“Los estilos son jaulas, pero la música siempre está en movimiento” dice Sofía Rei. La cantante. La compositora. La artista argentina que desde hace 20 años transita los escenarios de todo el mundo. La que se estableció en Nueva York y compartió experiencias y escenarios con Bobby McFerrin, María Schneider, Marc Ribot y John Zorn. La que acaba de editar Umbral, su quinto disco solista, en el que tradición y modernidad comparten audaz travesía.
Un derrotero que Rei inició años antes por las montañas del Elqui, en el Coquimbo chileno, con el charango y la mochila cargada de pedales y grabadores, buscando soledades imposibles de alcanzar en medio de la complejidad moderna. De ese viaje solitario nacieron parte de estas canciones que conjugan la tradición folclórica de América del Sur con un futuro digital. Retratos íntimos. Fragmentos de historias y pensamientos. Capturas de un aquí y ahora. De introspección y vuelo a la vez.
“Vengo oyendo partes de Umbral en mi cabeza hace años”, le dice Sofía a Infobae Cultura: “Desde hacía mucho tiempo que quería experimentar con las looperas y meterme de lleno en el mundo del diseño de sonido. El Valle de Elqui fue el lugar donde me encontré lista para enfrentarme con esa fuente de emociones, que finalmente pude traducir en canciones”.
Lo cierto es que entre la idea inicial y la concreción de Umbral pasaron cinco años. “Todo nació cuando John Zorn me convocó para actuar en The Stone, el local que tiene en Nueva York, donde otorga una residencia semanal a varios músicos para que muestren lo que están haciendo. Cuando hablamos me pregunta qué quería hacer. Yo no tenía ni idea. Y pensé en ir sin instrumentos. Sola con una máquina de loopers. Quedó ahí. Pero al acercarse la fecha estaba muy poco preparada. Tenía material, pero mucho aún por resolver desde lo técnico. Entonces armé un concierto para probar. Al final de aquel show una colega me dice le gustó la idea y las canciones, pero no el equipo que tenía. Yo lo sabía pero no le encontraba una solución. Entonces me recomienda una máquina con la que ella trabajaba. La compré y allí me di cuenta que ahora sí podía desarrollar lo que buscaba. Así empezó la idea de un proyecto solista.
— Aquel proyecto, absolutamente solista, no es el que está en Umbral, donde interactuas con JC Maillard. ¿Cómo y por qué se modificó?
— Aquella máquina me llegó horas antes de irme a Colombia y con ella hice shows sola en Bogotá y Lima. Después la llevé a Bélgica y Estados Unidos. Pero ahí me di cuenta que faltaba lo que yo más apreciaba: compartir escenario con otros músicos. Entonces busqué invitados. Hasta que JC Maillard, con quien yo venía trabajando desde hace un tiempo, me propuso producir un disco con esta música. Trajo nuevas ideas y así comenzamos a construir de a poco y de a dos, en torno a esas estructuras originales.
— Un estilo similar ya aparece en El Gavilán, el disco que hiciste con Marc Ribot con temas de Violeta Parra.
— Sí, claro. En el 2016 me llamó un productor de Colombia para decirme si quería participar de un concierto de homenaje a Violeta. Iban a estar Tita Parra, la nieta de Violeta; Susana Baca del Perú, Dora Juárez de México y Marta Gómez de Colombia. Allí pensé que me gustaría mucho hacer Maldigo del alto cielo, y comencé a trabajar el arreglo. Ahí me di cuenta que la música de Violeta se presta mucho al formato de loops, porque sus canciones son por lo general reiterativas. Tienen una estructura básica con una estrofa que se repite muchas veces. Así que hice algunas versiones con ese concepto. Para ese festival estaba invitado Marc Ribot, y me acuerdo que ensayamos El Gavilán. Finalmente no lo pudimos hacer en el show, pero nos sirvió para impulsar el disco. Es un registro minimalista, con muchos arreglos vocales, con capas de voces. Incluso en un tema está invitado Ángel, el nieto de Violeta.
— Al repasar tu discografía se advierten cada vez más canciones tuyas hasta Umbral, donde todo el material es propio. ¿Cómo se dio ese proceso?
— Desde mi primer disco siempre me gustó hacer arreglos. Revisionar, reinterpretar. Empecé a componer cuando me mudé a Boston en el 2001 y eso fue tomando distintas formas a medida que fui conociendo otras músicas y me involucré mucho en lo más vanguardista del jazz. En todo ese tiempo toqué y colaboré también con muchos artistas que estaban haciendo cosas nuevas dentro de la música de raíz latinoamericana, además de Ribot, María Schneider, Zorn y JC. Todas esas influencias comenzaron a aparecer en la música que estaba componiendo y me impulsaron a nuevas búsquedas y a la vez me ayudaron a desarrollar una voz propia.
— ¿Y por dónde pasan esas nuevas búsquedas en Umbral?
