400 años de Molière, el padre de la comedia francesa que fue capaz de retratar el alma humana

La historia oficial registra el 15 de enero de 1622 como el día del nacimiento de Jean-Baptiste Poquelin, actor y dramaturgo cuya obra sigue resonando rabiosamente actual

Molière retratado por Nicolas Mignard, en el rol de César en "La muerte de Pompeyo", una tragedia de Corneille. (París, Museo Carnavalet).

Del mismo modo que Shakespeare y Cervantes representan la expresión más acabada del inglés y el español, decir francés es decir “la lengua de Molière”, el hombre que perfeccionó el arte de la comedia zumbona en ese idioma para tener alcance universal. Es cierto, como decía Harold Bloom, que no faltan otras voces para competir por semejante status, como su contemporáneo Racine -el otro gran autor galo del siglo XVII- pero son pocos los que alcanzaron la universalidad de Molière, cuyas obras cuentan con el privilegio de haber sido traducidas a múltiples idiomas y representadas a lo largo y lo ancho del planeta. A través de una treintena de piezas en verso y prosa donde se lucen la sátira y la observación crítica de las costumbres de su época, retrató con impecable precisión una serie de perennes arquetipos humanos.

Este 15 de enero el autor de El avaro llega al número redondo de los 400 años como aniversario de su nacimiento (si bien se estima que habría nacido uno o dos días antes, cosas de la época). Su acta de bautismo, recién hallada en 1820, estableció esta fecha que el mundo celebra. Por supuesto en Francia la conmemoración es una cuestión nacional, con representaciones teatrales, conferencias y actos que se extenderán a lo largo de 2022. También así será en otros países de Europa y en Estados Unidos, aunque con un perfil discreto dadas las prevenciones sanitarias ante la pandemia. La temporada Molière de la Comedia Francesa, fundada por Luis XIV siete años después de la muerte del comediante a partir de la que había sido su compañía, arranca este sábado con una reconstrucción de la representación original de Tartufo o el impostor, que solo fue interpretada una vez antes de sufrir una fuerte censura en su momento.

El grado de interés y reconocimiento por la vida y obra de Molière quedó demostrado en las últimas semanas con la campaña nacional, avalada por prominentes firmas de la cultura y la política, para que ingrese en el Panteón de París, donde descansan varios de los hombres ilustres de la nación. La petición despertó una vieja polémica de cara a las elecciones presidenciales de abril: mientras algunos candidatos sumaron su voz, el mandatario Emmanuel Macron aseguró que no está dispuesto a pasar por alto la norma que impide entrar al templo a personalidades nacidas antes del Siglo de las luces, el XVIII, con el que está asociado la construcción del edificio.

Al momento de su muerte el dramaturgo y actor corrió una suerte similar. Le fue negada una sepultura religiosa y solo pudo ser enterrado sin funerales, gracias a la intervención de Luis XIV. El oficio de comediante no era bien visto en aquel entonces por la alta sociedad y la Iglesia, tal como sucedía con herejes, ladrones y prostitutas. Sin embargo, Molière tuvo la estima de Luis XIV, quien disfrutaba de sus piezas y compartía la concepción de la comedia como una buena manera de corregir las costumbres del pueblo. Además, como el resto de la nobleza, alentaba las sátiras porque eran despiadadas con los nuevos ricos que querían imitar a los aristócratas. Incluso cuando representó Tartufo, un despiadado análisis de la hipocresía característica de los falsos devotos que debió vetarse por presión de los clérigos, el Rey Sol no le retiró su apoyo.

