Cristina Bajo, una de las escritoras más leídas del país a partir de la saga de Los Osorio, bestseller con el que devino referencia de la literatura romántico histórica, fue la inesperada ganadora, a los 84 años, del Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes, y en este comienzo de año revisita la vasta biblioteca de su casa del barrio cordobés de Alto Alberdi, donde está confinada desde el principio de la pandemia, en 2020, sin contacto con nadie, por problemas personales de salud, para referirse a su carrera, a la actualidad de la literatura en Argentina y escapar de los lugares comunes sobre la vejez.
“Tengo una insuficiencia cardíaca por la que me habían pronosticado la muerte hace 25 años y todavía estoy viva. Conmigo trabaja una familia que viene casi todos los días, la mamá y las chicas, y que está casi confinada también. Uno de mis médicos me decía que sí, que me vacune, y el que me atiende la parte del corazón y de los remedios me decía que no estaba muy convencido. Entonces opté por no hacerlo y cuidarme, quedarme en la casa. La Navidad la pasé sola. Iban a venir mis hijos, pero nos hemos saludado vía zoom”. Así comienza el diálogo con Bajo (Córdoba, 1937). Frente a la pantalla. En la mesa que funciona de escritorio, de la habitación de la biblioteca.
Bajo tiene casi 30 libros publicados y casi 10 premios ganados. Fue maestra rural, librera, administrativa en un colegio técnico, madre de dos hijos, ex esposa, escribió durante 30 años antes de publicar en una editorial, inventada por un amigo justo para eso, su primera novela. Tenía 58 años, corría 1995 y Como vivido cien veces se transformó en su primer bestseller. Así abría la saga de Los Osorio.
—Hiciste un libro, Elogio a la cocina, una autobiografía a partir de recetas famosas de cocineros famosos, que ganó el premio a la mejor edición 2008-2009 de la Cámara Argentina de Publicaciones. ¿Sigue siendo tu preferido?
—Sigue siendo mi preferido. ¿Cómo te diré? Yo tengo divisiones para lo que hago. Yo sé que mi mejor libro de narrativa, por la edad que tengo no creo que pueda superarlo, es Sierva de dios, ama de la muerte, o como se llama ahora, El jardín de los venenos. Históricamente lo que he hecho con las novelas de Los Osorio creo que está muy bien, porque es muy difícil sostener personajes a través de varias décadas (tres) y llevarlos de principio al fin que vos le ponés. Llevé bien la historia, aún estando en contra de muchas cosas a mí me han hablado descendientes de rosistas, de la familia Lagos y del general Paz, o sea, unitarios y federales, y me han felicitado. Quiere decir que algo hice bien. Se sintieron reconocidos y eso que estoy hablando de dos posturas políticas muy enfrentadas.
Después de eso lo que más me gustó fue el libro de la cocina. Ahora ya no cocino tanto porque me cuesta estar parada, pero me encanta cocinar e inventar, eso me lo pasó mi madre. Ese libro tiene un premio a la edición y yo fui la que puso cada dibujito, la que elegí el formato, la tapa, hasta la letra. Editorial Sudamericana puso esas hojas marmoladas pero cuando me pusieron un faisán muerto en la tapa, dije esto no va andar y como venía juntando imágenes hacía mucho tiempo, lo armé yo. Ese libro me hizo muy feliz, pude poner cosas familiares, recetas viejas, cosas históricas y de literatura, una especie de autobiografía y una biografía también bastante intelectual, porque por ahí van pasando todos los autores, el cine, pintores. Todas esas cosas son un poco como un rejunte de mi vida.
—Parecieras una gran coleccionista de libros. ¿Cuáles son los títulos más preciados de tu biblioteca?
—Ahora te diría que Los cangrejos, un librito que parece de papel de diario, de 1870 más o menos, miserable en alguna medida y con una historia muy tonta, pero para mí muy especial porque se lo trajo mi abuela paterna desde España, sin saber leer ni escribir, y me pedía que se lo leyera. También tengo una edición que salió en vida de Dickens, que me trajo un amigo de Inglaterra. ¿Viste esa película que es la vida de esa joven que era la amante de él –La mujer invisible–, que cuando Dickens muere ella termina casada con otro y se ve la biblioteca atrás, con todos los libros azules? ¡Es esa colección! ¡Cuando lo vi ahí me quería morir, ahí me avivé!
—¿Qué estás leyendo ahora?
—Un librito de la colección de El séptimo círculo, pero de cuando El séptimo círculo era modernoso, ya no era de Borges y de su amigo. Es un librito de B.M.Gill, Víctimas (1982), que estoy leyendo como para tomar nota de una novela policial de época que quiero hacer. No estoy segura de si es una mujer o un hombre quien escribe, son relatos policiales muy intrincados que generalmente tienen chicos perversos y muy inteligentes.
—¿Te pasaste al policial?
