Macbeth en la versión fílmica de Joel Coen: cuando el ruido y la furia se desvanecen

Uno de los socios de la firma cinematográfica “hermanos Coen” versiona el clásico de Shakespeare con personajes tan desapasionados, que es difícil asociarlos a la historia original

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Denzel Washington y Frances McDormand interpretan a Macbeth y Lady Macbeth, dirigidos por Joel Coen
Denzel Washington y Frances McDormand interpretan a Macbeth y Lady Macbeth, dirigidos por Joel Coen

“Para engañar al tiempo, muéstrate igual al tiempo” (Lady Macbeth, Acto I, escena V, Macbeth)

Esto es así. En un sombrío páramo escocés, Macbeth y Banquo, dos de los generales del rey Duncan, se encuentran con tres brujas hermanas que profetizan que Macbeth será ascendido dos veces: a Barón de Cawdor y a rey de Escocia. Los descendientes de Banquo serán reyes, pero a Banquo no se le promete ningún reino. Poco después, el rey Duncan nombra a Macbeth Barón de Cawdor en recompensa por su éxito en las recientes batallas. El ascenso parece apoyar la profecía. El rey propone entonces hacer una breve visita, esa noche, al castillo de Macbeth en Inverness. Lady Macbeth recibe noticias de su marido sobre la profecía y su nuevo título. Ella jura ayudarlo a convertirse en rey por cualquier medio que sea necesario.

Macbeth regresa a su castillo, seguido casi inmediatamente por el rey Duncan. Los Macbeth traman juntos el asesinato de Duncan y esperan a que todos estén dormidos. A la hora señalada, Lady Macbeth da a los guardias vino con ciertas drogas y así Macbeth puede entrar y matar al Rey. Macbeth se arrepiente casi inmediatamente, pero su esposa lo tranquiliza. Él vuelve, torpe y arrepentido del acto con las dagas ensangrentadas en sus manos. Lady enfurece y se encarga –como ya lo había hecho antes y lo va a seguir haciendo– de dejar las dagas junto al rey muerto justo antes de que llegue Macduff, un noble.

Cuando al día siguiente Macduff descubre el asesinato, Macbeth mata a los guardias borrachos en una muestra de rabia y venganza. Los hijos de Duncan, Malcolm y Donalbain, huyen, temiendo por sus propias vidas; pero, sin embargo, son culpados del asesinato. Así como así, a pocas horas de haberse cruzado con las brujas, Macbeth se convierte en rey de Escocia. Pero no le alcanza. Recuerda la profecía de que los descendientes de Banquo heredarán el trono y manda a asesinar a Banquo y a su hijo Fleance. En la oscuridad, Banquo es asesinado, pero su hijo escapa. En la cena, esa misma noche, Macbeth ve al fantasma de Banquo y pierde el control. Lady Macbeth despide a la corte y trata sin éxito de calmar a su marido.

"La tragedia de Macbeth" es la primera película dirigida por uno de los hermanos Coen sin la participación del otro
"La tragedia de Macbeth" es la primera película dirigida por uno de los hermanos Coen sin la participación del otro

Macbeth no logra dormir –nunca nadie más va a dormir en esta obra– y busca a las brujas que le dicen que estará a salvo hasta que un bosque cercano al castillo, el Bosque de Birnam, entre en batalla contra él. Además, no debe temer a nadie nacido de mujer, ambas cosas imposibles. Un bosque que se mueva, un hombre no nacido de una mujer, simplemente no pueden existir. Pero, las hermanas también profetizan que la sucesión escocesa seguirá viniendo del hijo de Banquo. Macbeth se embarca en un reino de terror, matando a muchos, incluida la familia de Macduff, quien había ido a buscar a Malcolm (uno de los hijos de Duncan que huyó) a la corte del rey inglés. Malcolm es joven e inseguro de sí mismo, pero Macduff, dolido por el dolor, lo convence para que lidere un ejército contra Macbeth.

