* La Babel del odio. Políticas de la lengua en el frente antifascista surge como inquietud a la vez diagnóstica y crítica ante la emergencia de los debates en torno a las “lenguas del odio” en nuestro país. Asume que una nueva relación entre lenguaje, afectos y política se ha instalado en el centro del debate público a nivel global. Y que esta pasión, el odio, adquiere en esta constelación una resonancia inédita, generando un nuevo fenómeno, que está a la base de las más novedosas e inquietantes expresiones políticas contemporáneas. Un fenómeno determinado a la vez por los nuevos medios técnicos en los que la palabra circula, por las condiciones sociales de vulnerabilidad en que esas lenguas se traman, por las nuevas formas de lo público en que la comunicación se despliega. Este libro estudia estas nuevas determinaciones, se propone como experimentación con estas lenguas y diseña el archivo de un arte de la injuria por venir.
Luis Ignacio García
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Hay un cuento de Theodore Sturgeon que leí cuando era chico en una antología de ciencia ficción y tardé mucho tiempo en volver a encontrar. Se titula “Y ahora las noticias”, y es resultado de un raro caso de colaboración entre dos escritores: paralizado, Sturgeon le pidió a su amigo Robert Henlein que le pasara argumentos que pudieran convertirse en ficción, y de los veintiséis que el generoso Henlein le envió en una carta Sturgeon escribió solo dos, entre ellos este cuento. En él, un personaje de nombre McLyle, casi una caricatura del hombre proveedor de la década del 50, agrega a sus cualidades como marido y padre un berretín irritante: lee todos los días el diario, escucha todas las noticias de la radio y la televisión, y cuando lo hace se vuelve un zombi. Harta, un día su mujer cancela las suscripciones a los diarios, saca las bobinas de radio y televisión, y cuando McLyle comprende que no puede enterarse de las noticias, rompe todo y huye. Después de años, un psiquiatra a sueldo de su ex mujer lo encuentra en las Rocallosas: McLyle ha perdido el habla, y entonces el psiquiatra lo engaña, lo hipnotiza y despierta en un tren. Cuando le pregunta por qué veía compulsivamente las noticias, McLyle cita a John Donne: “la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque formo parte de la humanidad. Yo creía en eso (…) Creía más que eso. No sólo la muerte. La estupidez me disminuye porque formo parte de ella. La gente que constantemente atropella a la gente me disminuye. Que todos quieran ganar dinero fácil me disminuye. (…) Me estaba muriendo de disminución y tenía que observar lo que me pasaba”.
Bueno, quizás esta sea una de las explicaciones posibles a por qué una madrugada en la que estaba absurdamente ocupado pasé unas cinco horas viendo videos de, entre otros, Agustín Laje y Nicolás Márquez. Laje (cordobés, politólogo por la UCC, fundador y director de la Fundación Libre, educado en contraterrorismo en el Center of Hemispheric Defense Studies de la National Defense University, en Washington DC, después de recibir una beca motivada por la escritura de un libro revisionista sobre los setenta) y Márquez (marplatense, abogado, biógrafo detractor del Che Guevara) escribieron juntos un libro titulado El libro negro de la Nueva Izquierda. El libro tiene un horrible e ingenioso arte de tapa: la icónica efigie del Che aparece con los labios pintados sobre el fondo de la bandera arcoíris de los movimientos LGTBIQ+, mostrando la voluntad de disputarle a las izquierdas el terreno de los símbolos, pero, también, la de dejar al descubierto la incoherencia de una izquierda que juzgan “sin nicho”, y que no tiene problemas en yuxtaponer símbolos problemáticos. Para el dúo dinámico del liberalismo el Che y la bandera arcoíris son incompatibles, como si no hubiera equivalencias posibles entre los reclamos identificados con esos emblemas.
