Juan Ignacio Pisano: pandemia, gauchos zombis en la Patagonia y la ficción para sobrevivir

El autor de “El último Falcon sobre la tierra” (Premio Medifé-Filba 2020) acaba de publicar su segunda novela: “El viento de la pampa los vio”, premonitoria en más de un sentido

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Juan Ignacio Pisano
Juan Ignacio Pisano

Una pareja con su hija recién nacida. Vacaciones. Costa argentina. En la habitación del hotel que alquilan, la televisión muestra un médico. “Una pandemia cuyos alcances no pueden dimensionarse”, y agrega “que varios pacientes han llegado a rozar la locura, matando a familiares e incluso practicando el canibalismo”. “Hilario se acerca a la mesa, se sienta y arma un porro. Fuma, y mucho. Primero siente miedo (¿Qué pasa si el virus es tan terrible? ¿Su familia, sus amigos?) y después decide que debe prepararse para lo que sea”. El viento de la pampa los vio, la nueva novela de Juan Ignacio Pisano que publicó Baltasara no es tan nueva: la escribió antes que su debut literario de 2019, El último Falcon sobre la tierra, que lo consolidó ganador del Premio Medifé-Filba 2020. En la última hoja, a modo de firma se lee: “Buenos Aires, 31 de enero de 2017”. No tenía ni la menor idea que tres años y un mes después, algo de todo eso que imaginó se volvería real.

Hilario y Amalia, luego del nacimiento de Mara, experimentan la incertidumbre paternal, el deterioro de sus cuerpos y la soledad estando en compañía. Siguen juntos pero cada cual se erosiona en silencio. Esa monotonía abúlica se rompe con las noticias en la tele de un nuevo virus, camiones del Ministerio de Salud con promotoras e información sanitaria y gente, mucha gente, al calor de la arena, matándose entre sí. Zombis. No hay tiempo para entrar al hotel: está en llamas. Los cadáveres vivos se les tiran encima del parabrisas. “Autos pasan a su lado, escapan de lo mismo que escapan todos: lo desconocido”. Encaran hacia la Patagonia, a los paraísos que habían visitado en sus vacaciones anteriores, cuando no tenían hijos, cuando aún conservaban algo de ese fuego romántico y pasional que hoy parece muerto, que seguramente estarán vacíos, desérticos, con sus paisajes desolados y algún que otro zombi merodeando por ahí que deberán eliminar.

“Inicialmente era una novela sobre una pareja que se está desmoronando. Eso lo mantuve en el centro. Muchas ficciones sobre zombis son prácticamente gente pegándoles palazos o tirándoles tiros a los zombis todo el tiempo. No quería eso. Me interesaban las consecuencias sobre la pareja que iba a producir este escenario apocalíptico”, cuenta Juan Ignacio Pisano del otro lado del teléfono en diálogo con Infobae Cultura. El elemento disonante en esta típica historia de género, el componente que le aportan estas tierras australes, es el gaucho. En la pampa hay malones de zombis con sombrero, barba y poncho que, sobre caballos endemoniados, arrasan con todo. “Es como que al siglo XIX siempre lo termino metiendo. Quería escribir una novela de zombis con alguna particularidad, que se notara que fue escrita en Argentina”, dice este Doctor en Letras de cuarenta años, narrador, docente e investigador especializado en Literatura gauchesca.

“El viento de la pampa
“El viento de la pampa los vio” (Baltasara) de Juan Ignacio Pisano

“No es sólo trabajar con un objeto del pasado —continúa—, sino trabajar con la serie campo-gaucho-pampa y otra que puede ser indio-patagonia, que son todavía muy potentes en Argentina por el peso simbólico que tienen, y producir nuevos sentidos. Hubo una escena increíble, para mí, que fue cuando en una protesta mapuche reciente se aparecieron unos gauchos siglo XXI con caballos a enfrentarlos. Si bien a veces parece que desde la ciudad no se nota tanto, el tema del campo es permanente: las imágenes de los peones rurales con los patrones como una manera de defender algo medio esencial de la argentinidad, el gaucho como el símbolo del Mundial 78... Para mí sigue operando de una manera muy fuerte en la cultura argentina y me interesa trabajar eso, hacerlo girar un poco al vacío para que esos sentidos esencialistas queden un poco deconstruidos, para usar una palabra de moda”.

No es casualidad que los protagonistas se llamen Hilario, como el poeta gauchesco Hilario Ascasubi, y Amalia, como la novela de José Mármol de 1851. “No es un viaje al pasado sino pensar el anacronismo y las temporalidades superpuestas para quebrar la idea de tiempos lineales. Me interesa pensar la temporalidad siempre superpuesta: tiempos distintos que están actuando en momentos distintos, no como una continuidad. Dimensiones paralelas que están todo el tiempo actuando unas sobre otras. Además, está vinculada con el contexto en que fue escrita, año 2016, durante el macrismo, donde yo sentía que se estaban desmoronando cuestiones importantes. Se podía relacionar con el apocalipsis, era una situación que yo veía muy adversa”, explica.