— Allí tuvo mucho que ver la música electrónica. Con sonidos de instrumentos que no existen, pero que tienen vinculación con instrumentos tradicionales del folklore. Con JC, que fue el productor del disco, estuvimos trabajando mucho para crear esos sonidos. En otras canciones armamos la estructura sólo con la voz. Utilizando loopers y efectos, usando distintas capas para darles la forma que finalmente tuvieron.
— En todos estos años supiste rodeaste de artistas inconformistas y creativos. ¿Cuál dirías entonces que fue al aporte esencial de JC Maillard para la creación de Umbral?
— Justamente ese inconformismo que decís. Que forma parte de lo bueno de trabajar con este tipo de artistas. Gente que siempre tiene cosas nuevas para aportar. Y uno va aprendiendo todo el tiempo. En ese sentido JC sabe mucho de música electrónica, porque empezó desde muy joven en el Caribe francés, de donde es él. Pero también vivió en Francia muchos años grabando a mucha gente. Estuvo en París cuando comenzó el furor de la World Music. Sabe de jazz, de funk, de una enorme cantidad de música y eso para mí es fundamental. Era lo que yo necesitaba, alguien que pudiera abarcar el rango estilístico de Umbral, que es muy amplio.
— Comenzaste en el Teatro Colón. Hiciste la carrera de cantante lírica. Luego estudiaste jazz en Boston y seguís vinculada con las expresiones más experimentales; pero nunca cortaste tus vínculos con el folklore.
— Sí, es así. Desde muy chica quería ser cantante lírica, estudié y me lo tomé muy en serio. Pero luego me fui alejando. Sentí que era un ambiente muy conservador, muy compartimentado. Algo como que si haces esto no podés hacer aquello…o así se canta un Si bemol y de ninguna otra manera. Entonces en aquel momento me enganché con la música contemporánea. Con gente que hacía técnicas extendidas. Que buscaba más los sonidos. Con una connotación gráfica de la música. Texturas y dinámicas. Luego vino el jazz, y por eso me fui a los Estados Unidos. Quería profundizar en esto de utilizar la voz como instrumento. Y una vez allá me relacioné con músicos latinoamericanos y me metí de lleno en la música de la región. Pero sí. Para mí el folklore tiene algo que siempre me convoca. Un vínculo especial que me conecta con personas y lugares.
— Sos docente en el Clive Davis Institute de la Universidad de Nueva York. Aquel ambiente tan conservador, tan rígido, que seguro predominaba en otras músicas ¿sigue vigente o se modificó?
— No, por suerte se ha modificado mucho. Y estoy segura que va a seguir cambiando. Porque esa es la tendencia de la música. Todo se globalizó y cualquier persona puede escuchar música de cualquier parte del mundo sin salir de su casa. Hoy es más fácil para un músico, para una banda, tener influencias diversas. Si le preguntas a un músico que género toca, seguramente no vas a recibir respuestas certeras. Es raro encontrar alguien que te diga yo hago sólo rock o hago sólo jazz. Hoy por lo general es todo más fluido y esas etiquetas, esas jaulas, ya son claramente comerciales. No tienen otro sentido.
— ¿Pero muchas veces no son los mismos músicos los que se encasillan?
— Bueno…el camino de la originalidad es muy duro. Todos buscamos tener voz propia. Pero para eso primero tenés que conocer bien la historia del género, entenderlo desde adentro. Saber descifrar cómo funciona. Cuáles son sus códigos, que obviamente son distintos en el jazz, el folklore o la música contemporánea. Y cuando lográs descifrar todo eso, tenés que salirte para ser libre. Y eso tampoco es fácil. Porque muchas veces el músico termina siendo lo que otros esperan de él.
— ¿Cómo sería eso?
— Es algo que te pasa mucho fuera de tu país. Te catalogás a vos mismo de la manera en que los otros quieren verte. Por ejemplo, si estás en Nueva York te piden que seas auténtica, que seas más argentina. ¿Y eso qué significa? ¿Tengo que salir al escenario con el poncho y un mate en la mano? ¿Tengo que ser algo que en realidad no soy? Porque es verdad que soy argentina. Nací y viví en Buenos Aires y escuché un montón de tango. Pero también escuché un montón de punk rock y fui a ver cientos de recitales que no tenían nada que ver con el tango o el folklore. Y eso también es parte de mí. Entonces es al revés. Lo poco auténtico sería escaparte de esas influencias.
— Sofia ¿cómo sigue ahora el camino de Umbral?
— Ya lo estuvimos presentando en Nueva York en julio y en noviembre anduvimos por España y Portugal. Ahora en marzo vamos al Lincoln Center y otras salas de Nueva York. En abril estaremos en España y Alemania, en junio en Francia y en julio en algunas ciudades de Europa. Mi sueño es poder presentar Umbral en Argentina. Estamos viendo de organizar una gira en septiembre por Latinoamérica. Todo depende de la situación sanitaria. Sería hermoso que pudiéramos concretarla.
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