“La responsabilidad de un artista es infundir consistencia estética a su obra –sostiene el ensayista y poeta Santiago Kovadloff–. Solo así sus propuestas pueden ganar verosimilitud. Sin esa verosimilitud la obra puede resultar moralmente loable, pero entonces ya no será una creación artística. La coherencia estética debe manifestarse en la obra. Y ella no equivale a la coherencia ética que pueda tener fuera de ella quien la creó”. Sin embargo, muchas veces no resulta sencillo abordar la obra de un escritor soslayando su ideología extraliteraria. La tarea se pone más ardua puestos a considerar la literatura de un autor que no tuvo reparos en defender la gestión de Adolf Hitler y la propagación del odio emanada de su equipo de propaganda con Joseph Goebbels a la cabeza.
Así y todo, ¿puede ignorarse una obra de la calidad de la de Hamsun? El noruego Knut Hamsun (1859-1952) pasó a formar parte de la literatura universal con libros como Hambre, Misterios, Pan y Victoria. Su obsesión por la escritura persistió a lo largo de sus 92 años de vida, y ya de joven soñaba con ser poeta y eclipsar a su compatriota Henrik Ibsen. En 1920 ganó el Premio Nobel, y Kafka, Thomas Mann, Henry Miller, Bukowski y Paul Auster han aclamado su obra. “Pero acabó como el autor divino que traicionó a su pueblo y se convirtió en una de las personas más odiadas de su patria ocupada por los nazis cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, apoyó a Alemania y a Hitler”, explica Ingar Sletten Kolloen, autor de la biografía Knut Hamsun. Soñador y conquistador.
Hamsun simpatizó con el nazismo, pero su obra no es una defensa del totalitarismo. Su impulso fundamental es la nostalgia de la tierra y la resistencia al mundo moderno. Sus prejuicios no contaminan sus libros, en sus páginas no hay un solo comentario antisemita. Soñó con un porvenir donde la civilización y la naturaleza por fin se reconciliarían, y creyó que el nazismo era la cosmovisión que esperaba, la revolución cultural que acercaría al hombre a sus orígenes.
Un niño solo
Knut Pedersen nació en Vågå, Noruega, en 1859. La infancia del escritor no transcurrió precisamente entre algodones rosados: era el cuarto de seis hermanos y el que menos atención recibió por parte de su madre. Cuando tenía cinco años, con su hermana Anne Marie, dos años y medio menor, le disputaban a la recién nacida Sophie Marie el regazo materno, y Knut llevaba las de perder; era demasiado mayor en comparación con sus hermanas, quienes acaparaban la atención, pero a su vez era demasiado chico para jugar con sus hermanos, que en esos momentos tenían trece, diez y ocho años.
Poco tiempo después, las necesidades económicas de su familia –una madre inestable, un padre que no ganaba lo suficiente con su trabajo de sastre– lo obligaron a trasladarse por la dura geografía del norte de Noruega y a trabajar desde muy chico en cualquier empleo que le permitiera ganar un poco de dinero. En estas condiciones, su educación no era una prioridad y sólo fue a la escuela doscientos cincuenta y dos días. Sus padres lo habían enviado a casa de Hans Olsen, hermano de la madre, pensando que allí viviría mejor. Hans era un hombre violento y autoritario, que le dispensó al joven Knut un trato despiadado, obligándolo a cumplir jornadas extenuantes de trabajo como peón. Cuando no se comportaba como esperaba, lo golpeaba brutalmente. Knut se acercaba de vez en cuando a una caldera volcánica donde la corriente marina entraba y salía con estruendo, y allí fantaseaba con arrojarse al agua. Con sólo trece años, comenzó a pensar en la muerte, pero también aprendió a resistir y a odiar, a aguantar la adversidad sin darse nunca por vencido.
Cuando al fin logró abandonar a su tío, Knut consiguió un empleo en Nordland, en el almacén de un comerciante de arenques. Aunque le pareció inaccesible, se enamoró de su hija Laura. Y su vocación literaria comenzó a manifestarse: esbozó relatos y poemas donde comparaba la experiencia del amor con la súbita aparición de un ángel. Estas vivencias dejarían una marca imborrable en su memoria. El idilio de un joven humilde con una muchacha de una familia adinerada es un tema recurrente en su obra. Hamsun empezaba así a gestar una visión del mundo que trasladaría a sus ficciones, donde exaltaría el amor romántico y la lucha por la vida.
