Falta exactamente una década para el bicentenario del nacimiento de Édouard Manet, uno de los grandes pintores de la notable escuela francesa, un rebelde que buscó el reconocimiento oficial bajo sus propias reglas, y una pieza clave, un artista bisagra, en la articulación entre el arte academicista y el impresionismo, por lo que se lo suele considerar como padre del arte moderno.
Qué lo hizo tan trascendental. En esta nota recorremos los hitos de su pintura y los aspectos biográficos fundamentales que marcaron una obra que sigue despertando admiración y que ampliamente criticada en su época. Quizá allí está la principal de las claves.
Manet realizó su primer acercamiento al arte gracias a su tío materno, Edmond-Edouard Fournier, quien lo llevaba a él y a su amigo del colegio, Antonin Proust, por los museos de la ciudad para que copien las grandes obras. Cursando en la esceula Rollin, se unió junto a Proust al taller de dibujo, pero fueron expulsados por pasar las horas produciendo retratos de compañeros en vez de objetos inanimados, como se les requería.
Manet forjó amistades destacadas fuera del ámbito de la pintura, que lo defendieron a capa y espada en los peores momentos, como Stéphane Mallarmé o Émile Zola, pero sin dudas fue Proust -periodista, corresponsal de guerra, pero sobre todo una figura de la cultura francesa, llegando a ser ministro de la cartera- quien más influyó en el reconocimiento del artista en sus años finales.
Como ministro consiguió que fuera nombrado Caballero de la Legión de Honor en 1881, dos años antes de su muerte, y luego logró que la prestigiosa Escuela de Bellas Artes preste su salones para la primera gran retrospectiva póstuma, que reunió a 13 mil personas, y permitió que su obra comience a viajar por el mundo, sobre todo a EE.UU. e Inglaterra.
Y fue en EE.UU., con muestras en Chicago, Nueva York, Pittsburgh y Cleveland, donde su nombre quedó asociado para siempre al impresionismo, ya que además de las puestas individuales tras el éxito parisino, regresó para muestras corales con otros artistas de las época bajo el rótulo del movimiento surgido a finales del XIX.
¿Pero fue Manet un impresionista? Más no, que sí. Tuvo relación con los impresionistas, pero no fue parte del grupo. Es más, cuando estos hacían sus hoy históricas exposiciones no participaba de ellas y realizaba muestras propias, pagadas de su propio bolsillo. Manet quería ser reconocido por los referentes del Salón oficial por sobre todas las cosas, por el sistema, y tuvo premios y mostró muchas obras, como también otras fueron rechazadas.
Tampoco negó la técnica del momento, ya que en su legado hay varias obras de tintes impresionistas (Carreras de Longchamp, Claude Monet con su esposa en su estudio flotante, Pareja en el Pere Lathuille, etc), incluso de plenairismo, a partir de su amistad con Claude Monet. Estamos hablando de una época de mucha búsqueda, algo esencial en el espíritu artístico, y Manet era un buscador, eso sin dudas.
Pero Manet quería el reconocimiento a su manera, no a cualquier precio, y eso fue lo que llevó a realizar una serie de obras escandalosas, destrozadas por la crítica, que causaban risa a los visitantes y que son, justamente, algunas de las más reconocidas de todo su trabajo, como Almuerzo Campestre y su Olympia, ambas de 1863.
Retrocedamos. Este hijo de familia acomodada, del que se esperaba que estudiara derecho -su desempeño académico bajo le cerró las puertas- o que fuera parte de la Academia Naval Francesa -falló en el ingreso, realizó un viaje a Brasil como marino mercante para sumar experiencia, pero a su regreso volvió a fracasar en los exámenes- estudió seis años en el taller de Thomas Couture, un pintor academicista de enorme técnica pero sin imaginación, con quien tuvo una relación conflictiva. Manet detestaba la pintura histórica, y su profesor odiaba a su alumnito nacido en cuna de oro. De hecho, cuando le muestra Bebedor de ajenjo, se burla de él, rompiendo el vínculo para siempre.
