Las películas de Bogdanovich y nuestra educación sentimental en las salas

Trabajó desde una mirada no complaciente con los géneros estandarizados de la industria y los recuperó para agradar al público. El suyo fue un cine auténticamente popular

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Peter Bogdanovich
Peter Bogdanovich

La muerte de Peter Bogdanovich me conectó inmediatamente con mi primera educación cinéfila. Dos de sus películas -¿Qué pasa doctor? y Luna de papel- tuvieron un lugar importante en mis años de preadolescencia. Tanto que la conexión emotiva con ellas, al enterarme de la noticia, surgió como de un rayo. Eran de las primeras películas que me permitían asomarme a un mundo adulto de una manera diferente a lo que había visto hasta entonces.

Así como nos incluían como público sin menosprecio por la edad, no dejaba afuera a nadie. Eran un cine popular en el sentido más profundo de la palabra. Trabajando desde una mirada no complaciente con los géneros estandarizados en la industria, los recuperaba para agradar al público. Además miraba el mundo desde la perspectiva de los perdedores, de los dejados de lado, de los insignificantes. Y festejaba cada una de sus pequeñas victorias.

Para ese niño-adolescente de apenas 11 o 12 años, el cine aparecía en una dimensión diferente a la mayoría de lo visto antes. Había una propuesta entretenida e inteligente que me interpelaba desde un lugar diferente al cine infantil o de aventuras “para toda la familia”.

En ¿Qué pasa doctor? el erotismo naif de Barbra Streisand convocaba a una mirada que hasta entonces desconocía. En simultáneo la comedia física vertiginosa reproducía aquel humor que disfrutaba casi universalmente cualquier generación. Como en la mayoría de las películas de los grandes maestros del humor, la mirada crítica se desplegaba en tanto el orden original -lo académico, lo familiar y lo formal- se veía destrozado por esa pulsión única que es el deseo.

¿Qué pasa, doctor? (1972)
¿Qué pasa, doctor? (1972)

Un año después, con Luna de papel, la incorporación de una protagonista apenas un poco menor que yo cumpliendo un rol destacado, no ya como niña mimada o abandonada en un formato didáctico, era también una forma novedosa de identificarme en el cine. No era solo la pequeña pícara, era una estafadora consciente y activa. Era una niña capaz que podía mentir y transgredir leyes si fuera necesario, sin que el conflicto moral convirtiera a la película en moraleja.

Ambas fueron parte de la formación sentimental de ese pequeño amante de las películas que fui. Si hoy siento tristeza por la muerte de Bogdanovich, tiene que ver con el recuerdo inmediato de esas dos películas, y como ellas marcaron mi vida unos años antes del encuentro con La Strada, el neorrealismo y El Ciudadano, y mucho antes que el descubrimiento de Eisenstein y los teóricos rusos, el expresionismo, Resnais, Godard y los policiales negros.

Tiempo después, cuando ya mi primer amor por las películas era una cinefilia declarada, esta suerte de patología que seguiré arrastrando mientras viva, descubrí una anterior joya de su cinematografía: La última película. Allí hicieron sus primeros papeles importantes los muy jóvenes Timothy Bottoms, Jeff Bridges y Cybill Shepherd. En esta, su primera ficción, hay mucho de lo que gran parte del cine independiente del mundo contó y cuenta décadas después: el rito de pasaje de la adolescencia a la juventud; la dimensión del tiempo casi abandonado a la abulia; el futuro marcado por una creciente sociedad de consumo masivo; una cultura despojada de amor capaz de arrasar con el viejo cine; la distancia generacional, el despertar del deseo y la mirada moral.

La última película (1971)
La última película (1971)

Bodganovich, que entonces tenía algo más de 30 años, probablemente anticipó al cine de autor estadounidense de los años ‘70, pero también dio un primer paso en un proyecto estético -uso del tiempo, espacio y actuaciones- que 50 años después sigue vigente. Esta película es considerada una de las mejores 100 de la historia del cine de EEUU.

Para entender esta película en la obra del gran cinéfilo que fue, no se puede soslayar el lugar que ocupa el cine del pueblo. Aquella sala abandonada es un lugar idílico que, como la juventud de los protagonistas, parece irremediablemente destinada a desaparecer con el paso del tiempo (y con el advenimiento de la televisión).