Macbeth se siente seguro en su remoto castillo de Dunsinane hasta que le comunican que el bosque de Birnam se dirige hacia él. El ejército de Malcolm está llevando ramas del bosque como camuflaje para su asalto a la fortaleza de Macbeth. Mientras tanto, una Lady Macbeth desencajada y con problemas de conciencia, camina en sueños y cuenta sus secretos a su médico. Cuando no resiste más la culpa, se suicida. En medio de una batalla perdida, Macduff desafía a Macbeth. Macbeth se entera de que Macduff nació cuando su madre ya había muerto en el parto, se da cuenta de que está condenado y se somete a su enemigo. Macduff triunfa y lleva la cabeza del traidor Macbeth a Malcolm. Malcolm declara la paz y es coronado rey. Fin.

Este es el argumento de la tragedia más corta de Shakespeare y, tal vez, una de las más representadas. Conocida en español como Macbeth, en inglés se titula The tragedy of Macbeth y es dueña, entre otras cosas, de las frases y diálogos más poéticos, terroríficos, sangrientos y políticos que se hayan escrito. Es una obra sin tregua ni respiro, pareciera que Shakespeare la escribió apurado. Pero no, cada frase, cada palabra construye argumento y tensión. La incorporación de lo sobrenatural, sin embargo, la vuelve una obra difícil de representar. Porque este señor Macbeth conversa pocos segundos con las brujas y su designio marca el rumbo del desgraciado. ¿Cómo es posible que un guerrero inteligente, sagaz, preferido del rey, y dueño de una táctica y estrategia bien racionales sucumba así, tan bestialmente, al encuentro furtivo con tres “brujas”? El secreto está en la rima.

La métrica de Macbeth es muy irregular. Podemos encontrar en ella todas las variantes del ritmo, la cadencia, y el estilo que para ese momento Shakespeare manejaba a la perfección y en este texto la usa para un solo propósito: la métrica, el ritmo al que somete los diálogos, los monólogos, los pensamientos y las elucubraciones de los personajes marcan el latido de la obra. Coen lo resuelve con las botas y las gotas y el sonido de un tambor que es un reloj que marca un ritmo que sin embargo, falla. Falla porque es cansino, monocorde, y va a destiempo de la acción.

La palabra “tiempo” y las referencias al tiempo y su ritmo, su paso, su imposición, son claves en esta obra. La palabra tiempo se repite 26 veces y, cada vez, es una discusión acerca de nuestra posición en el tiempo. Pero sobre todo no es un tiempo marcado por un ritmo de bota, de gota, de tambor, sino un tiempo subjetivo que se acelera y se descomprime al ritmo de corazones que laten según el momento que les toca vivir. Entonces el recurso de marcarlo monótono, falla.

Joel Coen, director de una nueva versión cinematográfica de la tragedia shakesperiana "Macbeth" (Jeff Spicer/Getty Images for BFI)
Joel Coen, director de una nueva versión cinematográfica de la tragedia shakesperiana "Macbeth" (Jeff Spicer/Getty Images for BFI)

Pero volvamos a la métrica y a la rima que son el corazón de este texto y que, cuando se desoyen o se desconocen, hacen fallar la puesta. No importa cuánto se quiera actualizar, universalizar y todos los zar que se pueda pensar. Macbeth es uno de los textos más idiosincráticos de Shakespeare en el uso del inglés. El ritmo sinusal del patrón que usa Shakespeare en su rima de verso blanco es humano: tu-túm, tu túm, tu túm (suena a Netflix, ya sé. Pero por eso nos encanta el tudúm). Así suena la rima, fluye como el latido del corazón. Las brujas de Macbeth lo invierten Tú tum, tú tum, tú tum y suena ajeno, de otro mundo, del inframundo. Y esto es precisamente lo que atrae a Macbeth, este recitado que suena a trasmano de la vida, que habla desde otro lugar.

