“Maus” y la teoría crítica de la raza: qué sucede detrás de la ola de censura de libros en EE.UU.

La prohibición en una escuela de la novela gráfica es solo la punta del iceberg de un debate que trasciende a la obra de Art Spiegleman y que tiene como eje cómo el país del norte quiere contar su propia Historia

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“Maus” y la teoría crítica
“Maus” y la teoría crítica de la raza: qué sucede detrás de la ola de censura de libros en EE.UU.

En diciembre pasado un distrito escolar de San Antonio, EE.UU., retiró más de 400 libros de las bibliotecas “para revisión” por contener temas considerados problemáticos. La lista original superaba los 800. Hace pocas semanas se eliminó de la currícula escolar en un condado de Tennessee el cómic Maus, de Art Spiegelman, debido a “preocupaciones sobre blasfemias y una imagen de desnudez femenina en su representación de judíos polacos que sobrevivieron al Holocausto”. No es un caso aislado, ni el primero siquiera, ni mucho menos será el último, y detrás de él hay un complejo entramado de disputas políticas, religiosas y sociales, con la teoría crítica de la raza de por medio; una lucha sobre cómo el país norteamericano desea que sus jóvenes conozcan su propia Historia.

La censura a Maus se produjo el 26 de enero, un día antes de la conmemoración de las víctimas del Holocausto, lo que generó una mayor indignación en redes y una viralización del tema. Nadie o casi nadie conocía de la existencia del Condado de McMinn más allá de sus fronteras, hasta que por unanimidad los 10 miembros de la Junta Escolar votaron a favor de eliminar la novela del plan de estudios de octavo grado; o sea, adolescentes de entre 13 y 14 años.

Al principio objetaban la frase “Maldita sea” y dibujos de “desnudos” de mujeres, pero decidieron que lo mejor era sacar toda la obra de la cuadrícula en vez de las partes en pugna debido a cuestiones de derechos de autor. “No niego que fue horrible, brutal y cruel”, dijo Tony Allman, integrante de la junta, durante la reunión, en referencia al genocidio y asesinato de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra, y agregó: “Muestra gente ahorcando, los muestra matando niños, ¿por qué el sistema educativo promueve este tipo de cosas? No es sabio ni saludable”.

Páginas de la novela gráfica
Páginas de la novela gráfica "Maus" del estadounidense Art Spiegelman

Tras conocerse la noticia el rechazo social creció, por lo que la junta sacó un comunicado en el que, entre otras cosas, explicó: “No disminuimos el valor de Maus como una obra literaria impactante y significativa, ni cuestionamos la importancia de enseñar a nuestros hijos las lecciones históricas y morales y las realidades del Holocausto. Por el contrario, hemos pedido a nuestros administradores que busquen otras obras que logren los mismos objetivos educativos de una manera más apropiada para la edad. Las atrocidades del Holocausto fueron vergonzosas más allá de toda descripción, y todos tenemos la obligación de asegurarnos de que las generaciones más jóvenes conozcan sus horrores para garantizar que tal evento nunca se repita”.

Hubo voces a favor y en contra, por supuesto, y como era esperable cuando se ejecuta algún tipo de prohibición sobre un material, las ventas de Maus se dispararon en Amazon y varias librerías la ofrecieron para que los niños la leyeran gratis, como también se recaudaron más de USD 80 mil dólares para dar copias gratuitas para estudiantes interesados.

¿Cultura de la cancelación o censura?

El caso rápidamente se etiquetó como parte de la cultura de la cancelación, pero esto es una simplificación. Primero, la Cancel Culture es un fenómeno que va de abajo hacia arriba: una masa determinada de individuos utiliza las redes sociales para mostrar su desacuerdo con alguna obra u artista y logra que la organización legitimadora, sea una editorial, discográfica o plataforma, decida eliminar o suspender el contenido objetado. En este caso, el movimiento no vino desde ese afuera, sino de adentro, por lo que es un acto de censura clásico. Es el propio estado -por intereses que desarrollaremos- el que legitima el espacio que decide sobre la fiabilidad o no del texto escolar.

