Isabel Allende: “Con tal de impedir el proceso de la izquierda, en Chile la derecha estaría dispuesta a volver a perder la democracia”

En charla con Infobae, la escritora latinoamericana más leída en el mundo presenta su novela “Violeta”, habla del feminismo, del modo en que sus muertos queridos siguen presentes y no le escapa a las definiciones sobre el proceso social y político en su país, al que ve “con esperanza, curiosidad y alegría”

Guardar

Violeta tiene 100 años y está muriendo, pero no quiere partir de este mundo sin contarle su historia a Camilo, su nieto. Su historia de un siglo de vida, los secretos y los traumas familiares, los amores a lo largo del tiempo, el origen mismo de la vida de Camilo y también la historia de un país en el extremo sur de Latinoamérica. La anciana nació durante una pandemia y su vida llega a su fin en medio de otra; la enfermedad y la incertidumbre dan marco a los extremos de esta nueva vida de ficción creada por Isabel Allende, la célebre narradora chilena, inspirada en la madre de la escritora y que ya agota ediciones en España y vuelve a inscribir su nombre en el reino del bestseller. Violeta (Penguin Random House) marca el retorno de la creadora de La casa de los espíritus a la novela, cinco años después de Más allá del invierno y una vez más consigue atrapar al lector con esta trama que funde las pasiones humanas con los acontecimientos sociales y políticos, a través de un conjunto de personajes inolvidables.

Puntualidad profesional, maquillaje y vestuario impecables, melena blanca platinada (“Le pedí a la peluquera que acelerara el proceso. No puedo pasar por la etapa del gris, esa era la que me deprimía mucho”): cuando faltan unos meses para su cumpleaños número 80, Isabel Allende está dando entrevistas para hablar de su nuevo libro y, como es su costumbre, rinde homenaje a su viejo oficio, el periodismo, tratando de enriquecer cada encuentro con la prensa. Habla más allá de las palabras, hablan sus ojos y sus manos y también sus risas y sus ligeras iras, que agregan énfasis a lo que dice y cuenta.

En esta charla con Infobae, la escritora chilena nacida en Perú y con nacionalidad estadounidense, radicada en San Francisco hace cuatro décadas, cuenta la trastienda de Violeta, habla sobre el momento actual del feminismo (“Los hombres en eso fueron muy hábiles de transformar la palabra feminismo en un insulto”), del modo en que sus muertos queridos siguen presentes y no le escapa a las definiciones sobre el proceso social y político en su país, al que ve “con esperanza, curiosidad y alegría”. Compara los momentos políticos de Salvador Allende (su tío) y de Gabriel Boric, separados por 50 años de historia, y dice que no olvida ni por un momento que el 40% de los chilenos votó por la ultraderecha: “Hay todavía una nostalgia por el autoritarismo de la dictadura. Porque le meten miedo a la gente; la derecha es muy hábil en eso”, dice de manera asertiva.

Un abanico intenso de literatura, ideas, política, sociedad y emociones, en esta charla con la autora latinoamericana más leída en el mundo.

Isabel Allende cuenta cómo surgió su novela "Violeta".

— Violeta, la protagonista de tu novela, nace en una pandemia y su vida termina en otra. Estamos hablando de una mujer que vive mucho, 100 años. ¿Cómo surgió la idea de escribir esta historia?