Pero la suerte no estuvo de su lado. El negocio del rico comerciante de arenques empezó a andar mal y perdió su empleo; no le quedó otra que alejarse de su amor platónico. En los años siguientes, combinaría su vocación literaria con trabajos penosos y mal remunerados: aprendiz de zapatero, maestro, policía rural, peón de construcción, picapedrero, marino. En 1877 publicó su primer libro, El misterioso, un folletín de treinta y dos páginas impreso en papel de mala calidad. Debutaba como escritor con dieciocho años, pero no conocería el éxito hasta una década más tarde, cuando salió a la luz la primera parte de Hambre, una especie de alucinación que relataba las penurias de un escritor.
Con 25 años adopta el apellido Hamsun para iniciar su carrera literaria, pero sus primeras novelas no tienen éxito y se muda durante algunos años en busca de trabajo a los Estados Unidos. Escribe sin parar, empeña sus escasos bienes, despilfarra el dinero que consigue mediante préstamos. La emigración añadió un nuevo tema a su literatura: el dolor de separarse del pueblo natal, la eterna infelicidad de los hombres que abandonan el campo para buscar una vida mejor en las ciudades.
Hamsun se casó dos veces. Los dos matrimonios fueron desastrosos. Se arruinó en varias ocasiones. Por su afición al juego cometió bajezas tales como agotar los ahorros de su primera esposa, dilapidando su herencia en un casino. Bebía para aturdir su conciencia. En 1908 se casa con la actriz Marie Lavik, veintitrés años más joven. Será la madre de sus cuatro hijos. Es su segundo matrimonio y no será más afortunado que el anterior. Posesivo y dominante, Hamsun será un marido desconsiderado y un padre negligente. Marie confesará: “Nadie me puede hacer tan mortalmente desgraciada ni tan infeliz”.
Su admiración por la vida bucólica y su rechazo a la gran ciudad lo llevarían a pasar grandes etapas de su vida en una cómoda cabaña del bosque, donde casi no dejaba entrar a su mujer cuando estaba escribiendo. Este entorno inspiró algunas de sus grandes novelas, como Pan o La bendición de la tierra, que le valieron el Nobel de Literatura en 1920. Pero nada saciaría su ansia por escribir, deseo que expresaba constantemente.
El escritor
Hamsun escribía con furia. Quizás por vanidad, por demostrarle a esa sociedad que veneraba a Ibsen que él era un genio todavía mayor, se empecinó en escribir. Publicó sus libros y las puertas de la fama se abrieron. Pero no olvidaba su origen odiosamente humilde y sentía los agujeros en su cultura. Tendría que mostrarse como el genio individual. Hamsun fue uno de esos escritores que se deben a sí mismos, a su intuición y a su voluntad, antes que a su formación.
Sus personajes son siempre como él, almas que sufren por exceso de sensibilidad, personajes a los que una mirada torcida hiere mucho más que un puñal. Uno de los aspectos más notables de la escritura de Hamsun es su visceralidad. Su narrativa es cruda, sin filtros, vacilaciones o preocupaciones por el qué dirán. Este puede haber sido uno de los motivos de la admiración que generó (al punto de considerarlo el mejor escritor del planeta) en escritores como Juan Carlos Onetti y Charles Bukowski.
Con la publicación de Hambre (Sult), en 1890, Hamsun saltó a la fama. Es la primera vez en la que, antes de Kafka, la ciudad burguesa se convierte en un escenario para la transformación del hombre en monstruo: ... ¡pasando tanta hambre que me estaba desfigurando en medio de la ciudad de Christiania! (…) Habría sido distinto si la hubiera conocido cuando aún tenía aspecto de ser humano.
Hambre presenta el tema del hombre contra las fuerzas exteriores, el hombre contra el mundo y contra todo lo que no puede controlar. Cuenta la historia de un escritor que malvive en Christiania, antigua capital de Noruega, deambulando por sus calles desahuciado y hambriento. Sin pan, sin amor y sin trabajo, rechaza las dádivas, mientras está dispuesto a cumplir un código ético autoimpuesto que lo obliga a darles limosnas a quienes las necesitan.
Por encima de todo, el narrador desea mantener un sentido de dignidad, y sacrifica oportunidades de alimento y vivienda con su obstinado orgullo: Mi orgullo me prohibía volver a mi habitación: jamás se me ocurría faltar a mi palabra. Aun cuando el hambre obsesiona y desquicia a este personaje sin nombre, de una psicología imprevisible, vaga pasando hambre por las calles: El hambre me trataba desvergonzadamente. (…) Todo mi ser se encontraba en ese momento en un estado de máxima penuria.