La lista de textos censurados en la historia es eterna. Algunos ejemplos: Constantino mandó quemar todos los escritos de Arrio en la que se conoce como la Epístola a los obispos y los pueblos en favor del fortalecimiento del cristianismo; el francés Luis IX ordenó lo mismo con los ejemplares del Talmud judío; en el siglo VX se produjo la famosa Hoguera de las Vanidades por orden del monje Girolamo Savonarola, y un siglo después, se realizó una pira con los manuscritos o códices mayas orquestada por el sacerdote Diego de Landa en Yucatán.

El caso más famoso es sin dudas cuando bajo el régimen de Adolf Hitler en la Alemania nazi cuando en 1933 se destruyeron bibliotecas enteras. Y más acá, en la última dictadura militar argentina se quemaron libros comunistas en la provincia de Córdoba, en el ‘76, y en los 80s un millón y medio de títulos que incluían obras de Marcel Proust, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Eduardo Galeano, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Antoine de Saint-Exupéry, entre otros. Y así. La censura, en todos estos casos, se programa desde el poder o el gobierno, de arriba hacia abajo.

Quema de libros durante el
Quema de libros durante el nazismo (Wikipedia)

La quema de libros que ayer funcionaba para intener erradicar un material, hoy se traslada más al plano de lo simbólico. Es imposible que, sin un control dictatorial estricto de lo físico y virtual, un elemento textual desaparezca ya que su posibilidad de ser compartido recorre canales de alta velocidad y muchas veces encriptado gracias a internet. Un libro publicado en alguna parte del mundo puede llegar a cualquier destino, más allá de si una editorial foránea compra sus derechos. Porque, a fin de cuentas, estamos hablando de un bien cultural compartible y exportable.

Sin embargo, la quema de libros no dejó de existir para expresar una postura. Hace una semana, en Nashville, el líder de la Global Vision Bible Church, Greg Locke, conocido por su discurso conservador y antivacunas, encabezó la pira de títulos como Harry Potter y Twilight. “Tenemos un derecho constitucional y bíblico para hacer lo que vamos a hacer. La brujería y las cosas malditas deben desaparecer”, dijo durante el evento en Tennessee, donde en 2019 una escuela de formación católica retiró los siete libros que integran la saga del aprendiz mago con el argumento de que sus páginas contenían “maldiciones y hechizos reales”.

Borrar el pasado ha sido siempre parte de la búsqueda de una imposición de ideas por sobre otras, algo que Antonio Gramsci llamó como “hegemonía cultural”, donde una clase dominante establece una ideología, que se presenta como natural, universal, y que busca silenciar a otra. Es la lucha de un relato para imponserse a otro, algo que está sucediendo en EE.UU. y que tiene Maus en la escena por su representatividad, por ser una obra de índole universal que engloba una de las grandes aberraciones humanas, pero esta disputa en realidad se extiende a muchísimas más obras, desde clásicos de la literatura, a ensayos contemporáneos y también reconstrucciones históricas.

Un grupo de padres protestando
Un grupo de padres protestando contra la teoría crítica de la raza en una junta escolar en Ashburn, Virginia

La Teoría Crítica de la Raza y el marxismo cultural

La teoría crítica de la raza (CRT, por critical race theory) es un movimiento intelectual y social interdisciplinario de académicos y activistas de los derechos civiles surgido en los 70s en EE.UU., que se enfocaron en un principio en los enfoques liberales sobre la justicia racial, pero que en las últimas décadas y, tras los eventos del Black Lives Matter, comenzó a ganar fuerza y sumar adeptos.

“Es un enfoque para lidiar con una historia de supremacismo blanco que rechaza la creencia de que lo que está en el pasado está en el pasado, y que las leyes y los sistemas que surgen de ese pasado están separados de él”, dijo a CÑN Kimberlé Crenshaw, una de las fundadoras de la teoría y profesora de derecho en UCLA y la Universidad de Columbia.