Bebedor... (1859) fue su primera pintura con modelo vivo, un borrachín llamado Collardet y también su debut enn una larga lista de rechazos del Salón de París, aunque Delacroix se habpia interesado por el tema. Ese año también realizó Muchacho con cereza, otra obra con un modelo, que tuvo una historia terrible. El joven quinceañero, Alxeandre, que ayudaba al pintor en mandados, provenía de una familia muy pobre y se ahorcó en el estudio del artista. La tragedia inspiró La cuerda, de Baudelaire, en El spleen de París.
Al igual que sus hermanos, siendo adolescente, estudió música con Suzanne Leenhoff, una notable pianista holandesa que sería su amante en secreto por años, por lo que cuando anunciaron su casamiento, después de la muerte del padre del pintor, fue una sorpresa para familiares y amigos.
Suzanne le habría dado su único hijo, León. Y lo decimos en potencial porque Manet nunca lo reconoció como tal públicamente, de hecho la pianista siempre dijo que era su hermano menor y el niño llamaba “padrino” al artista. Algunos historiadores aseguran que podría ser hijo de otro Manet, Auguste, el menor de los tres hermanos, pero el artista lo utilizó como modelo en muchas piezas y en su testamento lo colocó como segundo heredero.
Aquellos primeros años Manet hace muchas réplicas como método de perfeccionamiento: Rembrandt, Filippino Luppi, Tiziano, Delacroix, Courbet, Daumier. Viajó mucho, España, Italia, Países Bajos, Alemania, todo el circuito. Pero son los artistas ibéricos los que más hacen mella en su estilo, como Goya, pero Diego Velázquez más que ninguno.
Y allá por mediados del 1800 la moda española es furor en la capital francesa y surgen Música en las tullerías, admirado por Baudelaire, Guitarrista español, que le valió una mención de honor en el Salón, Lola de Valencia, Victorine Meurent con traje de espada y otros.
En los años con Thomas Couture conoce a Meurent, otra presencia esencial en su vida. Reducida a la figura de musa por sus biógrafos, tratada como una alcohólica problemática, una prostituta díscola, Victorine fue modelo en ocho de sus obras, entre ellas las paradigmáticas Almuerzo Campestre y su Olympia, y en la maravillosa Ninfa sorprendida (el cuerpo es de Suzanne), que se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina.
Maurent además de modelo fue pintora, pero su rastro fue borrado de la historia y apenas se conservan cuatro cuadros que muestren su talento. Participó del Salón de París, pero el hecho de haberse mostrado desnuda en estos cuadros le habrían jugado en contra en sus intentos de hacerse un nombre en el camino del arte, por lo que en la construcción mitológica, basado en el rechazo de entonces, se la colocó en un lugar olvidable, de vana figura decorativa.
Ahora, sobre Almuerzo Campestre y su Olympia, ¿por qué fueron escandalosas? Almuerzo... fue realizado para el Salón del ‘63, pero rechazado por un jurado en el que se encontraban Meissonier, Ingres y Delacroix. En la obra además de Maurent (el cuerpo es de Suzanne, su esposa), aparecen el hermano de Manet, Gustave, y su futuro cuñado, el escultor holandés Ferdinand Leenhoff, y la inspiración viene del Concierto campestre de Tiziano y El juicio de Paris, grabado de Raimondi.
La obra sí fue colgada en la histórica primera muestra del Salón de los Rechazados. La pieza tiene elementos conocidos, como un desnudo, naturaleza muerta y paisaje, pero si se la observa bien no existe una unidad compositiva, cada figura parece estar en la suya, como si fueran un collage, por lo que resultó chocante esa desconexión narrativa que producía una ruptura con lo conocido, y eso era problemático, amenazante para los estándares, y por ende peligroso para el arte.
Cuando presentó Almuerzo... solo habían pasado 2 años desde su primera participación en el Salón oficial con Guitarrista español, y uno desde que había conocido a Victorine. El salto había sido enorme. Por eso, cuando Olympia sí fue aceptada para el Salón del ‘65, con el rechazó que también generó, resultó natural el acercamiento de los jóvenes impresionistas hacia este artista que ya tenía mayor renombre que ellos, y que comenzó a participar de las charlas del Café Guerbois, cuna del movimiento.