La novela es el a veces angustiado y a veces altivo monólogo interior de un hombre que malvive en las calles de una ciudad que no tiene piedad, ni con él ni con nadie: ¡Allí va un mendigo, uno de esos seres que reciben comida de la gente por debajo de las puertas! En otras ocasiones, el personaje siente verdadero asco de sí mismo (Había conseguido sentir náuseas de mí mismo). El periodista hambriento que recorre Christiania (Oslo) se acerca a la locura, pero siempre lo sostiene un hilo de esperanza que lo mantiene a flote: Mi locura era un delirio provocado por la debilidad y el agotamiento, pero no había perdido la conciencia.
Hambre marca, así, la primera huella del camino de la novela psicológica, y hace de su autor uno de los pioneros de esta literatura con técnicas del fluir de conciencia y monólogo interior, presentes también en obras de James Joyce, Marcel Proust o Virginia Woolf. En palabras del propio Hamsun, es un libro “sobre las delicadas oscilaciones de un alma humana, sobre esa extraña vida de la mente, sobre los misterios de los nervios de un cuerpo consumido por el hambre”.
El argumento tiene una inspiración autobiográfica. Hamsun realmente sufrió penurias económicas y luchó por ser reconocido como escritor antes de la publicación de esta novela. Había conocido el hambre hasta el extremo de masticar fósforos. Había escrito en una buhardilla precaria y poco iluminada. Había sufrido el frío tras empeñar su ropa de invierno. Incluso durmió en una comisaría que alojaba en sus celdas a los transeúntes sin domicilio. El personaje principal de alguna forma representa la lucha del intelectual por ganarse el sustento económico. Y termina en el fracaso: en el final de la novela el escritor se sube a un barco para trabajar como marinero y se quita los lentes como símbolo de que abandona la escritura y el trabajo intelectual.
Aunque vivencias no le faltaron, la novela que lo convertiría en una celebridad fue, sobre todo, un estado de ánimo. El paisaje desolado que uno se encuentra al mirar en el interior. “Aunque Hambre nos pone en las garras de la miseria, no ofrece ningún análisis de esa miseria, ni contiene llamada a la acción política. Hamsun, que en su vejez se volvió fascista durante la Segunda Guerra Mundial, jamás se ocupó de problemas de injusticias de clases y su héroe/narrador es tanto un desamparado como un monstruo de arrogancia intelectual”, escribió Paul Auster en su ensayo The Art Of Hunger.
Un alma igualmente indefensa ante las pequeñas señales del mundo es la de Nágel, el personaje protagonista de Misterios (1892), un dandy avejentado, el antiguo don Juan que vuelve con el caballo cansado a una pequeña población de provincias. En el correr de la novela, en ningún momento nos queda claro si Nágel está loco, está engañando a todos o si incluso llega a engañarse a sí mismo. Lo cierto es que la obra es enigmática e inequívocamente le hace honor a su título.
En 1894 aparece Pan, una nueva obra maestra. La trama puede confundirse con una historia de amor. El teniente Thomas Glahn vive en una cabaña del bosque. Con la ayuda de su leal perro Esopo, caza para sobrevivir. Por azar, conoce a Edvarda, hija de un rico comerciante. Se enamoran, pero las circunstancias los separan. El romance imposible es una metáfora de la confrontación entre civilización y naturaleza. Glahn es el hombre en su estado primigenio, enraizado en la naturaleza. Su idilio con Edvarda se malogra por culpa de la civilización, que pervierte los afectos.
Hamsun corona esta primera época de novelas intimistas con Victoria (1898), una historia de amor que explora las brechas de clases sociales y se convirtió en su obra más vendida en el momento de su publicación. Johannes, el protagonista, lleva los sentimientos impulsivos de los tres personajes anteriores al extremo. Posiblemente no haya otra novela en que el amor se muestre de una forma tan cruel para el amante. Aunque Hamsun era un seductor egocéntrico, aunque hizo sufrir a las mujeres que lo acompañaron, parecía tener una sensibilidad especial para describir el tormento de la inseguridad. Quizás porque la inseguridad lo acompañó siempre, o tal vez por una sensibilidad especial, en Victoria quedan expuestos a la luz, en sus propias palabras, “los secretos movimientos que se realizan inadvertidos en lugares apartados de la mente”.
