“Una nueva teoría de los estados”: ¿cuál es la palmera de los poetas?

¿Qué lugar ocupa la poesía en este contexto? En este libro publicado por la editorial cordobesa Borde Perdido, Emiliano Baigorri Theyler da sus “100 instrucciones para ejecutar poemas”

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“Una nueva teoría de los estados” (Borde Perdido Editora), de Emiliano Baigorri Theyler
“Una nueva teoría de los estados” (Borde Perdido Editora), de Emiliano Baigorri Theyler

Durante una buena parte del 2020, quizás forzado por el encierro, que a cada uno le pegó distinto, en una ciudad a la que se había ido a vivir hacía muy poco tiempo, Emiliano Baigorri Theyler subió a Instagram, diariamente y con regularidad matemática, una serie de poemas en historias. ¿Qué tiene de especial eso? Que a diferencia de las historias con poemas que pulularon en redes sociales durante ese año funesto, y que siguen pululando todavía —perdónamos cosmos, no sabemos lo que hacemos—, las del Piru realizaban una apuesta mayor, y alternaron su aparición en la red con fotos de una palmera bastante inquietante.

Ustedes dirán que exagero, que el plan poético del Piru seguro se suspendía después de subir el poema y que la palmera fue una irrupción de su vida, más allá de cualquier plan creativo. Pero ahora, a más de un año de aquello, podemos ensayar algunas asociaciones.

La primera y más evidente: ¿el autor sugería que hacer poesía es, como se dice, vivir colgado de la palmera? Si nos pusiéramos conspiranoicos, podríamos preguntar cuál es la palmera de la que cuelgan los poetas y usar un poema de Una nueva teoría de los estados para responderla. Escribe el Piru: “Un poema distópico / como una discusión viral / Puede empezar / con una pequeña narración: / Las celdas de esa prisión estaban abiertas / Toda la prisión estaba abierta / Y la gente entraba con gusto a su celda / Perdón: con desesperación / con el increíble terror / de quedarse afuera / Ese temor los hacía mezquinos / de una forma escandalosa / Aunque a nadie parecía importarle / Porque en realidad nunca se iban / nunca salían de la prisión / El mundo era su prisión”. Como ven, el poema propone una hipótesis, un hagamos de cuenta que, que le abre la puerta a un ensayo poético. En este caso —que es alegórico— el mundo como cárcel es la palmera de los poetas.

Podemos imaginar al Piru, al atardecer, en pandemia, mirando con melancolía por la ventana cómo una rata del tamaño de un caniche trepa, con una cría de carpincho en la boca, por el tronco peludo de la palmera. Podemos imaginar el sacudón que la imagen le produce y el brillo en sus ojos que, de repente, se vuelve chispazo de inspiración.

Desde entonces, y durante más de cien días con sus noches, Baigorri escribe un poema y lo comparte como historia. Desde entonces, muchos seguimos esa serie, que crece casi tanto como el número de contagiados, pero que, más por tener un cierre simbólico que por otra cosa, al momento de convertirse en libro queda cerrada en 100 poemas.

Ese es otro dato a tener en cuenta. Lo que empieza como serie no siempre termina en libro. Una cosa es subir poemas a una cuenta de una red, y otra, muy distinta, es convertir ese material en un libro. Baigorri lo hizo, pero no sin prestar atención al contexto, o mejor, a la superficie de inscripción del dispositivo poético.

“Palmas de ocoa”, pintura de Onofre Jarpa
“Palmas de ocoa”, pintura de Onofre Jarpa

Por un lado, entonces, la recepción virtual de los poemas. Por otro, la recepción del libro. En ambos casos hay una torsión. Baigorri introduce un elemento poético perturbador en la sucesión infinita de imágenes de la red, interrumpe el código fotográfico de Instagram; Baigorri hipotetiza en poemas, y nada detiene ese procedimiento hipotético, todo le concierne; Baigorri introduce, también, en la lógica de la enunciación de la programación computacional, funciones, como dice Lucía Malvido en la contratapa, o instrucciones, que no resultan, de buenas a primeras, ajenas al medio virtual inicial, aunque con ellas llegue, larvado, el virus de la poesía.

Por otro lado, al dar el paso de la serialización al libro, la torsión funciona en contra de las expectativas lectoras. Los poemas de Baigorri en Una nueva teoría de los estados tienen un barniz computacional, que enrarece la lectura en papel. ¿Quién o qué habla en esas instrucciones? ¿Es algo humano lo que ensaya posibilidades sobre la poesía? En un contexto para-apocalíptico como el que transitamos hace un tiempo, la matrix hablante no es una hipótesis a descartar tan fácilmente.

¿Se acuerdan de Sopa de Wuhan, esa estafa que reunía textos de eminentes filósofxs que, un tanto seniles, con hambre de futurismo y celo de videntes, dieron más pronósticos que Ludovica Squirru, Horangel y Mía Astral juntos? Menos mal que ya nos olvidamos de esa basura, menos mal que la poesía, con mucho trabajo por detrás, pero con una economía de medios muy superior, puede, como este poema, desnudar la imbecilidad colectiva camuflándose como una parte de ella. Escribe el Piru, no sin ironía: “Un poema / declaración epistémica / con versos que iluminen / la conciencia de lxs lectorxs / en cuanto consumidores / producto / guiadxs por el Algoritmo / inventor divino / de la subjetividad estadística”. La belleza de esta trampa en verso es que se sostiene en la lógica de una iteración que la antecede y que puede superarla. Ese es el procedimiento del libro: un poema y otro y otro más y otro, etc., que enuncian temas y modos de hacer poesía. El lector de este libro cae en una trampa recursiva, metapoética, en una serie de apuntes en verso que registran ideas para poemas.

Me parece que en Una nueva teoría de los estados también podemos ver fluir, si sacamos la cascarita, la sangre de algunas referencias veladas a la tradición poética latinoamericana. Hay una pretensión de abarcar la totalidad a través de la poesía o, si no la totalidad, sí un universo desmesuradamente grande de casos. La enunciación creadora de estos poemas no puede volverse sobre lo que la hace posible. Es decir, no puede cambiar las reglas que la hacen existir sin multiplicarse recursivamente. Por lo tanto, tampoco puede hacer un último poema con consciencia de estar haciéndolo. El último poema no puede enunciar, lógicamente, dentro de las reglas de este cosmos, que es el último. ¿Por qué? Porque todos estos poemas son dobles, si los consideramos desde la perspectiva del metalenguaje y la del lenguaje objeto. De allí que, cuando la forma-poema enuncia el tema-poema, vuelve a poner la zanahoria adelante del burro.

Esta construcción compleja, que Baigorri domina con maestría, bien puede ser una crítica a la voluntad agotadora de Neruda y su Canto general, o un guiño a la crítica de Borges al mismo Neruda, en la figura del pavote de Carlos Argentino Daneri, que escribía sobre el mundo mirando el aleph. Algo bastante distinto a lo que hace el Piru, que mira una palmera y baja data para ejecutar poemas.

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