Gabriel García Márquez pidió jubilar la ortografía, “terror del ser humano desde la cuna”, en su célebre discurso pronunciado en Zacatecas. “Enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver”, reclamó el premio Nobel de Literatura.
Unos años atrás, el periodista y escritor Álex Grijelmo opinaba en El País: “Quien tiene un problema de ortografía no sufre solamente ese problema. Los errores con la puntuación o las letras van siempre asociados a una deficiente expresión sintáctica y a un vocabulario pobre. La ortografía es el mercurio que sirve para señalar la fiebre. Se podrán abolir las haches y las tildes, como propuso García Márquez, pero no por romper el termómetro bajará la temperatura”.
Santiago Kalinowski puntualiza en entrevista con Infobae Cultura que la ortografía en sí no es más que “un código convencional”. Y cita el ejemplo de Roberto Arlt, “quien escribía de manera brillante con errores de ortografía”. Sin embargo, aclara que la buena ortografía “viene de la frecuentación de los textos, que hace que las personas sean más competentes en la lectura y la escritura. De modo que no suele darse el caso de una persona que escriba muy bien, con mucha claridad y capacidad de síntesis, y tenga muchos errores de ortografía”.
Entretanto, las normas ortográficas, lejos de disfrutar de su jubilación, interactúan en escenarios que presentan nuevas complejidades. Desde las redes sociales a las aplicaciones de mensajería instantánea, donde reina una profusión de emoticones y abreviaturas. Lejos de los tiempos de la imprenta, cuando la escritura debía superar muchos filtros antes de su circulación pública, las palabras escritas se multiplican a toda velocidad.
El director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas (DILyF) de la Academia Argentina de Letras señala que, “lo que los hablantes hicieron toda la vida oralmente, a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías lo están haciendo por escrito. Es decir, es necesario poder tener por escrito una conversación vulgar, una conversación coloquial, una conversación neutra y una conversación formal. No solo neutro-formal como era antes, cuando había que ir a la imprenta. Hoy la escritura que tiene circulación pública abarca todo el abanico y esa es la gran novedad que introducen las redes sociales”.
El lingüista y lexicógrafo especifica que no porque alguien utilice “una ortografía no canónica en el WhatsApp tiene mala ortografía. Va a ir variando su codificación ortográfica de acuerdo con el contexto en el que está escribiendo. La persona que es competente sabe que no puede usar la ortografía de WhatsApp en el examen de la universidad o en el currículum”.
“Cuando uno ve ‘casa’ escrito con ‘k’ en un chat, no es que esa persona no conoce la ortografía de ‘casa’, porque no hay palabra más fácil de escribir. No hay ningún conflicto ahí, no es que se equivocó. Lo que hizo fue alterar, intervenir la ortografía”, para adoptar un registro informal. Y agrega que el hablante tiene muchos recursos: el tono de voz, la expresión, la cara, las cejas. “Esa necesidad que antes estaba limitada cuando la escritura pública debía ir a la imprenta, ahora se volvió una necesidad comunicativa por escrito”.
Kalinowski explica que entonces “aparecen nuevos códigos ortográficos, aparece una codificación ortográfica”. “Todos sabemos lo que significa poner llorar con ‘sh’, tiene un valor expresivo. Hay un matiz comunicativo que aparece cuando uno interviene la ortografía. Entonces ese código intervenido empieza a ser compartido por los hablantes y resulta mucho más eficaz”.
Por lo tanto, “la misma persona que a la mañana da una conferencia, a la tarde habla con su jefe y a la noche se enoja con el árbitro es capaz de cambiar su registro en esas distintas situaciones comunicativas sin ningún problema. Consecuentemente, si una persona escribe un contrato a la mañana, una nota para el consorcio a la tarde y después escribe un tuit y chatea con los amigos, puede ir usando distintos códigos ortográficos que sean adecuados a esas distintas situaciones de enunciación”.
Infobae Cultura también dialogó con Laura Rajchman, de @policía.de.la.ortografia, y con Natalia Imperiali, de @lacorrectoraok, creadoras respectivamente de estas cuentas de Instagram que detectan errores ortográficos y brindan recomendaciones para evitarlos. “Me hacen mal los errores de gramática y de ortografía”, se presenta Rajchman en su cuenta con más de 45.000 seguidores; mientras que Imperiali alienta a sus casi 20.000 followers: “escribir bien es fácil”.
