¿Horacio Quiroga puede ser cancelado?: cómo pensar la literatura en la escuela del siglo XXI

Una reciente polémica en redes sociales sobre el autor de “Los cuentos de la selva” despertó el debate sobre la planificación y los modos de lectura en los distintos niveles educacionales. Docentes, escritores y expertos opinan sobre una cuestión relevante de nuestro tiempo

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(Getty)
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Hay clases y clases. Cualquiera que haya pasado por la escuela con los ojos medianamente abiertos puede describir las sensaciones de un día de aburrimiento extremo y otro de sorpresiva fascinación. En el medio están los demás, los que ni siquiera se aferran a la memoria; posiblemente sean los días más importantes. La literatura no es una materia más, es el espacio de la lectura, de la comprensión de textos, de la interpretación, del juego con el lenguaje, de la comunicación. En esas clases había diversión, sí, pero también aburrimiento. Había de todo. ¿Qué hay ahora? ¿Sigue siendo un espacio —¿alguna vez lo fue?— para usar la ficción, apoyarse en ella, nutrirse, engordar la imaginación a base de lecturas y tejer una mirada única, inédita, genuina de lo que nos rodea?

Un libro es siempre una nueva posibilidad de repensar el mundo. Para reproducirlo o para cuestionarlo. ¿Y qué lugar ocupan los libros hoy? ¿Cómo se lee en las escuelas? ¿Cuánto ha cambiado la lectura en los últimos años? ¿Es posible cierta “transgresión literaria” en las aulas o hay que establecer límites precisos sobre qué sí se puede leer y qué no? ¿Qué dice de nuestra época el cuestionamiento a ciertos clásicos literarios, muchas veces con el pedido expreso de supresiones, cancelaciones y olvidos? “La escuela debe ser el lugar privilegiado para encarar la lectura y el estudio de determinados textos que en ningún otro lugar un estudiante va a leer”, dice Diego Di Vincenzo en diálogo con Infobae Cultura y así empieza este diálogo grupal junto a Sol Piasek, Ricardo Mariño y Jimena Montaña.

El problema del gusto

“Creo que hubo una mala comprensión de las lecciones barthesianas”, dice Diego Di Vincenzo. Es Profesor en Letras, da clases en distintos niveles de enseñanza, fue editor de Santillana, Estrada y Kapelusz y ejerce el periodismo cultural y la poesía. “En los años setenta, Roland Barthes hablaba del placer del texto y de la apertura semiológica, de la apertura del sentido. En ese planteo, que aquí se tradujo de una manera bastante brutal, como siempre suele ocurrir en el campo pedagógico, sin transposición o la mediación adecuada, Barthes hacía una distinción entre la literatura como sentido y como conocimiento, es decir, una relación de la literatura con el conocimiento y una relación de la literatura con el gusto; el placer ya es demasiado. Que la escuela deba formar lectores es una pesada carga para la escuela”.

“Yo no sé si eso debería ser así —continúa—, en todo caso puede acercar textos y lograr, a partir de la mediación del docente, que ese texto haga un aporte, que no necesariamente tenga que ver con el placer, sí con el conocimiento, porque la literatura es un modo de conocer el mundo. Como la poesía: conocimiento intuitivo, sensible. Esa es una zona que no se bucea. Se prioriza muy vulgarmente la cuestión del gusto, del interés, del divertimento. Una especie de coro de mercachifles y de ofertores al paso que venden esas ideas, que ofrecen cursos en jurisdicciones donde se busca tener puntaje para crecer en la carrera docente, concursitos de treinta horas que no hacen ninguna diferencia, entonces se vulgariza esta idea de que el entretenimiento tiene que primar en la educación y sobre todo en la literatura”.

