La sonrisa de Kevin Johansen emerge en la pantalla compartida de una videollamada -signo de los tiempos para una entrevista en tiempos de pandemia recargada-, a la hora de la siesta y en plenos preparativos para su viaje a Bariloche. En la capital turística de Río Negro, el músico y compositor de canciones cuya obra abarca exactamente los 22 años del siglo XXI (su primer disco, The Nada, se publicó sigilosamente en 2000), será la figura central de un nuevo festival denominado Patagonia Picnic: un encuentro cultural que vincula música, diseño y gastronomía al aire libre y que se concretará este sábado en el Predio de la Sociedad Rural de Bariloche. Allí Kevin Johansen será cabeza de un cartel musical que incluye a Hilda Lizarazu y a Nación Ekeko, el proyecto grupal de Diego Pérez (Tonolec), y que además tendrá como atracciones a los chefs locales Paco Almeida y Julieta Caruso, y al grupo Herreros de luz, dedicados a la acción social con su oficio.
Inevitable al iniciar una conversación de este tipo, tratar el tópico “pandemia” y en este caso en particular, de cómo este tiempo tan raro afecta-influye-determina la creación y sobre todo, el mundo interior de un artista. Él parece tenerlo claro. “Hace un año más o menos, cuando lo peor estaba pasando, me encontré a tomar una cerveza con un amigo y me preguntó ‘¿cómo andas gringo?’ Mi respuesta, espontáneamente, fue: ¡Estoy de todo! Le dio mucha risa y me dijo que lo iba a usar. Es que de verdad estuve de todo: estuve bien, estuve mal, estuve ilusionado, estuve desencantado, estuve bajoneado…”, le dice a Infobae Cultura desde su casa. “Hay que reconocer que uno tiene, por supuesto y con muchas bendiciones mediante, dónde recaer. Y no todos han tenido esa suerte… Pero la tarea de hacer canciones a veces es un poco extraña, medio intangible, no sé, tal vez estás tirado en la cama pero estás elucubrando algo grandioso, aunque sea para vos (risas)”.
—¿Cómo definirías este tiempo en términos de tu producción musical?
—Estuve bastante activo, intentando plasmar las ideas, grabarlas o hacer algún videoclip. Hacer lo que hacemos nosotros los compositores de canciones… Pero si definitivamente está todo teñido de estos años raros, ahí creo que está el truco creativo también, el hecho creativo: escabullirme un poco de mi tema pandémico ¡Aunque lo tengo! Lo hice e invité al gran David Lebón, se llama Todo esto. No esquivé el bulto… Pero bueno, digamos que la vuelta de tuerca fue que se vea la luz a través del túnel, que no sea un bajonazo. Y después fue: manos a la obra, sacudirse un poquito, desempolvarse, pa’ fuera telarañas y dale. El 2021 fue un año que me encontró sorprendiéndome con recitales en España o la posibilidad de ir a México, a Nueva York, también estuve en Colombia.
—Han pasado dos décadas desde que se publicó tu primer disco. En todo este tiempo has viajado por muchos lugares de América Latina, te has juntado a cantar con un montón de artistas de tu generación, un poco más jóvenes, un poco más viejos… ¿Dirías que hay una música popular latinoamericana del siglo XXI?
—Creo que en alguna revista o periódico cultural español, dijeron que yo era un “folclorista del siglo XXI”, lo cual me gustó. Sin ser un académico, obviamente, más bien un intuitivo y generacionalmente por estar en contacto desde la cuna, desde mi casa, con la raigambre folclórica y tanguera, y con el rock también, creo que nuestra generación ha sido marcada por los folclores, tanto ancestrales como novedosos. Y en realidad creo que soy bastante vieja escuela, old school, de la canción. Soy muy cancionista, diría que mi género es la canción. Y cuando tomas conciencia de eso, también tenés por un lado la libertad artística de aproximarte a sonidos de Brasil, de Colombia, de México, de Estados Unidos, del folk yanqui, de nuestro folclore más del Cono Sur. De Viglietti a Víctor Jara, pasando por Jorge Cafrune (la vieja tenía mucho de eso en casa). Después está la cuestión de ponerle tu propia impronta. Me gusta decir que Spinetta quiso ser quien quiso ser, Cabrera quiere ser Cabrera… Más allá de que uno pueda ser permeable y tener muchos ídolos (y yo los tengo a rolete), creo que ahí está la papa: ponerle personalidad. Creo que somos una generación, la de los que tienen de 40 para arriba, muy permeables y también hijos de otra generación artística de mucho virtuosismo. De la que fuimos muy admiradores. Y también muy respetuosos, entonces lentamente fuimos ocupando un lugar.
—En ese contexto, ¿dónde te ubicas con tu música?
—Frente a esos monstruos artísticos, de tanto virtuosismo, creo que un mecanismo de defensa fue ‘Bueno, dale, vamos a tirar desde el hecho creativo, desde la composición. A ver si algo de ese virtuosismo salpica sobre nuestras cabezas…' Siempre intenté ser original. A veces me dicen, y es un comentario que me parece halagüeño, ‘No te pareces a nadie’. Y eso es lo bueno. Ahí hay algo. Ok, no me parezco a nadie, me parezco a mí. Es una búsqueda, para bien o para mal, es intentar ser distinto. Soy bastante hinchaquinotos y trato de ser lo más original posible. Trato de ser innovador. A veces soy también muy clásico porque tengo temas como Vecino, que en realidad es un semichafe a don Don Alfredo Zitarrosa: una milonga campestre, cuasi chamarrita… Y bueno, también desde la lírica intento innovar.
—A propósito, esa es una marca distintiva de tus canciones. Las letras incluyen juegos de palabras, giros lingüisticos, guiños, ironías ¿De dónde viene eso?
—Lo atribuyo a la gran fortuna de tener una madre intelectual, leída, que hablaba siete idiomas y me obligaba a jugar al Scrabble bilingüe o trilingüe, y metía una palabra en italiano, otra palabra en francés. Así que quería sorprenderla con algún juego de palabras a los 9, 10 años. Llegar a la Argentina con 12 años y empezar a imbuirme de mis compañeros en los recreos que cantaban Las manos de Fermín o Jugo de tomate frío… Y eso mezclado con caer en la Escuela del Sol ni bien había sido fundada. Mis abuelos vivían en Olleros y Cabildo, vendían medias y mi vieja era la oveja negra de la familia, porque era la culta y mi tío, que era muy bruto, le dijo ‘Acá hay una escuela de unos zurditos hippies´ Y era mayo del 76… Ahí caí también en un taller literario cuando estaba en segundo o tercer año, con los Carón, Betina Caron, que enseñaba literatura, y Carlos María, el escritor. Eso fue muy importante, porque también fue como coquetear con diferentes disciplinas: escribir una poesía, escribir un cadáver exquisito, escribir un cuento corto. Obviamente la canción ya estaba dando vueltas ¿no? Creo que toda esa mezcla confabuló a favor de este cancionista que soy. Porque lo nuestro es conjugar sonoridad con sentido o no. Y sin sentido también porque me gusta el sin sentido.
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