Durante todo el siglo XIX y las primeras décadas del XX la arquitectura y las artes gestadas en Europa y América abrazaron el llamado neoárabe, movimiento historicista que, a modo de revival, buscó recuperar la tradición artística islámica, especialmente la del período medieval.
El interés por la cultura del islam se desarrolló ya desde las etapas modernas, cuando eruditos, viajeros e historiadores se acercaron con curiosidad a las formas exóticas de las mezquitas, alminares, baños y palacios. Desde Europa occidental se intentó revivir el esplendor de los edificios erigidos en Arabia, Siria, Argelia y el Magreb, estudiando y dibujando las construcciones levantadas tras la muerte de Mahoma (622-632), con los primeros califas y las conquistas omeyas (661-750).
Las campañas arqueológicas planificadas en dichos territorios por países como Alemania e Inglaterra generaron pioneros estudios y textos que intentaron dar a conocer al gran público edificios como la mezquita de los Omeyas o Gran Mezquita de Damasco (Siria), la Kutubiya de Marrakech (Marruecos), la de Ahmad ibn Ţūlūn (El Cairo, Egipto) o la Cúpula de la Roca de Jerusalén.
A través de dibujos de los conjuntos, sus planos y alzados, detalles de capiteles, yeserías, inscripciones o mediante grabados y cromolitografías los lectores europeos descubrieron la exuberante y rica decoración de atauriques, de inscripciones cúficas y mocárabes, aplicada sobre cúpulas, arcos de herradura, mihrabs o muros de qibla.
Un mundo lejano y desconocido para los europeos acabó por generar una corriente que impregnó a las demás artes. La literatura, la música, las producciones textiles y la pintura abrazaron el regreso de lo islámico atraídos por el supuesto exotismo de los otros, todo ello fundamentado en una visión eurocentrista no exenta de elementos mitificados.
España, arte a mano
Pero el arte islámico no estaba tan lejos de Europa. España era el país más cercano y de fácil acceso donde poder buscar los monumentos del pasado árabe. La mezquita de Córdoba, los fragmentarios restos que por entonces se conocían de Medina Azahara o los palacios nazaríes de la Alhambra de Granada parecían mostrar, entre los siglos XVII al XIX, una clara imagen de lo que suponía el arte islámico sin necesidad de viajar a Túnez o a Egipto.
Louis Meunier elaboró, entre 1665 y 1668, algunos grabados donde mostraba visiones, un tanto irreales, pintorescas y desvirtuadas, del Patio de los Leones de la Alhambra de Granada, convertido en uno de los espacios referenciales para el movimiento neoárabe.
A partir de 1760 Diego Sánchez Sarabia realizó diversas cromolitografías que ofrecían visiones coloristas de, por ejemplo, los capiteles y epígrafes de la Alhambra, y en 1878 Rafael Contreras publicaba su obra Estudio descriptivo de los monumentos árabes de Granada, Sevilla y Córdoba.
Autores franceses y españoles allanaron el camino para que vieran la luz obras eruditas de gran difusión y aceptación entre los intelectuales europeos. Entre 1802 y 1813 James Murphy Cavanah firmó The arabian Antiquities of Spain y, del mismo modo, a partir de 1834, Owen Jones efectuó varios viajes de estudio a los palacios nazaríes, publicando después diversos textos que dieron a conocer sus detalles, planos, alzados y secciones.
Sin embargo, si existe una fecha fundamental para comprender el fenómeno neoárabe es el año 1850, cuando Owen Jones realizó en el Crystal Palace de Hyde Park de Londres una recreación, libre e imaginativa, del Patio de los Leones de la Alhambra granadina.
El éxito del evento dio al viejo espacio medieval una fama sin precedentes. Magnates, eruditos, familias adineradas y burgueses no se conformaron ya con grabados y dibujos: pronto quisieron poseer el arte islámico. El viaje a América de este fenómeno fue rápido.
Viaje a Latinoamérica
Como han estudiado los profesores Rafael López Guzmán y Rodrigo Gutiérrez Viñuales en su libro Alhambras. Arquitectura neoárabe en Latinoamérica, la recepción del modelo alhambrista en el Cono Sur y en América Central fue significativa, tomando los palacios nazaríes como fuente de inspiración para la construcción de nuevas mansiones y palacetes.
En todo caso el punto fundamental que han demostrado las investigaciones recientes es que, de entre todos los países americanos, Chile fue el más precoz en realizar una evocación del patio de los leones granadino.
En el año 1862 ya estaban construidos todos los cimientos y alzados del llamado Palacio de la Alhambra de Santiago, en la capital chilena, una mansión erigida por el arquitecto Manuel Aldunate Avaria, tras realizar su etapa de formación profesional en París bajo el sello de las Beaux-Arts.
Aunque pudiera pensarse inicialmente que Aldunate se inspiró en la fortaleza granadina, su referente estaba en la recreación neoárabe realizada en Londres por Owen Jones.
Con todo, Chile abrió la puerta a la recuperación de las formas del arte islámico y pronto otros países siguieron esta dinámica, cuando los arquitectos copiaron partes y motivos decorativos de la Alhambra en numerosos edificios americanos.
Finalmente debemos remarcar que el neoárabe no sólo se circunscribió a la fortaleza granadina.
El otro gran espacio del arte hispanomusulmán, la mezquita de Córdoba, sería la fuente de inspiración utilizada para construir la Sala de Manufacturas de la Exposición Colombina de Chicago (1893), obra del arquitecto Joaquín Pavía. En Estados Unidos se utilizaron arcos de herradura siguiendo el modelo de las naves de la aljama y los polilobulados copiando la macsura, apeados en verdaderas columnas de mármol.
Durante todo el siglo XIX y principios del XX la reinterpretación del arte islámico dio lugar al renacer neoárabe característico de importantes edificios en Europa y América. En el caso chileno el fenómeno perdura hasta la actualidad, tal y como refleja la construcción de una mezquita en la ciudad de Coquimbo (Norte Chico). El gran alminar del llamado Centro Mohammed VI para el Diálogo de las Civilizaciones es una réplica a escala del existente en la mezquita Kutubiya de Marrakech (Marruecos) y fue levantado en el año 2007.
*José Alberto Moráis Morán es profesor titular en la Universidad de León.
Publicado originalmente en The Conversation.
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