— Surgió cuando se murió mi mamá, que murió poco antes de la pandemia, en el 2018. Era viejita, tenía 98 años. Una mujer adorable. Y lúcida, completamente lúcida hasta el final. Y, cuando ella murió, amigas mías que conocían a mi madre muy bien porque incluso la visitaban por iniciativa propia cuando yo estaba en California, me dijeron: tienes que escribir sobre tu mamá. Esta relación extraordinaria que ella y yo teníamos, que nos escribíamos todos los días: yo conozco la vida de mi madre mucho mejor que la mía. Está toda escrita en esas cartas que tengo guardadas. Mira, traté de hacerlo. En parte yo creo que estaba de duelo todavía y también estaba, estoy, todavía demasiado cerca de mi mamá emocionalmente. No la puedo ver con la distancia y la ironía que la escritura requiere. Y al pensar o plantearme escribir sobre ella fue surgiendo un personaje que es ella, pero como habría sido si las circunstancias hubieran sido diferentes, si mi mamá hubiera podido mantenerse sola, si hubiera tenido independencia económica como la que tiene Violeta en el libro. Como ella, mi mamá nació en 1920, cuando la pandemia de lo que se llamó la gripe española llegó al Sur del continente. A ella le toca nacer en una clase social en la cual las mujeres estaban preparadas para ser madres y esposas, nada más. Una familia y una sociedad conservadora, católica, machista, patriarcal, autoritaria. En ese medio era muy poco lo que una persona en esas circunstancias, una mujer, podía hacer. Y mi madre vivió primero dependiente de su padre, después de un primer marido que no resultó, después de mi padrastro, y después de mí. Entonces, vivió como frustrada y enojada por eso, porque mi mamá tenía una cierta visión comercial. Si le hubiéramos hecho caso y hubiéramos invertido donde mi mamá decía, bueno, nos habríamos hecho todos ricos. Pero nadie le hizo caso. Si le hubieran prestado atención a los cuadros que mi mamá hacía, por ejemplo, a su pintura, mi mamá podría haber llegado a ser una gran pintora. Pero se hablaba del hobby de la Panchita, de los cuadritos de la Panchita. Siempre era como poco y ella no tenía confianza en sí misma, que no es lo que pasa con Violeta en el libro. De manera que cuando tú me preguntas de dónde sale Violeta yo creo que es una especie de, ay, de reivindicación de mi mamá.

— Hablabas de la independencia económica, algo de lo que hablás todo el tiempo.

— Todo el tiempo.

— Siempre hablaste del tema pero lo que pasó en estos últimos años en relación al feminismo es realmente una transformación mayúscula.

— Mira, yo creo que lo que está pasando ahora con el feminismo es un poco lo que pasó cuando se inventó la píldora anticonceptiva. Porque las mujeres venían luchando por sus derechos y por el voto primero y después por otros derechos por muchos años. Y en esto se inventó la píldora, que le dio a la mujer la posibilidad de controlar la fertilidad, de tener un cierto control sobre su propio cuerpo. Y eso cambió todo. La mujer salió a trabajar en masa a la calle, a las universidades, invadieron todos los campos de acción que habían sido privativos de los hombres por cientos de años, ¿no? Yo creo que lo que está pasando ahora es similar. Hay un movimiento joven lleno de energía que ha llevado los postulados del feminismo a un nivel mucho más exigente y agresivo. Yo creo que se necesitaba eso porque estábamos como paralizados en algo de los años 90, por ahí, que no avanzaba mucho la cosa.

Otra cosa que a mí me daba mucha rabia antes es que las mujeres jóvenes, que se han beneficiado de las luchas de sus madres y sus abuelas, no se confesaban feministas porque era una palabra fea. Era como que si eras feminista no eras sexy. Eras una peluda horrible, hedionda, que ningún hombre quería y por eso eras feminista. Los hombres en eso fueron muy hábiles de transformar la palabra feminismo en un insulto. Estas muchachas jóvenes lo han reivindicado, han dicho no, esta cuestión no sirve como está, vamos para adelante. Y con un tremendo impulso, están empujando muchas cosas. A veces se les pasa la mano, se llegan a cosas extremas, pero es necesario. En cualquier movimiento de este tipo hay una ley del péndulo, que va y viene de un extremo a otro. Mira, el feminismo, como todas las revoluciones, empieza con rabia. Empiezan con rabia ante una situación de desigualdad. Y no es diferente con las mujeres. Ya es hora que las mujeres incluyan en su narrativa, en su discurso personal, la idea de que hay una guerra contra las mujeres y que hay que ganar esa guerra.

Isabel Allende y el presente del feminismo

— La que tiene esa idea en la cabeza durante todo el tiempo en tu novela es Teresa Rivas. Un personaje muy interesante, hija de maestros que van enseñando por los pueblos. Me gustaría preguntarte de dónde salen personajes como Teresa o Miss Taylor; si son completamente ficcionales o si conociste mujeres parecidas a ellas.

