En el libro Duermevela, el multipremiado fotoperiodista Eduardo Longoni, referente de la historia visual reciente de la Argentina con imágenes icónicas que recorrieron el mundo, emprende un proceso inverso a todo lo que hizo como fotógrafo y se dedica a escribir, a modo de bitácora anacrónica, textos breves, fragmentarios, a partir de los cuales buscó imágenes que los acompañen: fotos de su trabajo en las calles, del álbum familiar, capturas tomadas al azar y por algún motivo conservadas.
”Primero fueron los textos, después las fotos, salvo algunos casos en los que escribí a partir de alguna imagen que se me cruzó, pero siempre tuve claro que más allá del protagonismo de los textos este libro tenía que contener fotos, porque por más que me haya puesto a escribir, soy fotógrafo”, dice Longoni (Buenos Aires, 1959) sobre la cuidada edición de ArtexArte. Después de cursar tres años de Licenciatura en Historia en la UBA, empezó su actividad profesional en la Agencia Noticias Argentinas, donde llegó a ser editor, y en 1987 creó su agencia, EPD/Photo. Su fotos, sobre todo las referidas a la violencia de la última dictadura argentina, son reconocidas en todo el mundo.
Cofundador en 1981 de la prestigiosa muestra El Periodismo Gráfico Argentino, recibió entre otros premios la medalla de bronce en el Interpress Photo de Moscú (1985), varios premios de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (Adepa) y es Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura porteña. Publicó numerosos libros de fotos; éste, con textos, es el primero. ”Por el tipo de fotografías que hice toda mi vida, siento que fotografiar y escribir son algo diametralmente opuesto. Para mí la fotografía es acción, tener todo el cuerpo y la mirada en tensión para capturar una fracción de segundo. Escribir me acerca a lo contemplativo, a la serenidad”, afirma en esta entrevista.
—¿Cómo empezaste con ese hábito y por qué?
—Vengo de una casa familiar en la cual no había libros. Recién cuando empecé el colegio secundario en el Nacional Buenos Aires me fueron llegando los primeros libros y empecé a leer con cierta avidez. Lo primero que se me ocurrió escribir me pareció tan malo que lo quemé, después empecé a trabajar como fotógrafo en medios y dejé de escribir: las fotos eran mías, los textos de los redactores. Retomé la escritura en 2018 cuando me acerqué a las redes sociales, y durante la cuarentena por el coronavirus eso se acentuó. Pensando sobre el inicio de este período de escritura, creo que me di cuenta de que cada vez me costaba más fotografiar en la calle, correr, subirme a algún lugar para encontrar un mejor ángulo, el trabajo de un fotoperiodista es muy físico.
—¿El título del libro, Duermevela, tiene que ver con ese hábito?
—Duermevela es un estado de ensoñación previo al sueño profundo. Muchos de estos textos se me ocurrieron en ese estado.
—El libro reúne cuestiones variadísimas: tu paso por el servicio militar durante el conflicto del Beagle en 1978, experiencias vinculadas a tu trabajo documental, ese perfil de tu abuela con que abre el libro, textos de infancia como el que vincula ser hijo único con la capacidad contemplativa y que a su vez linkea con otros textos que podrían ser una reflexión sobre la fotografía.
—Los textos surgieron de manera anárquica. Un día escribía sobre mi abuela, otro sobre un recuerdo en las playas de mi infancia, alguna reflexión sobre la luz y la fotografía. No hubo ningún orden, ningún plan. Los que fueron surgiendo de forma más metódica son los de la cuarentena más dura, en el otoño-invierno del 2020.
—Cuando los escribías, ¿sabías que iban a formar un libro o esa certeza llegó después?
—Nunca pensé en un libro, son textos de los últimos tres años. Llegó una etapa en la que los ordené, los hice convivir con fotos de mi archivo, fotos familiares, y los fui pegando en una libretita. Jorge Zuzulich, de ArtexArte, fue quien primero leyó los textos y vio un potencial, después vino el gran trabajo de Juan Manuel Fiuza, entendió al toque la idea: diseñar una libreta aluvional donde alguien fue pegando textos y fotos.
—No hay un hilo conductor en el pasar de las páginas, y si lo hay es el caos, lo fragmentario.
—Quise respetar la manera desordenada que le fue dando forma al proyecto, no hay un orden cronológico, ni temático. Sí me pareció bien agrupar de manera más compacta los textos de cuarentena y pandemia porque hablaban del presente y de un mismo estado de ánimo. Pero lo podés abrir en cualquier página y leerlo en cualquier orden.
Fuente: Télam
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