Ver a Márquez y a Laje promocionando su libro por distintas locaciones televisivas de Latinoamérica fue un viaje: a medida que el viaje subía por la Cintura Cósmica los iba viendo más cansados, descoloridos, las barbas crecidas como las ojeras, como si estuvieran cumpliendo una tarea penosa, deportistas de alto rendimiento de la influencia en redes jugando una especie de Libertadores extenuante… Cordobes*s, paraguay*s, uruguay*s, costarricenses los escuchaban recitar la misma inalterable canción oponiéndoles mayor o menor resistencia: las diferencias entre l*s human*s son naturales, solo debemos ser iguales ante la ley y no a través de la ley, en Noruega hubo cupo femenino en ingeniería y después del entusiasmo inicial la participación femenina decreció, porque la mujer no está naturalmente inclinada a la ingeniería... Más allá de esa hojarasca performática, sin embargo, era fácil tomar nota del dispositivo que ponían en juego, formado por elementos de reaparición constante: la repetición de datos sin comprobación de fuentes, datos que variaban insensiblemente de una presentación a otra; la chicana violenta, fuera de tema, dicha con inalterable frialdad, con un dominio cínico de la voluntad de herir (un poco como de niño cruel); la misoginia, presente con casi asistencia perfecta; la táctica sofística de apuntar a la aporía solo con la voluntad de romper; finalmente, el recitado del núcleo ideológico del libro, una fantasía según el cual ya ningún obrero sufre económicamente, porque el capitalismo solucionó los problemas económicos del mundo a un punto tal que los obreros aspiran a cambiar el auto en lugar de cambiar el mundo: al quedarse sin sujeto revolucionario, la izquierda inventó múltiples focos de conflicto para mantenerse viva (el indigenismo, el garantismo, y finalmente el blanco que se lleva todos los cañones: lo que llaman “ideología de género”, tratando de transparentar el carácter desviado, no natural, de los postulados de las teorías sobre el género). Pero lo que más sorprende es la lengua.
Laje y Márquez se han vuelto dos referentes para muchos jóvenes, viven en una democracia que debería aspirar a la convivencia respetuosa, y sin embargo su repertorio de injurias hace pensar en un efecto de contagio del clima de Twitter. Tod*s conocemos el problema más grande, o por lo menos el más difícil de desanudar: después de una historia brutal y de una progresiva conquista del respeto mutuo en lo que hace a casi todos los aspectos de la convivencia entre “diferentes” en la sociedad global, el nivel en que estamos maniatados por ese respeto reclamado nos hace casi imposible decir una palabra que no nos suene hiriente. Por ejemplo, yo ahora pensaba que Twitter había sido caracterizado, en virtud de la violencia impune que campea ahí, como el baño de un neuropsiquiátrico: alguna vez me pareció una buena descripción, pero es cierto que estigmatiza a cualquiera que tenga un problema de salud mental o haya pasado por una institución de ese tipo. Como yo en este caso, un sector grande de las generaciones más jóvenes anda en puntas de pie por las redes sociales tratando de no herir a nadie, pero (y esto creo que lo ha dicho Byung Chul Han) despojados de su derecho a la agresión, también apuntan con una mira castradora para que aquel que saca los pies del plato pague con el escarnio, la cancelación, la inexistencia. Los libertarios como Laje y Márquez consideran que los lobbies de izquierda que impusieron esta cultura son el poder, y que alguien “regule” las expresiones y pensamientos es un acto de intolerable censura para con la sacrosanta libertad individual defendida por la tradición de John Stuart Mill, Spencer, Hume, de Tocqueville y etcétera. El resultado es que se permiten decir en público, como ninguno de nosotr*s, casi cualquier cosa, un modo verbal de existir que es difícil asociar con una definición refinada de libertad.