Juan Ignacio Pisano
Juan Ignacio Pisano

El camino hasta esta segunda novela fue sinuoso. Un punto de partido caprichoso en la línea histórica es la década del 2000. Al terminar el colegio, estudió un cuatrimestre en Ingeniería, unos años en Psicología hasta que se decidió por la literatura. Cuando entró a Letras en 2005 se sentía “atrasado”, que “tenía que meterle garra”, entonces complementó la cursada con talleres: poesía con Paula Jiménez España, narrativa con Inés Garland, con Pablo Ramos. Mientras tanto, trabajaba en una oficina de seguros. La primera novela que escribió no tenía nada que ver con la ciencia ficción ni la distopía. “El personaje conoce a una chica en Brasil, una historia de amor. Está narrada en dos tiempos: en Brasil y en la vuelta a Buenos Aires. Una novela bastante biográfica, porque así fue como conocí a mi compañera”, cuenta. Mandó mails a editoriales pero casi que no había respuesta. “No tenía ningún contacto, ningún allegado con el mundo editorial”.

“Con esa novela la cosa no funcionó entonces le entré con todo a la carrera para recibirme y cambiar de laburo, porque ya no quería estar más en la oficina de seguros. Me recibí en 2012, agarré mucho laburo de docente: cuarenta y pico de horas de lunes a sábados”. Pero la escritura volvió (siempre vuelve). Obtuvo una beca para hacer un doctorado, tomó menos horas de docente, la mayor parte del trabajo era desde la casa, entonces se dijo: “Ya fue, me voy a sentar a escribir una novela, le voy a dar con todo, tengo que ver si puedo hacerlo y si alguien la quiere publicar. Podía pagar, en ese entonces ya conocía a un amigo que tenía una editorial, pero yo quería que se publicara porque un editor la elegía o porque ganaba un premio, no quería financiarla yo”. La idea apareció sola. Estaba de vacaciones en el sur con su pareja y pensó: “Este paisaje re da para una novela”. Y al tiempo otra idea: “¿Y si meto un apocalipsis zombi acá?”

Por ese entonces estaba abducido por Walking Dead, venía leyendo a Max Brooks, el autor de Guerra Mundial Z —que Marc Forster y Brad Pitt llevaron al cine en 2013—, también la antología El Libro de los muertos vivos que reúne cuentos de zombis de trece autores argentinos, Berazachussetts de Leandro Avalos Blacha, Cell de Stephen King, varias películas de George A. Romero. “De chico tenía un berretín con el zombi. En la primaria me gustaban todas las películas de terror. Era la época de oro del cine de terror con las sagas de Freddy, Chucky”. Estaba en tercer grado cuando vio El regreso de los muertos vivos. “Estuve una semana sin dormir”, confiesa. Al igual que “la del Flacon”, la trabajó en una clínica de novela con Leandro Ávalos Blacha. La cerró a fines de 2016 y en enero de 2017 la dejó lista. Las editoriales no estaban interesadas. Una, especializada en terror, le dijo que estaban buscando algo más clásico. El viento de la pampa los vio no lo era.

“El último Falcon sobre la
“El último Falcon sobre la tierra” (Baltasara, 2019) de Juan Ignacio Pisano

El 2017 fue un año negro para el sector editorial. Una crisis económica que se volvía irremontable. Ese año, según un informe de la Cámara Argentina del Libro se imprimieron 51 millones de ejemplares, mientras que en 2016 fueron 63 millones. La caída había empezado en 2015. Pisano, con su novela bajo el brazo, mandaba mails a distintas editoriales y las respuestas eran calcadas: “Este es un mal momento, no estamos publicando”. El viento de la pampa los vio quedó guardada en un cajón de la memoria y en una carpeta de la computadora. Mientras tanto, una nueva idea crecía en su cabeza: estaba escribiendo El último Falcon sobre la tierra, que luego presentaría a la convocatoria de la editorial Baltasara, que ganaría, que sería publicada en 2019 y que se quedaría con la primera edición del Premio Medifé-Filba. “Y ahí cerré el círculo luego de quince años, cuando empecé a escribir, a ir a talleres”. Las cosas empezaban a cambiar.

Cuando El último Falcon sobre la tierra quedó entre las diez finalistas, Pisano le comentó a la editora de Baltasara que tenía una novela de zombis. Se interesaron y la maquinaria se puso en marcha, pero la pandemia frenó todo. El mundo entraba en pánico —todavía lo está— y los proyectos se desvanecían a mitad de camino. ¿Acaso esa novela porfiada y a destiempo predijo algo de toda esta pandemia? Cuando trabajaba como docente en el secundario, una compañera, también docente, se ponía alcohol en gel en las manos al entrar y salir del aula. Era una obsesión: él leía esa costumbre meticulosa como un torpe déjà vu de la gripe A. Y cuando estaba escribiendo la novela, le apareció aquella escena cotidiana y decidió transcribir esa impresión. Pero en 2020, con la pandemia, el alcohol en gel se volvió un elemento ordinario. “Si la escribiera ahora no sé si usaría eso porque es una referencia realista, no es parte del posible futuro distópico. En ese momento sí”.