No son tres locas que se encuentra en un páramo. Son voces que llegan desde otro lado. Y entonces, no puede evitar escucharlas y que resuenen en su cabeza, pero sobre todo que estallen en su corazón que ya no va a latir con el ritmo de lo humano, sino de lo macabro. ¿Un encuentro puede tanto? ¿Dos encuentros pueden tanto? El tema no está en el encuentro sino en la naturaleza del encuentro, no tanto en lo que se dice que es contundente sino en el tono, en el ritmo de lo que se dice. Entonces el primer encuentro de Macbeth con las brujas determina también el ritmo de la acción. Ya en los primeros segundos de esta puesta de Coen queda claro. Escuchen a la bruja y van a ver que acentúa las primeras palabras. Presten atención al ritmo diferente cada vez que habla. Ese ritmo invertido suena más intenso, a mayor velocidad, sin tregua. Lo que tiene que hacerse debe hacerse rápido. Y Lady Macbeth lo entiende y a los diez minutos de empezada la obra el rey está muerto porque así debe ser para que se pueda dar el conjuro, o la profecía.

Las brujas claman que Macbeth es rey y la pareja pone manos a la obra. La segunda aparición de las brujas resuelve la obra porque más que un conjuro el mensaje es de oráculo y Macbeth no lo entiende, como no entendió el primer mensaje. En la versión de Coen, vale la pena la magnífica representación de las brujas que hace Kathryn Hunter. Todo su cuerpo es disruptivo, inhumano, las voces de las tres hermanas perturban, atraen, y así logra escenificar la atracción y la fascinación por lo desconocido que despierta en Macbeth y Banquo. Aunque es muy difícil de verlo en la reacción de Denzel Washington, traten de imaginarse ustedes ahí, frente a esa cosa, cuasi humana –casi Frodo diría mi amiga Magda– que anticipa con contundencia un destino inevitable. ¿Cómo no hacerle caso?

Afiche de la versión cinematográfica de "Macbeth" de Joel Coen
Afiche de la versión cinematográfica de "Macbeth" de Joel Coen

La versión de Coen de Macbeth, dicho por él en una entrevista en el Washington Post, responde en gran medida a la obsesión de su mujer (Frances McDormand) por hacer una Lady Macbeth en cine. Por eso también declara en esa entrevista que decide hacer una versión postmenopáusica de los Macbeth. Su mujer está en esa edad en la que por más que una mujer quisiera ya no podría tener hijos y el tema de la descendencia en Macbeth es fundamental. El problema es que al presentar a esta pareja más como compañeros de vida, cómplices en el tiempo y no como la pareja apasionada, joven y enamorada que es, cuando muere Lady Macbeth, acosada por la culpa de sus acciones sangrientas (sangre que casi no aparece en esta versión ascética), el monólogo más apasionado de despedida a un amante pierde el brillo en un Washington al que no se le mueve un pelo (no exagero) frente al cuerpo inerte de su amada esposa. En la obra de Shakespeare, Macbeth y Lady Macbeth son personalidades fuertes, convincentes, les hierve la sangre y están profundamente enamorados, uno del otro. Los come vivos la ambición del poder y ese es su gran pecado. Tal vez al ser postmenopáusicos, como pensó Coen, ¿también los pensó secos de pasión? Eso se nota y es una pena porque no responde al texto que, como él mismo explicó en la misma entrevista, quiso recobrar.

Coen declaró: “Quería hacer Shakespeare para la gente que no quiere ver a Shakespeare, o que incluso podría ser intimidado por ello. Pero quería preservar el poder del texto, porque esa es la melodía de la cosa, y quería averiguar cómo conseguir el ritmo que va implacablemente a través de todo el asunto como una película de asesinato”.

El camino al infierno está plagado de buenas intenciones y, a lo mejor, si Coen no hubiera pensado en la gente que no quiere ver a Shakespeare (que bien en su derecho está) hubiera dejado que el texto fluyera a su ritmo y con su melodía y les habría evitado tener que escuchar teatro leído como si fuera una lectura de guión en un ensayo. Shakespeare no necesita mediadores. Nunca los necesitó. Ni antes, ni ahora. Y “preservar el poder del texto” no se limita a respetar las líneas de la obra. Si no, pensemos en la versión de Kurosawa de 1957, uno de los mejores Macbeth que se hayan representado en cine o teatro y que seguramente acercó a mucha gente a Shakespeare para siempre, sin necesidad de apegarse a ningún texto pero entendiendo como pocos eso de “conseguir el ritmo que va implacablemente a través de todo el asunto”.

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