Hablando con un joven mexicano en un “vivo”, Laje señala que la campaña de Calvin Klein que tiene a Jari Jones como protagonista le causa problemas ideológicos, porque desde el punto de vista del liberalismo la transacción por la que la marca contrata a Jones es limpia, libre, no hay objeción a su transparente mutuo acuerdo y beneficio, pero es insuficiente si se quiere dar una verdadera batalla cultural, porque en el fondo es una imposición del feminismo para que no sea posible expresar el desagrado frente a la fealdad: no todo es reductible a la ley de oferta y demanda, porque podríamos pensar que “hay una demanda de poner gordos obesos en las publicidades”, pero “en el marco de una lucha cultural que transmite colectivismo en todo momento, en todo lugar”, “esa demanda de ver un gordo obeso en la vía pública”, según Laje, estaría “reflejando la interseccionalidad izquierdista, o los esfuerzos de la izquierda posmoderna”, y eso es libertariamente inaceptable. Laje no explica por qué ese contenido es inaceptable en el marco de un intercambio comercial entre privados: dice que esa articulación de microcolectivos concluye en la construcción de un poder incontestable, cercenando su derecho a la expresión de su desagrado (a él, Jebús nos libre, le parece “un espanto” y “desagradable” la publicidad) y a la sinceridad. No hay remate. Gordofobia, homofobia y misoginia por el mismo precio.
Frente a Luciana Echevarría, del Frente de Izquierda, contra la masiva evidencia de los datos, Laje dice que no hay desigualdad de género y menos un mayor padecimiento de violencia por parte de la mujer, omitiendo que las estadísticas que perjudican a los hombres en su discurso son efecto del mismo sistema que el concepto de interseccionalidad intenta discutir. Las cifras cambian significativa y arbitrariamente cuando Laje repite como un autómata este repertorio en el programa El repasador, de la televisión paraguaya: las mujeres egresan de instituciones universitarias en un 33% más que los hombres; el 80% de los muertos en guerras son hombres (75% en El repasador); el 80% de las personas en situación de calle son hombres (3 a 1 en El repasador); las mujeres viven 10 años en promedio más que los hombres (5 años en El repasador). Los hombres sufren más violaciones que las mujeres, porque la mayoría de las violaciones se padecen en la cárcel. De esta forma, Laje hace al mismo tiempo exhibición de la lengua transparente de los números y de un desprecio total por la precisión en la que dice sostener su negación de algo evidente: que la historia ha sido dominada por varones europeos blancos y muertos, parafraseando la célebre frase conservadora e indignada de Harold Bloom. ¿Es posible que la inercia de esta historia milenaria se terminara por arte de magia, por influencia del siempre benéfico capitalismo de postguerra?
En la seguidilla de videos me doy cuenta de que una de las cosas que más irritan a los libertarios son las leyes de cupo, incapaces como son de considerar que son la herramienta con la que un sector postergado ha luchado de forma colectiva contra la exclusión y la desigualdad. Laje, por ejemplo, elige negar esos dos fenómenos, y además de negar también los números y la dirección de la violencia, le imputa al feminismo ineficacia para combatir los flagelos que denuncia: “cantar un himno ridículo, mostrar los senos, incendiar tal o cual iglesia, reventar los vidrios de este o aquel edificio, amanerar a hombres patéticos y culposos con la imbecilidad de las nuevas masculinidades, gritar histéricamente muerte al macho y cambiar las letras a y la o por la e y llamar a eso lenguaje inclusivo tal vez no sea cosa de locos, pero definitivamente es cosa de idiotas”. Laje considera que entiende mejor cuáles son los problemas de las mujeres. Se dedica, entonces, a pasear otros números flojos de papeles cuando habla sobre el aborto: no es un problema de salud pública porque solo mueren 19 mujeres por año (ignorando la cuestión de la pertinencia del supuesto dato, hay que suponer que el concepto de violencia obstétrica es improcesable para él). Por el contrario: 6000 mujeres mueren por cáncer de mamas, 3000 por cáncer de útero, 1200 por cáncer de ovarios, 400 de hambre. ¿Por qué el feminismo se centra en el aborto? Envuelt*s en el torbellino de su lengua de batalla, sin preparación para enfrentar a un boxeador al que no es difícil suponerle un par de think tanks en la esquina, quienes discuten con él no tienen la velocidad para responderle lo que hay que responder, entonces aparece la “ciencia biológica moderna” (ese es el grado de precisión con el que se maneja la lengua libertaria) para coincidir con la iglesia católica en que la vida empieza en la concepción.
