Adelanto de “Para animarse a leer a Aristóteles”, de Mauricio Rongvaux

Infobae Cultura publica la introducción del libro de Eudeba que ingresa en las tramas del pensamiento de una figura fundamental de la filosofía occidental y que busca establecer un diálogo con la vigencia de su propuesta

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“Para animarse a leer a Aristóteles” (Eudeba), de  Mauricio Rongvaux
“Para animarse a leer a Aristóteles” (Eudeba), de Mauricio Rongvaux

Aristóteles se dice de muchas maneras. Se dice del nacido en Estagira, pequeña ciudad al norte del mar Egeo: Aristóteles “el Estagirita”. Se dice del inquieto y sobresaliente discutidor, “el espíritu de la discusión”; o del incansable coleccionista de libros, “el Lector”. Ambas maneras utilizaba Platón para referirse al filósofo que sería uno de sus más brillantes aprendices y, también, uno de los más respetuosos opositores a sus ideas centrales. Se dice del que caminaba mientras exponía el resultado, definitivo o en bosquejo, de las metódicas investigaciones y reflexiones, “el peripatético”; aunque también podríamos remitir el significado de esta forma de llamar a Aristóteles a su vinculación con la retórica y la capacidad para movilizar a los oyentes. Se dice, como a Santo Tomas de Aquino le gustaba hacerlo, simplemente “el Filósofo”. Estos son algunos de los apodos mediante los cuales podemos reconocer la figura de Aristóteles. Por eso, parafraseando una célebre sentencia aristotélica, decimos que su nombre se dice de muchas maneras.

Aristóteles, como dijimos, nació en la ciudad de Estagira en el año 384 a.C. Su padre, Nicómaco (Aristóteles luego tendría un hijo al que llamaría como aquel), era un médico reconocido y con estrechos contactos en la corte de Amintas III, de quien era amigo cercano. Aristóteles, entonces, tuvo desde pequeño cercanía con algunos políticos determinantes del destino de Grecia y Macedonia. Tal es así que Filipo de Macedonia, siendo rey, le confiaría la educación de su hijo Alejandro, conocido por todos como Alejandro Magno, rey macedonio e implacable conquistador de imperios.

El destino ambulante de este filósofo se vio marcado, en ocasiones, por la necesidad de su educación, el curso de sus investigaciones o sus filiaciones políticas. Así es que, aproximadamente a los diecisiete años, luego de la muerte de su padre, fue llevado al corazón cultural, científico y filosófico de Grecia, la ciudad de Atenas, para que continuara con la educación iniciada en Estagira. En esa ciudad se encontraba ya consolidada la Academia dirigida por Platón, que quizá fuera uno de los primeros centros de estudio de la cultura occidental. La llegada de Aristóteles conformaría finalmente uno de los tercetos más conocidos de la historia de la filosofía: es el que se remonta a Sócrates, entre cuyos seguidores se encuentra Platón, uno de sus discípulos más leales. Aristóteles será el tercero de esta cadena de discípulos-maestros, permaneciendo durante veinte años como miembro de la Academia, momento en el que muere Platón.

Con treinta y siete años emprende un nuevo viaje, estableciéndose en el Asia Menor, donde se encontraba su amigo Hermias, quien gobernaba la ciudad de Atarneo. A la muerte de Hermias, Aristóteles se convierte en tutor de la joven Pythias, sobrina de su amigo, que se convertiría en su esposa. Establecido en la ciudad de Assos, continúa con sus investigaciones, dividiendo su estadía entre esa ciudad y la de Mitilene. Por último, se establece en la ciudad de Pella, donde se encontraba Alejandro quien, por encargo de Filipo, sería su discípulo hasta el regreso de Aristóteles a Atenas.

Trece años transcurrieron, entonces, desde su partida de Atenas en el 347 y su regreso en el 334, años en los que Aristóteles probablemente desarrollaría su pensamiento de madurez, ya que a su retorno rápidamente se convierte en el referente más importante del Liceo, otro de los centros de estudios más reconocidos de la ciudad. Algunas referencias históricas mencionan que el Liceo, llamado así en honor al dios Apolo Likeios (el Apolo lobuno) fue fundado por Aristóteles; otras fuentes, en cambio, sostienen que el lugar existía antes de la llegada del estagirita y que era el lugar de encuentro de disertantes extranjeros que visitaban Atenas. Lo importante, sin embargo, sigue siendo que Aristóteles encontraría ahí un lugar para la exposición de sus trabajos y, ya que se presume la vocación polemizadora de estos encuentros, para su discusión.

Un gran número de estudiosos de la obra aristotélica suponen que a esta época corresponde la mayoría de los textos con los que hoy en día contamos. Algunos de ellos, se cree, son las notas -en algunos casos las del propio Aristóteles y otras veces las de alguno de sus discípulos- que fueron compiladas y luego publicadas. Pero el destino de los textos aristotélicos, y el de la mayoría de los filósofos griegos, estuvo plagado de dificultades y recorridos errantes. Los textos, junto con su numerosa colección de libros, fueron heredados y protegidos por algunos discípulos y durante un largo tiempo permanecieron escondidos en una caverna. En el siglo I a.C., luego de algunas otras peripecias, fueron transportados a Roma para finalmente llegar al dominio de Andrónico de Rodas.

El abandono de Atenas, en el año 323 a.C., estuvo signado por la muerte de Alejandro Magno y la posterior revuelta en el poder que permitiría a los políticos antimacedónicos recuperar el gobierno de la ciudad. Aristóteles, vinculado desde su juventud con los macedonios, es acusado de impiedad. Al igual que con Sócrates años atrás, la democracia griega perseguía a quienes en buena medida contribuirían a su esplendor. Aristóteles, ciudadano ateniense por adopción, tenía recursos más que suficientes para acomodarse a una vida fuera de Atenas. La ciudad emblema de la Grecia dorada ya no representaba, como para Sócrates, el único lugar posible de arraigo. Según cuenta la tradición, antes de su partida el filósofo declara que se marcha “a fin de que los Atenienses no pecaran dos veces contra la filosofía”. El mundo conocería, desde entonces, nuevos esplendores y decadencias. Aristóteles muere en el año 322 a.C, a los sesenta y tres años de edad, en la casa heredada de su madre, en la ciudad de Calcis.

La obra aristotélica, o lo que nos ha llegado de ella, abarca una infinidad de investigaciones científicas y problemas filosóficos. La primera edición completa de lo que se llama el corpus aristotélico, es decir, la compilación y posterior publicación de los escritos que sobrevivieron a la muerte del filósofo, se la debemos a Andrónico de Rodas. Las dificultades que presenta el resultado de esta tarea son diversas y están dadas, en su mayor parte, por el carácter fragmentario con el que fueron recuperadas las obras en el siglo I a.C. Cuenta la historia que la Metafísica, una de las obras principales, debe su nombre al orden que estableció Andrónico una vez que había ya clasificado el resto de sus textos. A las investigaciones sobre Física, que eran los últimos libros compilados, debía seguirle entonces aquello que estuviera “más allá” (meta) de la física. Y dado que aún no existía un nombre específico para esa ciencia, Andrónico llamó Metafísica a la colección de esos textos.

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