Nobel y laureles
Fue La bendición de la tierra (1917), una saga familiar que exalta las virtudes de la naturaleza y la vida rural, la obra que le valió a Hamsun un premio Nobel en 1920. Esta oda a la vida campestre puede hacer prever la deriva nazi del pensamiento de Hamsun si entendemos la doctrina nacionalsocialista como un movimiento ecologista. Pero, sobre todo, La bendición de la tierra es una novela que explora la vida sencilla sin soberbia intelectual.
Cuando recibió el premio, Thomas Mann manifestó su alegría por una elección que hacía justicia con uno de los grandes creadores de su tiempo (“Nunca antes alguien mereció tanto recibir el premio Nobel”), homenaje al que se sumó Máximo Gorki. Novelas como Hambre, Pan, Victoria o La bendición de la tierra habían transformado el quehacer literario, abriendo las puertas a un subjetivismo radical donde el yo se expresaba con una franca fluidez, sin pudor de su irracionalidad o su lirismo. Gracias a Hamsun, la introspección descubría nuevas regiones donde la razón se tambaleaba, dejando paso a la intuición, la perspectiva fragmentaria y la visión alucinada.
Hermann Hesse confesó que Hamsun era su autor favorito, tal vez porque rescataba al hombre moderno de su exilio del mundo natural, reconciliándolo con la tierra. Franz Kafka se refirió a La bendición de la tierra con palabras muy elogiosas. Walter Benjamin demostró su admiración por Vagabundos (1927). El escritor polaco Isaac Bashevis Singer, ganador del Nobel en 1978, dijo de Hamsun: “Con su subjetivismo, su impresionismo y la utilización de la retrospectiva, además de su lírica, Hamsun es, sin duda alguna, el padre de la literatura moderna universal”. También ha sido una importante influencia para los escritores estadounidenses Henry Miller (“Es el Dickens de mi generación”, comentó), Paul Auster, John Fante y Charles Bukowski.
Epílogo
Acusado de colaborar con los nazis, Hamsun es detenido, pero no es enviado a prisión sino a un hospital psiquiátrico. Se evalúa su estado mental y, tras un breve juicio, se le impone una cuantiosa multa. Hamsun se justifica afirmando que sólo pensó en el bien de su país, como tantos otros: “Creíamos que Noruega podría alcanzar un lugar predominante en la enorme sociedad germánica que se estaba gestando y en la que todos creíamos. Sí, todos creíamos”. Aún tiene tiempo de escribir un último libro, que será su testamento espiritual y literario, Por senderos que la maleza oculta (1949).
Knut Hamsun murió el 19 de febrero de 1952 en su casa familiar en Grimstad. Tras su muerte, entre el desprecio y la discreción, se editaron sus obras completas y la edición tardó muy poco en agotarse. Era común escuchar frases como “no digas a nadie que estoy leyendo a Hamsun”, porque toda mención al autor era incómoda.
Durante mucho tiempo, Noruega escatimó su nombre a plazas y calles. Todavía hoy, a setenta años de su muerte, su figura histórica suscita grandes controversias en Noruega, donde sigue resultando muy difícil la valoración objetiva e independiente de los méritos de Hamsun como escritor. De todos modos, su nombre empezó a denominar algunas calles y sitios públicos, y el gobierno noruego declaró al 2009 “Año de Hamsun”, dando lugar a la conmemoración del 150 aniversario del nacimiento del escritor con una serie de homenajes que incluyeron la emisión de un sello postal de un valor de veinticinco coronas noruegas, donde aparece su rostro y un fragmento del manuscrito de su novela Misterios; la reedición de su obra; la exhibición de algunos de sus manuscritos y la inauguración del Centro Hamsun (ubicado cerca de la aldea Presteid de Hamarøy y de la granja donde el escritor creció) destinado a la realización de distintas actividades culturales. Un edificio torcido y negro en los límites del círculo polar en recuerdo de quien fue un incómodo personaje de ese país.
Al pintor Karl Erik Harr, que dedicó su vida a ilustrar la obra del narrador y que impulsó en 1982 las Jornadas Hamsun que se celebran cada año la primera semana de agosto, no le gusta el nuevo edificio de Presteid, pero cree que la rehabilitación definitiva del “cronista de las tierras del norte” es un acto de justicia. “¿Nazi? Hoy en Noruega no hay riesgo de que surjan movimientos neonazis. La influencia de Hamsun ha sido literaria, no ideológica”.
SEGUIR LEYENDO