Básicamente, la teoría sostiene que si bien hubo avances en materia de derechos civiles, aún existen jerarquías raciales porque esas instituciones fueron creadas por y para los hombres blancos, y que el racismo es una experiencia cotidiana para las minorías, ya que una gran parte de la sociedad no tiene interés en acabar con él porque, justamente, se ve beneficiada.

Crenshaw y la CRT plantea que no existen las razas más que la humana, y que la división a partir de la piel es una construcción social. En ese sentido, tiene puntos en común con teoría queer de Judith Butler, que sostiene que los géneros, las identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están esencialmente inscritos en la naturaleza biológica humana, sino que son un constructo varible según cada sociedad. Si bien en 1989 Crenshaw presentó la CRT y organizó un taller que se considera el pilar fundamental, la idea se remonta al trabajo de activistas de derechos civiles como W.E.B. Du Bois, Fannie Lou Hamer y Pauli Murray.

Kimberlé Crenshaw, una de las
Kimberlé Crenshaw, una de las fundadoras de la teoría crítica de la raza y profesora de derecho en UCLA y la Universidad de Columbia

Por su parte, la Encyclopaedia Britannica define la teoría como un “movimiento intelectual y un marco de análisis legal débilmente organizado basado en la premisa de que la raza es una categoría socialmente construida que se utiliza para oprimir y explotar a las personas de color”.

La CRT emergió con mucha más fuerza tras el asesinato de George Floyd, expandiéndose mucho más allá de la academia, con múltiples publicaciones que se fueron adaptando a otras minorías raciales, como los latinos o asiáticos, convirtiéndose así en un eje unificador que podía representarlas a todas.

Por su puesto, su crecimiento en las aulas universitarias y en libros publicados despertó un contra movimiento, y como bien describió Newton, toda acción causa una reacción. Tomó entonces la palabra el activista conservador, miembro senior del Manhattan Institute, Christopher Rufo, quien el 1 de septiembre de 2020 en Fox News, llamó a los conservadores a “abrir los ojos” y la consideró “una amenaza existencial contra EE UU”. Luego, el ex presidente Trump, en medio de la útlima campaña presidencial, tomó la posta y dictó una orden ejecutiva: “Se ordena a todos los organismos que empiecen a identificar todos los contratos u otros gastos relacionados con cualquier formación sobre la ‘teoría crítica de la raza’, el ‘privilegio blanco’ o cualquier otra formación o labor propagandística que enseñe o sugiera que Estados Unidos es un país intrínsecamente racista o maligno o que cualquier raza o etnia es intrínsecamente racista o maligna”.

Así, la CRT llegó a oídos de todos los conservadores y más cuando el mismo Trump anunció en un discurso la creación de “una comisión nacional para apoyar la educación patriótica” (Comisión 1776) y sostuvo que la teoría era “propaganda tóxica”. También criticó el Proyecto 1619 (ganador del Pulitzer 2020), realizado por la periodista Nikole Hannah-Jones para The New York Times Magazine, en el que se replanteó “la historia del país colocando las consecuencias de la esclavitud y las contribuciones de los afroamericanos” como “base de lo que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes somos como país”. Su publicación provocó polémicas entre historiadores sobre la exactitud de algunos datos y se la acusó de “poner la ideología antes que la comprensión histórica”.

Un manifestante con una máscara
Un manifestante con una máscara facial sostiene un cartel durante una protesta de Black Lives Matter

Así, el rechazo de Trump alistó rápidamente a los partidarios del Grand Old Party (GOP) y si bien tras el triunfo el demócrata Joe Biden se revocaron los decretos, cada estado tiene potestad para legislar sobre el asunto. Si bien solo Idaho prohibió expresamente la CRT, en los otros estados los avances sobre el control parental ha permitido que permee una actitud censuradora que extiende sus brazos a cualquier tipo de material “problemático”, incluso aquellos que consideren que la manera en que se relate o muestre el Holocausto puede herir sensibilidades juveniles. La contraofensiva contra la CRT permite cuestionar así tópicos que, a priori, no estaban en agenda.

