Alguien, un hombre, un desconocido que no se conoce ni a sí mismo, habla en la oscuridad; o piensa. “Creo que fue al abrir los ojos que supo que estaba enterrado, no antes. Tenía medio cuerpo bajo los escombros”. Así empieza Enterrados, la novela de Miguel Vitagliano publicada en 2018 por Edhasa, ganadora del Premio Municipal Eduardo Mallea. En su trémula desesperación aplacada por esta amnesia repentina, recita: Marco Aurelio, René Char, Dante Alighieri. Se imagina en alguno de los círculos del infierno que se narran en la Divina Comedia. En su imaginación, ingresa en puntas de pie —como quien se mete despacio al mar— en el libro de Dante. Recuerda citas. También a uno de los traductores: un ex presidente en el que convivían un lector apasionado y un rígido militar: Bartolomé Mitre.
“Un infierno mostrando sus secretos mecanismos” envuelve al enterrado, “un náufrago entre escombros”, que de a poco comprende su situación. Algo en su pesar recuerda a El innombrable de Samuel Beckett, pero es argentino, bien argentino, porque la biografía de Mitre se mete en sus pensamientos, lo mantiene vivo, vive a partir de esa historia. Sobrevive a base de retazos literarios, “como si los escombros fueran fichas de una biblioteca”. La historia partió de un miedo: “Mi terror profundo es estar enterrado”, dice este escritor nacido en Buenos Aires en 1961, autor de una veintena de libros que se dividen en dos géneros: la mitad novela, la otra mitad ensayo, aunque la frontera que divide ambos territorios, al menos en Enterrados, ya no está del todo clara.
“Me parecía que podía ser interesante preguntarme qué haría yo en esa situación. Ese fue un puntapié inicial que, además, se vinculó a Mitre, la traducción de la Divina Comedia, la Guerra del Paraguay, cosas que venía trabajando hace mucho tiempo. La novela marcó un cambio en lo que venía trabajando, una profundización. Y fue fantástico. Yo estoy muy contento”. Fueron años de escritura. Le dio muchas vueltas, pasaron varias novelas y entre distintas historias se impuso. “Es una trilogía”, adelanta. “Ahora estoy terminando la segunda, corrigiéndola. Y ojalá que pueda escribir la tercera. No creo que siga escribiendo novelas así, la escritura me reclamará otras cosas. No me gusta quedarme en la forma. Si la novela, como género, tiene el impulso de lo nuevo, como novelista, ¿por qué ser tacaño?”
En diciembre del año pasado, los Premios Municipales se convirtieron en el epicentro de una discusión sobre la cultura. Parálisis, reclamo, proyectos, diálogos fallidos, movilizaciones y una tregua final (o inaugural). Luego de estar paralizados nueve años, los Premios se reactivaron a raíz de una demanda de los escritores. No se trata sólo de una distinción; hay también pensiones vitalicias, estímulos necesarios. El Gobierno porteño, en su afán de relanzarlos, presentó un proyecto de ley que modificaba varios puntos. Los escritores consideraron que se trataba de un retroceso, de un recorte. Hubo una nueva movilización y finalmente se dio marcha atrás. Este año se elaborará un proyecto “con mayor consenso”, explicó Enrique Avogadro, ministro de Cultura de la Ciudad.
“Me había olvidado del premio”, dice ahora Miguel Vitagliano. “Pero apenas recibí la comunicación lo recordé al instante y, desde luego, me sentí muy honrado. Por la historia que tiene, por lo que implica ese reconocimiento. Se acumularon de golpe varias entregas, salieron todas a la luz, no se hizo hasta ahora una entrega formal. Es como si el reconocimiento del premio estaría acompañado de algo que no se parece a un premio. Estaría muy contento de recibirlo plenamente, sin cosas incómodas en el medio”. El punto central que intentó modificar el Gobierno porteño fue el de las pensiones vitalicias —equivalente a dos jubilaciones mínimas— extendiendo la edad para recibirla a 60 años en las mujeres y 65 para los hombres —la edad hoy es 50— y haciéndola no acumulable con otro tipo de pensión, jubilación o ingreso.
Sobre aquel proyecto de ley, los cambios propuestos, sobre todo el de extender la edad en que el ganador puede percibir la pensión, el autor sostiene que “es muy injusto porque que un escritor que recibe este premio a los treinta años es fantástico dado que puede gozar a partir de ese momento de ese subsidio, que le va a permitir, y nos va a permitir a todos nosotros, disfrutar de la obra de ese autor. Porque lo va a aliviar de ciertas cargas para poder dedicarse más a su obra, a su trabajo, que es por lo cual se lo está reconociendo. En mi caso, tengo sesenta años, por lo tanto ese subsidio yo lo voy a cobrar, pero me parece importante destacar que tendría que darse de inmediato y no esperar”.
