La memoria íntima de la familia Borges, de lo privado a lo público

El relato en primera persona de la madre del gran autor de la literatura argentina, no solo es una biografía sino también una crónica de época, con personajes extravagantes y ruido político

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Borges y su madre, Leonor Acevedo
Borges y su madre, Leonor Acevedo

Recuerda Leonor Acevedo de Borges: “Una vez alguien me dijo: ‘¡Qué lástima que usted sea salvaje unitaria!’. Y yo le respondí: ‘Pero éramos unos salvajes muy buenos. Nunca matamos a nadie’”. La anécdota ilustra uno de los matices que atraviesa el libro Memorias de Leonor Acevedo de Borges: la división política y social que producía la figura de Rosas, primero, y la del general Perón, después, y en la que Leonor Acevedo tomaba partido el lado en “contra de las tiranías”, que influyera en las ideas políticas de su hijo Jorge Luis, el escritor, así como en generaciones y generaciones que, al parecer, siguen cavando esa división en este país llamado Argentina.

Sin embargo, este es solo uno de los varios matices del libro, llamativo en época de la grieta; estado de las cosas que nos permite leer, en cierto aspecto, el texto como entradas de alguna red social actual en la que Leonor anotara sus recuerdos y opiniones, pretéritas y presentes a la vez. El libro, fruto de una exhaustiva investigación de Martín Hadis, da cuenta –en primera persona– de una vida que comenzó hacia la década séptima del siglo XIX y que culminó casi cien años después. Es un relato fragmentario y delicioso que permite que el lector se sumerja tanto en la intimidad familiar, atravesada por la excentricidad de una familia de orígenes patricios que culminó moldeando al niño Georgie en el escritor que terminaría por ser –si es cierto que “la patria es la infancia”–. Leonor Acevedo de Borges, como un Irineo Funes pero con un uso racional de la memoria, recuerda todo y lo consigna en el diálogo con la escritora Alicia Jurado (fuente principal de la investigación de Hadis) y hace de la anécdota una pieza con un método, que funciona.

¿Qué se conoce, de manera general, acerca de la relación de Borges y Leonor Acevedo? Claro que es sabida la gran influencia que la mujer, de gran carácter, ejercía sobre el escritor. Que era una mujer de posiciones derechistas que coparon la ideología hogareña sobre las ligeramente anarquistas y muy liberales que aportaba Guillermo, su esposo y padre de los niños Georgie y Norah (que sería luego una reconocida artista plástica). Que esas ideas derechistas tal vez hayan tenido que ver en las declaraciones racistas de Borges invitado a dar una cátedra en la universidad de Austin, Texas, que lo marcaron en la opinión pública progresista local tanto como el premio recibido de manos del dictador chileno Augusto Pinochet. Que ya ciego Borges (desde niño padecía unas cataratas que abrevarían en la ceguera total) Leonor le leía, le leía todo el tiempo, y también actuaba como su amanuense, transcribiendo al papel el dictado que Borges elaboraba en su cabeza.

Borges y su madre. Leonor Acevedo
Borges y su madre. Leonor Acevedo

Pero es que Leonor Acevedo tiene mucho más para dar a conocer. Nacida en 1876, durante aquella época en que se construía el Estado-nación que conformaría la base para las sucesivas conservaciones y transformaciones de la Argentina, en el relato de la infancia aparecen personajes de su familia exiliados a la “Banda Oriental” –ya que Uruguay no le parecía el nombre correcto a su clase social para esa geografía– debido a la “tiranía” de Rosas, cuya figura le causaría tirria toda su larga vida. El clasismo, según su relato, fluía de la mano del mismo Estado: en la escuela estatal a la que asistía “la directora separó las chicas de buena familia en un grado y las otras en otro”. Leonor pertenecía al primer grupo.