Con el mismo amor por la verdad, con la misma viperina velocidad, Márquez y Laje intentan socavar en público los acuerdos jurídicos, políticos y sociales en torno a la dictadura cívico militar. Laje señala en un diálogo en vivo que esta voluntad de discutir la versión establecida por la justicia sobre los setenta viene de un trauma escolar: en su colegio, militantes de HIJOS iban a disertar sobre ese momento de la historia argentina, y eran “tipos que metían miedo: una mezcla de hippies con Patovicas con drogadictos, era una cosa espantosa, zurdos que supuestamente eran los hijos de los desaparecidos”. Un punto fuerte que sostienen los dos es que no fueron treinta mil esos desaparecidos (Laje ofrece mil dólares en un video a quien lleve la lista completa) sino un número que varía entre 9000 y 6400; según Márquez, los juicios a las juntas son ilegítimos porque violan el principio de cosa juzgada, el principio de prescripción, el principio de ley penal más benigna, el principio de retroactividad. El mismo Márquez, con el nivel de coherencia que caracteriza su discurso, dice que los delitos de lesa humanidad no estaban tipificados en la ley argentina cuando fueron cometidos, por lo tanto es ilegítimo imputarlos retroactivamente, aunque un minuto después reconoce que son imprescriptibles. En Córdoba reivindicó el punto de vista de Luciano Benjamín Menéndez sobre los juicios mientras Sergio Ortiz (del Partido de la Liberación) le señalaba que en realidad trataba de enredar la cuestión en tecnicismos superficiales para no debatir el fondo.
Ese vértigo irresponsable que suma velocidad, preparación para el show/combate, manipulación arbitraria de números, amabilidad cínica, zancadillas arteras, se suelta del todo frente a un auditorio propio: entre los suyos, Laje tiene menos empacho en decir que el liberalismo no es el respeto irrestricto del proyecto de vida del otro, como afirma el economista libertario Alberto Benegas Lynch, porque él, Laje, no está dispuesto a respetar a un “comunista cerdo” como Maradona, o a “un tipo” como Florencia de la V, no está dispuesto a respetar “a un gordito de cincuenta y dos años con peluquín” cuyo proyecto de vida es ser una nena de seis, o a una mujer que se casa con una estación de trenes. Una cosa es el respeto, dice Laje, y otra es abstenerse de hacer daño (algo que parece demandarle esfuerzo pero que está dispuesto a conceder). El respeto a los demás, por el contrario, no puede ser demandado, cosa que queda bastante claro en los títulos de sus videos donde DESTROZA progres, HUMILLA a Luciana Echevarría, DESTRUYE a feminista ecuatoriana, y ATIENDE a feministas, zurdos, progres. Muchas veces sus DEBATES terminan en PALIZAS (esas mayúsculas, esa especie de grito gráfico, acompaña a los videos en YouTube).
YouTube (algoritmo o conexión “inducida”) envía inmediatamente desde aquí a canales solidarios en los que se repiten estos modos verbales, consignas y símbolos: en primer lugar, la omnipresencia de la palabra libertad (Fundación Libre, Students for Liberty); en segundo lugar, la bandera de Gadsden (serpiente de cascabel enroscada en posición defensiva sobre fondo amarillo y una frase que en inglés significa: “no me pisotees”);en tercer lugar, la fetichización del debate público y su transformación en arena; en cuarto lugar, la recurrente referencia a las dos únicas falacias no formales (ad hominem y la del hombre de paja) que parecen conocer, y la redundancia en la retórica de la aniquilación (que parece, para ser justos, la lógica misma de la difusión de contenidos en redes, que se registra en todos los espacios, y cuya omnipresencia está parcialmente explicada en el documental El dilema de las redes sociales).
