La irrupción de Osvaldo Soriano en el mapa literario causó sorpresa y furor. Ya con su libro debut los lectores encontraron en él un autor qué podía tejer con lenguaje simple historias profundas, complejas, apasionantes. La crítica también lo celebró, pero no pasó lo mismo con la academia: las universidades se mostraron distantes a sus textos. El cóctel literario que proponía Soriano mezclaba barrio, pasión, humor y sensibilidad; y funcionaba.
La realidad social, la historia política y sus propias vivencias dan vueltas alrededor de su obra. Era, antes que un escritor, un bicho de redacción, un hombre del periodismo, un maestro del artículo y la crónica. “Un grande, como Arlt y como Cortázar, que fundó su propio lenguaje y su propio reino de imaginación”, lo definió el escritor Tomás Eloy Martínez. Los 25 años de su muerte son una buena excusa para recorrer su obra, sus cinco mejores libros.
Triste, solitario y final
El debut. La ópera prima. Su salida al mundo literario. Soriano tenía treinta años cuando publicó Triste, solitario y final. La novela fue publicada por Editorial Bruguera en 1973. La novela empieza cuando el actor Stan Laurel —el actor cómico de la famosa serie de El Gordo y el Flaco— acude al detective Philip Marlowe —personaje creado por el escritor Raymond Chandler— para que averigüe por qué ya nadie lo llama para trabajar.
Es una parodia al cine norteamericano, a su esquematismo, a sus estereotipos. Una vez contó que fue un gato el que le dio la idea de la novela. Aparece el propio Soriano dentro de la trama para volverse cómplice de Marlowe. “Me metí como personaje para divertirme: pensaba sacarme, pero cuando la di a leer a los amigos y vi que funcionaba, lo fui dejando para más adelante, y un día la terminé”, contó.
El negro de París
Soriano amaba a los gatos. Tenía una debilidad con los felinos. De eso trata esta historia: un niño argentino que debe abandonar su país junto con sus padres durante la dictadura militar de 1976. En Buenos Aires queda su gato Pulpi. Se instala en París, tendrá que aprender un nuevo idioma, adaptarse a una nueva escuela, buscar amigos. Entonces conoce al Negro, un gato tranquilo, de misteriosos poderes, con el que emprenderá un viaje a través de los tejados.
El libro tiene dos referencias biográficas. En París, Soriano estuvo exiliado durante la dictadura. Además, en 1989, año en que se publicó, nació su único hijo, Manuel. “Así que estuvimos mirando hasta que lo vi al Negro. Estaba sobre un tronco largo que atravesaba la jaula, echado, con la mirada distante como si soñara. No bien lo vi, con esos ojos redondos como cacerolas y esos bigotes largos como cañas de pescar, me pareció que lo conocía de toda mi vida”, se lee. Las ilustraciones son de Rep.
No habrá más penas ni olvido
Estaba en el exilio cuando, en 1978, publicó la novela No habrá más penas ni olvido, cuyo título proviene de un famoso tango de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera que dice “Mi Buenos Aires querido / cuando yo te vuelva a ver / no habrá más penas ni olvido”. Cinco años después, el director Héctor Olivera la llevó al cine con las actuaciones de Federico Luppi, Víctor Laplace, Héctor Bidonde, Rodolfo Ranni, Miguel Ángel Solá, Ulises Dumont.
Cuarteles de invierno
También, desde el exilio, Soriano escribió Cuarteles de invierno en 1980. Debido al lugar y la época donde transcurre la historia, suele ser considerada una continuación de No habrá más penas ni olvido. Llegó al cine en 1983 con la dirección de Lautaro Murúa y los protagonismos de Oscar Ferrigno y Eduardo Pavlovsky. Un cantor de tango en decadencia y un boxeador olvidado llegan a un pueblo lleno de militares.
Cuentos de los años felices
Esta colección de cuentos está dividida por temáticas. Por un lado los relatos que abordan su niñez, por otro los que alumbran zonas de la historia nacional, y por último los cuentos de fútbol. Son textos que aparecieron en Página/12 durante la etapa democrática. Sobre aquel período, acuñó una frase que durante los noventa se repetía en las redacciones periodísticas: “Era mejor estar equivocado contra la dictadura que tener razón obedeciéndola”.
En estos cuentos, una figura recurrente es su padre —empleado público en Obras Sanitarias y antiperonista acérrimo—, donde se destaca unas de las habilidades de Soriano: convertir el recuerdo en ficción, y la ficción en testimonio de una época. También José de San Martín, Manuel Belgrano y Mariano Moreno, ya no como héroes, sino como personas frágiles, vulnerables, terrenales. Y el fútbol, por supuesto, su épica y las pasiones exacerbadas que genera.
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