Todas las clases, de cualquier modo, se desarrollaban en un Buenos Aires de casas bajas, de quintas en Belgrano o Flores, de casas con aljibe (que tenían una tortuga para comer los bichos) y carretas que llevaban las distintas provisiones para comprar. También era una ciudad donde se practicaba el arte social de ir al teatro, con vestidos elegantes para la ocasión en la que se daba cita el tout Buenos Aires, que se vestía de maneras más opacas cuando la semana santa (salvo el jueves de la cena que narran los cristianos, día en el que las mujeres salían a relucir sus joyas). Para las recepciones en los hogares se encargaban distintos platos, entradas, entremeses y bebidas a confiterías como la Del Gas o la ya existente Los Dos Chinos, que proveían para las veladas. En ellas también se recordaba a Rosas, que era un tópico recurrente para Leonor Acevedo. Claro que con desprecio.

El clima de época puede ser captado en una escena, solamente, y el relato que Hadis edita de Leonor Acevedo es fructífero en esa tarea. No es necesario contar la crisis económica mundial que afectaba de manera fatal la economía argentina y la conmoción social frente a la oligarquía que se aferraba a sus privilegios o los combates de la revolución del 90 contra Juárez Celman avivados por unos jóvenes que se hacían llamar de la Unión Cívica –momento social acompañado por las primeras manifestaciones obreras organizadas en una ola de huelgas–, sino seguir el relato de Leonor Acevedo, que cuenta cómo se representaba en el teatro Ópera la pieza María Antonieta y que en la parte del asalto del Palacio de Versalles todo el público se puso de pie “aplaudiendo en un loco entusiasmo”, mientras el palco presidencial con Juárez Celman y familia hasta ese instante quedaba inexorablemente vacío. En un relato oral, un hecho histórico trascendente.

Leonor Acevedo
Leonor Acevedo

Si Marcel Proust consideraba al chisme como el motor de la narración en su novela, son los hechos que se cuentan los que hilan el relato de una, o mejor, de dos vidas. Los carnavales en los que quedaron enamorados Guillermo Borges –que brindaría a Georgie los libros y la pasión por el pensamiento– y Leonor Acevedo, la casa en la manzana de Palermo donde Borges estableció la “fundación mítica de Buenos Aires”, las estadías en Europa –sobre todo en Lugano (Suiza) y Ginebra, donde Jorge Luis encontró a sus amigos por siempre Maurice Abramowicz y Simón Jichlinski– donde el valor del peso argentino obraba maravillas de confort. Las amistades porteñas de Georgie con los excéntricos Xul Solar y Macedonio Fernández. El arresto de Leonor por juntarse junto con otras “damas patricias” para cantar el Himno Nacional frente al anuncio de Perón de una reforma constitucional. Un mes de cárcel les valió a Leonor Acevedo y sus compañeras y que un uniformado lo justificara en que estuvieran cantando “nuestro himno”. “Ese himno me pertenece más: lo compuso mi antepasado Vicente López y Planes”. Y así. Anciana ya, en una internación, para demostrar que se encontraba bien, se señaló y saludó a los suyos: “¡Salvaje unitaria!”. Con esa madre, cómo Borges no habría de ser Borges.

En 1938 Borges tuvo un accidente grave al subir una escalera y cortarse la cabeza con una ventana abierta. Estuvo un mes con cuidados intensivos. Su madre, Leonor Acevedo, ya viuda, lo acompañaba día y noche hasta que mostró signos de recuperación. Borges comprendió que había regresado del delirio de la fiebre cuando su madre le leyó una página de C.S. Lewis y la comprendió. Ni bien salió del peligro, escribió “Pierre Menard, autor del Quijote”, la primera de sus ficciones ya borgeanas. Leonor le seguía leyendo y escribiendo el dictado de sus cuentos. No le gustaba tanto el género fantástico, y cada tanto le pedía, en vano, que volviera a escribir como antes. Borges le permitió crear una línea de uno de sus personajes. Como si fuera una especie de Menard.

El libro, con un aparato de notas y referencias vastísimo, permite conocer no solo una autobiografía, sino un país que fue, unas circunstancias que eran y quizás se extiendan. Y presenta a Leonor Acevedo, probablemente, un personaje creado por su hijo, el escritor Jorge Luis.

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