Respecto de las nuevas tecnologías, Rajchman –traductora e intérprete de inglés y correctora de español– considera: “Creo que la comunicación por WhatsApp muchas veces no ayuda, porque la gente tiende a abreviar mucho todas las palabras. Además, el corrector del celular también nos juega en contra muchas veces. Por ejemplo, cada vez que quiero escribir ´mi casa´, el corrector me cambia ese mi y le agrega una tilde. Y, a veces, estamos muy apurados y no llegamos a releer lo que escribimos antes de enviarlo”.
Imperiali, traductora de inglés, correctora y docente, matiza: “Por un lado, ahora leemos y escribimos más que nunca. Por el otro, es cierto que la inmediatez nos ‘obliga’ a descuidar un poco la lengua. Son las nuevas reglas del juego y no creo que haya que indignarse, esa es una guerra perdida. Sí me parece importante saber en qué contextos hay que prestar más atención a lo que escribimos (un trabajo para la facultad, un mail de trabajo), además de tener curiosidad y ganas de aprender siempre. Eso solo ya es un montón”.
Dudas frecuentes, dudas insólitas: Del Scrabble a la milanesa y el flan
La Academia Argentina de Letras (AAL) ofrece el Servicio de Consultas a cargo de los lexicógrafos que integran el DILyF, tanto por teléfono como a través de un formulario online, para colaborar en la resolución de dificultades con las que suelen tropezar los hablantes.
Antes de la pandemia se recibían unas 2.000 consultas telefónicas anuales, detalla Kalinowksi. “Las consultas por correo electrónico rondan las 600 anuales. A diferencia de lo que predomina en las telefónicas, las consultas por escrito suelen requerir la elaboración de un informe más largo y complejo”.
Y destaca que, “por razones históricas, la ortografía y la corrección lingüística en general tienen un rol social muy importante en la manera en que se evalúan las personas y sus aptitudes. Por eso hay tanto escándalo si algún político comete un error de ortografía”.
El público que recurre al servicio de consultas es diverso. “Hay gente que ayuda a los hijos a hacer la tarea, hay hijos haciendo la tarea, gente que llama porque tiene una disputa en el Scrabble. También sucede que hay gente que se interesa muchísimo en esos temas y quiere que básicamente trabajemos de contestar sus preguntas, lo cual tampoco es el espíritu del servicio”. Y el lingüista aclara: “No es un lugar donde uno manda un texto y se lo devuelven corregido. Para eso hay que pagar un corrector, que es un profesional que se dedica a eso y hay muchísimos excelentemente formados en la Argentina”.
Rajchman, de @policia.de.la.ortografia, cuenta que le envían todo tipo de consultas. “Desde cómo se conjugan ciertos verbos hasta gente que quiere que revise algunos textos que se están por tatuar y quieren asegurarse de que estén bien escritos. También me llegan preguntas sobre tildes”.
“A veces me escribe una seguidora y me dice que hizo una apuesta con su novio sobre cómo se escribe algo y que soy la única que los puede ayudar a ver quién tiene la razón”. Entre las preguntas graciosas que le formularon, cita la siguiente: “Si digo ‘me comí una milanesa seguido de un flan’, ¿qué comí primero? ¿La milanesa o el flan?” Una duda que resolvió respondiendo: “Me comí una milanesa seguida (la milanesa) de un flan. Primero la milanesa y después el flan”.
Inicialmente Rajchman utilizaba un blog y Facebook. “Ahora la única (red) que uso es Instagram porque encontré muy buena interacción con la gente. Me sorprendió que tanta gente estuviera interesada en mi contenido. Lo empecé como algo para mí porque me hacía mal ver tantos errores, pero nunca me imaginé que iba a tener la cantidad de seguidores que tengo”.
Imperiali también recibe todo tipo de consultas, aunque le llegan más dudas relacionadas con la gramática que con la ortografía. @lacorrectoraok –asimismo está en Facebook, Twitter y LinkedIn– comenta que, aunque desarrolla más actividad en Instagram, “en todas las redes tuvo buena recepción”.
“Me sorprendió mucho porque no sabía que había tanto interés en el estudio de la lengua. Jamás me imaginé que iba a llegar a casi veinte mil seguidores...” Y apunta: “No me gusta la exposición en general, me da nervios pensar que tantas personas van a leer mis publicaciones. Igualmente, recibo siempre tanta buena onda que me dan ganas de seguir”.
Tildes, mayúsculas, puntuación & cía.