Ruta, paisaje desértico, sol fuerte, Mara toma la mamadera en los brazos de Amalia, Hilario prende la radio: “La situación es dramática. Afuera del edificio, la policía enfrenta un grupo de zombis, si es que ese es el nombre que les corresponde. Pero, querido oyente, ¿cómo nombrar lo innombrable sino es con algo conocido? Muerden, devoran a la gente y no tienen raciocinio. ¿Cómo llamarlos de otra manera?” En la mayoría de las películas y novelas de zombis, los protagonistas no tienen idea lo que es un zombi. En algún punto, eso carece de cierta verosimilitud fina. ¿Quién, en esta época, en este mundo, no ha visto o leído o escuchado sobre esos cuerpos cadavéricos que caminan arrastrando los pies, con las ropas rotas, la mirada desencajada, las manos hacia adelante? La figura del zombi no le es ajena a nadie; Pisano decide que a sus personajes tampoco. “Se trata de hacer uso de ese saber ficcional, de la ficción, para sobrevivir”, explica.

“La ficción como un personaje, como un elemento de la narración que es salvador, que le da cierta esperanza. Esa esperanza se sostiene en el conocimiento de Hilario de la ficción. Me gusta pensar la ficción, esto no es una idea mía, como la posibilidad de lo posible. Lo que la ficción encierra en sí no es una posibilidad sino la posibilidad de que exista la posibilidad. Sería lo opuesto a un tipo de conocimiento que se intenta basar en un valor absolutamente objetivo, que es tan utópico como la ficción en el extremo de la posibilidad. Lo pensaba por ese lado: lo que los va a salvar no es ningún tipo de objetividad sino hacer uso de la ficción para inventar nuevas soluciones ante un contexto como ese; la ficción como posibilidad es lo que, en última instancia, puede abrir un camino nuevo”. Es un “juego metaficcional” que modificará las ficciones sobre pandemias: todos estamos viviendo una, será difícil leer personajes que estén completamente ajenos.

Juan Ignacio Pisano (Foto: Leandro
Juan Ignacio Pisano (Foto: Leandro de Francisco)

Uno de los puntos fuertes de la novela es la construcción de la intimidad: cómo los protagonistas se mueven en un territorio incierto con sus incertidumbres personales a cuestas. La necesidad de mantener unida la familia funciona como contraste con el apocalipsis, un contrapeso a la incertidumbre, al terror cotidiano, a la muerte. A medida que el mundo se destruye, la familia se reconstruye. “Eso debe ser algo de mi neurosis”, dice y se ríe. Cuando escribió El viento de la pampa los ve no tenía hijos —ahora tiene uno de dos años y otro recién nacido— “pero sí bastante contacto con bebés por ser tío y por tener amigos con hijos. Con mi esposa somos los últimos que tuvimos hijos de nuestras familias por una cuestión generacional; nos pasó lo mismo en nuestros grupos de amigos. Siempre nos preguntaban: ‘¿para cuándo?’ En algún momento nos dijimos: ‘¿tendremos hijos?’ Porque, qué se yo, la pasábamos bien. Primero aprovechamos vacaciones, esas cosas; después vinieron”.

Hoy, la vida doméstica de Juan Ignacio Pisano es un torbellino. Mientras cambia un pañal o acuna a uno de sus hijos, una idea se dibuja con insistencia en su cabeza y queda flotando ahí, inquieta, mientras termina el proceso paternal en modo automático; luego saca el celular, escribe algunas líneas —una potencial novela o un abrupto cambio de frente dentro de una historia empezaba— y se las envía a sí mismo por mail. “Así voy acumulando correos”, dice y se vuelve a reír. “Me quedé muy pegado al mundo del Falcon, incluso antes del premio. Tengo un par de ideas anotadas para seguir escribiendo sobre ese universo ficcional. No como secuela ni como spin off sino como una red de novelas vinculadas. Hay escritores que hicieron eso, cada uno a su manera, y que me gustan mucho: Faulkner, Saer... Me interesa darle vueltas a un mundo ficcional que es potencialmente explotable al infinito. En el cine y el cómic pasa; en la literatura poco, salvo Harry Potter y cosas así”.

Pese al torbellino cotidiano, ya hay continuidad en esta incipiente carrera literaria que con apenas tres años y dos novelas genera expectativas. Si con la primera, el debut, obtuvo el Premio Medifé-Filba y con esta, la segunda, demostró que hay potencia narrativa y no un one-hit wonder, ¿qué viene después? “Tengo una novela terminada”, anticipa. “Ocurre 25 años después de la del Falcon. La mandé a una convocatoria, vamos a ver qué pasa. Mi idea es ir por ahí”, y dice que el trabajo, que es lo más importante, ya está hecho, que ahora hay que esperar, que todo depende del azar, de la suerte, de que las piezas encastren, de que los caminos se crucen, de que el mundo haga su truco. Pero eso ya no pasa por sus manos.

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