— Mira, los grandes cambios en Chile en la educación, en la salud, algunos cambios políticos de la legislación también, el derecho a voto, los promovieron mujeres de la clase media educadas en colegios públicos que tenían una gran motivación femenina pero también de clase. Y Teresa Rivas representa eso, ella viene de ese ambiente. Ella representa a esas sufragistas de esos años. Ahora, Miss Taylor está basado en una institutriz inglesa que tuvo mi madre. A mi madre la educaron los primeros años de su vida en la casa porque la idea era que los colegios estaban llenos de virus, de enfermedades, de malas ideas, de vulgaridad. No se llamaba Miss Taylor, no me acuerdo cómo se llamaba. ¿Por qué estas dos mujeres se juntan? Yo no lo tenía planeado, te prometo, simplemente pasó. Esas cosas pasan (risas). Que uno empieza algo y no sabe cómo va a terminar. Los personajes entran en la historia y luego hacen lo que tienen que hacer de acuerdo a sus personalidades y a sus circunstancias. Yo creo que absolutamente necesario e indispensable, casi inevitable, que Teresa y Miss Taylor tuvieran todo eso en común y terminarán amándose.

— Pero hay otro personaje que está junto a ellas dando vueltas permanentemente y acompañando a Violeta porque es su hermano que es José Antonio. En tu novela es posible encontrar modelos de hombres muy diferentes, desde el clásico picaflor que de algún modo abusa de la confianza, del amor y de la pasión de las mujeres, pero también otro como José Antonio, que es capaz de estar toda una vida esperando a la mujer de sus sueños, ¿no?

— Mira, ese personaje, creo que he conocido a uno así. Era poeta. Y en parte ese enamoramiento... Ah, ahora que me acuerdo tengo un amigo que debe tener unos 48 años más o menos, podría ser mi hijo fácilmente, que es escritor, poeta también, escribe maravillosos cuentos cortos, psiquiatra, médico, y este hombre estuvo toda la vida esperando a una mujer que es lesbiana y está casada con otra, ya casada legalmente. Adoptaron una niña, tuvieron una niña, y no hay ninguna posibilidad que esta mujer vuelva con él alguna vez pero ya ves, sigue esperando. Y quién sabe si va a esperar 20 años más. O sea que se dan estos casos, se dan.

— Otra cosa que aparece en la novela tiene que ver también con las distintas formas del amor y las distintas formas que adquiere el amor con los años, ¿no? Como la pasión que puede despertarse en gente muy grande, al punto que Violeta termina sospechando que su tía Pilar y el tío Bruno fueron amantes. La idea de que se puede amar y se puede sentir pasión incluso siendo muy grande.

— Bueno, a ella le pasa. A la misma Violeta le pasa, que casi anciana se enamora y se casa con Harald. Bueno, me pasó a mí a los 77 años, así que por qué no le va a pasar a Violeta (risas). Yo voy a cumplir 80 y todavía creo que es posible amar apasionadamente. No como a los 20, en el sentido que las hormonas ya no te funcionan como entonces pero los sentimientos, sí.

— El tema indígena aparece muy fuerte y es justamente también una de las cuestiones que viene teniendo una reivindicación importantísima en Chile, en tu país. ¿Cómo vivís eso?

— Yo no tengo mucha experiencia, casi ninguna, con los pueblos originarios de Chile porque no he vivido en Chile casi nada, muy poco tiempo. Pero mi abuelo tenía haciendas de ovejas en la Patagonia argentina y había que irse por el Sur de Chile a cruzar la frontera y ahí se pasaba por zonas mapuches. Y los mapuches eran como una nación separada, en el sentido de que tenían su propio idioma, sus propias maneras de vivir, su cultura, se integraban en algunas provincias un poco pero siempre marginados. Y la ley en Chile no los ha protegido. La ley no ha sido justa con los mapuches nunca. Primero llegaron los españoles a quitarles la tierra y a quitarles todo en una guerra que duró 300 años porque nunca se rindieron. Los mapuches hicieron pactos de treguas pero todos fueron traicionados por los blancos. Pero nunca se rindieron. Entonces los mapuches están en pie de guerra hoy y se entiende porque, como decía al principio, cuando se acumula la rabia por una situación de injusticia y desigualdad, tarde o temprano explota. Entonces el hecho de que las personas que están redactando la Constitución en Chile en este momento tengan en cuenta primero paridad de género, la incorporación de la mujer en la gerencia del país en todos los planos, luego la inclusión de todo el mundo, la inclusión también sobre todo de los pueblos originarios que es tratar de darles lo que les corresponde legalmente para ir a apagando esta situación de violencia en que han vivido durante tantos años, durante décadas.