—Quiero escribir una especie de novela policial del año 1640 en Córdoba que no sea histórica. Voy a aclarar al principio que es una novela de época, que no se detendrá en hechos históricos específicos, por decirte: te voy a describir la iglesia del 1800, que es la que ya sé cómo es. La idea empezó a andar cuando descubrí que la palabra forense existe desde el año 1500 y que significaba “el que atiende muchos casos, muchas cosas y puede dilucidar problemas”. O sea que ya existía ese término para ciertos médicos y para ciertos médicos mercedarios, por eso hice mercedario al cura que protagonizará esta historia. Ya tengo escritos dos o tres capítulos, y si fuera un libro que fuera a salir en tomos ya tengo tres crímenes: dos prostitutas que desaparecen de una casa de lenocinio, un muerto que aparece en el hospital Santa Olalla, el anterior al primer hospital de Córdoba que fue el de San Roque, y un ahorcado que aparece en un convento.
—¿Qué te atrapa del género negro?
—Es lo que más he deseado escribir y quiero ver si lo consigo. Descubrí que entre los mercedarios, que habían sido soldados primero, había un forense, y dije “esta es la mía”. Ahora estoy leyendo a B.M. Gill como para meterme en lo que es un misterio, libros de historia, novelas viejas, a Dickens, que cada 10 años lo vuelvo a releer porque es el gran creador de personajes y situaciones y siempre me emociona, y a las inglesas que me gustan tanto del siglo XIX.
—Vas a llevar dos años confinada en tu casa, ¿qué pedirías para este 2022?
—Para el 2022 pediría lo que históricamente ha sucedido por milenios: que acabe la pandemia. En la época medieval, sin vacunas, la pandemia duraba tres años en cada país. Yo desearía que, como ha pasado por milenios, este sea el último año, y que ya a partir de acá podamos relajarnos un poco y hacer la vida social que nos hace bien. Estoy que no quiero salir ni a la calle y tengo miedo de que esa sensación me dure, pero la sensación de libertad va a ganar, después de eso vamos a querer salir huyendo hacia todos lados adonde no fuimos estos años.
—¿Qué lectura propondrías para este momento?
—Propondría volver a leer Fuego de juventud, es un libro ingenuo donde actúan chicos pero es para adultos. Tiene cosas muy modernas, la madre de la protagonista fue la primera mujer que batió el récord de cruce a nado del Canal de la Mancha, superando el tiempo de tres campeones, y a partir de ahí se permitió a las mujeres intervenir en este campeonato de natación. Las lecturas ingenuas, si no caen en una cosa tonta, me gustan, estoy harta de la malicia. Es una tendencia de época victimizarse demasiado, me gustaría que viéramos las cosas más razonablemente, aunque por otro lado, pienso, recién al final de la vida me he enterado de cosas muy feas que han pasado en la casa de amigas mías y de las que nunca se habló. Cada familia tiene algún secreto, alguna historia fea, pero también tiene un montón de cosas lindas.
—¿Qué libros son los que hoy te permiten ver las cosas con un poco de distancia?
—Últimamente me está ayudando mucho Jung, es la parte mágica que me encanta de la vida. Habla de los signos astrológicos, la reencarnación, las coincidencias y los sueños. Él estaba tratando a una nena que tenía cáncer y el último sueño que tuvo la chiquita fue que entraba en un bosque, que se sentía bien en ese bosque, se sentaba al pie de un árbol y de pronto sentía que se convertía en tierra y se unía a las raíces del árbol. Murió a los días. Decime si no fue un sueño premonitorio, una chica de siete años no te va a mentir y Jung tampoco. El hecho de creer, o al menos de estar dispuesta a aceptar algo fuera de lo común es lo que te permite verlo.
—¿Cómo definirías la vejez?
—Tengo un sentimiento muy positivo hacia lo viejo. En mi casa la mayoría de las cosas que tengo son viejas, muebles que hizo mi papá al casarse, artefactos de cobre que había comprado mamá. Contra lo viejo no tengo nada. Lo único que me molesta de la vejez es perder cierta autonomía, ya no puedo salir a la calle si me falta una de las chicas que me ayuda en la casa. Por otro lado, he conseguido hacer una red de distinto escalafón de afectos y necesidades con gente que quiero como si fuera mi sangre: la vejez para mí es eso, la experiencia es otra cosa, depende de la vida que te tocó vivir, y la vida un poco es lo que consigues hacer de ella, lo que te legan tus padres y lo que el mundo te atropella.
“Hace 200 años que la gran lectora en el mundo es la mujer”
“A mí escribir me ha salvado, nunca me importó lo que me dijeran en contrario los lectores”, dice Cristina Bajo, quien a la hora de agradecer uno de los mayores reconocimientos que recibió en su carrera, el del Premio a la Trayectoria del FNA, a las primeras que nombró fue a sus seguidoras: “Se los ofrezco a ustedes, mis lectoras, que son las que me visibilizaron con sus lecturas”, posteó en Facebook cuatro días después de haberse enterado de la noticia, una vez superada la conmoción.
