“Pero, dirá usted, le hemos pedido que hable acerca de las mujeres y la ficción; ¿qué tiene eso que ver con una habitación propia?”
Con ese “pero” Virginia Woolf irrumpió en la escena de la intelectualidad de su época con una de las ideas más potentes que se hayan planteado en la historia del feminismo como movimiento. En su ensayo Una habitación propia, Woolf pone en blanco y negro una realidad incómoda y vigente al día de hoy: es necesario tener dinero y una habitación propia para poder crear. Y no es casual, como no lo es nunca una elección de palabras en esta escritora, que haya comenzado con un “pero”. Según una de las definiciones de la RAE, “pero” se usa: con intención de prevenir a alguien para que no prosiga en lo que emprende, por no ser ocasión u ofrecer inconveniente. Aplica también para la palabra en inglés, “but”.
Entonces Virginia previene a su audiencia, originalmente un grupo de alumnas en la Sociedad Literaria de Newham y de Girton y, en 1928, se para frente a ellas (y frente a todos los hombres que quisieran escuchar, que imagino eran muy pocos) y con ese “pero” responde a los organizadores del evento antes de que ellos puedan reaccionar y les dice: “voy a proseguir en lo que estoy por emprender y sé que puede ser inconveniente porque nunca es la ocasión”.
En este ensayo Virginia Woolf da un giro al pedido inicial de los organizadores (que hable acerca de las mujeres y la literatura) y plantea una verdad que se aleja de toda idea romántica del imaginario del rol de la mujer en la literatura, y es la necesidad de tener una habitación propia y dinero para poder escribir ficción. Pero, ¿qué tiene que ver la literatura y la poesía, la pintura y la música, el arte y la academia con tener una habitación propia? Pues TODO.
“Una mujer debe tener dinero y una habitación si desea escribir ficción; y esto, como verán, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la ficción”.
La idea de la habitación propia deviene de la observación que hace Virginia Woolf en referencia a los libros de historia y el lugar que en ellos ocupan las mujeres. Revisa enciclopedias y tomos escritos por historiadores de renombre en los que casi no aparece el nombre de una mujer y sobre todo recala en los roles históricos que hicieron casi imposible que una mujer pudiera escribir. Desde recorrer los roles tradicionales que han ocupado las mujeres, como el de esposa y madre, para mostrar la imposibilidad de escribir en el medio del bullicio constante de una casa, hasta la construcción de universidades pensadas por siglos solo para hombres, lugares a los que las mujeres podían ingresar en calidad de intrusas, siempre acompañadas por algún hombre que les “habilitara” la entrada.
Pensemos en mil escenas de novelas o películas en las que las mujeres se levantan de la mesa para dejar a los hombres solos con sus habanos y su whisky en mano, para que puedan hablar de “lo importante”. Pensemos en que las mujeres no podían heredar el dinero porque se las consideraba seres inferiores que no podían administrarse solas. Pensemos en los años que las mujeres le dedican a la crianza de los hijos y en todo ese tiempo que no encuentra espacio para el cuarto propio. En este recorrido abrumador por el pedregullo sobre el que caminaron históricamente las mujeres en el mundo de las ideas y de la creación, no le sorprende a Woolf que haya habido tan pocas mujeres escribiendo en relación con la cantidad de hombres.
Es en la cantidad de escritores que resalta, cada tanto, uno que valga la pena. Y faltaban mujeres porque sencillamente no tenían las mismas posibilidades. Ni hablar del acceso denegado por siglos a la lectura y a la escritura. Un capítulo aparte está asociado a la histórica definición de la mujer como un ser inferior que necesitaba de la guía de un hombre e, insiste la Woolf, todo esto iba acompañado de la constante imposibilidad de la mujer para manejar de manera independiente su vida y su dinero. A este punto vuelve cada vez y me la imagino casi que gritando a su audiencia que, -de nuevo- debe haber sido abrumadoramente femenina, que hasta que no estemos en igualdad de condiciones no tiene sentido esa charla y que paradójicamente el hecho de que exista esa charla “la mujer y la literatura” da cuenta del rol periférico, subversivo ocupado por la mujer en el mundo de las ideas.
Digo esto porque comparto la lectura de esta autora mayormente con otras mujeres lectoras. He escuchado más de una vez (demasiadas veces) a hombres hablar de este texto y otros de Virginia Woolf claramente sin haberlos leído. De hecho, si hacen un ejercicio y preguntan a su alrededor, verán qué poca cantidad de hombres ha leído, discutido, confrontado o simplemente disfrutado de la lectura de este ensayo. Es que es demasiado incómodo, lo entiendo, PERO, ya tiene casi cien años, las cosas han cambiado mucho y nadie debería sentirse interpelado por las descripciones desgarradoras de cómo fue vista y escrita la mujer en la historia.
