Luego de pasar por los festivales de Cannes, San Sebastián, Guadalajara y Mar del Plata, El empleado y el patrón, la tercera película del realizador uruguayo Manuel Nieto Zas (Manolo Nieto), se estrenó en salas de Buenos Aires y en la plataforma Cine.ar (próximamente también estará disponible en Flow). Con un elenco que reúne actores como Nahuel Pérez Biscayart, Justina Bustos y Jean Pierre Noher y debutantes que provienen del mundo rural, la película relata un drama social en la frontera entre Uruguay y Brasil. Un trágico accidente tensa el vínculo -hasta ese momento, afable- entre los integrantes de dos clases antagónicas, montado sobre el agronegocio y las carreras de caballos.
Pérez Biscayart, cuya última participación en una producción rioplatense había sido con El prófugo, personifica a Rodrigo, un joven patrón de estancia con una vida moderna que no encaja dentro de los estereotipos del productor rural. En su búsqueda de peones para la cosecha de soja encuentra a Carlos (Cristian Borges), quien como él arrastra las responsabilidades de una paternidad joven. “Uno los puede entender como personajes en situaciones similares, si bien provienen de extractos sociales diferentes se necesitan mutuamente y hay algo que no los puede separar”, razona el actor.
Nieto Zas, que previamente trabajó como asistente de dirección en las premiadas 25 watts y Whisky, de sus compatriotas Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, y con Lisandro Alonso en Los muertos, también dialogó con Infobae Cultura sobre su obra.
–Como en tus otras películas (La perrera, El lugar del hijo), un tema presente en El empleado y el patrón es la dificultad del protagonista para asumir el lugar que le toca en la sociedad. ¿Cómo director te enfrentás a una incomodidad parecida al desplazarte lejos de la ciudad para filmar?
–Es cierto que en mis tres películas los protagonistas se debaten tratando de asumir su nuevo lugar en el mundo, pero yo como director no me enfrento a esa incomodidad. Al contrario, la ciudad me resulta terriblemente incómoda y poco inspiradora. A mí me gusta ir a descubrir algo a un lugar lejos, conocer gente, y en particular el mundo rural en profundidad, que ya vengo explorando hace varios años. Tengo ganas de seguir por el mismo camino para las próximas películas, no es que las vaya a hacer iguales, pero sí me gustaría tomar esos paisajes con algunos de los personajes que encuentro en el interior. No siento ninguna incomodidad en desplazarme al campo, al contrario, es puro confort.
–Otra constante en tu filmografía son las relaciones entre distintas generaciones y clases sociales, aunque siempre desde una perspectiva compleja que evita la esquematización. ¿Es un tipo de cine político?
–Los conflictos generacionales y entre clases sociales me parece que se dan sobre todo en esta última, en las películas anteriores no estaba tan marcado. Si bien soy consciente de las aristas políticas que tiene El empleado y el patrón, porque desde su título plantea la lucha de clases, yo me lo tomo como un McGuffin. Es un anzuelo que todo el mundo muerde pero en realidad lo que estoy tratando de hacer es una película de personajes, con dos puntos de vista y una construcción especular, con un desarrollo y un arco dramático bastante grande. No considero que hago cine político, me esfuerzo por hacer un cine de personajes, que construye tensión a partir del drama y la alternancia de los puntos de vista.
–Fueron casi ocho años entre el estreno de este film y el anterior, y hubo un intervalo similar entre aquel y tu ópera prima. ¿Qué es lo que ocupa más tiempo a la hora de producir tus películas?
–Estos ocho años entre el rodaje, el estreno de una y el siguiente se debe a que yo me dedico a hacer todo: soy el guionista, productor y director y hago un montón de otras cositas en el medio. Además trabajo de forma muy meticulosa y solitaria y dejo que la película encuentre sus tiempos. No las hago con mucho dinero, entonces uno compensa la falta de recursos con tiempo. Sobre todo es esperar que la película esté pronta y leve, no me dejo ganar por la ansiedad y también dejo trabajar a quienes se asociaron, los productores argentinos, franceses y brasileros. Con cada país se tarda un año en sacar la coproducción adelante y obtener las ayudas que necesita.
–¿Cómo viviste desde lo personal y como director la experiencia de haber estrenado la película en el Festival de Cannes?
–Cannes es como un sueño que casi todo director de cine tiene, y para mí fue un logro y una forma de culminar todo este proceso tan largo y sufrido también durante la última parte por el Covid. Mostrar la película en estos festivales hace que tenga su agente de ventas y que todos los productores estén contentos, genera expectativas de tener algún recupero de dinero. Aunque la verdad esta última edición de Cannes y las de todos los otros festivales donde fui (San Sebastián, Guadalajara, Mar del Plata) estaban pinchadas. No había nadie: yo estaba cruzado de brazos en la playa y no tenía reuniones. Estaba lleno pero de turistas, no estaba el mundo del cine. Al limitarse las actividades sociales por los protocolos sanitarios no hubo muchos encuentros.