“Apenas salido Como vivido cien veces dos estudiosas cordobesas quedaron admiradas por las voces que aparecían en la novela, y su observación fue que sin eso el libro hubiera sido un novelón ¡Y si eso era lo que yo quise escribir siempre, un novelón al estilo de Lo que el viento se llevó! Habían quedado admiradas por cómo había usado yo el idioma –cómo hacía que los negros esclavos hablaran de una manera entre ellos y de otra frente al amo, el lenguaje de la Justicia que tomé de cartas y actas capitulares del época– y su pensamiento fue ‘el libro es magnífico, pero es un novelón, qué lastima´. Nunca me dolió, eso es lo que yo quise escribir, un libro que llegara a todos”, dice.
—¿Existe un prejuicio?
—Algunos de los considerados mejores libros nuestros son libros que no ha leído nadie. Es como el Ulises de Joyce, es el libro más criticado, sobre el que se ha escrito más veces y el menos leído de todos. Existe ese prejuicio, lo que es inentendible, eso es lo grande, lo otro es para mujeres, para lectura fácil. Pero la lectura fácil es la que te mantiene cuerda, es la que hace que cierres el libro y te duermas con el pensamiento agradable de que la gente puede amarse, de que el amor puede llegar a tu vida, de que llegaste a ser visibilizada. Eso te lo da la novela romántica, te hace bien mentalmente.
—¿Por qué es un género con tantas lectoras adeptas?
—La literatura inglesa me interesa muchísimo porque prácticamente los géneros literarios nacieron ahí. Yo nunca pude encontrarlo en la literatura española, y eso que mi madre tenía muchísimos libros de novelas de la época y muchas históricas lindas, nunca pude encontrar una especie de Jane Eyre, una Jane Austen, una Charlotte o una Emily Brontë. Sí encontré algunas que hacían naturalismo, que eran muy buenas, pero les faltaba ese toque de sutileza, sentimiento y romanticismo que tenían las inglesas. La literatura del siglo pasado y un poco la del presente gira mucho en torno de lo británico, dentro de la novela romántica histórica hay cosas muy buenas y otras deleznables, pero casi todas de mujeres, y cuando empiezo a leer la literatura que empieza a llegar a la mayor cantidad de lectores es la de las mujeres inglesas. A partir de ahí, la clase media inglesa es la gran lectora, compuesta en un 80% por mujeres, lectoras. Históricamente, en 1870 más o menos, siguió siendo más o menos la proporción igual: es algo así como un 90% de mujeres la que más lee y la que más lee este tipo de novelas. Y el porcentaje en el mundo sigue siendo más o menos igual: la gran lectora es la mujer y una de las mayores ramas de la literatura que lee es la novela romántica y la histórica. Eso no se visibiliza así, pero se está manteniendo hace 200 años. Gran afluencia de mujeres, y mirá que no soy de estas feministas modernas, soy feminista de la época de mi mamá, todo por mérito, a la inglesa. Y lo que me cuesta hacer leer novela a los varones de mi familia. Leer novela ayuda muchísimo mental y emocionalmente para manejarte en la vida, te da respuestas más rápidas.
—¿Qué diferencia encontrás entre ese feminismo que referís y el actual?
—Mirá, tuve hermanos. Seis éramos. Andábamos a caballo juntos, recorríamos la sierra, hacíamos aventuras, nos gustaba jugar a los cowboys y al Príncipe Valiente, entonces el hombre siempre me ha parecido una persona fascinante y un ser humano atractivo. Yo no creo en denigrarlo.
—¿Creés que leer está sobrevaluado?
—Hay una sobrevaloración en el sentido de qué leés, y en una revista hogareña de época podés encontrar de todo para escribir una novela histórica por ejemplo: cómo se visten, qué no usaban, cuál es el léxico, qué poemas se leían. Hay muchas formas de leer. Por otro lado hay gente que lee cosas sesudísimas y a lo mejor la ayudan filosóficamente. A mí la lectura me ha hecho sumamente feliz, aprendí a leer antes de ir al colegio, lecturas que te dan bases de vida. Libros como los de Anne la de tejados verdes ayudan una barbaridad, pero la adaptación a la tele no me gustó nada, hay cosas imposibles de que hayan ocurrido por una cuestión de época, y eso no lo aclaran. Para mí hay distintos formatos de narrativa que ayudan. A veces tengo que preparar una clase, una nota para un diario o escribir algo para mí misma y necesito ver tele, algo que me guste entre una cosa y otra. Yo digo que es el escobillón del mate. Hay que saber encontrar la enseñanza en todo.
Fuente: Télam.
SEGUIR LEYENDO