros personajes de historieta como “parapetos para el establecimiento de un orden que pretende estar más allá del bien y del mal”.
“Mickey Mouse es un ícono universal y poderoso”, dice Damien Hirst sobre el roedor, quien vendió su obra Mickey en 2014 por 1,5 millones de dólares. Hirst siguió esta propuesta con Beautiful Mickey en 2015, reimaginando a Mickey con una de sus icónicas serigrafías giratorias, y nuevamente sigue con impresiones serigrafiadas de Mickey (en azul) y Minnie (en rosa) 2016, incrustadas con brillo brillante.
Para algunos Mickey Mouse es el símbolo del poder cultural norteamericano, para otros es la mercantilización de los sueños infantiles. Hay quienes ven en Mickey la imagen del poder del consumo y la felicidad de consumir como la culminación del imperialismo cultural del “Made in the USA”.
De todo se ha escrito sobre Disney y Mickey como un entrelazamiento fascinante de cultura, política y economía… pero para muchos de nosotros sigue siendo un ancla del pasado, una reminiscencia nostálgica de millones de niños que ya no lo son, esperando ese momento semanal que nos sustraía de las vicisitudes diarias de nuestra infancia, el recuerdo de un goce inocente con una connotación estética hoy idealizada por artistas.
También es un reconocimiento a la perseverancia de su creador que quebró en más de una oportunidad, perdió fortunas por seguir sus ideas y sin embargo no dejó de aplicar innovaciones técnicas y creativas para influenciar al mundo mediante la capacidad simbólica de sus personajes. Lo suyo fue en un retorno al tekné de los griegos: la proporción de virtud y técnica que se necesita para convertir a una creación en arte.
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