Kalinowski destaca que el español es relativamente transparente y su ortografía es bastante cercana a la pronunciación. “De modo que al mismo tiempo que es una enorme ayuda, trae aparejadas algunas trampas, porque hay momentos donde la pronunciación no ayuda, por ejemplo, para poner la hache. Entonces, como no suena, por ahí la olvidamos, sobre todo si está en el medio de una palabra, como ‘rehusarse’, ‘trashumancia’”.
Y el lingüista agrega que más o menos el 95 por ciento de los hablantes de español no distingue en la pronunciación la zeta, la ese y la ce ante “e” o “i”, a partir de lo cual también se generan muchos errores.
Otras faltas muy frecuentes se relacionan con el uso de las comas. “Algunas requieren cierto conocimiento sintáctico para saber dónde van, para no separar el sujeto del predicado. Uno tiene que tener conciencia acerca de cuáles son las estructuras que forman la frase y eso trae muchas dudas y suele ser fuente de muchas consultas también”.
Asimismo percibe “bastante ansiedad” respecto de las mayúsculas. “Hay muchas que son protocolares o de respeto. En general las recomendaciones que hace la ortografía de la Real Academia Española tienden a bajar lo más posible las mayúsculas, tratar de hacer que seamos menos ‘mayusculeros’”, señala el director del DILyF.
Kalinowski recuerda que la Ortografía de la lengua española (2010) recomienda suprimir ciertas tildes, pero hay mucha gente que se resiste. Entre ellos el miembro de la RAE Arturo Pérez-Reverte, quien no dudó en tuitear: “Sólo opino que no estoy solo cuando escribo sólo con tilde, lo que hago sin complejos cada vez que lo necesito; algo que, como escritor profesional que soy, me ocurre a menudo. A mí me enterrarán con las tildes puestas, demostrativos pronominales incluidos, que ésa es otra”.
Entre los errores más comunes, detalla Rajchman, de @policia.de.la.ortografia, “la mayoría de la gente dice y escribe ‘hubieron’ y ‘habían’ en lugar de ‘hubo’ y ‘había’”. “Uno de los errores gramaticales que escucho más seguido es el condicional mal conjugado. Cuando dicen ‘Si sería más joven...’ en vez de ‘Si fuera o fuese más joven...’”.
“Otro es la conjugación del verbo apretar. Mucha gente no sabe que debe decirse ‘yo aprieto’ y dicen ‘yo apreto’. Ahora está muy de moda decir ‘la primer dosis’ y la forma correcta es ‘la primera dosis’. Siempre que el sustantivo sea femenino, debe decirse primera o tercera. También hay una gran tendencia a escribir algunos monosílabos con tilde, como vio, dio, vi, fue y ninguno de ellos debe escribirse con tilde”, agrega.
Desde @lacorrectoraok, Imperiali afirma que se cometen muchos errores, “pero tampoco todas las personas pueden ser expertas en ortografía. Si no, no existiría la profesión del corrector. Es habitual confundir símbolos y abreviaturas, por ejemplo, decir las 18 hs., cuando lo correcto es 18 h, sin plural ni punto. También es común pluralizar las siglas (las ONGs, lo correcto es las ONG). El uso de prefijos suele generar dudas. También es frecuente encontrar errores de acentuación, pero algunas reglas han cambiado en el último tiempo, así que es entendible. Y la puntuación es un tema aparte, pero, bueno, la realidad también es que es menos fácil de lo que parece”.
En Signos de civilización. Cómo la puntuación cambió la historia, que acaba de publicar Ediciones Godot, el académico noruego Bård Borch Michalsen propone que, en pos de una buena comunicación, “se deben aprovechar al máximo las posibilidades que ofrecen los signos de puntuación: el reflejo a partir de un punto y coma, la reorientación cuidadosa y momentánea de una coma, la maravilla de un signo de interrogación, la expectativa generada por los dos puntos, la emoción que provoca un signo de exclamación, y, por último, la conclusión del punto”.
¿Se cometen más errores de ortografía que antes?
Kalinowski se muestra cauto ante esta pregunta y cree que se trata más bien de una percepción. “Es un poco difícil hablar de evolución diacrónica en la ortografía y en la corrección por escrito en general. No son muchos los estudios longitudinales que se han hecho, es decir, a lo largo de mucho tiempo, que permitan establecer eso con algún grado de certeza”.
“Lo que circula generalmente es la idea de que siempre se habla y se escribe peor y es una percepción que suele no tener nada que ver con la realidad y las prácticas de escritura en general”, aclara el director del DILyF.