Diego Di Vincenzo (Foto: Nicolás Stulberg)
Diego Di Vincenzo (Foto: Nicolás Stulberg)

Di Vincenzo sostiene que, de este modo, “hay alumnos que crecen con la idea de lo que se lee tiene que ser divertido”. Y marca “dos polos”: uno es “una especie de colador con el cual hacemos de todo: buscar sustantivos, adjetivos, marcar oraciones bimembres, trabajar valores, educación sexual integral, autopercepción, identificación... no lo critico eso, es un modo”; otro es “el del gusto: me gusta, no me gusta, por qué, y a otra cosa mariposa”. Para Di Vincenzo, “un ámbito como la escuela la primera y principal relación tiene que ser con el conocimiento, es decir, la literatura es una máquina de percibir sentido, una especie de máquina con la cual poder entender una época, un momento, un modo de subjetivar, un modo de ejercer el poder, el control”.

En ese sentido, el problema que señala son los “abordajes muy superficiales y muy vinculados, creo yo, a una formación muy frágil, muy apurada. Creo que para construir estos procesos hay que tener un fuerte acopio teórico en semiótica, estética, teoría literaria. ¿Quiere decir que quien no tiene ese acopio no lo puede hacer? Claro que no, lo puede hacer, pero algo de esto pasa”. La consecuencia directa, afirma, es “el estudiante ponderado al que le van diciendo desde que es chiquito ‘el gusto me gusta, no me gusta, qué me gustó, qué no me gustó’, y que por eso dice ‘no me gusta Quiroga’ o ‘me trauma Ricardo Mariño’ o ‘me parece demasiado fuerte’, cosas que suelen decir los chicos sobre determinado texto. ¿Y eso por qué? Creo que es porque hay un abordaje demasiado superficial”.

El vicio de las cancelaciones

Hace unas semanas, alguien, no sabemos quién porque el magma de tuits tapa todo, dijo que leer Horacio Quiroga es traumatizante. El debate se dio en torno al cuento “La gallina degollada”, publicado originalmente en 1909 en la revista Caras y Caretas y en 1917 en el libro Cuentos de amor de locura y de muerte. Un cuento sofisticadamente perturbador. “Todo el día, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos, y volvían la cabeza con la boca abierta”, comienza. Luego nace Bertita, la quinta hija del matrimonio, en apariencia “sana”. Un día, los cuatro idiotas ven cómo la cocinera le corta el cogote a una gallina y, como hacían todo por imitación, bueno, se entiende. Varias generaciones lo leyeron en la escuela.

La bola de sentido que giró en Twitter hace semanas nos mostró repudios a la perturbación infantil, personas ofendidas por un cuento, el fantasma de la cancelación —no llegó a ser una cancelación porque nadie lo quitó de la currícula—, también su reverso: lectores de Horacio Quiroga reivindicándolo. El debate se instaló durante unos días en las redes sociales y todo se fue diluyendo. “Si cancelar es entendido como ‘sacar de circulación’ libros o autores, me parece mal”, dice Ricardo Mariño, escritor, periodista, guionista y autor de una enorme cantidad de obras de literatura infantil, y agrega: “La lista de los grandes escritores y artistas que habría que sacar de las bibliotecas por llevar a cabo en vida actos deplorables o plasmar en sus textos contenidos que ofenden nuestra visión del mundo es inmensa”.

Jimena Montaña
Jimena Montaña

“Aunque el efecto inmediato de cancelar un libro es ponerlo en discusión —continúa el escritor nacido en Chivilcoy en 1956—, no se puede pasar por alto que el propósito de quien lo propone es el contrario. Cancelar es lo opuesto a ‘hacer hablar’ o ‘permitirle hablar’ a un libro, para discutirlo. La cancelación de libros tienen una inquietante cercanía con el deseo de hacerlos desaparecer para que no transmitan algo malo que contienen. Es una idea estúpida pero que fue abrazada en muchos momentos. De modo general diría que nada merece ser cancelado, del pasado o del presente, y no podemos ceñirnos sólo a lo que nos confirma”. Por su parte, Jimena Montaña, asegura que “cancelar implica anular y termina siendo contradictorio”.