Nahuel Pérez Biscayart, quien este año trabajó en Un año, una noche, de Isaki Lacuesta, sobre el atentado de la sala Bataclan en París, también dialogó con Infobae Cultura.
–Los protagonistas pertenecen a entornos distintos pero logran cierta complicidad. ¿Se dio un entendimiento parecido con Cristian Borges, el coprotagonista de esta historia, quien no proviene del mundo de la actuación? ¿Cómo te resultó esa experiencia?
–Yo no diría que Cristian no proviene del mundo de la actuación, porque él es jinete y se muestra frente al público. Eso le da un sentido muy claro de la performance, quizás no en el sentido de la actuación cinematográfica pero sí tiene un conocimiento y una aptitud muy clara en relación al ejercicio de hacer frente a cámara o frente a un otro que mira. Fue muy hermoso ver cómo rápidamente entendía los códigos y la dinámica del set. Es muy observador y si bien uno desde afuera podía pensar que no tenía experiencia, fue inspirador ver cómo su inteligencia se ponía en práctica y generaba contacto y presencia enseguida.
Fue muy luminoso nuestro encuentro, se dio un entendimiento más humano y es lindo también haber compartido momentos, visiones y curiosidades de uno y otro. Creo que algo de eso se refleja en la película, o al menos espero que el espectador lo note.
–¿Qué es lo que te interesó del guion a la hora de sumarte a este proyecto? ¿Conocías el trabajo de Manolo?
–Lo que a mí me interesa de los proyectos a veces no es muy fácil de poner en palabras. Son entendimientos más sensibles e inexplicables, pero en este caso sentí una atracción bastante inmediata. El guion lo leí de un tirón y eso en general es buena señal. Había visto una de las películas de Manolo y me pareció interesante yuxtaponer lo que había leído con lo que había visto. Sentí que conservaba todo su universo y su aparente sobriedad, su horizonte de campo y de observación de personajes, todo eso mezclado con una narración compacta que generaba tensiones y un arco narrativo mucho más concreto que en sus otras películas. Me interesó especialmente que sus personajes no se muestran solo en función de la trama, sino que esta permite que vivan y transiten situaciones de manera muy libre.
–Aun con las dificultades del personaje para asumir su propio lugar, te tocó el rol de un hacendado, algo casi opuesto al lumpen que hacías en Lulú, por ejemplo. ¿Cómo te sentiste?
–Fue un poco gracioso porque cuando Manolo me mandó el guion, naturalmente yo no me reconocía en el personaje y no siento que sea un tipo de personaje muy cercano a mí ni fácil de hacer. Pero creo que en esa distancia y en esa tarea de intentar acercarse a ese papel, se genera una lucha entre el actor y el personaje que en este caso también tiene un poco que ver con la lucha del protagonista con su mandato familiar y con sus propias exigencias y temores. En ese paralelismo creo que se produce un interés para el que mira.
También se trata de una película de director, muy sintética y con muchas elipsis y momentos no contados. Entonces el desafío fue conectar con los demás actores en situaciones que ya de por sí estaban cargadas de sentido y cómo hacer para no resaltar cuestiones que estaban presentes en el guion. Manolo no es un director de actores que se obsesione con los personajes en sí. Creo que una vez hecho el casting, él ya sabe lo que el elenco puede dar y se dedica a filmar casi de manera documental la ficción que se le presenta frente a la cámara. Por eso no sentí que me estaba haciendo cargo de un personaje con un peso y una complejidad especial.
–¿Volver a actuar en tu propio idioma y en este lado del mundo te aporta una satisfacción especial en este momento de tu carrera, de mayor exposición internacional?
–Siempre es lindo volver por estos lados y cuando uno lo hace con una misión es excitante porque se vuelve de otra manera, con una energía que está teñida de la actividad en la que uno se embarca. Pero el Río de la Plata es tan internacional como Europa o cualquier otro lugar en el que haya trabajado, es parte del círculo en el cual tengo la suerte de poder trabajar. Me gusta pensarlo como un puerto más, y no bajo la idea de volver al origen. Podría decir que la satisfacción que me proporciona venir a filmar a la región en la que me crié está ligada a esa distancia sana que es resultado de haber experimentado y vivido otras cosas y que permite una cuota de relatividad y valorar cosas que uno no valora cuando creció y vivió en un lugar.
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