La memoria en Isabel Allende y cómo se organiza para escribir

— En la página 222 de tu novela hay una frase que me resultó muy interesante y es: “Con el tiempo se recuerdan los hechos pero se borran las emociones.”. O sea, se recuerda lo que se hizo pero tal vez no se recuerda exactamente por qué, cómo, de qué manera se hizo.

— Es interesante porque cuando yo miro para atrás, hay ciertos momentos que recuerdo y que me dan vergüenza y la vergüenza es tan fuerte como lo fue en ese momento. Pero todo lo demás no es tanto. Los grandes amores, esas pasiones desenfrenadas. Me pregunto qué tenía esa persona tan especial que yo dejé todo tirado por irme con él, qué locura me vino (N. de la R: Meses atrás, una serie basada en la vida de Isabel Allende recordó un episodio amoroso de su tiempo en Caracas en el cual la escritora se fue “detrás de un amante argentino” y se especuló con que el amante por el que dejó su casa y a sus hijos era Astor Piazolla, aunque luego se diluyó esa versión). No me acuerdo de la emoción que provocó eso. Frustración, no sé qué fue. Y así algunas otras cosas también. Pero Violeta le escribe a su nieto, le ha escrito siempre, mi madre me escribía a mí, porque es muy importante plasmar la emoción del momento. En esas cartas diarias mi mamá me contaba lo que había pasado en el día con la emoción del momento. Entonces, si tú me preguntas qué pasó el 17 de julio de 1987, yo voy, saco la carta del día de su caja correspondiente y te puedo decir exacto no sólo lo que pasó sino cómo lo sentimos ella y yo. Pero eso se pierde.

— Isabel, hay un personaje que está a lo largo de toda la novela y tiene un lugar relevante en momentos muy especiales y es como una especie de gran rescatador. Me gustaría que me contaras un poco de Torito, cómo surge ese personaje.

— Mira, ese es uno de los personajes, como muchos que hay en mis novelas, que se salió de control. Lo tenía al principio como parte de la servidumbre que había en esa casa grande, un poco para explicar cómo era el estándar de vida que tenían y cuán grande era la casa. Necesitaban tener un muchacho -que era un poco enfermo mental, un gigante realmente-, que hacía todo el trabajo pesado, acarreaba la leña, tenía que pulir el parqué. Bueno, en la casa de mi abuelo había una persona que le decían “el hombrecito”, como si no tuviera nombre, que venía una vez por semana o dos veces por semana y limpiaba vidrios, limpiaba los pisos, hacía todo el trabajo pesado, limpiaba los patios, etcétera. Basándome en ese personaje, apareció Torito. Pero a medida que fue progresando la historia, Torito fue adquiriendo cada vez más importancia. Cuando se van a lo que ellos llaman “el destierro”, él se va con ellos. ¿Por qué se va con ellos? Porque no tenía a dónde ir. Entonces él no tenía familia, no tenía a nadie, era un pobre muchacho con pocas facultades mentales y la familia no lo podía dejar tirado, entonces se lo llevan con ellos. Y, ya en el campo, Torito cambia. Torito encuentra en el campo el lugar donde él tendría que haber estado siempre. Y ahí va creciendo como personaje y se me escapó de las manos. Y al final, nunca imaginé que Torito iba a hacer lo que hizo. Son esas cosas que pasan, tú sabes. (Risas)

Isabel Allende, en una foto reciente tomada en Nueva York. (John Lamparski/Getty Images)
Isabel Allende, en una foto reciente tomada en Nueva York. (John Lamparski/Getty Images)

— En tus novelas pasan tantas cosas y hay tantos personajes y tantas historias en red al mismo tiempo, que me gustaría que me contaras un poco cómo te organizás para escribir. Sé que arrancás a escribir tus novelas los 8 de enero, pero me gustaría saber si tenés como cuadros en el lugar del trabajo para ir viendo por dónde van los distintos personajes. O si lo vas charlando o trabajando con alguien. Porque hay una multitud de personajes y de historias que se cruzan.