Sin dudas, EE.UU. atraviesa una guerra cultural que se extiende en el tiempo. Es que desde el GOP, como relata Pablo Stefanoni en ¿La rebeldía se volvió de derecha? existe una lucha contra el “marxismo cultural”, una teoría conspirativa que sostiene que “la Escuela de Frankfurt inició un amplio movimiento, que va desde el ámbito político al estético, tendiente a debilitar e incluso destruir a la cultura occidental”. Stefanoni expica que el término acaba siento un “paraguas” que incluye “cualquier expresión de progresismo, como la defensa del feminismo, el multiculturalismo o la justicia social...”

Que Rufo haya elegido la Fox para poner la CTR en la agenda conservadora no es casual, ya que este medio es el que aglutina a periodistas como Tucker Carlson, Sean Hannity, Mark Levin o Laura Ingraham, quienes se alzan como voceros de los intereses del GOP y denuncian al “marxismo cultural” diariamente. Y su aporte hace mella, si tenemos en cuenta que desde los medios se resignificó, por ejemplo, al término Woke.

Capturas de Fox News contra
Capturas de Fox News contra la CRT

Surgida como referencia para generar conciencia contra el racismo, la Woke Culture (Cultura del despertar), se extendió en otras cuestiones de desigualdad social, pero los medios la utilizaron para denunciar los avances progresistas de tal manera que la convirtieron en una palabra de uso irónico de manera extensiva. La cultura de la cancelación, por ejemplo, es hija de la Woke. Algo similar sucedió con el término Social Justice Warrior o SJW (guerrero de la justicia social), que surgió como una forma neutra de llamar a las personas interesadas en los cambios sociales, a tener un significado peyorativo para referirse a los progresistas.

En una entrevista con Infobae Cultura, la escritora Siri Hustvedt, quien escribió un ensayo sobre la CRT, comentó: “Creo que los medios de comunicación a menudo tienen dificultades, especialmente en los Estados Unidos, para dar una presentación precisa. En realidad, una de las razones es que las noticias prosperan en el conflicto y cuanto más brutal es el conflicto, más emocionante es para los lectores y se lo tragan (...) Cuando se enmarca como odio, que es lo que ha hecho la derecha, o que esa teoría está recomendando que la gente blanca comience a odiarse a sí misma, esto no tiene absolutamente nada que ver con eso. Es una tergiversación que no se corrige en la prensa”.

El avance del prohibicionismo

Maus puede ser paradigmático, pero no es un caso aislado en EE.UU. El prohibicionismo de lecturas parece seguirá avanzando en el marco de una disputa político, religiosa y cultural que trasciende a la censura. En la zona conocida como “cinturón bíblico”, en el sur, esta intromisión parental avalada por el estado es cada vez más fuerte, bajo la aprobación de los legisladores republicanos que, a partir de diferentes proyectos, fomentan que los padres tengan poder sobre contenido inapropiado y obsceno en los libros escolares.

Con una población cercana a los 50 mil habitantes, el pequeño condado de McMinn donde se censuró a Maus es uno de los 95 que conforman Tennessee. Sus habitantes son en su amplia mayoría blancos y conservadores, y en las elecciones de 2020 Donald Trump se quedó con casi el 80% de los votos.

El “cinturón bíblico” incluye a Arkansas, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Maryland, Pensilvania, Tennessee y Texas, y varias regiones de otros estados, donde por ejemplo existen leyes para impedir que los ateos accedan a cargos públicos y solo para dar un marco, en Tennessee, se facilita por ley la enseñanza del creacionismo y la negación del calentamiento global.

Fue en esta parte del mundo también donde se realizó una de las “cancelaciones” más famosas y fanáticas de la historia, cuando medios de EE.UU. sacaron de contexto el “más populares que Jesús” de John Lennon allá por mediados de los 60s, lo que devino en quema de discos, manifestaciones del Ku Klux Klan y muchas protestas, en la que fue la última gira de los Beatles.