El primero es el canal de Javier Milei, que comparte con Laje y Márquez el objetivo de reducir el estado a un mínimo absoluto que solo garantice seguridad. Ahí Milei, “sacadísimo” según el zócalo, ANIQUILA al Papa Francisco; o el Dipy CRUZA a un kirchnerista y LO DEJA PEDALEANDO EN EL AIRE después de decirle (algo remarcado en el zócalo) SOS UN PELOTUDO; el mismo Dipy (un cantante de cumbia súbitamente dispuesto a abolir el estado) le dice a Dady Brieva “hay que cagarte a palos”; Laje grita desde un video LACRA!!! y LIQUIDA a Victoria Donda. En el canal de Emanuel Danann, otro youtuber libertario al que nos empuja la deriva de la plataforma, Danann DESCANSA a un socialista, ATIENDE a un TRASTORNADO OBSESIVO, BARRE EL PISO con un RESENTIDO SOCIAL. Como si el lenguaje común de la libertad produjera una obsesión con el peso ajeno, Danann le dice “Gorda” a quien está discutiendo con él “para describirla”, para rematar la caracterización diciendo que es la versión “Manaos de uva con Pitusas” de Stalin. En Twitter, como quien comenta lo que ve por la ventana, dispara: “voy al baño a hacer una torta y la bautizaré Ofelia Fernández”, adjuntando un gráfico en que se ilustran las formas posibles de las deyecciones humanas. Los personajes de sus sketches se llaman “boludín” o “retrasadín”, y los kirchneristas son “retrasados mentales capaces de militar cualquier cosa”.
En alguna emisión de su programa de radio el mismo Danann propone una implicación entre ser un cuadro kirchnerista y la pedofilia en base a una frase desafortunada de Pablo Duggan, a un viejo programa de Dady Brieva (no necesariamente de gusto universal, hay que decirlo) y a un texto provocativo (de contenido inquietante, hay que decirlo) de Pablo Marchetti, esposo de Victoria Donda. Milei y Danann se cruzan en el estudio de Radio Zónica, citan una información no del todo chequeada sobre dichos de la decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, Carolina Mera, y terminan a toda orquesta:
Danann: —Manga de pelotudos, inútiles, imbéciles, y Javier se preocupaba porque me decía, “¿puedo decir zurdos de mierda?” Creo que tendrías que decirlo.
Javier Milei: —Zurdos de mierrrrrda.
Lilia Lemoine: —Me gusta más “zurdo empobrecedor”.
Este es un punto en el que sería interesante detenerse: la impugnación de la educación pública. Laje no tiene empacho, por ejemplo, en buscar en vivo papers publicados en el sitio del Conicet y ridiculizar sus títulos con la complicidad de un público desinformado en ciencias sociales y de un youtuber libertario enmascarado llamado Tipito Enojado (la máscara tiene escrito “hater”, “dictador”, “burgués”, “facho”); Tipito Enojado tiene un video de dos horas hablando del adoctrinamiento en la UBA (la universidad N° 66 en el ranking global de universidades) en compañía de Anabel Laurelli, que pronuncia Derrida con acento en la “i” e impugna toda la filosofía occidental de los siglos XX y XXI como una perversa conspiración ideada por monjes high-class y sostenida por un ejército de “burros”; Tipito, a veces, detiene sus videos para poner una imagen del titular de CTERA Roberto Baradel y anunciar que va a explicar el tema de turno “para que lo entienda cualquier docente”. Paralelamente, esta enemistad con los centros de producción legítimos del saber parece fuente de ansiedad: la inteligencia y formación de Laje es exaltada por cada uno de sus presentadores (su currículum en este sentido es candoroso, recogiendo esmeradamente cada cuarto puesto obtenido en remotos concursos de ensayos, cada premio obtenido en competencias legitimadas por entidades como la Bolsa de Comercio de Córdoba); Danann no se cansa de repetir un variopinto rosario de ocupaciones como garantes de la solidez de su formación intelectual, imprescindible para opinar sobre todo(es perito judicial, trabaja en el Ministerio Público Fiscal, sus gestiones públicas lo llevaron a conocer a importantes personajes de nuestra democracia, es traductor “como Cortázar y Borges”); cada vez que presenta al libertario Álvaro Zicarelli se encarga de señalar el vínculo entre Zicarelli y el “Gran” (sic) Juan José Sebreli, y el mismo Zicarelli advierte con orgullo que es discípulo de Carlos Escudé. Sin embargo, cuando Zicarelli lee en cámara un apunte sobre el pesimismo para oponerse a esa corriente que intuye