— Mira, he tratado de organizarme. Hay una diferencia, cuando hago una novela histórica ahí he hecho previamente bastante investigación sobre el lugar y el tiempo donde ocurren los hechos. Eso ya me da una plataforma de despegue, digamos, un escenario donde voy a mover a mis personajes y me da mucho material. Y eso es ideal. Pero cuando escribo una novela como Violeta no tengo nada, me siento el 8 de enero, abro la computadora y, como quien dice, me abro una vena para ver qué pasa, ¿no? Y luego, lentamente, se va formando la novela. He tratado de hacerme como un guion. Lo hice por ejemplo con Largo pétalo de mar. Me hice una especie de guion de cómo iba a ser cada capítulo para no perderme. No lo pude seguir y las cosas cambian por el camino y ya no te resulta nada. Mi hijo me puso un biombo de corcho donde yo tenía que ir poniendo las cosas: se me perdió el biombo, los corchos, todo, un desastre. Pero lo que hice con esta novela es que la fui siguiendo cronológicamente. O sea que me interesaban mucho los acontecimientos del siglo XX que mi madre vivió y que muchos de ellos los viví yo, también.

— Claro.

— Ir contando eso me fue dando el hilo conductor, o sea, cuál era el orden en que iba a hacerlo. Ahora, lo que hacen los personajes no te puedo decir por qué lo hacen ni cómo porque no está nada pensado. Nada. A veces me traicionan, te digo, a veces me traicionan.

— Esto que decías recién.

— Porque, por ejemplo, yo no esperaba en absoluto que un personaje tan fuerte como Violeta fuera a aguantarle a Julián todo el abuso psicológico y físico durante años. Y lo aguantó y volvía con él. Y en una parte de la novela ella dice: “Me daba vergüenza que me tratara tan mal. Y más vergüenza me daba la reconciliación.” Porque lo perdonaba una y otra y otra vez y siempre le creía cuando él le decía “no, no, si no va a volver a ocurrir”. Bueno, después, cuando ella ve a otra mujer golpeada y a otra mujer víctima, ahí es capaz de nombrar lo que le pasó a ella. Pero antes no lo había nombrado. Antes siempre eran las cosas de Julián, lo que Julián hacía, pero nunca se pone ella en la verdadera posición de víctima que tenía.

Los muertos queridos que siguen presentes, según Isabel Allende.

— Decías que Violeta es de alguna manera la reivindicación literaria de tu madre y en la novela aparecen unos capítulos muy poderosos y conmovedores, que tienen que ver con los hijos de Violeta, con su hija, en particular. ¿Cuánto de eso movió tu propia historia? ¿Cómo fue escribir esos fragmentos que tienen que ver con Nieves, en particular?

— Mira, yo estuve casada con Willie Gordon (N. de la R. Gordon murió en 2019, ya estaban separados), que tenía tres hijos y los tres drogadictos. Los tres ya murieron. Y viví íntimamente por 28 años lo que significa la droga para la víctima y lo que significa para todos los que están alrededor. Y esa sensación de absoluta impotencia, de que no puedes hacer nada por ayudar o por cambiar las cosas. Y eso es lo que le pasa a Violeta. Y yo lo viví tan intensamente que no me costó describirlo para ella. La parte de la muerte de la hija está basada en la muerte de Jennifer, la hija de Willie, pero mucho también en Paula. Y entonces fue recordar el desgarro tremendo de cuando te encuentras frente al cuerpo de tu hija y sabes que nada podría haberla salvado. Es ese desgarro que dura para siempre porque muchas veces caigo en la tentación de preguntarme si acaso no hubo algo que yo pudiera haber hecho por salvarla y no lo hice. Pregunta inútil, completamente inútil, que lo único que hace es torturarme.