El cine como espacio físico, como industria o como lugar de ensueño, volvió a aparecer en varias de sus producciones: un homenaje al musical en Al fin llegó el amor; los comienzos de la industria en Nickelodeon; Texasville, el film donde los personajes de La última película regresaban al pueblo 32 años después; El maullido del gato, ficción sobre el asesinato del pionero del cine Thomas Ince en el yate de William Hearst, y su última película, el fallido documental El gran Buster, sobre el maestro del humor Buster Keaton. A su vez su primera realización fue un documental sobre el cine de John Ford.

En 1971, cuando filmó La última película que le valió 8 candidaturas al Oscar y lo puso en la mira de la industria del cine internacional, ya era un reconocido crítico y ensayista. Tenía relación profesional y personal con Alfred Hitchcock, John Ford, Howard Hawks y Fritz Lang, entre muchos grandes maestros del cine clásico.

Desde ese lugar volvió a ser importante en la vida de quienes éramos víctimas de la cinefilia en los años ‘80 y ‘90. Algunos de sus textos aparecían en revistas, fotocopias o libros de recopilaciones. Cuando su cine dejó de convocarnos, ya que sus películas no estaba a la altura de las primeras, en 1994 irrumpió en nuestras vidas apasionadas con Ciudadano Welles, un libro monumental de más de 500 páginas. Allí se encuentran conversaciones entre ambos recorriendo toda la obra del gran Orson, con una introducción donde Bogdanovich relata los encuentros y entrelaza ese anecdotario con la historia y la obra del creador de Citizen Kane.

John Huston, Orson Wells y Peter Bogdanovich
John Huston, Orson Wells y Peter Bogdanovich

Cierra el libro una cronología de la obra del artista, absolutamente increíble por el nivel de detalle y el formato (parece una agenda diaria de sus actividades). Cuenta casi paso a paso lo vivido entre el 6 de mayo de 1915, día del nacimiento de Welles, hasta el 10 de octubre de 1985, día en el que según escribe “OW muere de un ataque cardíaco a hora muy temprana de la mañana mientras mecanografiaba unas instrucciones de escena para el material que proyectaba filmar más tarde ese mismo día con GG en la UCLA”.

Sobre Welles y Ford, tal vez sus dos más admirados realizadores, sostuvo “esos hombres realmente inventaron las películas”. En sus libros de entrevistas con ambos directores trabajó, según él mismo explicó, sobre la personalidad de cada uno y cómo esta se manifestaba en sus trabajos.

Bogdanovich estuvo en Buenos Aires en 2016 invitado por el BAFICI y sus charlas, magistrales en el sentido pleno de la palabra, convocaron a un público que disfrutó mucho de su mirada, tan amorosa sobre las películas como ácida sobre la industria del cine y el negocio cinematográfico.

“Cuando vino Peter Bogdanovich, en 2016, él mismo no entendía su rol en un festival como este”, nos contó el director del BAFICI Javier Porta Fouz, “pero cuando vio que sus charlas se hacían ante salas repletas, y mucha gente quedaba afuera de las mismas como si fuera una estrella de rock, advirtió que este público local es diferente a lo que había visto en otros festivales”. Algo de su cinefilia resonaba en esta ciudad y su gente.

En algunas de las entrevistas públicas expresó cierta desazón por la falta de realizadoras en la industria, y por el maltrato en general hacia las mujeres. A la luz de esas reiteradas expresiones, tal vez podría revisarse su obra. Los personajes femeninos, especialmente en sus primeros films, son quienes motorizan la acción, se proponen libres, acaparan el espacio, dominan la escena interna y copan la pantalla. Sería interesante rastrear desde el presente, cinco décadas después, su mirada particular sobre el lugar de las mujeres en el mundo y en el cine.

También fue en una de esas charlas en Buenos Aires en las que Bogdanovich dejó una sentencia que muestra su humor ácido sobre la industria del cine. “Hacer una película es una tarea enorme y complicada, implica un gran gasto y una gran organización que incluye a muchas personas”, explicó casi didácticamente. “Me gustaría que la gente se pregunte antes de encarar una nueva producción ‘¿es realmente necesaria esta película?’. Y la respuesta generalmente va a ser... No, no lo es en absoluto”, concluyó.

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