dominante entre los “consumidores” de filosofía (y convencernos, con Leibniz, de que vivimos en el mejor de los mundos posibles siempre gracias al capitalismo) la enumeración que incluye a Giacomo Leopardi y Thomas Hardy en el mismo orden en que aparecen en Wikipedia nos hace intuir que sus fuentes son como mínimo “blandas”. Lo mismo cuando, con el rigor intelectual de sus “colegas” Borges y Cortázar, Danann “nota un patrón en la progresía actual de volver a siglos pasados creyendo que estamos avanzados” (sic), y después de dar cátedra de medicina y psiquiatría compara el triunfo de la modelo transgénero Ángela Ponce en el certamen Miss España con la obligación de utilizar adolescentes masculinos para los papeles femeninos que regía en el teatro isabelino: “volvemos a eso, aislamos a la mujer, la reemplazamos por un hombre…”. Es innecesario comentarlo. Las fuentes intelectuales duras de todo este plantel de libertarios, sin embargo, son un puñado de nombres que se repiten una y otra vez: Ayn Rand, Murray Rothbard, Ludwig Von Mises, Friedrich Hayek, Milton Friedman. Con este cañón de pensamiento liberal y antiestatista y manoteando insumos como los ilustrados arriba, el plantel de libertarios argentinos trata de conducir a sus miles de jóvenes seguidores (son miles, efectivamente: hay que reconocerlo) a la adopción irrestricta de un grupo de verdades fundamentales. ¿Cuáles son?
Ahora quiero quedarme en la superficie verbal de esta marea: el algoritmo me lleva esta madrugada al campeón del desembozo. Desde Córdoba, Eduardo Prestofelippo, de nombre artístico El Presto, grita que son todos “cagones” e “hijos de mil putas” con voz aflautada, vestido de comandante frente a la cámara, repitiendo una y mil veces las consignas obvias: que los políticos se van de vacaciones con nuestros impuestos; que son choros; que la gente debería indignarse más y que si lo hiciera esta democracia de cartón se terminaría de caer. Pero no solo eso: Hebe de Bonafini es “Alzheimer” Bonafini; Anabella Lucero, la “Gordita”, “la funcionaria más hija de puta de San Luis”, “tiene un lindo prontuario como peroncha que persigue opositores”, y como tuvo una multa por ocupar un espacio reservado para discapacitados, “si andás en silla de ruedas tené cuidado, porque te pasa por encima”, así que “dale con las manitos”, aconseja Prestofelippo mientras hace la mímica de correr con una silla de ruedas. Peleado con un economista libertario “de un metro veinte”, indica que para lo único que sirve ese pequeño hombre es “para hacer felatios a Cachanovsky”; el ministro de educación “anda haciéndose el pajero en Twitter”.
En Twitter, El Presto dice que Pergolini consiguió “una vaca colorada” (alude a una chica robusta y pelirroja) para que opine de economía; lo único que está “más gordo” en la argentina es Ofelia Fernández; Fabiola Yáñez tiene que dejar “al viejo impotente” y venirse “para este lado”, donde le van a dar amor, comprensión y ternura: “es un cadáver político, ¡no seas necrófila! Ponete los portaligas y vení, te esperamos”. Por destruir nuestro pasado y nuestro presente, a la “Zorra Hija de Puta” de Cristina Kirchner hay que “patearla hasta que escupa sangre, a ella, a la hija, al hijo, a la nuera y al cajón del marido”. En la misma tónica, a Juan Amorín, ese “pendejo pelotudo que se hace el periodista y no es más que una rata del kirchnerismo”, hay que ir a buscarlo a la redacción de El Destape y (a El Presto le “chupa un huevo” si lo que dice “parece desagradable”) “romperle las piernas”. En un video de YouTube, mientras se muestra una foto de la ministra de seguridad Sabina Frederic, Prestofilippo la califica con tono exasperado de “impresentable”, “incogible”, “inútil”, “inoperante”, “incapacitada”, para terminar “cagándose en todo”. La obsesión ano-fecal de El Presto es insoslayable: hay que cerrar el orto, romperse el orto, meterse cosas (impuestos, palabras) en el orto, para los políticos estatistas kirchneristas tener pileta es ser “un puto cipayo del orto”. El Presto hace chistes para que les “pique la cola a los parásitos” del Inadi, cuya directora es la parásito del estado Victoria Donda: toda esta fijación con la porción final del tracto digestivo termina en el jingle con el que comienzan sus videos, y que repite “culo roto, culo roto, vamos todos a triunfar”.