— Mientras estamos hablando, recuerdo dos momentos: uno tiene que ver con esa escena de la muerte en la que la madre le pide a modo de despedida a la hija que siga volviendo en sueños, que siga apareciendo para ella. Y otro es el momento en que la tía de Violeta, cuando quieren instalar el teléfono dice algo así como “bueno, pero si no se puede hablar con los muertos, para qué quiero yo eso”. ¿Qué clase de comunicación sentís que tenés hoy vos con tus muertos queridos?

— Los tengo por todos lados, estoy rodeada de ellos. Tengo fotos de mi madre, de mi padrastro, de la Paulita, de los amigos queridos que se han ido, hasta de los perros que se han ido. Y son presencias vagas. No veo fantasmas. Mi madre y Paula, muy fuertes. Ellas, mira, cuando me levanto lo primero que hago después de la ducha es pintarme la cara, porque yo me pinto la cara todos los días, y ahí en el tocador están las dos fotos, de mi madre y de Paula, son lo primero que saludo en la mañana. Y están conmigo siempre. Muchas veces en una especie de diálogo, diálogo o monólogo, no sé, y les hablo, les pregunto cosas y yo sé lo que me contestarían. Pero no es que esté oyendo voces, tampoco, no estoy esquizofrénica. Y eso me consuela mucho; la idea de que uno puede llevar a sus muertos en la memoria, llevarlos consigo. Y, literariamente, es un recurso hermoso pensar que la vida y el mundo transcurren en muchas dimensiones, que no todo es lo que podemos ver y controlar y lo que podemos explicar, sino que hay mucho inexplicable, muchas cosas misteriosas, emocionales, filosóficas, psíquicas, sueños. Los sueños son tan vívidos para mí. Sueño como si viviera una vida alternativa porque muchas de las imágenes de los sueños se repiten como si fuera otro pueblo, un lugar adonde voy y allí me encuentro muchas veces con mi mamá, a veces con la Paula, menos con Paula ahora, y me encontréo el otro día con una perra que tuve en Venezuela que se llamaba Micaela. Toda una noche con ella. Entonces, eso me da la idea de que no tengo por qué ceñirme o limitarme a lo racional solamente. Hay muchas otras cosas que son poéticas y que son una manera de ver y de vivir la vida. Y de escribir.

El Chile que viene, según la autora de "Violeta".

— Esta novela fue escrita, me imagino yo, con un ojo y un oído puestos en cosas que estaban pasando en Chile y que siguen pasando porque muy pronto, el 11 de marzo, va a haber un nuevo presidente y eso genera expectativas. ¿Cómo se vive siendo chilena y viviendo hace tanto tiempo afuera este momento con tantas reivindicaciones?

— Con esperanza, curiosidad y alegría. Esto empezó realmente en octubre del 2019, con el estallido social. Estábamos hablando de cómo las revoluciones y los cambios comienzan con rabia y había mucha rabia acumulada en el país por una desigualdad crónica y que va en aumento, en la que los ricos, cada vez menos ricos, tienen más y más y una clase media que vive al día o a crédito y mucha gente que vive en pobreza disimulada en un país que, supuestamente, al menos visto desde afuera, es un país al que le va muy bien económicamente. Entonces, el sistema neoliberal funcionó para hacer que el país progresara mucho y para que económicamente apareciera como un país muy sólido, pero la distribución de eso fue pésima y sigue siendo pésima. Entonces el país se pregunta qué país queremos y esa pregunta ya es extraordinaria. Hay muy pocos países en el mundo que se pueden dar el lujo en este momento de decir qué país queremos. Vamos a ver cuáles son las normas para llegar a cumplir ese sueño de país que queremos y establecer esas normas, una Carta Magna de cómo vamos a vivir. Cómo vamos a distribuir lo que tenemos. Este país maravilloso que es de todos, cómo vamos a hacer para que sea de todos y no de los dueños de Chile que tenemos hoy. Entonces, eso a mí me da una enorme esperanza. Además, el hecho de que quienes están planteando esto sean jóvenes. Fueron los jóvenes y las mujeres los que eligieron a Boric. Y no olvido ni por un momento que el 40% de la población votó por la ultra, ultra derecha y por el pinochetismo. O sea que hay todavía una nostalgia por el autoritarismo de la dictadura. Porque le meten miedo a la gente; la derecha es muy hábil en eso, en meterle miedo a la gente con la idea de la inmigración, del posible comunismo, de la inseguridad de las calles, de que van a quebrar el país, de que vamos a tener otra Venezuela. Yo creo que eso no va a pasar, creo que vamos a tener una democracia social, si es que lo dejan gobernar a Boric. Además, no hay que olvidarse que Boric no tiene mayoría en el Congreso. Y además solamente va a gobernar por cuatro años y no puede ser reelegido inmediatamente. Así que cualquier programa que tenga, que hayan empezado con esta nueva Constitución, puede ser boicoteado completamente por la derecha en la próxima elección. O sea que el camino es difícil pero el hecho de que lo hayan comenzado ya me parece que hay que mirarlo con optimismo.

