La poeta y ensayista Alicia Genovese logra en su reciente obra Oro en la lejanía generar un diálogo con su nouvelle Allí lejos todavía repensando lo que se considera lejano en el tiempo, en el territorio y en la experiencia, como si esos dos géneros condensaran de manera distinta lo inasible, lo que se volvió distante o se convirtió en un asunto de la memoria. Las migraciones y los desplazamientos ocupan los universos de los poemas del libro editado por Gog & Magog en el que la mirada de Genovese (Llavallol, 1953) se dedica a detenciones en aeropuertos, escapes al Delta o la mudanza de una hija para condensar lo fugitivo de los tiempos veloces y resignificarlo.
Ganadora de la Beca Guggenheim en 2002 y del premio internacional de poesía Sor Juana Inés de la Cruz en 2015, la autora se entrega a una charla por videollamada a su regreso del Delta, lugar protagónico de sus trabajos y donde estaba hasta que la marea alta la obligó a volver a Buenos Aires. Genovese es responsable de libros de poemas como “Puentes”, “Química diurna”, “La hybris” y “Aguas” y de libros de ensayo en los que disecciona, analiza y compone mapas sobre la poesía como La doble voz. Poetas argentinas contemporáneas y Leer poesía. Lo leve, lo grave, lo opaco.
—Los migrantes, sobre todo las migrantes, están muy presentes en el libro pero creo que hay uno de los poemas, “Postal de guerra”, que permite generar un diálogo con Allí lejos todavía” y el universo de tus memorias...
—Es la imagen de mi mamá, que era modista, con un vestido florido, es de cuando era chica y la veía como una diosa. Esa imagen contrastaba con la de su familia italiana que era muy cerrada, patriarcal, con la que ella se peleaba, y de alguna manera zafó de ese universo. Eso me quedó para después pensar mi propia partida, ella lo alentó sin decirlo explícitamente. Y ahora la imagen de los migrantes se va asociando, es como una cadena que se va enlazando y tiene variaciones sobre temas bastante similares, un poco eso es la propia literatura: cómo vas ahondando en las mismas cosas.
—¿Esa primera partida tuya fue de Llavallol, no?
—Sí, fue bastante difícil porque yo empecé a vivir en pensiones en el centro de Buenos Aires, un lugar que no conocía demasiado, era una especie de provinciana en la capital y me sentía muy atraída por todo lo que ofrecía. Eran años de mucha actividad cultural, había un intercambio con artistas, con gente que escribía, hacía música por fuera de cualquier institución. De hecho el primer año casi no hice nada en la universidad, estuve deambulando, estaba fascinada con ese otro mundo, esa fue mi partida. Gracias a eso descubrí la poesía también porque empecé a ir al taller de Mario Jorge de Lellis y a leer poesía contemporánea.
—Hiciste una carrera universitaria, das clases en la universidad. ¿Cómo era y es ese diálogo entre la poesía y la academia?
—Malo. Eran como dos mundos: yo elegí Letras pensando que iba a ser escritora y a poco de andar me di cuenta de que ahí no iba a ser escritora, que no me daban las herramientas. Pero hice la carrera yendo y viniendo, por épocas la dejaba y después volvía porque la información que tenía en la universidad no la podía tener en otro lado. Algunos pueden hacerlo porque se mueven en un mundo lleno de bibliotecas o de gente que aconseja cómo hacerlo, pero para mí no fue fácil ese cómo hacerlo y la universidad me dio muchas posibilidades para conocer, para leer, para mucho, y me dio un título que me sirvió cuando me fui a Estados Unidos, por ejemplo. De manera que fue medio a los ponchazos que hice la carrera, porque la dejaba y me dedicaba a escribir. De hecho publiqué mi primer libro sin haberme recibido, después me recibí pero ya sabiendo que la universidad no me daba demasiada relación con la escritura y menos con la poesía. Ahora estoy en la Universidad de las Artes, en una carrera relativamente nueva como Artes de la escritura, que tiene cuatro o cinco años y está pensada como esa carrera que yo hubiese necesitado.
—Hace poco María Teresa Andruetto decía que no todos los poetas le hablan a uno y que ella con Circe Maia había sentido que le hablaba a ella. ¿Qué poeta te generó esa sensación en esos años?
—Muchos. La poesía tiene eso de hablarte al oído porque siempre convoca a una intimidad, si el poema hace mella en vos te abre un espacio íntimo. De esa época recuerdo haber descubierto a los poetas herméticos italianos como Quasimodo, Pavese, que además eran parte del relato de lo que era Italia para mi madre, la campiña, lo que fue su infancia y la de mis abuelos paternos y maternos. Eso fue como encontrar un lugar familiar fuera de mi casa. Después para mi generación y para mí en particular fue clave leer a Alejandra Pizarnik, a Olga Orozco, poetas mujeres que de algún modo me daban una especie de espejo: yo podía hacer algo así, no eran solo los modelos de los poetas varones, los grandes poetas como Vallejo, Neruda o Gelman, cuyas obras no me resultaban tan cercanas aunque después haya ido abriendo puentes, pero leer a Pizarnik mostraba que yo podía.