Lo que este conflicto en torno a los Premios Municipales revela es la precariedad del sector, sus condiciones materiales. ¿Qué es vivir de la literatura? “Yo vivo por la literatura de toda mi vida”, sostiene Vitagliano. “Nunca el dinero que me pueden pagar podría compensar eso. Hablamos, no solamente de una cuestión económica, sino del reconocimiento. Es algo que a mí me honra y estoy seguro que a los otros colegas también. De todos modos, yo siempre viví de la literatura enseñando, de la literatura de los otros. Eso es vivir de la literatura. Lo otro sería vivir de los escritos de uno, que serán los otros los que digan si eso se convierte o no en literatura. En ese sentido, yo siempre viví de la literatura”, agrega.
Todas las noches, Delfina Vedia, la esposa de Mitre, lee unas páginas de la Divina Comedia, después envolvuelve el libro en papel de seda y se duerme soñando con sus versos, con sus imágenes, con el infierno. Ese libro que la acompaña en las últimas horas del día es “más sagrado que la iglesia”, dice. En Enterrados las escenas son literarias, es decir, se construyen desde el lenguaje, desde recursos que provienen estrictamente de la literatura, y la pregunta sobre su especificidad, sobre qué es, qué contiene, hacia dónde nos lleva la ficción, siempre pulula en el aire. “La pregunta que hoy nos hacemos es si la literatura tiene el mismo lugar que podía tener hasta tiempos relativamente recientes, cincuenta años atrás. Ha cambiado el lugar simbólico de la literatura, como el lugar del arte”, sostiene Vitagliano.
“No sólo porque se han modificado las construcciones mismas de cada objeto y las visiones sobre el arte y la literatura, sino porque se cambiaron las maneras de producirlas, de reproducirlas y también leerlas, de recibirlas. Es muy claro cuando uno piensa en el cine: el cine de cincuenta años atrás hacía pensar en que alguien tenía que invertir dinero para hacer determinadas pruebas. Hoy cualquiera podría filmar con un teléfono móvil. Eso cambia no sólo las condiciones de producción, también las condiciones de recepción. Hoy todos son fotógrafos. Y con esto no hago más que repetir los textos de Boris Groys, que suenan muy provocativos pero lo que hace es mostrarnos de manera muy desafiante cómo se ha modificado el lugar del arte hoy”, agrega.
“Los que leen son aún más peligrosos que los que murmuran”, se lee en la novela y Vitagliano, ahora, del otro lado del teléfono, dice: “Podría firmarlo eso, podría decir que yo opino lo mismo. Es la experiencia que yo pudo tener en mis primeros trabajos, cuando leía en el tiempo de descanso. Siempre producía un efecto raro en una oficina que alguien estuviera leyendo. Y si encima anotaba al costado, mucho más. La lectura de otro, cuando uno es un lector, nos despierta curiosidad ver qué está leyendo, pero en una situación de oficina, de trabajo, ver que alguien se pone en un rincón a leer y hace un desvío, y más si anota, siempre se vuelve peligroso para los otros, siempre hay un orden que se rompe. Ese está dándole vueltas a algo que no se sabe en la oficina y que es contrario a la oficina”.
“Cuando uno se enfrenta a la obra de Dante o de Mitre —continúa—, para usar ejemplos de la novela, lo que uno encuentra es que permanentemente se está haciendo operaciones sobre la realidad desde la ficción. Siempre está ese juego notable donde necesariamente todos nosotros jugamos un papel en una ficción. Siempre digo que cuando nos vamos a acostar cada noche todos nosotros construimos una ficción para que esa ficción nos impulse a crear la realidad: todos nos acostamos y cerramos los ojos haciéndonos los dormidos para poder dormirnos. En esa tonta y cotidiana acción diaria ya podemos ver cifrado cuál es el lugar que tiene la ficción en nuestras vidas. Permanentemente estamos atravesados por la ficción: estamos conviniendo las restricciones con las intenciones”.
“Si no depositáramos esa creencia, si no circulara entre nosotros la ficción, difícilmente soportaríamos la carga de estar vivos”, sentencia Vitagliano sobre la forma que adquiere la literatura, ya no sólo dentro de los libros, sino en la cotidianeidad social. Por eso es que Enterrados es una obra que mezcla ficción e historia, sin embargo no abandona su porte de novela. “La historia de la novela, el término, tiene que ver con lo nuevo: siempre estuvo atravesada por esas experimentaciones. Siempre la novela jugó con las formas que salen, como un espiral, de la ficción que nosotros vivimos y llamamos realidad. No creo que sea una novela histórica. En ningún momento yo la escribí para pronunciar algo diferente sobre la historia, sino para mostrar el peso que tiene la ficción por encima de la historia”, concluye.
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