El presidente electo de Chile, Gabriel Boric, durante una rueda de prensa en el palacio presidencial en Santiago, Chile, semanas atrás. (REUTERS/Rodrigo Garrido)
El presidente electo de Chile, Gabriel Boric, durante una rueda de prensa en el palacio presidencial en Santiago, Chile, semanas atrás. (REUTERS/Rodrigo Garrido)

— Isabel, no sólo sos chilena sino que te llamás Allende. Muchos ante la llegada de lo que va a ser el gobierno de Boric recuerdan lo que fueron las expectativas que había con el gobierno de Salvador Allende. Vos decías recién: si a Boric lo dejan gobernar. ¿Qué recuerdos te trae a vos este momento y qué semejanzas y diferencias con aquel tiempo podrías encontrar?

— Bueno, primero hay que decir que es otro tiempo. Imagínate todos los años que han pasado, ha pasado medio siglo desde Allende hasta ahora y en este medio siglo cambió el mundo, se terminó la Guerra Fría, de partida. Y en aquella época la CIA estaba interviniendo en todos los países latinoamericanos y centroamericanos también para defender los derechos de las compañías americanas y de aquellos grupos políticos que podían impedir que cundiera la izquierda. Acuérdate que había triunfado la revolución cubana y que había movimientos guerrilleros en toda América Latina.

— Claro.

— La CIA hizo una guerra contra la izquierda y la ganó. La ganó completamente. Entonces, después de eso, después de esas tremendas dictaduras y de la represión y de todo eso, el mundo ha cambiado: yo creo que eso no se va a repetir en Chile. Fácilmente, no. Así que hay muchas diferencias por eso. Si Allende hubiese sido elegido ahora como Boric, no habría encontrado esa oposición cerrada y a la CIA detrás. Pero se enfrenta a una derecha muy fuerte, como se enfrentó Allende, que estaría dispuesta creo yo, esto tal vez sea muy duro decirlo, pero yo creo que estaría dispuesta a volver a perder la democracia con tal de impedir el proceso de gobierno de la izquierda. Hay una especie de fantasma del comunismo. El Partido Comunista en Chile es muy organizado pero es muy pequeño, así que no creo que represente nada mayoritariamente. Por otra parte, hay siempre voces extremistas de unos locos que dicen cosas completamente extremas que aterrorizan a la gente, a todo el mundo por igual, y tienen derecho a plantear sus cosas en las proposiciones de la Constitución. Entonces, la derecha eso lo exagera y lo publica. Pero, por supuesto, lo acallan inmediatamente y no pasa de ahí. Hay que escuchar pero no pasa de ahí. Yo creo que el proyecto es muy revolucionario en el sentido de que mucho va a cambiar en Chile. Va a ser un país regional, federalista, centralizado, se está discutiendo qué clase de país vamos a tener. Hasta eso se discute. Pero los puntos de la Constitución yo creo que son extraordinariamente buenos para el país, empezando por la paridad de género en todos los aspectos y la inclusión de todo el mundo, los pueblos originarios, LGTB, los inmigrantes, todo el mundo está ahí. Admitir que somos un país diverso, que los recursos naturales pertenezcan a la gente y no a manos privadas. En fin, son cosas como básicas, que deberían haber estado allí siempre.