En Olympia presenta una versión moderna del desnudo recostado, una Venus de Urbino pero sin el aura renacentista, ni mitológica, ni legendaria, solo vulgar. La mujer, Meurent, que ya era una modelo reconocida a partir del escándalo de Almuerzo Campestre, era una cualquiera, una hija del pueblo, que no busca seducir ni mostrarse majestuosa, sino que está allí con cierto aire altanero, con una mirada indiferente, descarada, lo que despertó una crítica impiadosa y se la comparó con el plato faisandé.
En el ‘67 se realiza la Exposición Universal, otra vez el rechazo, esta vez por Ejecución de Maximiliano. Decide así armar un espacio contiguo donde cuelga 50 pinturas y pide prestado dinero a su madre. Otra vez la burla, el escarnio de una crítica -en especial de Théodore Duret, defensor e historiador de los impresionistas- y una férrea defensa de Zola.
Regresa al Salón oficial en el ‘69, año en que toma a quien fuera su única alumna, Eva Gonzalès, hija de un notable escritor, y a la que le recomendaron no “ser el títere” de su maestro si quería prosperar. Pero Gonzalès, quien posó para obras del pintor, permaneció lo que pudo allí, hasta que debió irse por los conflictos con Berthe Morisot, amiga y compañera de estudio de Edouard y esposa del Manet del medio, Gustave.
Cansado, Manet se bate a duelo con el crítico Edmond Duranty, quien disfrutaba de maltratar verbalmente su trabajo en las charlas en el Guerbois, frente a sus colegas impresionistas, y que termina con heridas leves del también novelista.
Las ventas mejoran bastante y para el ‘73 tiene al fin su primer gran éxito oficial: Le Bon Bock o Retrato de Émile Bellot, una pieza beatificada de litógrafo con fuertes reminiscencias a Franz Hals, por lo que sus colegas contemporáneos odiaron la pieza, lo acusan de haber perdido el vigor en favor de una técnica de “gran maestro”. Fue tal el suceso que se hicieron reproducciones para teatros e incluso se fundó una asociación con ese nombre.
Al año siguiente comienzan los síntomas de la ataxia, presuntamente como efecto de la sífilis, pero salvo en contadas ocasiones rechaza recibir tratamiento y el deterioro, que lo llevará a dejarlo casi inmovilizado para el ‘83, año en que le amputan la pierna izquierda por una gangrena y muere.
Durante el deterioro, Manet recibe su segunda medalla de honor en el Salón por Pertuiset, cazador de leones (en el Museo de San Pablo), una obra sobre el explorador de la que no se sabe con certeza si el modelo posó y en el que el fondo está tomado del jardín de la casa del artista. Este galardón le supuso poder exponer en los próximos salones sin tener que necesitar la aprobación del jurado lo que, una vez más, despertó la furia de los críticos de entonces.
En el ‘81 realizó otra de sus obras maestras y quizá su cuadro más conocido en la actualidad: El bar del Folies Bergère, una pieza de corte impresionista, que celebra la vida contemporánea, con la camarera Suzon en el centro de la escena.
Sin dudas, una obra vibrante, fresca y plena de vida, en la que a partir de un gran espejo se revelan desde los pies de un trapecista, un enorme candelabro que alumbra la vida ruidosa y populosa de la nocturnidad de lugar. El cuadro no fue hecha in situ, sino que la modelo posó en el estudio del pintor, por los problemas de movilidad ya comentados. También en el reflejo aparecen amigos del artista como Mery Laurent, Gaston Latouche y Henry Dupray. Presentado en el salón del ‘82, la pieza gozó del favor de la crítica y el público. Esta fue la última gran obra de Manet, a partir de allí su producción se basó en retratos y naturaleza muerta.
Manet quedó en la historia por seguir sus impulsos creativos y, a la vez, fue reconocido en su tiempo solo a partir de obras más bien sobrias, que no son justamente las que trascendieron en el tiempo. No estaba equivocado, entonces, en eso de que querer doblegar al sistema a su manera, aunque en vida no pudo comprobarlo.
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