La obra de Moliere, Tartufo, es una crítica social a los falsos devotos. Foto: Colección Privada de S. Whitehead

Moliére provenía de una familia burguesa con vínculos con la corte y aunque decidió renunciar al cargo de tapicero (oficio que había aprendido de su padre, quien le prestaba sus servicios al rey), para dedicarse al teatro, nunca dejó realmente de pertenecer a la burguesía parisina. Probablemente entre la clientela que visitaba el negocio familiar, cercano al bullicioso mercado de Les Halles, comenzó a observar los caracteres humanos que representaría en sus obras. Pero el verdadero aprendizaje como comediante se gestó en las provincias por las que deambuló con su compañía teatral durante trece años, luego del fracaso rotundo de una primera empresa creada con su amada Madeleine Béjart, L’ Illustre Théâtre. Así debieron abandonar París por las múltiples deudas contraídas con sus acreedores.

Es curioso que a pesar de la fama que ganaría al regresar a la capital, no se hayan conservado sus manuscritos, ni su correspondencia o diarios. Acaso fueron destruidos o simplemente extraviados por sus herederos. Tampoco ayuda mucho su primer biógrafo, Grimarest, quien publicó en 1705 una Vie de Molière plagada de inexactitudes que alimentaron la leyenda en torno a Jean-Baptiste Poquelin, el nombre real del escritor. Todo lo que hoy se sabe de Moliére se debe a la tarea de eruditos, bibliotecarios e historiadores que buscaron pacientemente sus huellas en todos los archivos de París y las provincias. Apenas un recibo con su letra y otros cientos de papeles burocráticos subsisten como pruebas materiales que dan cuenta de los hitos de su vida. Aunque por supuesto se mantiene lo esencial del autor: sus piezas teatrales.

Sainte-Beuve, el influyente crítico literario del siglo XIX que estaba convencido de que la obra de todo autor es un reflejo de su vida (motivo por el que fue cancelado por Proust), dio tal vez una de las apreciaciones más contundentes: “Amar a Molière es curarse para siempre, no solo de la baja e infame hipocresía, sino del fanatismo, de la intolerancia y de la dureza, de lo que lleva a anatemizar y a maldecir (...) es estar seguro de no caer en la admiración satisfecha e ilimitada por una humanidad que se idolatra a sí misma y olvida de qué material está hecha y que, haga lo que haga, siempre será de una naturaleza frágil”. Eso no significa que uno deba convertirse en Alceste, su personaje de El misántropo que despreciaba la condición humana. Para Molière era importante poder ser capaces de reírnos de nuestros defectos y vicios y aceptarlos sin la pretensión de parecer algo distinto o esforzarse en serlo.

Willy Landin, régisseur y escenógrafo que concretó una memorable puesta de Las mujeres sabias en el Teatro San Martín más de una década atrás, a la que le siguió una adaptación de El burgués gentilhombre con Enrique Pinti en el rol del advenedizo Monsieur Jourdain, señala los nombres arquetípicos que dan título a casi todas las comedias de Molière: “No llevan el nombre de un personaje, como es habitual en el género trágico, sino que comunican estados de estupidez o de ridiculez humana que todos reconocemos. Aunque ese mismo tema si uno se sienta y reflexiona se convierte en tragedia”, le dice a Infobae Cultura.

El dramaturgo francés, que estudió a los clásicos latinos en el prestigioso Colegio de Clermont con los jesuitas, montó algunas tragedias pero sin mucha suerte. Lo suyo era la comedia, un género que en ese entonces –como en cualquier época– se acercaba al habla natural del pueblo, exento de las restricciones que imponía por entonces el estilo elevado del clasicismo francés.

"El avaro" de Molière, en la adaptación que llevó a escena Corina Fiorillo en el Teatro Regio, en 2017

Cuando fue convocado para adaptar Las mujeres sabias, Landin se encontró con que las traducciones disponibles no eran teatrales, ni siquiera la de Mujica Láinez, por eso se tomó el trabajo de traducir su versión. “Hay todo un juego de lenguaje con origen en la comedia de tradición italiana que tiene que ver con un sobreentendido y un doble sentido que hacían vivo a Moliére. No era solo gracia, sino también acidez y crítica social. Es muy difícil cuando uno traduce a estos genios que no queden en el bronce frases que no tienen sentido. Y en una comedia si los remates no tienen el tiempo necesario y la construcción de reloj que caracteriza a Molière, no funcionan”, explica el director de escena egresado del Colón. “Lo que es maravilloso son las situaciones que describe y que siguen pasando, pero hay que poder recrearlas de tal manera que resuenen con la contemporaneidad que tienen”, agrega.

