Gastón García Marinozzi: “Yo vengo a ofrecer mi corazón ya no es de Fito, es de quien la cante”

En “Biografía de una canción”, el escritor argentino residente en México indaga la potencia cultural de la composición del músico rosarino. “Allí hay magia, misterio y milagro”, afirma

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El periodista y escritor argentino Gastón García Marinozzi reside actualmente en la Ciudad de México. (EFE/Madla Hartz)
El periodista y escritor argentino Gastón García Marinozzi reside actualmente en la Ciudad de México. (EFE/Madla Hartz)

El verso “¿Quién dijo que todo está perdido?” de la canción de Fito Páez “Yo vengo a ofrecer mi corazón” le sirve al escritor Gastón García Marinozzi por un lado como título de la Biografía de una canción -dedicada al célebre tema que el músico rosarino compuso en 1985 cuando tenía 22 años- y por el otro como una muestra de ADN que concentra en su espiral el contenido del texto que propone una recorrida por “los himnos” latinoamericanos y la esencia de la cultura y literatura argentinas.

Autor de crónicas, novelas, guiones y obras de teatro, García Marinozzi nació en Argentina y vive en México. Asegura que cuando Fito Páez canta a capella con el público “Yo vengo mi corazón”, o cuando la cantan tantos artistas o fans por todos lados, se produce una suerte de alquimia que permite a la gente contener y acaso comprender el mundo que la rodea. “Acá entra la parte mágica y misteriosa de las canciones. Nadie sabe por qué pasa esto. Se lo pregunté a Fito, a Manzanero, a Serrat, grandes generadores de canciones populares y perennes, y ellos no saben qué responder. Magia, misterio, milagro”, dice García Marinozzi.

El periodista, que cristaliza sus indagaciones sobre la célebre composición en el libro Biografía de una canción -que en la Argentina publica por estos días el sello Turner- observa que en el cancionero en español, y sobre todo en Latinoamérica, son pocas las canciones que “resisten el paso del tiempo y se convierten en algo tan importante para tanta gente”.

“¿Por qué se transforma en un himno? Porque es diáfana, y sabe llegar a fondo, tanto a nivel personal como colectivo. Irradia un momento de esperanza, que a veces, es lo único que necesitamos. Ese es su poder”, sostiene García Marinozzi, que en su texto recorre desde el origen hasta la memoria coral de la creación del músico rosarino, atravesando la historia y el contexto de su composición.

- ¿Por qué escribir la biografía de una canción?

- Yo vi cantar esta canción en las marchas por los desaparecidos en Ayotzinapa en México, y la gente no sabía ni que era de Fito, ni quién era Fito. Pero ahí estaba. Y creo que este ejemplo se reproduce más de lo que podemos imaginar. Resulta maravilloso. Es la fuerza única de la canción. Entonces, esta canción en la que creo que cabe un mundo, una época, tiene todo eso. No es más de Fito, es de quien la cante.

Es, de alguna manera, el sentido del Borges lector. El peso vital está en la recepción de la obra, no solo en la creación. Una canción como esta parece que nos da el orgullo de tres minutos de cantarla como si fuera nuestra. No importa quién la escribió.

- ¿Por eso el centro es la canción y no Fito Páez?

- Me interesaba tomar el elemento canción para pensar y contar cuestiones mucho más allá de ella. Esta canción, precisamente nacida en un momento clave de Argentina, como es la recuperación de la democracia, la esperanza con la política y la justicia, la ascensión de una generación que podía mejorar la historia de alguna manera, me permite extenderme sobre ello. La canción nació tímida, podríamos decir, en un disco lleno de buenas canciones, y fue creciendo hasta hacerse lo enorme que es hoy. Maduró y permeó en muchas historias y en mucha gente.

- ¿Cuál es la noción de patria que trabaja el libro?

- El arte hace confluir emociones colectivas. La reacción al arte, las canciones, cualquier expresión artística, es estrictamente individual. Pero hay algo en el consumo sentimental que nos conecta con los demás. Son cuestiones que para los que quieren ver en esto una comunidad, resulta eficaz. Pero la idea de patria no tiene sentido. Aunque al poder, cualquier tipo de poder, le interese insistir desde hace siglos con eso del sentir patriótico, acaba siendo material para el control emocional del rebaño. Del orgullo patriota al nacionalismo discriminador hay solo un paso. Creo que en lo individual la patria finalmente se dirime en cosas ínfimas, íntimas. Los techos de Buenos Aires, como dicen en la película Martín (Hache), un gol, un rato con los amigos, un río... La madalena de Proust, en definitiva. Es decir, un pequeño e insignificante momento de felicidad, que creo que por razones de compartir un espacio más o menos geográfico, un tiempo común y casi el mismo idioma, te da pertenencia, cierto arraigo, y eso que algunos llaman patria. Visto así, la patria es un ejercicio nostálgico.

García Marinozzi asegura que cuando Fito Páez canta a capella con el público ''Yo vengo a ofrecer mi corazón'', o cuando la cantan tantos artistas o fans por todos lados, se produce una suerte de alquimia que permite a la gente contener y acaso comprender el mundo que la rodea.  (EFE/JuanJo Martín)
García Marinozzi asegura que cuando Fito Páez canta a capella con el público ''Yo vengo a ofrecer mi corazón'', o cuando la cantan tantos artistas o fans por todos lados, se produce una suerte de alquimia que permite a la gente contener y acaso comprender el mundo que la rodea. (EFE/JuanJo Martín)

- ¿Cuál es la genealogía de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”?