De hecho, el otro día nos preguntábamos en un taller en el que somos 34 mujeres y dos hombres si alguna vez alguno de nosotros había asistido a alguna charla llamada “el hombre y la literatura” o “el hombre y la medicina”. Pongan en Internet la frase “congreso la mujer y la…” y dejen que el predictivo haga su magia. Esto planteaba Virginia Woolf hace casi cien años ya, en este ensayo en el que se pregunta por qué las mujeres han sido tan estudiadas, analizadas, catalogadas por los hombres a lo largo de la historia. No tiene respuestas, PERO, como diría mi amiga Alicia, lo que importa son siempre las preguntas. Y Virginia sabía preguntar.
La habitación propia funciona como metáfora de la libertad también. Y en este mundo, la libertad está asociada a la independencia económica, nos guste o no. Woolf lo entendía mejor que nadie porque ella tenía la plena conciencia de que estaba allí parada porque una tía le había heredado 500 libras de por vida y eso le daba… LIBERTAD. Una de las frases más contundentes de este ensayo habla de esto:
“La extrema actividad mental que se produjo entre las mujeres a finales del siglo dieciocho —las charlas y reuniones, los ensayos sobre Shakespeare, la traducción de los clásicos— se basaba en el sólido hecho de que las mujeres podían ganar dinero escribiendo. El dinero dignifica lo que de otra manera sería frívolo si no se paga por ello”.
Si yo no gano mi dinero, no puedo decidir en qué lo gasto; esa sería la premisa que planteaba Woolf hace casi cien años. Si el que paga decide en qué vale la pena gastar, cuánto gastar, cuándo gastar es muy sencillo decidir sobre lo importante versus lo frívolo. El dinero también es libertad. El dinero compra espacio, tiempo y libertad. Y esa es la premisa con la que Virginia cierra este ensayo maravilloso y actual: si muchas mujeres escriben, mucha obra sobrevivirá.
Hoy hubiera cumplido 140 años y su consigna, su bandera, sigue atravesando las cocinas, las habitaciones, las salas de parto, las maternidades, las aulas, pero no, déjenme contradecirme… Atraviesa todos los espacios porque en todos ellos hay mujeres y hombres y el mejor homenaje que podemos hacerle es leerla en voz alta, leerla entre nosotras, para nosotras y por nosotras; y para todo el que quiera escuchar porque los “peros” que cuestionan la realidad son los que valen:
“Os he dicho durante el transcurso de esta conferencia que Shakespeare tenía una hermana; pero no busquen su nombre en la vida del poeta escrita por Sir Sydney Lee. Murió joven... y, ay, jamás escribió una palabra. Se halla enterrada en un lugar donde ahora paran los autobuses, frente al «Elephant and Castle». Ahora bien, yo creo que esta poetisa que jamás escribió una palabra y se halla enterrada en esta encrucijada vive todavía. Vive en vosotras y en mí, y en muchas otras mujeres que no están aquí esta noche porque están lavando los platos y poniendo a los niños en la cama. Pero vive; porque los grandes poetas no mueren; son presencias continuas; sólo necesitan la oportunidad de andar entre nosotros hechos carne. Esta oportunidad, creo yo, pronto tendréis el poder de ofrecérsela a esta poetisa. Porque yo creo que si vivimos aproximadamente otro siglo —me refiero a la vida común, que es la vida verdadera, no a las pequeñas vidas separadas que vivimos como individuos— y si cada una de nosotras tiene quinientas libras al año y una habitación propia; si nos hemos acostumbrado a la libertad y tenemos el valor de escribir exactamente lo que pensamos; si nos evadimos un poco de la sala de estar común y vemos a los seres humanos no siempre desde el punto de vista de su relación entre ellos, sino de su relación con la realidad; si además vemos el cielo, y los árboles, o lo que sea, en sí mismos; si tratamos de ver más allá del coco de Milton, porque ningún humano debería limitar su visión; si nos enfrentamos con el hecho, porque es un hecho, de que no tenemos ningún brazo al que aferrarnos, sino que estamos solas, y de que estamos relacionadas con el mundo de la realidad y no sólo con el mundo de los hombres y las mujeres, entonces, llegará la oportunidad y la poetisa muerta que fue la hermana de Shakespeare recobrará el cuerpo del que tan a menudo se ha despojado. Extrayendo su vida de las vidas de las desconocidas que fueron sus antepasadas, como su hermano hizo antes que ella, nacerá. En cuanto a que venga si nosotras no nos preparamos, no nos esforzamos, si no estamos decididas a que, cuando haya vuelto a nacer, pueda vivir y escribir su poesía, esto no lo podemos esperar, porque es imposible. Pero yo sostengo que vendrá si trabajamos por ella, y que hacer este trabajo, aun en la pobreza y la oscuridad, merece la pena”.
SEGUIR LEYENDO