Montaña, que es Licenciada en Comunicación, trabajó más de quince años en la industria del entretenimiento y escribió el libro para chicos Mora y las letras, prioriza “la libre expresión respetuosa” y sostiene que “siempre existirán disidencias, es parte de que todos crecemos en ambientes y contextos diferentes que luego influyen en nuestra forma de pensar, que no es determinante y muchas veces puede cambiar”. Lo importante, dice es “que la intolerancia no se apodere del respeto”. “Si existe diálogo, atención y sensibilidad por ciertas problemáticas, creo que es posible llegar a un entendimiento: recibir preocupaciones de los lectores, atenderlas y explicar los motivos por los que se designan propuestas educativas y contextualizar el nacimiento de esa obra, y de ser necesario, reemplazarla en vez de ‘cancelarla’”.

“Es absolutamente fundamental e ineludible el lugar que tiene la literatura en la formación de los niños y las niñas como estudiantes”, sostiene Sol Piasek, docente del nivel primario en la ciudad de Buenos Aires. “Hoy todos opinan de la escuela, qué debería leerse, qué no, qué debería enseñarse, cómo, y me parece que esa opinión a veces es un poco ligera y un poco vacía de fundamentos, ya que a veces está la creencia de que una docente le da a los niños un libro y que ahí termina. Y en realidad lo que pasa, en mi caso, cuando doy un libro, es que representa una puerta de entrada hacia un mundo posible. Se piensa sobre lo que se lee, se discute, no es una lectura vacía. Si lo que se lee está elegido y está pensado para les niñes y se conversa y se acompaña creo que no debería haber ninguna literatura prohibida en la escuela”.

La cancelación en la literatura infantil, dice Mariño, ”tiene siempre la apoyatura de la buena conciencia, es el gesto por excelencia de ser censor en nombre del bien supremo, los niños”. Sostiene que es un “tipo de censura y control” que siempre estuvo pero que “el pedido de que un libro sea apartado, sacado, es novedoso porque es un pedido público”. Allí hay “posiciones moralistas o de exceso de cuidado”, pero sobre todo “una sobreprotección del lector con especial atención a las malas palabras, la violencia, el terror, el miedo, lo incomprensible”. El caso de Quiroga, “recientemente candidateado a la cancelación”, funciona como “una especie de parque de diversiones: permite experimentar el terror o el miedo, como el vértigo en los parques, con la garantía de que se trata de ficción”.

Ricardo Mariño
Ricardo Mariño

“El miedo, el terror —reflexiona Mariño—, es algo previo en la infancia, algo a superar. El almohadón de plumas no es el creador del miedo, es el gimnasio donde se van a ejercitar recursos para apaciguar el miedo. En este sentido, Freud habla de ‘domesticar fantasmas’: da por hecho que en la infancia los hay y señala que los relatos de miedo y otras formas de ver representado lo que atemoriza, es un manera de achicar el poder de esos fantasmas, de hacerlos más habituales, de domesticarlos. Se podría agregar que un cuento es como un palo de escoba. Al chico le sirve para jugar a que es una espada, un remo, una escopeta, un bastón, una víbora, un palo de hockey o un caballo, y también para partírselo en la cabeza a un amiguito. La idea cancelatoria que llevaría a esconder todos los palos de escoba por si el chico opta por la última posibilidad supone que el problema está en el palo”.

El recurso del adoctrinamiento

El día previo a Navidad, una columna de opinión pedía implícitamente quitar un libro de Ricardo Mariño de las escuelas, Roco y sus hermanas, porque “es una de las tantas dagas adoctrinadoras por donde ingresa el resentimiento contra los ricos, la producción de riqueza y el trabajo”. Lo firmaba Gustavo Lazzari, se publicó en este mismo medio: el libro era utilizado para argumentar contra unos dichos del ministro de Salud de la Provincia de Buenos Aires Nicolás Kreplak sobre los altos niveles de contagio entre los sectores más pudientes. “En primer lugar se trata de un hecho delictivo. Cómo la famosa Gestapo local de la que se habla en estos días, encargada de crear pruebas para perseguir a alguien, el procedimiento de Lazzari fue reescribir un texto para que se amolde a su denuncia”, dice Mariño.