Es una sola madrugada, así que pienso detenerme en una serie de videos de un youtuber antiperonista que opera bajo el nombre de Es De Peroncho. En algo semejante a lo que en el mundo de los cómics y el cine de superhéroes se llama Crossover (un fetiche de las fanbases juveniles de estos canales) De Peroncho consulta a otro reciente semidiós del mundo libertario, el abogado Francisco Oneto, sobre una serie de inquietantes tópicos: “Armas y legítima defensa”; “Cómo comprar un arma”; “Mi perro mató a un ladrón, ¿Estoy en problemas?”; “Armas blancas, ¿Puedo llevarlas por la calle?”; “Gas pimienta, Picanas, etc., ¿Son legales?”. Esta serie incluye un diálogo entre De Peroncho y el instructor de tiro Juan Sensottera, alias Magnum 44. El tópico: “Punta hueca, portación civil y Tasers”. El mismo Magnum 44 lleva a Danann y a su novia Lilia Lemoine (célebre por arrojar huevos contra un móvil del canal actualmente oficialista C5N en una marcha el 17 de agosto de 2020) a practicar tiro, y en el final, dice: “esa es la idea, venir, entrenar, divertirse y aprender, y estar siempre listos para lo que estamos viendo hoy en día en la sociedad”. No hay remate (o sí).
Esta lengua que permite hablar de gordos, mujeres incogibles, imponerle pronombres que no se corresponden con sus identidades a personas que han pasado por procesos complejos de construcción, comprensión, aceptación (propia y ajena) de esas identidades, esta lengua que permite boludear con el doloroso trabajo social de memoria sobre el trágico pasado reciente, que habilita burlarse de zurdos sucios, maestros vagos, sindicalistas de mierda, peronistas ladrones, pobres comedores de polenta, esta lengua que transforma la apreciación de la desigualdad en victimización, la educación pública en una rémora, esta lengua liberada no de una opresión, sino de las mínimas restricciones propias de la convivencia es hablada, como ya se ha dicho, por miles de jóvenes. En los comentarios de los videos veo repetirse los insultos, los agravios, la celebración de una violencia imaginaria contra el kirchnerismo (matar a un kirchnerista no es un crimen porque no hay persona y por lo tanto no hay víctima); el reclamo de extinción, muerte, disolución de experiencias colectivas, las injurias higienistas en todos los sentidos posibles, la imputación de mugre, fealdad, minusvalidez… Toda esa marea de odio es intoxicante, y al mismo tiempo me expulsa y me fascina y retiene frente a la pantalla como retenían la televisión y la radio al McLyle de Sturgeon en el cuento que citaba al principio. ¿Cómo germinó esta cultura de la injuria, la pelea, el debate entendido como aniquilación? ¿Qué llevó a miles de jóvenes a ampararse bajo saberes precarios, enlatados rotativos diseñados en think tanks remotos, para autorizarse las formas menos elaboradas de odio, esas que embriagan en la adolescencia mientras se trata de proteger la vulnerabilidad propia con trompadas gratuitas, con la identificación y la estigmatización y el castigo del débil? ¿Cómo aceptaron, con el caramelo de odio, la promesa de un mundo sin Estado, sin acción colectiva, sin educación pública, sin otra libertad que la de hacer dinero, sin otra garantía que la propiedad del que tiene y la seguridad para el que posee, sin otra ley que la del fuerte, el sálvese quien pueda, every man for himself? ¿No incurro de nuevo en ese crimen de odio de los viejos, impugnar la experiencia de los jóvenes, como Eduardo Feinmann cuando quiere corregir el uso del lenguaje inclusivo en esas entrevistas sádicas que hace en su programa de televisión? Pienso en la paradoja de la tolerancia de Popper. En una sociedad absolutamente tolerante la tolerancia es inviable. Me pregunto qué sería de mí, diabético insulinodependiente, sin un Estado que obligue a los servicios de salud a proveerme la carísima insulina que me inyecto cada día. Cuando le preguntaron a Javier Milei quién se haría cargo de hacer rutas si no existiese el Estado dio el ejemplo de los countries y el de los hospitales públicos construidos en los albores de la nación por las empresas que necesitaban la salud de sus empleados: si algún empleador necesita que yo tenga insulina me la dará, supongo.