Y menciona un estudio que se hizo a lo largo de 100 años, “que está en un podcast de dos lingüistas, que se llama lingthusiasm. Ellas citan un estudio longitudinal de un siglo que analiza la escritura, la ortografía, de los ensayos de ingreso a la universidad de 1910 hasta 2010″. Según Kalinowksi, esos resultados no reflejan en absoluto que se cometan más errores de ortografía que antes. “De hecho, hacia 2010, los ensayos son diez veces más largos y por lo tanto muchísimos más complejos y exigentes que lo que se pedía a principios del siglo XX”.
El lingüista subraya que lo que sucede es que “se está codificando una ortografía diferente para que las cosas tengan el aire de ser coloquiales, que uno, al leer algo en un tuit o en un chat, ya sienta que es una conversación como podría tener en la calle con un amigo. Poner todos los puntos, las tildes y las comas en un chat lo hace ver como excesivamente formal para el contexto donde está, de modo que los hablantes crearon nuevos códigos, muchas veces violando las reglas tradicionales de la ortografía, para crear ese registro de informalidad por escrito”.
A la pregunta de si los argentinos incurrimos en más errores que otros hispanohablantes, Kalinowski observa: “La ortografía finalmente es una gimnasia, que se va perfeccionando en la medida que uno se ejercita en eso, es decir leyendo y escribiendo mucho. No hay ninguna razón por la cual a priori un país deba tener peor ortografía que otro, a menos que haya un gran abandono de la lectura y la escritura, un colapso de las instituciones educativas, lo cual es un análisis para que haga alguien que se dedica a temas de educación”.
Imperiali, de @lacorrectoraok, considera que “es posible que la enseñanza de la ortografía ahora sea menos ‘estricta’”. “Mi abuela, por ejemplo, tiene grabadas algunas reglas a fuego. Pero no por eso me animaría a afirmar que ahora se cometen más errores. No me dedico a la investigación, así que sería irresponsable de mi parte decir que en Argentina cometemos más o menos errores. Suele haber una tendencia a creer que acá todo es peor, pero a mí no me consta”.
“De todas maneras, con total sinceridad, los errores de ortografía no me preocupan tanto como los problemas de comprensión de textos y escritura. Cada vez recibo más consultas por estas cuestiones y me parecen mucho más graves que confundir un símbolo con una abreviatura, por ejemplo”, opina.
Y desde @policia.de.la.ortografia, Rajchman cree “que se cometen más errores que antes porque la gente lee menos”. Y agrega: “Uruguay y Argentina son los únicos países hispanohablantes en los que viví, así que no sabría decirte de otros países. Una diferencia que encontré entre esos dos países es que en la Argentina muchísima gente dice ‘Voy de mi abuela’, entiendo que viene del italiano, pero no es correcto en español. En Uruguay no es común ese error”.
Autocorrectores: ¿aliados… o enemigos?
¿Y en qué medida los autocorrectores pueden salir al rescate de nuestra ortografía o, al menos, convertirse en herramientas útiles?
Según explica Kalinowski, pese a que se trata de una herramienta fundamental, “muchas veces nosotros sabemos más que el corrector. Y muchas veces sabemos más que el Diccionario de la lengua española, que a veces pone palabras en el diccionario como si fuesen generales y las usan solo los españoles”, como por ejemplo el verbo “abroncar”.
Por eso, propone recurrir “a los instrumentos sabiendo que uno es un hablante perfectamente competente de la lengua y que muchas veces el instrumento puede saber más, pero muchas veces uno puede saber más que el instrumento”.
El director del DILyF menciona el autocorrector de Google, “pésimo para establecer la concordancia”. “Nunca sabe con qué está concordando el adjetivo y el verbo, entonces uno no le puede hacer caso. Muchas veces uno va al Diccionario de la lengua española pensando que todo el saber está del lado del diccionario y el diccionario se equivoca mucho. En principio, porque los que lo escriben son hablantes de una sola variedad del español”.
Para Kalinowski, el gran problema que suele enfrentar la lengua es que, como “todos somos hablantes perfectamente competentes, nos hace pensar que somos también especialistas en lingüística y eso es completamente diferente. Una cosa es saber manejar el auto y otra es saber dónde está el carburador. Una cosa es ser usuario de la lengua y otra es saber lingüística. Esa separación en los debates lingüísticos suele estar borrada. La gente piensa que, por ser hablante, ya sabe lingüística, lo cual no es así”.
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