“Gerlihogar”: un slip granate colgado en una soga de Córdoba fue el origen de la historia

La imagen de la prenda íntima fue el germen para un cuento que no prosperó, pero sí funcionó como disparadora para la novela que publicó la editorial Indómita luz

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Hace algunos años, en unas vacaciones en Córdoba, vi en la soga de colgar la ropa un calzoncillo granate. Un slip para ser más exacta. Inmediatamente se lo atribuí al vecino de enfrente. Debe ser de él, me dije y seguí con lo mío. Como lo mío siempre incluye cuestionarme, empecé a pensar de dónde había sacado yo esa certeza. Me contesté que seguramente de mi prejuicio sobre él. Imaginé armar diálogos a través de la ropa que un par de vecinos se dejan colgada en una soga que comparten. Decidí escribir un cuento.

Tenía que poner a esa gente en algún lado. Sería en Córdoba, sí. Pero la cosa iba a arrancar antes. Las vacaciones me parecen un evento complejo. Para irse hay que tomar decisiones fundamentales. Dónde, con quién, cuánto tiempo, cuánta plata. Además, para la mayoría de las personas es el hilito de esperanza que sostiene bancar un año entero de trabajo. Hay tanto puesto ahí que, si sale mal, la desilusión arrasa.

La protagonista sería Jezy, una chica enredada en no saber dónde quiere ir de vacaciones. Creí que ese iba a ser el camino para llegar a mi cuento. Resultó que no. Ese no saber inicial empezó a crecer hacia un no saber dónde quiere estar más amplio, ni con quién, ni por qué tomó la ruta de vida que tomó, ni quién es el hombre que eligió de compañero, mucho menos quién es ella o dónde quedó la que era.

Abandoné la idea de cuento muy pronto. Incluso la cuestión de la soga, la ropa, los vecinos que se dejan señales. Empecé a escribir la novela de una chica furiosa que no se encuentra. La chica llega a Córdoba en un acto de rebeldía y ahí conoce a unos vecinos. Esos vecinos resultan ser de Gerli.

Así apareció Gerli, sin aviso.

Y entonces se abrió, para mí, el corazón de la novela. Y, por supuesto, el mío.

Foto de archivo: Maricel Santin
Foto de archivo: Maricel Santin

Nací en Lanús. Mi familia paterna es de Gerli; la materna, de Remedios de Escalada. Infancia y adolescencia plantada en esos barrios. Cuando decidí ser actriz empecé una vida yendo y viniendo de capital a provincia. Sin embargo, siempre un poco extrañada con la ciudad. Hay una fuerza en la identidad barrial que me da orgullo. Y, a su vez, un poco me le escapo. Ese es el corazón de Gerlihogar. La ambigüedad, la duda, el miedo de ser, la discusión que se da a veces adentro como si hubiera bandos entre los que hay que elegir pertenecer. Una militancia personal por evitar quedar de un lado o del otro. La memoria de la frase que me dijo un profesor del conservatorio como crítica: “Antígona no es de Lanús”. El dolor de saber que adentro llevás una cosa que según algunos te va a impedir otras.

La novela es una ficción. Y sin embargo está agarrada de asuntos que me importan mucho. Jezy es una mujer inventada, la Jezy que yo veo tiene una cara que no conozco, pero le pasan cosas que resuenan. No importa y sí importa. Disfruto escribir así, meter –como si fuera una ensalada irrespetuosa– cosas de cualquier lado. Usar, por ejemplo, las instalaciones del Gerlihogar de mi recuerdo –negocio familiar de electrodomésticos ubicado en Gerli– para hacer vivir ahí adentro las escenas que necesitan los personajes de la novela.

Escribí durante un tiempo como loca, de la manera que suelo hacer: me agarran las cuatro de la mañana y no me entero. Sentí que tenía que chequear. Hice clínica de las primeras páginas con Paula Jiménez España. Ese trabajo es el que me dio el horizonte. Dónde ahondar, cuándo hacer silencio, el tono, el ritmo. Después seguí por largo tiempo sola. Disfruté de escribir sobre todo los diálogos. Prestar la mano para que los personajes conversen mientras yo asisto con sorpresa a lo que se dicen, me encanta. La mostré a varias personas de confianza, corregí, acorté, alargué. Profundicé la estructura. En un momento me di cuenta de que esta novela estaba armada alrededor del tiempo. El presente de los personajes parece ganar al principio, pero a medida que avanza la trama el pasado toma el centro. El pasado no respeta la línea que la protagonista pretende llevar. Se cuela en los oscuros y va enloqueciendo tanto como esclarece. El pasado que deja marca, saluda desde su escondite y avisa: vos también sos esto. Se mete en las acciones de Jezy para volverla un remolino de impulsos.

Después la mandé a Indómita Luz. Mi amiga Guadalupe Faraj había publicado ahí su novela y estaba chocha. Muy pronto recibí un mensaje hermoso de Diego Ardiles en el que decía que les gustaba para el catálogo. Enseguida nos pusimos de acuerdo. El trato con Indómita es maravilloso. Paula Jimenez España escribió una contratapa soñada.

Pandemia de por medio, Gerlihogar salió a fines de 2021. La presentamos en Teatro Polonia junto con Florencia Gattari y Melina Pogorelsky en una noche como la que yo quería: con esas amigas que son un barrio. Con las que se puede hablar barbaridades. Ser bestia en el buen sentido. No ser careta. Asumir los costados polémicos. Esa sería la identidad barrial que tanto defiendo. O no. No sé. Quizás no tenga tanta explicación.

Esta novela habla de la fuerza del origen. Un origen que en este caso está marcado por lo barrial, y por unas construcciones mentales que se alimentan y debilitan en ciertas ideas. Jezy siente que sus impulsos son malos, pero no que ella sea dueña de sus acciones, sino que todo se debe a que viene de donde viene. En el camino de la novela ella va a ir discutiéndose a sí misma. Buscando un equilibrio que quizás no exista. Somos equilibristas pendientes de un hilo maltratado.

Finalmente hubo lugar para la soga. La de la ropa, digo. Es una escena mínima en el medio de la nueva historia. También hay otras sogas. La formal, la cuerda que sostiene la trama. El origen como estructura de sostén y de ahorque. Y la concreta ficcional: una soga de colgar la ropa donde unos perdidos dejan sus prendas para decirse algo. Y en ese acto quedan desnudos. Desnudos para nadie más que para sí mismos.

Quizás necesité escribir Gerlihogar para confirmar que Antígona sí puede ser de Lanús. Está todo lo suficientemente mezclado.

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