Simpatizantes sostienen carteles contrs la
Simpatizantes sostienen carteles contrs la teoría crítica de la raza en un mitin del "Festival Let's Go Brandon", promovido por la Coalición Conservadora de Michigan y en oposición al presidente estadounidense Joe Biden, en noviembre pasado

Pero la cuestión conservadora-religiosa-geográfica no es suficiente para entender el asunto. Entre 2016 y 2017, clásicos como Matar un ruiseñor, de Harper Lee, y Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, fueron retirados de la enseñanza en Minnesota y Misisipi, respectivamente, por el uso de la palabra “nigger” que generaban un sentimiento de “humillación y marginación” en los estudiantes.

Los casos de Maus y estas obras pueden parecer motivados por diferentes razones, pero tienen un mismo trasfondo: se busca proteger a los estudiantes eliminando el conflicto de raíz, porque aquello que no se menciona, no existe, o existe dentro de otros marcos. Pero para hacerlo, la subjetividad de los padres es la que importa, no algún estudio o la opinión de profesionales. Entonces, la decisión se limita a los valores de cada comunidad.

En ese sentido, el Partido Republicano, sabiéndose fuertemente representado en esta área, ha realizado avances significativos. En Virginia se habilitó una línea telefónica para denunciar a cualquier maestro que enseñe contenidos “divisivos” (como llamó Trump a la CRT); en Oklahoma se presentó un proyecto de ley que permitiría a los padres requerir la eliminación de “libros de naturaleza sexual” de las bibliotecas de las escuelas públicas, que autoriza multas y acciones disciplinarias contra aquellos que no accedan a las demandas de los progenitores, mientras que en Texas, un candidato republicano a fiscal general del estado requirió a la agencia de educación local y otros distritos escolares información sobre una lista de 850 libros que considera sospechosos.

El gobernador de Florida, Ron DeSantis presentó una propuesta de ley que le permitiría a los padres del estado demandar a las escuelas que enseñan Teoría Crítica de la Raza. “No permitiremos que los dólares de los impuestos de Florida se gasten en enseñar a los niños a odiar a nuestro país o a odiarse unos a otros”, señaló el gobernador en un comunicado. En Idaho la prohibición de la enseñanza de la CRT ya es ley. En Kansas, Pennsylvania o Georgia se promueven legislaciones similares, como también se han producido manifestaciones en contra en Washington y Nueva York; en Utah se presentó hace días Identidad Marxista – El auge de la teoría crítica de la raza, un documental financiado por miembros del GOP. Esto es solo una muestra del botón, ya que las medidas avanzan día a día. Así, el discurso de los que se oponen a la CRT es el de evitar el racismo.

Este laissez faire presentado como paternalismo educativo, “nuestros hijos, nuestra decisión” comprende muchos espacios de disputa en lo social en que un sector de la sociedad se enfrente al estado, pero en los hechos surge como un facilitador para marcar la agenda en el marco de un debate a nivel nacional en EE.UU. sobre la enseñanza de asuntos críticos para la historia del país y del mundo, como la esclavitud o el nazismo, a partir de restringir la libertad de cátedra.

Tres de los títulos "problemáticos"
Tres de los títulos "problemáticos" por su contenido

En la lista de 850 títulos “investigados” en San Antonio, Texas, la gran mayoría de los autores son mujeres, personas de la comunidad LGTBIQ y negros. La lista es extensa en contenidos y no solo apunta a temás que puedan poner en conflicto la cuestión de la raza.

Entre los libros se encuentran El Cuento de la criada, de Margaret Atwood; el Pulitzer Las confesiones de Nat Turner, de William Styrom, que relata el único intento de insurrección armada de los esclavos negros del sur anterior a la guerra de Secesión, o Casta, el ensayo de Isabel Wilkerson en el que se explaya sobre las similitudes entre los sistemas de casta de Estados Unidos, India y la Alemania nazi y cómo moldearon las jerarquías arbitrarias que aún dividen a la sociedad, o Los hijos del infinito, de Adam Silvera, una ficción sobrenatural de lij que envuelve fantasmas y brujería, o incluso Todos nacemos libres, libro ilustrado de Amnistía Internacional.

