Fue admirado por los jóvenes martinfierristas de los años 20, quienes lo escuchaban como a una suerte de Sócrates criollo en las mesas de La Perla del Once, de la Royal Keller o en la confitería Del Molino. Raúl Scalabrini Ortiz, que frecuentaba esas reuniones, lo declaró “el primer metafísico de Buenos Aires y el único filósofo auténtico” y lo definió como “el primero y más grande en la secuela de profetas porteños”, aunque su mito se lo debemos a Borges, quien labró su figura en ensayos, conferencias, prólogos y cuentos. Se cumplen hoy setenta años de la muerte de Macedonio Fernández, un escritor inclasificable.
“Lo imité hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran simplemente borradores suyos”, dijo el autor de Ficciones en la despedida de su amigo, quien era 26 años mayor (nació el 1 de junio de 1874). Esa amistad que Borges heredó de su padre -compartió las aulas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires con Macedonio-, la transformaría -como escribió Alan Pauls- en “una relación discipular decisiva”, que proyecta su influencia hasta la literatura argentina reciente.
Durante la década del 20, tras el descontento con la primera presidencia de Yrigoyen, se propuso llevar adelante una de sus bromas serias: postularse para presidente de la Nación. Con la certeza de que “el 95% de los votantes del país no tienen convicción ni compromiso”, razonaba: “Muchas personas se proponen abrir una cigarrería y casi nadie ser presidente; de este rasgo estadístico se deduce que es más fácil llegar a ser presidente que dueño de una cigarrería”. Este plan delirante que ensayaba frente a sus amigos en La Perla del Once continuaría con el proyecto de una novela fantástica, “El hombre que será presidente”, para la cual cada uno de ellos -entre los que se contaban Borges, Scalabrini Ortiz y Leopoldo Marechal- debía completar un capítulo.
Lo único concreto es que de esas tertulias Macedonio tomó material para No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928) y Papeles de Recienvenido (1929), prácticamente los únicos libros que publicó en vida, gracias al impulso de Marechal y Scalabrini Ortiz. Luego, hasta su muerte, solo llegó a publicar en Santiago de Chile Una novela que comienza, en 1941. Esta última, reeditada el año pasado en España, es hermana de la póstuma Museo de la Novela de la Eterna, quizás hoy su obra más emblemática, en la que a través de sus 59 prólogos anticipaba los procedimientos de Rayuela y los experimentos de OuLiPo, el grupo de vanguardia fundado por Raymond Queneau en los 60.
“Macedonio no le daba el menor valor a su palabra escrita; al mudarse de alojamiento, solía olvidar sus manuscritos de índole literaria o metafísica, que se habían acumulado sobre la mesa y que llenaban los cajones y los armarios. Mucho se perdió así, acaso irrevocablemente”, escribió Borges. Fue otra figura fundamental en el legado del autor, su propio hijo, el también escritor Adolfo de Obieta, quien se tomó el arduo trabajo de recopilar los papeles dispersos y organizar sus ideas. Gracias a esa generosa labor la editorial Corregidor publicó a lo largo de varios tomos su obra completa, de la que todavía restan algunos inéditos.
A continuación, cinco de sus poemas (recopilados por Corregidor), en los que Macedonio vuelca su faceta más grave ante la muerte de su esposa, Elena de Obieta:
“Hay un morir”
No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.
Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.
“Improvisación”
A Leonor Acevedo de Borges
Mueren las rosas y mueren las miradas
Del amor, y del Véspero
El fulgor muere en el fulgor del día
Cada mañana.
En nuevos corazones sin tardanza
Nuevos amores nacen;
Entre otras rosas y otras ramas trinan
Nuevas gargantas
Y tus labios se aprestan
A vibrar con el Verbo
De palabras que besan y de besos que hablan.
En la altura serena
Junto al azur inmóvil donde arde la siesta
Del Pleno-Sol, dibújase el contorno
De la Ilusión, ave inmortal, sagrada.
A la Vida venimos
Sólo para mirar batir sus alas.
“Sobre nuestros destinos”
Sobre nuestros destinos de un día
El Tiempo su ala eterna agita;
Somos sólo un Instante que palpita
Entre la tibia cuna y la tumba fría.
“Al hijo de un amigo”
Ebria de significaciones
La Realidad trabaja en abierto misterio
Y logra a veces
Que no sólo el sueño sino la vida
Nos sea sueño.
Y cuando tanto logra
Lo que debía ser, cumplido está.
Porque una vez que sueño y vida,
Esas dos iluminaciones del Ser,
Confunden sus fuentes bajo nuestras miradas
El milagro inicial de Separación
En el milagro final de Identificación se agota
La Inteligencia cesa, la Visión descansa; ciérrase el círculo.
¿Para qué vino tu hijo y trae su alma
Con milagrosa humildad y altísima cortesía
A practicar Sueño, Vida y Muerte
Y unirse al peregrinaje de las significaciones
Advirtiéndonos humildemente de la significación que él es?
A hacemos más ricos con saberlo
Y a formular una más completa palabra
De la ciencia de lo que nos espera.
Porque tal como yo le vi ayer
Saludar de alma a alma a una mujer
Vine a comprender lo que saludar era,
Que es reconocer la existencia de otro con tanta energía
Como la que pone Dios para invitar un alma a existir
Y esto yo no lo sabía.
Y en retribución de enseñanza tan valiosa
Yo le digo: que no tema al ocaso
Porque es allí donde nacen más días
Y es donde recibiremos un Saludo
Que nos hará verdaderamente Nacer.
Y para allí voy caminando sin congoja alguna
Más seguro de mi eternidad y de la de mi hijo
Desde que vi cómo saluda el tuyo.
Tu hijo cuyo significado es Yo Saludo
Yo aplaudo todo vivir.
“A veces, a tu lado...”
A veces, a tu lado,
se entrecierran tus ojos y me olvidan.
Olvidado y cerca de ti
soy como quien quedó en la noche
a la cabecera de un amor que se ha dormido.
Pero no duermes, partes; amas siempre, pero no
a mí.
Vigilo entonces
la anudación que se labra entre nuestras horas
y ardientemente busco
echar, sin que lo sepas,
nuevo nudo, invisible y el más fuerte.
Mas no puedo trabarlo cuando ya has tornado.
Y siempre quedaré temiendo
ese pasado tuyo que vuelve,
ese presente tuyo que me quitas.
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