Rascando un poco en la web encuentro miles de conexiones que pueden explicar quién está generando el contenido que circula prestado, organizado, tabulado, por los canales de los libertarios. ¿Quién les da letra? Encuentro detrás de la difusión del contenido decenas de fundaciones asociadas a un célebre libro de Ayn Rand: redes de organizaciones cooperando para que este contenido impacte, se disemine y genere un peligroso sentido común futuro en toda América Latina. Encuentro una publicidad que llama a los jóvenes a pertenecer a las huestes de la difusión libertaria en donde se ofrecen cursos y entrenamiento en el uso de un kit de comunicación: me imagino centros de adoctrinamiento y formación en “debates”, falacias no formales, rudimentos de teoría económica monetarista.
Pero no quiero ceder ni a la paranoia ni a la desconfianza. Todo parece también casual, contradictorio, precario: como una franquicia de venta callejera de perfumes que está teniendo un momento de gloria. No hay que perder de vista que la realidad es el límite a las formas más extremas del discurso, ni que las redes son justamente eso, redes de contención: los jóvenes libertarios se encuentran en ella como los Otakus en la Comic-Con. Tampoco hay que olvidar el célebre teorema que le debemos al abogado radical Raúl Baglini: el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder.
En la misma dirección de ese argumento, un escritor amigo me dice por Whatsapp: “para mí son un fenómeno de la interacción en redes sociales, pero existe una realidad que todavía funciona con una lógica propia, donde intervienen elementos que los libertarios no manejan, y que los vuelven necesariamente marginales. En internet somos todos iguales, pero el campo de batalla está en otro lado, donde tienen espesor los sindicatos, las clases sociales, las instituciones republicanas, los jubilados, los estudiantes, los empresarios, los estatales, etc. Cuando los libertarios metan, al menos, un diputado, ahí veremos qué pasa”.
Lo veo razonable. ¿Por qué iba yo, sentado en mi living, a descubrir el plan de un golpe blando, una avanzada odiante y desestabilizadora orquestada en centros de poder? ¿A través de mi precaria conexión de internet, leyendo notas publicadas en portales ignominiosos? Siempre he tratado de convencerme de que mañana es mejor. Recuerdo al paso, sin embargo, un retrato de Ayn Rand que hace Tobías Wolff en Vieja escuela: una persona incapaz de ninguna solidaridad, que no puede entender a los héroes mutilados de Hemingway.
Mientras voy cerrando este texto, El Presto pasa una noche en prisión después de Twittear que Cristina y su “cría política” van a ser las primeras víctimas del próximo estallido social: ella, Cristina, no va a “salir viva”. El Presto (que tenía un arma como pisapapeles y atesoraba una foto en la que aparecía junto a Jorge Rafael Videla) se transforma en una especie de mártir. Un kirchnerista le da su primer cigarrillo cuando sale de prisión. Hace un vivo de dos horas con Tipito enojado, De Peroncho, Danann, Lilia Lemoine, Zicarelli, Welcome Peronia. Piden plata para pagar a los abogados, y se llaman a sí mismos Ministerio del Odio.
* Este texto no cuenta con las notas al pie. Fue publicado en el libro La Babel del odio. Políticas de la lengua en el frente antifascista, con selección y prólogo de Luis Ignacio García, que forma parte de la Colección Cuadernos de Lenguas vivas del Museo del Libro y de la Lengua dirigido por la escritora María Moreno. Dicha colección cuenta con otros dos títulos: Reunión: Lof Lauken Winkul Mapu y Antología Degenerada: Una cartografía del lenguaje inclusivo. Se consiguen en el Museo del Libro y de la Lengua.
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