—Analizaste la obra de poetas como Diana Bellessi, Mirta Rosenberg, Irene Gruss en el libro La doble voz, que tuvo dos ediciones en 1998 y 2015. ¿Qué cambios hubo en la recepción de esas dos ediciones?
—El camino que hizo ese libro fue increíble, muy esperado por poetas mujeres y por muchas chicas que estudiaban Letras. Abrió camino solito porque había un feminismo incipiente todavía. Cuando lo hice discutía con algunas de las propias poetas porque no querían ser incluidas en una selección solo de mujeres. Yo me presentaba analizando todo desde la crítica literaria feminista, no disfracé nada. Eso fue muy desafiante. El libro fue aceptado, a veces, con cierta reticencia, pero como tenía un sólido sustento teórico, fue mi tesis de doctorado, había pasado pruebas en la academia entonces era muy difícil de rebatir. Tuve mucha percepción en relación a los textos que elegí. Leía a Diana Bellessi, Mirta Rosenberg y decía “esto es una poesía de primer nivel y no la están viendo”. Ese era mi enojo. Mi libro hizo su camino, en la academia no se lo aceptaba demasiado, de hecho nunca formó parte de ningún programa de la universidad más que años después. Más tarde se agotó, y yo veía que me contactaban chicas muy jóvenes que lo habían leído medio de prestado porque estaba en una biblioteca. Empecé a dar talleres por el Fondo Nacional de las Artes en el interior del país y un día llegué a Río Cuarto y un grupo de chicas trajo fotocopias del libro para que se las firme. Ahí me cayó una ficha: se seguía leyendo y apareció la posibilidad de una reedición que fue la que leyó otra generación. No toqué nada, no hubo cambios.
—El libro da cuenta de una generación de mujeres poetas. ¿Leés a poetas más jóvenes? ¿A cuáles estas leyendo hoy?
—Sí, de hecho trabajo con ellas: Andi Nachón, Claudia Masin, Paula Jiménez España. También están las jovencísimas pero esa generación de poetas me interesa mucho, me gustan.
—En su libro Chicas en tiempos suspendidos, Tamara Kamenszain –que está en tu selección de La doble voz– proponía rescatar la palabra poetisa, ¿cómo ves ese movimiento?
—La quiero y respeto mucho, ella fue la que me convocó para hacerme cargo de una materia en la UNA, íbamos por caminos literarios distintos pero con mutuo respeto. En La doble voz hablo de esa palabra como una manera de menosprecio. Lo he vivido sobre todo en boca de catedráticos españoles. Es una manera de referirse a poetas que solo escriben poemas de amor, desamor. Es un poco esa producción de poetas como Alfonsina Storni de principios de siglo. Tamara le dio una vuelta, tomémoslo en tono paródico. Pero yo creo que no es tan así. Nos siguen pasando por arriba.
—¿Por qué incluiste material de archivo en el libro? ¿Es una forma de darle anclaje territorial a tu poesía, es una forma de decir: este es mi insumo y acá la poesía tiene un anclaje?
—Lo pensé porque me pasó en “Aguas” que el poema sobre la nadadora María Inés Mato surgió a partir de un reportaje y lo mismo me pasó con el de la otra nadadora, Diana Nyad. Leí las notas y quise dar cuenta del diálogo entre los discursos. A veces se habla de la poesía como un discurso que está por encima de todo y no es así, el discurso poético está contaminado con otros. Un poema puede surgir o estar dialogando con una noticia y hay palabras de esa nota de las que el poema se desprende y empieza a tener otro vuelo, otra profundidad y es otra cosa. A veces el poema confunde. Hubo un exceso de objetivismo y de pensar que la materia, el hecho real es la poesía y no es todo. Por eso decidí incluir noticias periodísticas, para dar cuenta de que no es todo, si comparás el poema con la noticia te encontrás con dos discursos.
—¿Qué estás escribiendo ahora?
—Estoy con algunos poemas pero no me animo a decir nada. Y tengo un libro de ensayos que ya está listo y le falta la última pasada. La escritura es un gran caos que te hace constantemente buscar, agarrar la pala para escarbar la tierra y ver qué hay. Así empiezan los poemas. Soy muy buena organizando mis libros de poemas, pero cuando está el material no sé muy bien para dónde va, escribo, me hundo en el caos para después emerger, ver cómo acomodo y sigo.
Fuente: Télam
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