Hay artistas que logran envolver, que pueden, con su técnica o pincelada, eliminar las distracciones y transportar hacia mundos imaginarios. Vincent van Gogh es uno y, en parte, en eso radica el magnetismo que su obra sigue despertando a más de 130 años de su muerte y eso explica -también en parte- que Imagine van Gogh, la muestra inmersiva que comienza en La Rural, sea un fenómeno antes de haberse cortado el listón.
Desde mañana y por ahora hasta el 17 de abril, ya que existe una posibilidad de que se extienda, el Pabellón Frers abre sus puertas a la primera muestra inmersiva que llega al país, lo que sumó muchísimo para que la exposición ya sea un éxito con más de 120 mil entradas vendidas -todo febrero- y muchos días de marzo.
La exhibición recorre los dos últimos años de la vida del genio neerlandés, entre 1888 cuando se traslada a Arles en el sur de Francia, hasta su muerte en Auvers-sur-Oise en 1890. Y si bien el recorte parece acotado, se trata de un momento esencial de su vida creativa, a tal punto que muchos de los cuadros que más se le celebran fueron realizados en esa época.
Van Gogh pintó por un periodo corto, apenas 10 años. Se inclinó por el arte de manera tardía, luego de haber fallado en sus intentos de ser un pastor protestante como su padre, aunque fue realizando dibujos desde siempre. Su ingreso en el mundillo del arte fue más bien complicado y tuvo como figura central a su hermano Theo, marchante profesional, quien solventó su vida comprándole cuadros, ayudándolo económicamente, y gracias a quien pudo participar en algunas exposiciones y vender algo, más bien muy poco. Eso de que van Gogh no vendió en vida, no es cierto.
Su legado se calcula en 900 pinturas, de las cuales 200 se encuentra en esta muestra, entre ellas clásicos como La noche estrellada, Los doce girasoles, Dormitorio en Arles y autorretratos, con y sin oreja, porque fue en este periodo en el que tras el sueño de crear una comunidad de artistas convivió con Gauguin y sucedió aquel evento que cimentó el mito del genio-loco incomprendido.
“Van Gogh nos sigue fascinando porque fue un hombre modesto, que pintó por la pintura en sí misma, no por la fama o el éxito, que le fueron esquivos siempre. Su enfermedad hizo que dejara lo mejor de él en sus obras, entregó todo lo que tenía de su interior y eso llega a la gente en obras que son muy coloridas, brillantes y que generan un estado de felicidad”, explica a Infobae Cultura, vía Zoom, Julien Baron, uno de los organizadores.
Imagine van Gogh está compuesta por la proyección simultánea de unas tres mil imágenes en las paredes, el suelo y en lienzos de más de ocho metros de altura, y posee una presentación adaptada a la estructura del pabellón.
“En cada espacio trabajamos con la superficie para generar la mejor experiencia posible”, dice Baron, quien junto a Annabelle Mauger llevan adelante este proyecto de “imagen total”, que se presentó en 2008 por primera vez en la Cathédrale d’Images y se fue actualizando con los años.
Un ejemplo sobre esto: en junio de 2020, gracias a una postal, se descubrió el lugar exacto donde pintó su obra maestra final, Tres raíces, horas antes de dispararse o ser asesinado por unos jóvenes, según las dos versiones sobre su final. Esto significó un cambio en la conformación de la muestra.
La puesta se realiza a través de 48 proyectores de video láser de alta definición que transmiten 30 minutos de imágenes y audio sincronizadas en bucle, pero Baron comenta que más allá de lo evidente, no se trata de una muestra en la que la tecnología tenga un espacio destacado: “Buscamos que no se note, que no sea algo presente o que llame la atención, sino que esté puesta al servició del disfrute de la obra”.
En ese sentido, la palabra “experiencia” es la que él considera como concepto principal de la puesta, y no se equivoca. La inmersión genera una estado de inercia contemplativa, en la que los detalles pueden presentarse como una obra en sí misma. En Imagine van Gogh, esa pincelada movediza característica de sus últimos años parece vibrar y se torna omnipresente, oníricamente real.
El público recorre una muestra que se ilumina a partir de las proyecciones, en un entorno de oscuridad total, mientras de fondo se musicaliza con Mozart, Bach o Erik Satie, para despertar un estado de multisensorialidad única en cada visitante. Es una propuesta que apunta al goce reflexivo, a una apreciación suspendida más que a una recorrida clásica en la que se centra la atención de manera variable en diferentes piezas en pos de verlo todo.
“Es una experiencia diferente a la de los museos tradicionales, porque allí no te podés acercar a la obra, hay un cordón que te impide apreciarla de cerca y la luz las protege, mientras que aquí se observa el detalle”, dice. Y agrega: “Es verdad que lo inmersivo no permite disfrutar de la materia o la profundidad de los cuadros, pero es una manera de disfrutar de una gran cantidad de obra que de otra manera es imposible de ver junta”.
Y es que los 200 cuadros proyectados componen algunas de las más prestigiosas colecciones como las del Museo de Orsay de París, la Galería Nacional de Arte de Londres, el Museo Van Gogh de Ámsterdam, y los neoyorkinos Museo de Arte Moderno y Museo Metropolitano de Arte, entre otros.
“La muestra lo que busca es la experiencia, que sea algo que se pueda compartir en redes sociales, algo que en los museos es más difícil de realizar”, suma.
Declarada de interés cultural por el Ministerio de Cultura de la Nación, la exposición está organizada en diferentes capítulos, que van desmenuzando estos años finales de manera orgánica y permiten no solo el disfrute, sino también una lectura histórica de aquellos dos años finales.
La exposición, que se presenta por primera vez en sudamérica y es producida por Encore Productions, y presentada en Buenos Aires por S2BN, DGE y DF Group, ya pasó por París, las canadienses Montreal, Québec, Winnipeg, Vancouver, Edmonton y Saskatoon, y Boston, y luego se dirigirá a Ontario y Seattle.
Las muestras inmersivas, ya exitosas en otras latitudes, llegaron para quedarse y sus utilidades van mucho más allá de lo experiencial. Pueden presentarse como una herramienta alternativa a los museos, e incluso conformar un diálogo con estos.
“Este tipo de muestra no busca suplantar a los museos, sino ser un puente. Nuestra meta es que quien la visité le den ganas de conocer más sobre el artista, sobre el arte en general y acuda a los museos”, asegura Baron.
Entonces, por qué no soñar en un futuro con museos que las incluyan como manera complementaria para ingresar a las grandes obras de su acervo o de las muestras temporales. Por otro lado, en épocas de vorágine tecnológica permiten también que nuevos públicos, como los más jóvenes, puedan reconocer territorios estéticos y creativo que pueden presentárseles ajenos. En el mientras tanto, disfrutemos.
*Imagine van Gogh. En La Rural, Predio Ferial de Buenos Aires, Av. Santa Fe 4363. Entradas: 3 mil pesos. Click aquí para más información.
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