Maus y la memoria colectiva

Maus fue publicada en 1980 por entregas durante 12 años, y se quedó con el premio Pulitzer en 1992, lo que supuso un hito. La novela gráfica abrió una nueva era sobre la posibilidad de contar historias y terminó de destruir el sistema de autocensura que desde mediados de los 50s se aplicaba a los cómics al considerarlos peligrosos; todo por la publicación del bestseller La seducción de los inocentes, obra del psiquiatra germano-americano Fredric Wertham, en el que se aseguraba que estos introducían en los más jóvenes “sentimientos de violencia y aberración”, tésis que convenció al Senado de EE.UU. y obligó a las editoriales a conformar la Comics Code Authority, un comité por el que se controlaban mutuamente para que los temas fueron infantiles.

Maus transcurre en los 70s en Nueva York, donde un joven trata de entrevistar a su padre sobre su vida en Europa, la persecución, Auschwitz y la emigración. Ambos tienen cabeza de ratones; los polacos de la novela lucen como cerdos y los alemanes, como gatos. Proveniente de un matrimonio polaco superviviente de Auschwitz y emigrado a EEUU, Spiegelman creció con el trauma apenas comunicado del Holocausto. El cisma insuperable que lo separaba de ambos progenitores solamente pudo salvarse hablando.

En la obra, el padre ve al hijo como un fracaso; el hijo no puede estar con su padre más que unos minutos sin sentirse agobiado por la angustia: los une el pasado, del que uno quiere hablar y sobre el cual el otro quiere escuchar, aunque ambos con reticencia.

Dos libros de la novela
Dos libros de la novela gráfica "Maus"

Pero Maus es más que un libro sobre los horrores del Holocausto, el antisemitismo o la xenofobia y en eso reside su gran valor. Una lectura más actualizada de la obra permite indagar sobre la violencia social como hecho trasgeneracional, la inmigración obligatoria y los desterrados, las consecuencias de perder la propia cultura, las relaciones familiares afectadas por el trauma, como también pone en conflicto otras situaciones de hoy, como el negacionismo -como sucede en Polonia con el gobierno de coalición de derecha que enjuicia a aquellos que investiguen sobre la participación del país en el genocidio o con Turquía y el genocidio armenio- y el crecimiento de otras derechas y la neofascismo a ambos lados del Atlántico.

En ese sentido, la obra de Spiegelman funciona dentro de lo que la investigadora estadounidense de origen rumano Marianne Hirsch denominó como “post-memoria”, un concepto que se aplica tanto a las memorias de los hijos de los supervivientes como también al proceso de cultura memorial como “una forma híbrida de memoria que se distingue de la memoria personal por la distancia generacional y de la historia por una profunda conexión personal”. Así, la “post-memoria” genera un nuevo pensamiento de la experiencia de la representación y la mediación del pasado en el presente que hace propia lo sucedido a las generaciones anteriores. En otras palabras, Maus es un tipo de obra que ayuda a que hechos del pasado sean también actuales, que los vivamos como propios. Y quizá eso sea lo peligroso, más allá de las obsenidades, los desnudos o las escenas de violencia. A fin de cuentas, ¿qué puede ser tan diferente con respecto a lo que hoy se encuentra accesible desde cualquier plataforma conectada internet?

Una de las primeras virtudes de la palabra escrita fue la de mantener viva la memoria, allá por el siglo XVI Aldo Manuzio tomó el invento revolucionario de un tal Gutenberg, y delineó un dispositivo que resiste, el libro, que más allá de las innovaciones, mantiene desde hace siglos una estructura y varias funcionnes, siendo una de ellas la de mantener viva la memoria, colocar frente a nuestros ojos lo mejor y lo peor de la humanidad.

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