Y explica el procedimiento del autor del artículo: “Le cambió el hablante al cuento, lo pasó de la primera a la tercera, le agregó referencias políticas actuales como si las hubiera escrito yo, y todo para que el texto diga lo que él quiere que diga y así denunciar. Una brutalidad de alguien muy básico ya que es muy fácil cotejar su texto reescrito con el cuento de mi libro. Y es interesante el uso de ‘adoctrinamiento’, palabra que para la gente de derecha solo cabe cuando huele ‘ideas’ que pueden impugnar al capitalismo o que provienen de la izquierda. ¿Qué dirá Lazzari de una película como Tiempos modernos? ¿Dirá que adoctrina y que se hizo bien en expulsar a Chaplin de Estados Unidos y perseguirlo por actividades comunistas, lo mismo que gran parte de los escritores y artistas norteamericanos de la época?”

La discusión ideológica en torno a la literatura siempre es interesante porque implica repensar los textos literarios, el contexto en el que fueron escritos, su anclaje en la realidad. Sin embargo, en este caso lo que se plantea es que la hipérbole literaria —una “máquina de zumbidos” hace que los ricos del Barrio Paraíso Privado envíen las moscas a los pobres— es una falacia que fomenta el “resentimiento contra los ricos”. Como si no hubiera causas concretas afuera de la literatura que lo propiciaran, como si los ricos fueran las víctimas. “Con esos hechos conectan las cancelaciones de libros, las proponga quien las proponga. Las cancelaciones habilitan a los más fervorosos vigilantes que no suelen detenerse a pensar mucho para pedir prohibiciones o iniciar una persecución”, sostiene Mariño.

Sol Piasek
Sol Piasek

El poder de los clásicos

Los clásicos literarios, que son clásicos porque ya tienen sus años, sus lecturas, sus relecturas, forman una especie de territorio por el cual hay que pasar, o como dice Di Vincenzo, “son clásicos porque reúnen algunas preguntas que tienen que ver con el devenir de este grupo humano que se reconoce como comunidad”. Y continúa: “A un estudiante francés es muy raro que en la escuela no le hayan hecho leer Honoré de Balzac o Flaubert, es muy raro que a un estudiante italiano no le hayan hecho leer a Dante Alighieri o Giacomo Leopardi, o que un español no lea a Cervantes o Miguel de Unamuno. En Argentina esas cosas están en duda: hay chicos que, haciendo pleitesía a la idea de leer solo por placer, pasan por la escuela sin leer Borges, el Martín Fierro, Saer, Puig, Leopoldo Lugones que es árido y complejo”.

Claro que no es necesario “leer sólo los clásicos” y claro que tampoco “hay un canon que es fijo”, sino que “hay que ir al borde del canon, hay que ir a la zona de las lecturas que ponen en crisis el canon, hay que ver cómo los límites se ensanchan. Para eso hay que conocer los clásicos o hay que ver cómo los lee la literatura contemporánea. Uno puede leer a Diego Muzzio y hacer una lectura global del siglo XIX. Uno puede leer Samanta Schweblin y Mariana Enriquez, menciono todos autores y autoras de moda, y puede tranquilamente releer todo el fantástico en la Argentina o una de sus formas que es el gótico. Partís de algo reciente y vas a buscar esa tradición. Hay un sentido comunitario de la lectura de un clásico”.

La transgresión literaria

Si cualquier “transgresión literaria” va a ser leída como una ofensa, ¿cuál es el rol que de la literatura en las escuelas? ¿Hay límites? “Me parece que el límite se debería ir construyendo en función de los objetivos pedagógicos y de lo que uno vea en ese grupo de niñes que tiene a cargo. Me parece que no se puede ser tajante sobre lo que se puede leer y lo que no, sino que es algo que se debería ir construyendo. A priori no debería haber nada prohibido de antemano. El año pasado tuve cuarto grado y leímos todos los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga. Luego llegó la polémica y estuve leyendo algunas opiniones de la violencia y de cómo marca a les niñes. La verdad que yo tuve una experiencia absolutamente distinta en el aula. Fue una lectura recontra amorosa, recontra cuidada”, cuenta Sol Piasek.