— ¿Qué clase de lector te imaginás para Violeta? El que viene siguiendo tus novelas o pensás que hay algo en esta historia que puede convocar a un lector o a una lectora diferente?

— Mira, es muy difícil decirlo porque se han hecho algunos estudios, mis agentes, más o menos estudian la cosa, y mi lector mayoritario son mujeres entre 22 y 55 años. Enseguida vienen jóvenes, hombres y mujeres, porque mis libros se enseñan en universidades y en escuelas y porque las novias les exigen a los novios que las lean. Lo que no tengo son hombres viejos. Mujeres viejas, sí, pero hombres viejos no. Y qué público puede atraer esta novela no sé porque hay veces que una novela histórica, por ejemplo, atrae mucho a un público masculino y novelas que son un poco más románticas son más para mujeres. Pero a esta novela le está yendo especialmente bien. Se colocó número 1 en muchas partes la primera semana. En España hicieron una impresión de 130.000 ejemplares y menos de una semana después otros 25.000 porque ya se había agotado. Entonces, quiénes son esos lectores vamos a verlo en unos años, ahora no sé.

Isabel Allende y su nueva novela "Violeta". (Fotografía de Plaza & Janés/ EFE)
Isabel Allende y su nueva novela "Violeta". (Fotografía de Plaza & Janés/ EFE)

— “Recordar es mi vicio”, dice Violeta en un momento. ¿Recordar es tu vicio también?

— Mi vicio es la escritura. Mi vicio es que todo lo exagero, lo cambio, lo convierto en ficción. Y pienso y recuerdo en historias. O sea, no tengo un recuerdo cronológico de mi vida o de la vida de mi madre si no que son episodios y cada episodio es como un cuento corto. Son historias. Y mi mente funciona así. Yo tengo un hijo que es ingeniero de computación, mi adorado Nicolás, y Nicolás es una persona absolutamente racional que, por supuesto, no cree en la astrología, es completamente agnóstico, en fin. Para él, el mundo en que yo vivo es completamente incomprensible. Completamente incomprensible. Entonces, por muchos años, yo empezaba a contar una historia y Nicolás decía “mamá, no ocurrió exactamente así”. Y me boicoteaba la historia, te fijas. Entonces me arruinaba la historia. Hasta que se dio cuenta que no es que yo mienta a propósito sino que mi pensamiento funciona en espirales, en historias, en círculos, no puedo contar ni vivir en un orden cronológico ni matemático. Entonces, cuando él entendió que yo tengo una deficiencia cerebral, ya ahora me acepta y no me molesta con esto (risas).

— Te hago la última pregunta. Antes hablabas de los sueños, decías que te encontrás muchas veces con tu madre, hablabas de Paula y hasta de los animales que tuviste durante tu vida. ¿Cuando te despertás, los recordás enseguida? ¿Llevás nota de esos sueños?

— Muchas veces, sí. Tengo una libretita en la mesa de noche y trato de anotar sin despertar a Roger y a los perros, que duermen arriba de la cama, también. Y anoto un par de frases y con eso me acuerdo. Pero sí, al despertar en la mañana, puedo tener media hora de silencio y soledad y duermevela en que puedo meditar y entonces recuerdo el sueño perfectamente y ahí en el día lo puedo anotar. Me despierto como a las 5, a veces más temprano, y entonces antes de poner mi café a calentar, que eso lo hago un poco más tarde, tengo esa media hora mía en que estoy ahí en la oscuridad revolviendo el sueño, pensando en mis seres queridos, en mis espíritus, dando las gracias porque, por Dios, que tengo cosas que agradecer. Es impresionante todas las cosas que puedo agradecer. De partida, tener salud a esta edad y que no me duela nada. Subir corriendo la escalera, imagínate, eso ya es como para agradecerlo de rodillas todos los días.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar