Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta —para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente—; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así —cerrando la persiana—; la lata de la basura ya había sido sacada fuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadiscos se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchufada y producía el suave ronroneo habitual; la ventanita alta que da al pozo de aire estaba abierta, y el humo de los cigarrillos del día se escapaba, lentamente, por ella; cerré la puerta; en el living hallé una colilla en el suelo; la deposité en el cenicero de pie, que la sirvienta se ocupa de vaciar por las mañanas; en mi dormitorio le di cuerda al despertador, comprobando que la hora que indicaba coincidía con la del reloj pulsera en mi muñeca, y lo puse para que sonara media hora más tarde a la mañana siguiente (porque había decidido suprimir el baño; me sentía un poco resfriado); me acosté y apagué la luz. Por la madrugada desperté inquieto, un ruido desacostumbrado me había producido un sobresalto; me ovillé en la cama y me cubrí con las almohadas y me puse las manos en la nuca y esperé el final de todo aquello con los nervios en tensión: la casa se estaba derrumbando.
El autor
Jorge Mario Varlotta Levrero (Montevideo, 1940-2004) fue un escritor, fotógrafo, librero, guionista de cómics, columnista, humorista, creador de crucigramas y juegos de ingenio uruguayo.
Resulta difícil atribuirle algún género a su obra. El crítico uruguayo Ángel Rama lo incluye dentro del grupo de los “raros”, una corriente típicamente uruguaya de autores que no pueden encasillarse dentro de ninguna corriente reconocible, aunque tienden a una especie de surrealismo leve. Felisberto Hernández y Armonía Somers, junto con Levrero, son los nombres principales de este grupo. Estos autores no han generado seguidores de su estilo, y cada uno es una singularidad dentro de su género.
La escritura de Mario Levrero está fuertemente influenciada por la literatura popular, en especial por la ciencia ficción y las novelas policiales, géneros de los que fue un ávido lector sobre todo durante su adolescencia.
En su obra hay una fuerte vocación introspectiva que sigue una escalada desde lo más narrativo hacia lo más cotidiano. El autor explica que, inadvertidamente, a lo largo de tres décadas su literatura fue recorriendo el camino que va desde el inconsciente colectivo, reflejado en sus primeras novelas, pasando por el subconsciente hasta aflorar en la conciencia y permitirle describir lo que ocurre fuera de sí mismo.
Para el escritor argentino Mauro Libertella, quien delineó un retrato de Levrero en su libro Un hombre entre paréntesis, el uruguayo es uno de los escritores que definen el paso del siglo XX al siglo XXI; en el caso de Levrero, lo hace “desde la introspección, la primera persona, el encierro, una escritura si se quiere menor o minimalista. Sentía que él era alguien que interpelaba a mi generación, estaba siendo leído como una especie de maestro por escritores de mi misma edad y misma lengua”.
En 2016, el libro La novela luminosa de Mario Levrero fue seleccionado por la prensa española en la sexta posición como una de las mejores novelas de los últimos 25 años en idioma español.
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