Los alumnos de Piasek, luego de leer a Quiroga, escribieron sus propios cuentos de la selva. “Obvio que mientras íbamos leyendo surgían unos ‘¡ay, no!’, pero creo que son parte del mundo y son parte del mundo literario y son más más que bienvenidos. Me parece que a veces está muy presente esto de ‘no, no, cuidemos a los niños, cuidemos a los niños’. A veces, presentarles cosas que no sean solamente nacidas en Disney y todo súper cuidado y medida cada palabra es también ofrecerles algo a lo que está bueno que accedan, y creo que también es cuidarlos ofrecerles una variedad amplia de textos literarios”, dice Pisaek. Para Jimena Montaña, lo importante es “las propuestas educativas institucionales” sean “consensuadas” y “alerten sobre posibles impactos emocionales en quienes se están formando”.

“Deben existir muchísimos motivos para proponer determinadas lecturas —agrega Montaña—, me parece que lo interesante radica luego en exponer interpretaciones, contextualizar los momentos en los que nacen ciertas obras, comprender los motivos que llevaron a los autores a escribir sobre ciertas temáticas y comparar con una mirada actual, tomar conciencia de la transformación de la sociedad a través del tiempo y por lo tanto de la esencia de los escritos. Subrayo la importancia que para mi tiene desarrollar el lenguaje y la comunicación desde los primeros años de vida (0 a 6) para proveer herramientas que permitan comprender y expresar. Sentar las bases para que desde pequeños puedan reconocer lo que los rodea, que puedan manifestar pensamientos y emociones en libertad, en un ambiente respetuoso”.

(Getty Images)
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“Creo que la transgresión literaria no ocupa ningún lugar en la literatura infantil”, afirma Ricardo Mariño, y agrega: “Hay un sucedáneo que es la incorporación de temáticas momentáneamente conflictivas, según cada época: incorporar temas urticantes, cuestiones no saldadas del todo socialmente, ese tipo de cosas. Aclaro que parece necesario y saludable que eso ocurra, pero creo que eso no alcanza para hablar de transgresión literaria. La cuestión de ir incorporando ‘temáticas’ complicadas servidas sobre la bandeja del realismo conservador de siempre no parece literariamente transgresor. Más bien se parece a la industria del cine, que mucho más rápido que esos libros saca cinco películas ad hoc apenas producida la novedad sociológica”.

“En la literatura infantil casi nadie mira lo literario —continúa Mariño, punzante—, sea lo que sea ‘lo literario’. La única idea de ‘transgredir’ se asocia a abordar algo políticamente incorrecto sin importar que la forma pueda ir en sentido contrario. Es curioso, porque no pasa una semana sin que se reivindique a Lewis Carroll o a María Elena Walsh (que sí transgredieron lo literario dentro del género), pero no se ven consecuencias de esa devoción”.

Modos de lectura

Para Sol Piasek, “en las aulas se está leyendo cada vez más y se están usando distintas modalidades de escritura: los chicos leen solos, leen en pareja, leen para adentro, leen en voz alta, a veces leemos todos juntos, a veces lee el docente. Así como está bueno pensar en la variedad de textos, también está bueno pensar en las distintas formas de leer que también inciden en cómo les niñes acceden a la literatura. No es lo mismo mandarlos a leer un libro a sus casas que compartir una lectura en el aula o estar en silencio todos leyendo el mismo libro o cada uno leyendo el libro que eligió. Me parece que se está proponiendo leer cada vez más en las aulas una variedad diversa y por eso se piensa de manera más integral la educación primaria y qué es lo mejor para cada grado”.

Lo que ocurre, agrega, es que “no es algo cien por ciento estipulado, sino que una va viendo el grado que tiene, las necesidades de ese grado, qué cree que estaría bueno”. “Hay veces que la literatura te matiza algunas cosas que son más fácil de trabajarlas y que eso te despierta luego preguntas internas o preguntas grupales que uno se queda pensando. A veces es más fácil discutir lo que le pasa a un personaje en un libro que discutir sobre lo que le pasa a uno mismo de una. Es un caminito que hay que ir haciendo y que muchas veces la literatura te lo permite. El año pasado y el anterior la literatura cumplió un rol súper fundamental en abrirles otros mundos posibles a les niñes que estaban en sus casas, explorar otras cosas que sino no hubiesen explorado en estos últimos años de tanta soledad y encierro”.