Esa distancia entre el texto y el juego teatral que Molière ponía en escena también fue tenido en cuenta por Corina Fiorillo cuando adaptó El avaro, obra que presentó en 2017 en el Teatro Regio. “Hoy en día uno habla de clásicos y parece que se tuviera que vestir de etiqueta y ponerse muy elegante, como si fuera exclusivamente para un sector culto que entiende, cuando en realidad sus raíces provienen del teatro popular”, le comenta la directora a Infobae Cultura. “Lo más importante a la hora de adaptarlo fue pensar cómo hablaría hoy un Molière, recrear las acciones y el tipo de humor, porque después su estructura dramática facilita mucho el trabajo”, recuerda de aquella experiencia.

Para Fiorillo son textos populares que brillarían en un montón de formatos si se los llevara más seguido a escena. “Tienen absolutamente todos los pasos de comedia, ves cualquier obra de Molière y reconocés cualquiera de las comedias de enredo de puertas típicas de una época del teatro comercial”, describe, y agrega: “La crítica social a través de la fiesta popular y el humor, su reflexión y su acidez, creo que tienen una vigencia absoluta. Especialmente en El avaro, que es la persona que está agarrada al dinero más allá de cualquier otro valor. Lo que es capaz de hacer alguien por proteger sus bienes como si se tratara de un hijo y lo que eso desencadena en su entorno es de una actualidad contundente. La escena del banquete además muestra a lo que podemos llegar por aparentar una situación, que es el resumen y síntesis de nuestro Instagram, por ejemplo”.

No habrá este año en Argentina, al menos en principio, un homenaje a Moliére en los teatros públicos. La última puesta fue realizada en su propia lengua en el San Martín, como parte del programa internacional de 2019. El director francés Michel Didym trajo su exitoso espectáculo de El enfermo imaginario, una pieza que hoy en día luciría más fresca aún frente a las alarmas que enciende la incertidumbre de la pandemia. “No es la medicina lo que ataca sino lo ridículo de la medicina, es decir, la medicina que se toma a sí misma demasiado en serio, que no presta demasiada atención al hombre, la que se vende a un tratamiento tan violento que la gente muere no de la enfermedad sino del tratamiento”, le respondió Didym a Infobae en una entrevista.

"El enfermo imaginario", del director francés Michel Didym, fue presentada en el Teatro San Martín antes de la pandemia

“Es una obra en la cual concentró todo el savoir faire de una vida: puso comedia italiana, pero también un casamiento forzado, es decir, la obligación para su hija de desposar un médico porque tiene miedo a la muerte, hay también una historia de captación de herencia, es decir, comedia burguesa, y por supuesto filosofía. Estamos en el pensamiento elevado de Molière y del destino del hombre frente a la vida, frente a la muerte”, agregó entonces el director, quien además destacó el diálogo del enfermo con su hermano, en el cual Molière toma prestadas ciertas ideas de Montaigne y otros filósofos que han influenciado el espíritu francés.

El enfermo imaginario fue el punto final de Molière, que se desvaneció en el cuarto acto mientras interpretaba a Argán, producto de una tuberculosis avanzada y del agotamiento que le significó montar este trabajo y resolver todos los problemas que tenía en torno a su representación. Allí estaban reunidos todos los temas de sus obras principales. No es cierto, sin embargo, que murió en el escenario, sino unos días después. Tuvo tiempo para preparar su epitafio: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto, y de verdad que lo hace bien”.

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