- Todo artefacto cultural pertenece a una red histórica de conexiones emocionales y creativas. Ningún artista crea solo, como si los demás no existieran. Ese otro puede estar en Japón y hace dos siglos. No importa eso, importa el vínculo, y volviendo a Borges, al vínculo de lecturas. La lectura que hace un artista antes de crear (leer en el sentido más amplio, claro, no me refiero a solo leer literatura) es lo que lo inserta en una genealogía o linaje. Por supuesto, sin pedir permiso, ni esperando que lo acepten. Se inserta en un gesto privado, y desde esa lectura del mundo, lo vuelve a crear.

“Yo vengo a ofrecer mi corazón” pertenece al linaje de las canciones-himno. Sin dudas, muy de una época, de una manera que creo que ya está dejando de existir. Por el ritmo folclórico y por la voz de Mercedes Sosa, a priori se parece a “Gracias a la vida” de Violeta Parra y a muchas de esas. Yo trato de crear un mapa de las canciones himno en el siglo XX. Empiezo con “Bella Ciao” en Italia, como la primera gran canción himno, en este caso contra el fascismo, pero que hoy sigue siendo una canción por la libertad, continúo por la chanson francesa, que le puso ternura a la idea de revolución, luego Joan Manuel Serrat, y muchos más, de aquel lado. En América, contemporáneamente, tenemos el tango, el folclore y sus grandes poetas, la bossa nova, la trova cubana y así. A todo esto, hay que ponerle el elemento expansivo, que es el rock. Los Beatles, Bob Dylan, Charly García. El rock constituye el grito generacional de libertad, y creo que todo esto está en esta canción de Fito. Parece lógico, viéndolo hoy, porque sabemos que Fito creció con un padre melómano con el que escuchó todo tipo de música y este chico a los 22 años crea este mundo nuevo, el de una nueva canción, porque tenía toda lectura, diversa, generosa y desprejuiciada del mundo.

- ¿Y sus herederos?

- Los herederos de la canción himno están en las calles. Están en las luchas contra las injusticias. Del Black Lives Matter surgen ciento de canciones, del movimiento feminista también. Ahí hay derechos que defender, y hay que ponerle música. Pero como te digo, las canciones necesitan el paso del tiempo para convertirse en himnos.

"Una canción como esta parece que nos da el orgullo de tres minutos de cantarla como si fuera nuestra. No importa quién la escribió", dice García Marinozzi sobre el himno de Fito. (Télam)
"Una canción como esta parece que nos da el orgullo de tres minutos de cantarla como si fuera nuestra. No importa quién la escribió", dice García Marinozzi sobre el himno de Fito. (Télam)

- ¿Cómo fue el derrotero hispanoamericano de esta canción?

- No sabemos qué hubiera pasado de esta canción si no la hubiera cantado Mercedes Sosa. Estaríamos hablando de otra cosa. Sin dudas fue ella la que la convirtió en himno, como pasa con tantas canciones que ella cantaba. Ella la graba pocos meses después de que Fito la publicara. Al poco tiempo, en México la graba Eugenia León, muy popular por entonces. Mientras Mercedes la canta por el mundo y Eugenia en México, Fito vive la tragedia familiar y por mucho tiempo, y por obvias razones, desdeña esta canción. Pero la canción sigue y se va grabando en muchas versiones, ritmos, idiomas. En España la canta con éxito Ana Belén, y la canción se torna en algo romántico, de amor. Esa versión es muy escuchada.

En Latinoamérica, con su derrotero de desastres, la canción viene bien para momentos de esperanza, de combatir el miedo. En Chile, en un juicio a los esbirros de Pinochet, uno de los abogados de las víctimas se puso de pie ante el juez y comenzó a entonar esta canción conmoviendo a todos los asistentes. También la cantaron los movimientos sociales en Colombia a favor de la paz, en México pidiendo justicia por Ayotzinapa o en Nicaragua contra los Ortega. La canta el dúo pop Jesse & Joy como un alegato por los migrantes en los Estados Unidos. Y ahora, con la pandemia del COVID, la canción sigue cantándose ya sea con artistas o con gente común que la subía a las redes sociales. La versión que hace Susana Baca confinada en Perú es muy bonita.

- ¿Cómo podrías explicar que esta canción cruce de alguna forma la literatura y la historia argentinas?

- Lo hace porque surge en un momento importante de la historia y de la cultura argentina. En Argentina está anclada en ese tiempo donde la música era catarsis, libertad, diversión, esperanza también. Con ella se cierra una etapa, es como el epílogo de los tiempos oscuros. Ahora vamos a ponerle un poco de esperanza a las cosas, a pesar de todo. Y se da vuelta la página, y ahí está todo el rock argentino de esos años, que es bailable, disfrutable, sin miedo a la frivolidad sin dejar de ser profundo. Charly es el guía de toda la época. Charly García decide, define y dice cuándo hay que ser más o menos serio, cuándo hay que bailar y cuándo hay que volverse loco también.

La literatura, por su lado, va en otros tiempos. Necesita tiempo para digerir los traumas, a veces muchos años. Y durante los ochentas, mientras se mueren Borges y Cortázar seguirá haciéndose preguntas sobre el pasado que no siempre puede responder. La canción, el teatro e incluso el cine, pudieron hacer catarsis y llegar a respuestas más pronto.

Fuente: Télam

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