“Hoy hay tantas maneras de leer —dice Jimena Montaña—, cada una muy personal porque además de variedad de formatos hay muchísima oferta, por lo que podemos leer lo que queremos, cuando queremos y cómo queremos. Podemos cargar varios textos en un dispositivo digital o recurrir al irremplazable, para mí, libro papel que nos conecta con una experiencia más tangible. Hoy el momento de lectura compite con múltiples tareas y actividades recreativas que a veces la terminan desplazando. Sin ir más lejos en casa, con una niña de cuatro años, no abundan los momentos de tranquilidad que a mí me invitan a la lectura. Intentamos mantener una rutina de lectura antes de ir a dormir ciertos días a la semana, pero se nos complica cuando mi hija pide que antes leamos con ella, y luego quiere otro y otro”.

“Mi impresión, que no es más que eso, es que se lee de una forma histérica, saltando de texto en texto, de video en video, de fragmento en fragmento, lo cual crea un efecto de información”, dice Ricardo Mariño. “Mucha gente parece estar informada sobre muchísimas cosas y es porque efectivamente extrajeron lo mínimo útil de cada cosa por la que pasaron planeando. Es una lectura motivada por algo relativo al entretenimiento y por una rápida recompensa narcisista. Como todo parece pasar por mostrar en redes un ‘yo’ con opinión, creativo e informado, esa lectura histérica resulta más que suficiente. Respecto a la lectura de los chicos, no creo que sea tan distinta. Los chicos parecen rehenes de la industria del entretenimiento, de las pantallas y el celular”.

La diferencia con el libro es, dice Mariño, “en gran medida porque forma parte de la actividad escolar”: “Pero al menos en lo que respecta a literatura infantil, creo que tienen una postura de lectura muy libre, muy interesante. La entrega de los chicos a la vida que hay dentro de un libro es muy profunda, muy genuina. Detesto la palabra vivencia, pero no encuentro otra en este momento: los chicos pactan con el libro el vivir esa historia y suelen valorar tal experiencia de lectura en relación a las emociones vividas. Nada más lejos de lo que ocurre con la lectura habitualmente alienada de los adultos relacionados con la literatura infantil, que en general están más interesados por ‘la temática que aborda’, el abordaje de tal problema o la transmisión de valores”.

Planificación ante la urgencia

“Un punto de inflexión muy importante”. Así define Diego Di Vincenzo el momento que atraviesa la educación: ”Hay consenso acerca de que hay muchas cosas que revisar. Creo que hay personas y personajes que hegemonizan el pensamiento pedagógico o didáctico, sean funcionarios o referentes teóricos. Creo que los ámbitos académicos que pueden tener alguna alteridad respecto de estos discursos acerca del placer y el gusto, y la voces que de algún modo cuestionan estas tendencias que hace que un chiquito de diez años diga que no que leer a Quiroga, son muy débiles, no resuenan, porque además implica una toma de postura que puede ser severamente criticada y censurada. A nivel estatal hay políticas de la lectura pero que no tienen un trabajo de difusión importante”.

“No creo que todo deba hacerlo el Estado”, dice Di Vincenzo y piensa en “pactos con instituciones intermedias” para " difundir modos de abordar esos textos que el Estado hace llegar a la escuela”. “No se trata solamente de que esos textos lleguen, sino que tiene que haber alguien que auspicie de mediador para que el maestro pueda hacer una lectura un poco más productiva y que sea un programa evolutivo sostenido que arranque en tercer o cuarto grado de manera que los chicos vayan leyendo una cantidad de libros y lleguen a los doce, trece, catorce años con cinco, seis, siete libros para año. Para eso hay que hacer programaciones a nivel institucional. Me refiero a eso con políticas de la lectura. Todo eso está muy librado al azar. Los diseños curriculares no prescriben casi nada al respecto”.

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